NO NI NÁ
¡A la mierda el trabajo! (3). Cuanto más leales, más explotados
Un estudio concluye que las tareas extras sin remunerar recaen en los empleados más comprometidos. La mala noticia para los jefes es que hay una gran renuncia silenciosa entre los trabajadores: cada vez se involucran menos
Vanesa Jiménez 23/09/2023
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A la mierda el trabajo. No ni ná. En concreto, y en abstracto. A la mierda la atracción de talento, el capital humano, los candidatos activos y los pasivos, la cadena de valor; a la mierda el know how, el employer branding, el smart work, el outsourcing; a la mierda el salario emocional, en especie, en incentivos, en vales de comida, en pirulís de fresa. A la mierda el workaholismo. A la mierda el trabajo porque es la mayor trampa y el peor engaño al que nos hemos sometido los seres humanos a cambio del (supuesto) desarrollo de la civilización, y a la mierda también porque tu jefe en no pocas ocasiones puede llamarse (o parecerse a) José Luis Yzuel o Tim Gurner. Ahora, y en el Imperio Romano.
Yzuel, que se declara “progresista y liberal: la vida no se puede ver con un solo ojo”, es el presidente de la Confederación empresarial de Hostelería de España, y se halla perturbado porque la población joven “ya no se incorpora a trabajar”. Les traduzco: no se deja explotar. El máximo representante del gremio hostelero no se lleva bien con las matemáticas, ni con el Estatuto de los Trabajadores, y asegura que “toda la vida hemos hecho en hostelería media jornada, de 12 a 12. Eso se llama flexibilidad”. Más bien se llama otra cosa. “Que un camarero diga que trabaja 10 horas pues, en fin, no es grave. Trabajar a turno partido, el sábado, el domingo, los festivos... ¡10 horas! Joder, qué dolor”. Yzuel tardó un día en pedir disculpas, después de las críticas generalizadas de las redes sociales. Sus palabras eran, según dijo en un vídeo, “una broma dentro de un contexto”.
Gurner es un millonario australiano de 41 años, CEO del grupo que lleva su apellido, y anda bastante atribulado porque después de la pandemia las personas no quieren trabajar tanto. Él, que según podemos observar en el vídeo de la charla con Financial Review tiene poca pinta de deslomarse en el tajo de la construcción de lujo que promueve, defiende una fórmula segura para reducir lo que llama “arrogancia en el mercado laboral”: que el desempleo aumente entre un 40% y un 50%. Sufrid, sufrid, malditos vagos, que cuando azuce el hambre ya volveréis al redil. “Tenemos que recordar a la gente que trabaja para el empresario, no al revés”. Gurner también pidió perdón en un comunicado: “Me arrepiento profundamente y estaba equivocado”. Bien por la presión social que obliga a los explotadores a disimular que lo son.
Los jefes tienden a explotar más a los trabajadores leales que a los menos comprometidos
Yzuel y Gurner representan, podemos deducir de sus declaraciones, el paradigma de esos jefes estudiados por Matthew Stanley, de la Universidad de Duke (Durham, Carolina del Norte), Chris Neck padre y Chris Neck hijo, de la Universidad Estatal de Arizona y la Universidad de Virginia Occidental, respectivamente. Los tres investigadores pretendían encontrar evidencias que corroborasen la hipótesis de que los empleados más leales son percibidos por sus jefes como más explotables, porque están dispuestos a hacer sacrificios por la empresa. También había argumentos –esto lo explican los autores del estudio– a favor de la hipótesis contraria: que los jefes intentaran proteger o recompensar a los empleados más comprometidos y leales con la compañía eximiéndoles de tareas añadidas. Supongo que ya imaginan el resultado del estudio. Sí, los jefes tienden a explotar más a los trabajadores leales que a los menos comprometidos.
Para los cuatro estudios que se realizaron en paralelo, los investigadores reclutaron a 1.400 superiores, que debían decidir sobre un empleado ficticio de 29 años llamado John. La empresa, también supuesta, tenía un presupuesto ajustado y, para mantener los costes, los jefes (los del estudio) debían decidir si estaban dispuestos a asignarle a John horas y responsabilidades adicionales sin ningún pago extra. En todos los escenarios planteados, los jefes eran favorables a pedirle a John que asumiera un trabajo no remunerado cuando era un trabajador considerado leal. Siempre estaban más dispuestos a explotar al John leal que al desleal.
