TESTIMONIO
Chile, en la memoria de un niño de derechas
El autor relata cómo el golpe de Estado contra Allende impulsó su conciencia política
Jesús López-Medel 11/09/2023
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No es habitual utilizar la primera persona en los artículos de opinión, en los que el autor expone sus pensamientos e ideas. Sin embargo, hay casos como este en los que es necesario hablar de uno mismo, y no por vanidad precisamente, pues lo hago con pudor. Creo que la subjetividad que expresa cualquier escribano responde, en no pocas ocasiones, a situaciones, historias personales o incluso vivenciales que han ido construyendo el yo que cada uno somos. Y, acaso, compartir estos testimonios ayude al lector a conocer mejor una realidad (que vivió o no) y también a quien se atreve a contarla y compartirla.
Escribir en efemérides sobre hechos históricos destacados nos lleva a veces a preguntarnos dónde estábamos entonces o quienes éramos y pensábamos en esa etapa de nuestra vida… si había empezado para nosotros. Por ello, les invito a los ya mayores a que hagan un recorrido de su vivencia ante ese acontecimiento histórico en 1973.
Yo era entonces miembro de una familia de derechas, como tantos. Sabía que en no todos los casos era así, pero el círculo de relaciones a temprana edad –y a veces para siempre– lo determina el origen social y familiar. Acababa de dejar atrás mis trece años y pronto enfilaría el cuarto de bachillerato (seis había entonces). Eran esos veranos bastante largos donde la madre e hijos de clase pudiente o con casas en el pueblo permanecíamos en el lugar de vacaciones. En mi caso, en la provincia de Tarragona.
Así, quiero compartir mi recuerdo de cómo acogía lo que transmitían las informaciones de lo que estaba sucediendo ese 11 de septiembre de 1973 allá lejos, en Chile. También, entrelazado con recuerdos, mi enfoque actual de estos cincuenta años después.
Pido disculpas, aunque les ayudará a entender lo que escribo, si me retrotraigo mucho antes. Desde los dos años tuve una muy grave enfermedad, que me alejó del colegio y me obligó a pasar muchos años en cama. Vivía muy rodeado de periódicos que traía mi padre, cuando había ediciones de mañana y de tarde, que devoraba y también de mucha, muchísima radio, cuyo dial manejaba sólo yo.
Ese niño lleno de avidez y mucha curiosidad y largo tiempo para sí mismo vivió con 10 años, y en un mes de agosto, en este caso de 1969, su primera noticia histórica exterior que le impactó: la invasión de Checoslovaquia por tanques de la URSS y de cuatro de los otros cinco países del Pacto de Varsovia. Yo escuchaba los informativos buscando saber por qué si un país quería ser un poco libre otros Estados lo impedían con el uso de las armas. No lo entendía y no me gustaba nada aquello.
Cuatro años más tarde, viví, en el mismo lugar y también en verano, lo que aconteció en Chile en septiembre de 1973. En este caso, ya no era que no entendiera por qué se echaba y mataba a un gobernante elegido por su pueblo y se empezaba a detener, hacer desaparecer y matar a otros por sus ideas, sino que ello me enfadó mucho. Sabía poco de quién era el derrocado y el golpista asesino, pero me sentí muy mal. La radio, siempre la radio, se complementaba con la lectura de La Vanguardia.
Aquello me impactó y quedó muy dentro. Probablemente fue mi primera toma de conciencia política. Apenas siete meses después, en abril de 1974, aconteció la revolución gozosa y pacífica en el vecino Portugal, pero a mí lo que se me había metido en el alma fue ese 11 de septiembre del año anterior en el país andino.
Hace diez años, escribí un artículo donde narraba cómo fui adquiriendo conciencia de hechos relevantes cuando era solo un joven de 14 años con inquietud por aprender y con unas ideas en que las libertades y la democracia se iban asentando, pero sin planteamientos de izquierdas.
Estoy seguro de que esa experiencia no se produciría sólo en mí. Otros como yo, criados por familias apolíticas o de derechas –muchas están reflejadas en la de Cuéntame– tuvieron su proceso iniciático, generalmente en la etapa universitaria. A mí se me adelantó y fue por Chile.
