En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
El Atleti vuelve a Celtic Park 50 años después, al lugar donde libró la cruenta Batalla de Glasgow, un hito del imaginario “indio”. El lugar que decantó la identidad atlética para los restos: tres expulsados, cargas policiales contra los jugadores, agresiones y la ira de una afición tan ardiente como las que habitaban las gradas británicas en los albores del fenómeno hooligan en las islas. En aquel infierno ovalado del barrio de Parkhead, vestigio de las viejas pistas para bicicletas, animoso y umbrío, el Atleti llevó su rebeldía al paroxismo. Con ocho jugadores en el campo, consiguió empatar a cero en la ida de las semifinales de la Copa de Europa de 1974.
Hasta un magistrado de un tribunal de Glasgow calificó como provocadora la actitud del Atlético
Bobby Gillespie, cantante de Primal Scream, narra en sus memorias (Un chaval de barrio) su obsesión por el fútbol y su afición por el Celtic de su infancia, donde aún militaban varios de los “Leones” que conquistaron en Lisboa la Copa de Europa de 1967 para los escoceses, bajo la dirección chamánica de Jock Stein, el primer técnico protestante de los blanquiverdes. A Gillespie, sentado frente al televisor aquella noche del 74, el “cinismo táctico del ultraviolento, asesino y odioso Atlético” le hizo llorar. “Fue como si televisaran una guerra de pandillas, no un partido de fútbol”. Tenía 12 años.
Su recuerdo está en sintonía con los titulares (parciales) de la prensa británica. El Daily Mirror presagió el “Mad, Bad and Dangerous” con que etiquetó al Atleti por el duelo europeo frente al Manchester City en abril de 2022, titulando a toda página en su edición del 12 de abril de 1974: “BLOODY FARCE” (FARSA SANGRIENTA), en letras de caja alta. “Esta noche se ha quemado la efigie del fútbol”, proclamó el célebre escritor de fútbol Geoffrey Green en The Times, quien añadió con chirriante gazmoñería que “fue un caos, una noche en la que las estrellas arrojaron sus lanzas y regaron el cielo con sus lágrimas”. “Anoche el juego murió como espectáculo” (Evening Standard). “Un triste espectáculo” (The Sun). “Escenas desgraciadas” (The Guardian). “Espectáculo odioso” (L’Equipe). El Evening News de Edimburgo pedía que la vuelta se jugara en terreno neutral, y hasta un magistrado de un tribunal de Glasgow calificó como provocadora la actitud del Atlético, antes de poner en libertad a los aficionados que se lanzaron al campo a agredir a los colchoneros. El Atleti había dejado tras de sí ruinas humeantes, tibias con verdugones y lágrimas en las gradas de Parkhead. El Atleti había blindado su leyenda. Pero, ¿qué pasó aquella noche?
Portada del Mirror Sport del 11 de abril de 1974.
“Recuerdo que salimos vivos”, nos cuenta Adelardo, el capitán colchonero. Es fácil quedarse con el recital de patadas que ese día propinó un Atleti que olía a amor y zafarrancho, y que cambió las rayas canallas por las camisas rojas de Garibaldi. Pero había un trasfondo. “Nos recibieron fatal. A la llegada al aeropuerto, al entregar el pasaporte, nos lo tiraban al suelo. La afición también nos recibió mal. Su defensa era un martillo. Cada vez que recibía el balón Gárate, sus centrales le daban una patada de mala fe. Jimmy Johnstone empezó a reírse de Panadero Díaz, le provocó. Panadero recibió una dura entrada y el árbitro no actuó. Así que dijimos, o hacemos algo, o nos van a maniatar y a hacer mucho daño. