No ni ná
‘Tax the rich’ pero poco
Los ricos siempre ganan. Esperemos que no estén ganado también los más malos. He leído en demasiados sitios que Trump no se ha ido, y que quiere volver en 2024
Vanesa Jiménez 13/12/2021
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Los ricos siempre ganan. No ni ná. Y si hablamos de impuestos, no importa que el país lo dirija un millonario como Joe Biden, uno como Boris Johnson, o el Gobierno más progresista de la historia de España (hola, Amacio, desde aquí te saludo). El mundo funciona así, y yo, la verdad, en algunos casos lo entiendo. Porque uno puede tener muy buena voluntad, querer enterrar 40 años de hegemonía neoliberal, bailar sobre las tumbas de Thatcher y Reagan, maldecir el ordoliberalismo de Merkel –qué viva el austericidio–, pero al final la clase tira al monte y los iguales se protegen. ¡Que somos compañeros, coño! Imaginen a Biden trinchando el pavo de Acción de Gracias en la lujosa isla de Nantucket –sí, la que describió Herman Melville en Moby Dick–, en la que pasa la festividad con su familia desde 1975, y a su lado un cuñado pegado a la oreja: “Hombre, Joe, que tu plan de recuperación está muy bien, pero a mí el keynesianismo me sale por un pico”. Imagine que usted, que es Biden, ya tiene el día regular, porque por la mañana salió a estirar las piernas y Johnny Deep y Gisele Bündchen, habituales de la isla, le miraron mal. Imagine, además, que la mansión en la que pasará cinco días se la presta su amigo multimillonario David Rubenstein, cofundador de la firma de inversión Carlyle Group, desde que Gerald Ford era presidente. Qué sinvivir, qué come come constante lo de subirle los impuestos a los tuyos. Y eso sin contar con que una cosa es querer y otra es poder, que mandar es lo que tiene, que hay que pactar, buscar consensos, y que después la cosa se queda en ná... Hola, Unidas Podemos.
Pongámonos en situación. 20 de enero de 2021. Investidura del 46.º presidente de Estados Unidos, que ya había sido el 47.º vicepresidente años antes. Y de Kamala Harris, primera mujer vicepresidenta del país, hija de inmigrantes. Biden habló de democracia, de racismo estructural y de un programa político centrado en la recuperación económica, la educación, la sanidad y la crisis climática. Bueno, y de un montón de tópicos internos que les ahorro. Lady Gaga cantó el Star-Spangled Banner con chaqueta y falda de los mismos tonos que la bandera estadounidense. Esto daría igual si no fuese porque después contó que la vestimenta era a pruebas de balas. Aquello debía pesar tela. También cantó Jennifer López, de blanco (Chanel) sufragista –dijeron– hasta las trancas, que gritó en español “libertad y justicia para todos”. Y por encima de cualquiera, con mascarilla quirúrgica y manoplas gastadas –no creo que encontrara hueco en el número del Vogue que debatía sobre tonos de morado–, Bernie Sanders, el hombre que debió ser presidente en vez de Clinton, Hilary, y al que mirábamos para convencernos de que todo estaba bien. Habíamos pasado por Trump y por un serio intento de golpe de Estado apenas unos días antes. Necesitábamos un respiro. Spoiler: Sanders vuelve al final.
Aquel día y los siguientes, y las semanas posteriores, y los meses que fueron pasando, los medios menos de derechas lanzaron muchas campanas al vuelo: soplaban aires de cambio de régimen económico en Estados Unidos y, con el capitalismo salvaje necesitado de extremaunción, y una pandemia mundial, eran buenas noticias. Finales de mayo. Biden presenta su proyecto de presupuestos de seis billones de dólares, con aumentos de más del 40% en Educación, del 23% en Sanidad y del 22% en Medio Ambiente. Agosto. Los demócratas consiguen aprobar en el Senado –50 votos a favor, 49 en contra, todos republicanos– el marco legal de un paquete de 3,5 billones de dólares (2,9 billones de euros) para la agenda social. Horas antes, el Senado también había aprobado un plan de infraestructuras por valor de un billón de dólares, el mayor en décadas. Finales de octubre. Tras meses de negociaciones internas, Biden rebaja a la mitad su propuesta de gasto social para unir a los demócratas, que luchar contra la desigualdad está bien pero sin pasarse. Los 3,5 billones de dólares se quedan en 1,75. Se caen algunas promesas electorales, como la baja de maternidad y familiar pagada o los 300 dólares al mes por hijo. “Nadie consiguió todo lo que quería, incluido yo mismo”, dijo el presidente entonces. El plan, que tenía que pasar por el Congreso, se pagaría en su totalidad mediante nuevos impuestos, y más impuestos, a los ricos. Viernes 19 de noviembre. El proyecto, bautizado como Build Back Better (Reconstruir mejor), logra la aprobación de la Cámara de Representantes. Biden, imagino, ya se ve en los libros de Historia como Roosevelt con el New Deal. Jill, saca el vino (más) caro, pero solo una copa, que viene la letra pequeña.