Los autores de la investigación concluyen que la sociedad ha logrado algunos avances positivos al prohibir tipos atroces de explotación, aunque otros, más sutiles, siguen siendo demasiado comunes. Esto quizá esté cambiando. Y no por los jefes, sino por los trabajadores. Sobre todo los más jóvenes.
Solo el 10% de los españoles se sienten comprometidos con su trabajo, por debajo de la media europea del 13%
En noviembre de 2021, publiqué la primera columna de esta serie que llevaba por título ¡A la mierda el trabajo! (Larga vida a ‘the Big Quit’). En ella les hablaba de un fenómeno que se había iniciado en abril de ese año en Estados Unidos y que había sido bautizado como la gran renuncia. En resumen, la cosa consistía en que cada mes, casi cuatro millones de personas, el 2,7% de toda la fuerza laboral, dejaba sus empleos. Los motivos de esta deserción esgrimidos por los analistas eran diversos, pero la idea de hartazgo, de que muchas personas fueron conscientes en la pandemia de que sus trabajos eran malos o pésimos, se imponía. El economista Paul Krugman se preguntaba entonces si la gran renuncia no era también un gran replanteamiento.
Hoy, con datos más definitivos, sabemos que en 2021, 47,7 millones de personas abandonaron voluntariamente su trabajo en Estados Unidos. Y que a fines de 2022, otros 50,5 millones de trabajadores habían renunciado. En agosto de ese año se produjo el récord de dimisiones: 4,4 millones, el 3% de la masa laboral. Y también se alcanzó el pico de crecimiento salarial, que ya se había disparado en 2021 ante la demanda de trabajadores en sectores clave. Según el Departamento de Trabajo, en 2022 se registró una cifra récord de contratos –76,4 millones– y el menor número de despidos hasta la fecha: 16,8 millones. En junio de este año, la población activa en Estados Unidos era de casi 167 millones.
Los expertos sostienen que la gran renuncia ha terminado. Once subidas consecutivas de los tipos de interés en Estados Unidos, una inflación persistente y despidos masivos en algunas industrias no dibujan el escenario ideal para abandonar un trabajo. Pero hay una excepción: los millennials y la generación Z. Según un estudio de LinkedIn, casi el 70% de los estadounidenses que se encuentran en esta franja de edad declaran que planean dejar sus trabajos este año. Ellos componen las generaciones más formadas de la historia del país: alrededor del 63% de los millennials tienen un título universitario, mientras que el 57% de los jóvenes de 17 años o más estudian en la universidad.
España ha perdido 32.000 camareros desde 2019. Es una malísima noticia para Ayuso y sus amigos
La economía no es una buena aliada de las deserciones, pero no tiremos la toalla, hay otras maneras. En junio de este año, Gallup publicó el informe anual “State of the Global Workplace 2023”, que pintaba un panorama similar en la mayor parte del mundo: personas estresadas, poco comprometidas con su empleo y cada vez más alejadas de sus jefes. Según la encuesta, en Estados Unidos, el 59% de los trabajadores habían renunciado silenciosamente, es decir, pasaban bastante aunque lo disimulaban –ley del mínimo esfuerzo–, y el 18% directamente pasaban del todo y no lo disimulaban: ley de ningún esfuerzo. Cuando Gallup preguntaba a los trabajadores qué mejoraría en sus empleos, la mayoría no hablaba de salarios, abordaba las condiciones laborales, cómo se sentían en el puesto. Otro dato relevante: el estrés en el trabajo se encuentra en niveles récord. Alrededor del 44% de los encuestados dijo que experimentaban “mucho” estrés. En España las cosas no difieren mucho. Según la misma encuesta, solo el 10% de los españoles se sienten comprometidos con su trabajo, por debajo de la media europea del 13%.