Al verano siguiente, me llevé como lectura de vacaciones Confieso que he vivido, las memorias del poeta Pablo Neruda, embajador en Madrid y cónsul en Barcelona, que falleció pocos días después del golpe de Estado en su país. Aquí, dos años después, desde la muerte de “nuestro” golpista militar de 1936, todo se sucedería rápido a nivel colectivo y personal y en cinco años, de 1973 a 1978, yo habría pasado de aspirante a bachiller a estudiante de Derecho.
Hace solo seis meses, Estados Unidos desclasificó documentación sobre su evidente participación en el golpe, con particular referencia a Henry Kissinger
Pero lo que era mucho más importante: estaba alumbrándose una Constitución democrática y muy avanzada (desde donde veníamos), aunque la rapidez de lo sucedido desde entonces le ha hecho envejecer en algunas materias, pero no en las conquistas de derechos humanos. Mi habitación entonces en la casa de una familia de derechas estaría cubierta de fotos no de futbolistas sino de posters de iconografía de la época sobre la libertad, la Constitución, la igualdad, cadenas rotas… Mi padre, un hombre de otra ideología, nunca nada me objetó pues tenía un gran sentido del respeto y la tolerancia entonces y siempre.
En todo ese tiempo y después, esos jóvenes iríamos buscando lecturas e información sobre Chile, cómo actuaron los subversivos criminales, el nefasto papel de la Democracia Cristiana en el golpe, el contagio poco después en Argentina, la intervención colonial e intrusiva norteamericana, etc. Sobre esto, Hace solo seis meses, Estados Unidos desclasificó documentación sobre su evidente participación en el golpe, con particular referencia a Henry Kissinger (en nuestro país seguimos con la Ley de Secretos oficiales franquista de 1968). Muchos recordamos con emoción esa gran película de Costa Gavras Missing, que en mi caso vi varias veces en los cineclubs de la época de colegios mayores universitarios de Madrid.
Seguir los pasos, mucho después, de la incipiente y consolidada democracia en Chile, con los vaivenes posteriores, como el actual intento de redactar una Constitución superadora de la de Pinochet, resulta paradójico y triste, porque son los herederos ideológicos del dictador –los equivalentes a Vox pero mayoritarios– quienes pudieran dar a Chile un paso atrás de lustros.
Me resta recordar la gran emoción que experimenté en 2003 cuando estando en Santiago quise acercarme a la plaza del Palacio presidencial de la Moneda, lugar icónico, que había sido destruido en el bárbaro golpe militar treinta años antes. Allí recorrí sus alamedas adyacentes, tarareando canciones de Víctor Jara, cuyos asesinos han tardado cincuenta años en ser condenados hace escasos días. ¡Qué difícil es hacer justicia en países marcados por dictaduras largas! Aquí prácticamente todo ha quedado impune.
En esa estancia allá, un 12 de octubre, fiesta nacional española, en la recepción de nuestra embajada, tuve la oportunidad de conocer, hablar y emocionarme con la viuda de Salvador Allende, invitada al evento.
Han pasado cincuenta años de aquellos hechos que dejaron huella en muchos. En mi caso, lo he compartido ahora. Y sirva como pequeño testimonio de lo que, en jóvenes, casi niños, nos dejó en la memoria y en el alma; de lo que, a veces, se convierte en un río, puede ser el Mapocho, que, con sus meandros, nos lleva por la vida haciendo cauce en nuestro destino.
No es habitual utilizar la primera persona en los artículos de opinión, en los que el autor expone sus pensamientos e ideas. Sin embargo, hay casos como este en los que es necesario hablar de uno mismo, y no por vanidad precisamente, pues lo hago con pudor. Creo que la subjetividad que expresa cualquier escribano...
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Jesús López-Medel
Es abogado del Estado. Autor del Libro “Calidad democrática. Partidos políticos, instituciones contaminadas. 1978-2024” (Ed. Mayo 2024). Ha sido observador de la Organización de Estados Americanos (OEA) y presidente de la Comisión de Derechos Humanos y Democracia de la OSCE.
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