Beijing y La Moneda
¿Traidores, pragmáticos o visionarios?
A 50 años del golpe contra Allende, una reflexión sobre las causas que llevaron a la China de Mao a no romper los lazos diplomáticos con el Chile de Pinochet
Xulio Ríos 4/09/2023
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
El Chile de Salvador Allende fue el primer país de Sudamérica con el que la República Popular China pudo establecer relaciones diplomáticas. El triunfo de Allende supuso un giro en la política exterior de Santiago que afectó de lleno a las relaciones con la República de China (Taiwán), formalizadas en 1915.
A las pocas semanas del inicio del mandato del gobierno de la Unidad Popular (UP), el canciller Clodomiro Almeyda gestionaba en París el reconocimiento de Beijing, que llegaría de inmediato. Simbólicamente, ya en la toma de posesión de Allende en 1970 había participado un grupo de trabajadores chinos por invitación de la Central Unitaria de Trabajadores de Chile.
La ruptura de relaciones con la China de Chiang Kai-shek en beneficio de la República Popular de Mao era una decisión esperada y lógica teniendo en cuenta la matriz ideológica del gobierno de UP, pero también en razón de la propia simpatía expresada por Allende respecto a la China revolucionaria. Tras fundar en 1953 el Instituto Chileno-Chino de Cultura, Allende viajó a China en 1954, a los cinco años de nacer la República Popular, cuyas relaciones con el exterior eran por entonces muy escasas. De igual manera, esperada y lógica también habría sido la ruptura de China con el Chile de Pinochet tras el brutal golpe de Estado militar. Pero no se produjo.
La China de Mao se convirtió en el tercer comprador mundial del mineral chileno
El poeta Armando Uribe se convirtió en el primer embajador chileno en Beijing. A él correspondió la tarea de complementar esa afinidad y simpatía ideológicas con la implementación de vínculos comerciales de interés para ambas partes. Esto se plasmó, sobre todo, en el cobre. La China de Mao se convirtió en el tercer comprador mundial del mineral chileno.
En lo político, Chile apoyó en Naciones Unidas la resolución que reconocía a la República Popular como el gobierno legítimo y único representante de China, y Beijing apoyó la propuesta chilena de establecer las 200 millas náuticas como límite para la explotación de los recursos por parte de los estados ribereños. Hubo otros acuerdos comerciales y crediticios y también intercambio de visitas de alto nivel. Todo discurría con un potencial a la medida de las expectativas de ambas partes. Hasta que llegó el golpe y un gran interrogante se impuso.
La no ruptura con la Junta Militar
Sorprendió enormemente en su momento que Beijing no rompiera los vínculos diplomáticos con la Junta Militar encabezada por Pinochet. El primer ministro chino Zhou Enlai envió un telegrama a la viuda de Allende para testimoniarle su pesar por la trágica muerte de su esposo, aunque lo hizo a título personal. Pero oficialmente, la actitud de China, a diferencia de los países socialistas de la órbita soviética –salvo Rumanía– que retiraron de inmediato a sus embajadores, estuvo marcada por la prudencia y la ambigüedad. La misma posición parecía adoptar el nuevo poder instalado en La Moneda.
Aunque en Naciones Unidas, China condenó el golpe, al mismo tiempo dejaba de reconocer al embajador Uribe, designado por Allende y leal a su gobierno. Los soviéticos, entonces en dura contienda ideológica y política con Beijing, aseguraron que la China de Mao se había posicionado del lado de los militares. Lo cierto es que ni de una parte ni de otra, China o Chile, parecía existir interés en romper. Se abrió un compás de observación y espera. Las dudas desaparecieron del todo cuando en febrero de 1974 Beijing reconoció al nuevo embajador designado por Pinochet, el general jubilado Hiriart Laval. China argumentaba que un principio básico de su política exterior era –lo es aún– la “no interferencia en los asuntos internos” de otros países.
Los soviéticos, entonces en dura contienda ideológica y política con Beijing, aseguraron que la China de Mao se había posicionado del lado de los militares
Pero que la China maoísta y de la Revolución Cultural se entendiera de alguna forma con el Chile anticomunista de Pinochet rompía los moldes. El hecho no solo sorprendió a la izquierda mundial sino también a los rivales del PCCh asentados en Taiwán, liderados por Chiang Kai-shek. Este esperaba recuperar los lazos con Chile tras la caída de Allende. No fue así porque la Junta Militar de Pinochet tampoco manifestó interés en ello.
Bien es verdad que si las relaciones formalmente se mantuvieron, los contactos reales decrecieron irremisiblemente durante varios años. El cambio devino a finales de la década en función del recíproco interés en impulsar estrategias de apertura en lo económico. Esto permitió identificar un terreno común para arbitrar una cooperación que abarcó numerosos campos, incluido un ámbito de especial interés estratégico para China: la Antártida.
¿Por qué China no rompió?