A principios de este mes, Cepyme, la patronal de la pequeña y mediana empresa, publicó el informe El reto de las vacantes en España. El titular del estudio era sorprendente: el 71% de las pymes tiene dificultades para cubrir sus vacantes de empleo, aunque, no me pregunten por qué, solo el 44% están buscando trabajadores en este momento. Los empresarios se quejaban de que la falta de personal está “frenando” su crecimiento –el de ellos– y aportaban diversos argumentos –demográficos, sociales, educativos– para explicar por qué no encuentran personas dispuestas a trabajar en sus empresas. El estudio resaltaba que “esta debilidad se ha puesto de manifiesto en ámbitos como la hostelería y la construcción, fuertemente vinculados al modelo productivo español”. Sí, hemos llegado a las personas que trabajan como camareros y camareras. Según Comisiones Obreras, España ha perdido 32.000 camareros desde 2019. Es una malísima noticia para Ayuso y sus amigos. En las tertulias de radio Intereconomía, doy fe, se ponen de los nervios con esto de que falten trabajadores, y sobre todo camareros. A ver si no nos vamos a poder ir de cañas. A mí, sin embargo, me parece una noticia estupenda. Si los jefes son como el jefe de la patronal hostelera, a la mierda el trabajo y abajo la explotación.
En Grecia, los trabajadores se han echado a la calle para denunciar una reforma laboral que aumenta la jornada de 45 a 78 horas
Eso mismo deben pensar los trabajadores griegos, que se han echado a la calle para protestar contra la reforma laboral del gobierno ultraconservador de Kyriakos Mitsotakis, que aumenta la jornada de trabajo de 45 a 78 horas: 13 diarias y seis días laborables. Miles de personas han recorrido las calles de Atenas con pancartas en las que se leía “No nos convertiremos en esclavos modernos” y “Las ocho horas de jornada fueron y serán una conquista de los trabajadores”. Ay, mi Grecia querida. Recuerden las políticas de austeridad impuestas al país. Recuerden los ocho años, tres meses y 18 días de la troika después del primer rescate pactado un 2 de mayo de 2010. El FMI, miembro de esa troika que supervisó la gestión de la crisis, reconoció sus errores. Pero nada cambió. En agosto de 2022 finalizó el tutelaje económico de Bruselas. Tras más de una década de austeridad, el país había reducido el déficit, pero la economía había caído un 25% y el paro era el más alto de la UE
En el siglo XX, el culto al trabajo se convirtió en la nueva religión. Éramos el trabajo que teníamos. Nuestro nombre iba irremediablemente asociado al cargo o al empleo, y nuestras vidas debían gravitar en torno a aquello por lo que nos pagaban. Fue entonces cuando se rompió el mundo. Capitalismo salvaje y depredación absoluta de los recursos de la Tierra. Todo se había iniciado muchísimo antes, cuando empezamos a ser tantos que el planeta no daba de sí por generación espontánea. El mundo ya no era como la Atlántida mitológica. Había que fabricar alimentos y cosas. Las palabras que ahora sirven para nombrar lo que cobramos, salario y sueldo, tienen su origen en el Imperio Romano. El salarium era el nombre de los paquetes de sal con que pagaban a las personas que custodiaban la Vía Salaria, utilizada para transportar la sal hasta el río Tíber, y el solidus era una moneda con la que se retribuían distintos trabajos. En fin, que el engaño es ya muy largo.
Ahora que la protección del planeta debería ser nuestro gran objetivo, que la producción y el crecimiento ya no sirven si queremos preservar la vida en la Tierra, quiero pensar que el concepto de trabajo está cambiando, que nuestro compromiso está, sobre todo, en nuestras vidas y en las de las otras personas. Yo seguiré buscando pistas que apunten en esa dirección. Mientras tanto, sigamos denunciando a los explotadores.
Si pueden, no se dejen acosar ni explotar. Miren a las mujeres de la selección española de fútbol. Cuánta dignidad. Ellas están marcando un camino mucho mejor para todas y todos. De momento, no es poco. No ni ná.
A la mierda el trabajo. No ni ná. En concreto, y en abstracto. A la mierda la atracción de talento, el capital humano, los candidatos activos y los pasivos, la cadena de valor; a la mierda el know how, el employer branding, el smart work, el outsourcing; a la mierda el salario...
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Vanesa Jiménez
Periodista desde hace casi 25 años, cinturón negro de Tan-Gue (arte marcial gaditano) y experta en bricolajes varios. Es directora adjunta de CTXT. Antes, en El Mundo, El País y lainformacion.com.
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