Para asegurar el apoyo demócrata en bloque, el partido incluyó una disposición que eleva sustancialmente el máximo deducible a nivel federal según los impuestos que se paguen en cada Estado. En 2017, Trump había reducido este máximo –conocido como tope SALT– hasta los 10.000 dólares. Lo del expresidente “más criminal que jamás haya habitado el planeta Tierra” –Chomsky dixit– no era un acto de bondad, ya supondrán, más bien iba contra los millonarios mayoritariamente demócratas que residen en los estados con los impuestos más altos –Nueva York, Nueva Jersey, California y Connecticut– y, también, para compensar los mil millones de dólares que acababa de recortar en impuestos a los más ricos. Ahora, el proyecto de ley de Biden eleva ese máximo deducible hasta los 80.000 dólares. Te lo subo por un lado, te lo bajo por el otro, oiga.
Que un partido que hizo campaña para aumentar los impuestos a los millonarios como una forma de reducir la desigualdad presente esta propuesta es, como poco, sorprendente. Pero, ya les decía al principio, hay que entenderlo, que son compañeros, y son sus electores y sus donantes, y lo que les hizo Trump fue muy feo.
Tras la iniciativa fiscal, a Biden le han dado la del pulpo y no solo los republicanos, que se han sentado a aplaudir porque el año que viene son las elecciones del midterm. La revista The Atlantic, que sufrió más de un ataque de Trump, tacha la propuesta como “hipócrita” y cita a Jason Furman, un economista de Harvard que trabajó con Obama, que asegura que la medida es “obscena”. Jacobin, revista de izquierdas, asegura que la medida fiscal no es un pequeño ajuste, y que se ha convertido en una de las disposiciones más caras de toda la legislación Build Back Better. Jacobin acusa a los demócratas de mentir cuando argumentan que la iniciativa afectará también a las clases medias, y se pregunta por qué es una parte imprescindible de la agenda económica demócrata. The Economist –ya, liberalismo en vena, pero si la leía y citaba Karl Marx, pues yo también– publicó un artículo el 4 de diciembre en el que echó el resto: “SALT in the wounds” (Sal en las heridas). “The Democrats’ fiscal policy makes a mockery of their progressive pledges” (La política fiscal de los demócratas se burla de sus promesas progresistas). En el texto, la revista habla de “fiasco fiscal” y asegura que los demócratas prefieren dar a cada miembro del 1% más rico un recorte medio en impuestos de 15.000 dólares, en vez de mantener, por ejemplo, las prestaciones por hijos que, dicen, han reducido drásticamente la pobreza entre los estadounidenses más necesitados.
El paquete de gasto social, en el que está la iniciativa del tope SALT, tiene que pasar por el Senado este mes. Allí la espera Bernie Sanders, senador por el estado de Vermont, 80 años de edad, y última esperanza para que la cosa no sea tan vergonzante. Sanders se ha comprometido a luchar contra la propuesta y plantea restringir los beneficios del aumento en la deducción a los contribuyentes que estén por debajo de los 400.000 dólares. En fin, tampoco parece jauja.
Pero más allá de lo que ocurra en la Cámara Alta, y aunque se revise sustancialmente el tope SALT, los demócratas seguirán siendo los que votaron en el Congreso para que los ricos, sus ricos sobre todo, se ahorraran impuestos. Y esto es gasolina para el Partido Republicano. A ver cómo les dices ahora que eso de que los demócratas trabajan en la sombra para enriquecer a sus donantes más selectos es mentira.
Los ricos siempre ganan. No ni ná. Esperemos que no estén ganado también los más malos. He leído en demasiados sitios que Trump no se ha ido, y que quiere volver en 2024. La CNN usa el verbo merodear. Ahora no sé qué decirles. ¡Pues que viva Biden! Ah, ¡y Alexandria Ocasio-Cortez! Ella, siempre.
Los ricos siempre ganan. No ni ná. Y si hablamos de impuestos, no importa que el país lo dirija un millonario como Joe Biden, uno como Boris Johnson, o el Gobierno más progresista de la historia de España (hola, Amacio, desde aquí te saludo). El mundo funciona así, y yo, la verdad, en algunos...
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Vanesa Jiménez
Periodista desde hace casi 25 años, cinturón negro de Tan-Gue (arte marcial gaditano) y experta en bricolajes varios. Es directora adjunta de CTXT. Antes, en El Mundo, El País y lainformacion.com.
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