La principal razón probablemente tiene que ver con su pugna con Taipéi por el reconocimiento diplomático. En 1971, 68 países reconocían a la República de China (Taiwán) frente a 53 a la China Popular; sin embargo, en 1973, esta ya sumaba 89 frente a los 31 de Taiwán. Era esta una de sus principales obsesiones internacionales, que se prolonga hasta hoy día cuando Taiwán solo puede acreditar 13 reconocimientos formales.
De romper con Santiago, con seguridad Chile se iría con Taiwán, que por aquel entonces pugnaba muy seriamente por asegurar más aliados en el mundo
Beijing quería evitar un revés en una región como América Latina, de gran importancia política y estratégica para sus intereses. De romper con Santiago, con seguridad Chile se iría con Taiwán, que por aquel entonces pugnaba muy seriamente por asegurar más aliados en el mundo. Recuérdese que no sería hasta 1979 cuando Estados Unidos formalizaría las relaciones diplomáticas con la China Popular, precisamente tras lograrse un acuerdo en torno a la admisión del principio de “una sola China” que exigió siete años de negociaciones. En este contexto, para Beijing era clave mantener las posiciones.
Otro factor a tener en cuenta es el marco de la Guerra Fría. La salida del aislamiento internacional de China, propiciada por el acercamiento a Estados Unidos tras la histórica visita de Nixon, empujaba en esa dirección. La antipatía mutua hacia la URSS, que favorecía el entendimiento entre Washington y Beijing, era igualmente compartida con el Chile de Pinochet. En el X Congreso del PCCh (1973), se señaló a la URSS como “más peligrosa” que el rival estadounidense.
Ya entonces la relevancia de los intereses acompañaba el pragmatismo como seña de identidad de la política china. Al igual que la idea de trascender las diferencias ideológicas y primar el intercambio comercial de forma que cada sociedad pudiera resolver el problema del desarrollo y conformar su propio modelo sistémico.
En Beijing, el análisis del gobierno de la UP partía de varias premisas: los comunistas chilenos, componente significativo de aquel movimiento, eran “más prosoviéticos que los soviéticos”. Eso no fue óbice para que China alentara los contactos, pero obligaba a ambas partes a tener muy en cuenta esa animadversión. Quizá por eso también, China nunca dejó de expresar con bastante sinceridad sus reservas, como hizo Zhou Enlai al ministro Clodomiro Almeyda en su encuentro de enero de 1973. En esa conversación, de la que levantó una muy expresiva acta, Fernando Reyes Matta, el primer ministro chino expresaba su inquietud respecto a algunas medidas económicas llevadas a cabo por el gobierno de Allende (nacionalizaciones de los grandes minerales, por ejemplo) y que, en su opinión, iban demasiado rápido, con serias dudas acerca de si se daban las condiciones para ello. Igualmente, planteó ya entonces la posibilidad de una intervención militar contra el gobierno de Allende y mostró preocupación por el grado de control del ejército y el nivel de apoyo que podría tener una acción golpista.
En aquella ocasión, Almeyda le explicó a Zhou Enlai que 1973 era el año más difícil de su proceso, dado el impacto del bloqueo económico a que se sometía al gobierno, y reclamaba la ayuda de Beijing en un contexto de cierta decepción por el alto interés de los créditos facilitados por la URSS. Zhou se avino a considerar la petición aunque sin dejar de enfatizar que para China la prioridad era el apoyo a Vietnam y criticar a la URSS por su usura: “¡Cómo pueden llamarse socialistas!”, exclamaba.
Aunque Allende gozaba de estima y respeto en China, los maoístas descreían de la “vía chilena al socialismo”
Como apuntó Irma Henríquez, aunque Allende gozaba de estima y respeto en China, los maoístas descreían de la “vía chilena al socialismo” que consideraban apadrinada por la URSS. Les unían los ideales antiimperialistas pero en cuanto a la hoja de ruta interna a seguir, el escepticismo chino, quizá por lo que consideraba excesiva influencia soviética en el proceso, imponía cierta distancia. La caída del gobierno de UP, por otra parte, significó un retroceso de la influencia soviética en la región, un espacio que podía aspirar a ocupar desarrollando una visión propia de las relaciones internacionales.
En resumen, fue probablemente la rivalidad diplomática China-Taiwán la determinante principal en una decisión china marcada, de una parte, por el contexto antisoviético de su posicionamiento ideológico pero, por otra, por la reafirmación paralela de vectores clave que primaron en la política exterior posmaoísta. El pragmatismo y el valor económico de la relación elevarían su protagonismo frente a otras consideraciones de carácter más ideológico. Por otra parte, la proclama de la no interferencia en los asuntos internos de otros países le ofrecería cierto blindaje de ida y vuelta pues tanto servía para justificar inhibiciones (frente a los desmanes de terceros) como rechazos (frente a las críticas a los propios).
El Chile de Salvador Allende fue el primer país de Sudamérica con el que la República Popular China pudo establecer relaciones diplomáticas. El triunfo de Allende supuso un giro en la política exterior de Santiago que afectó de lleno a las relaciones con la República de China (Taiwán), formalizadas en 1915.
...Autor >
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí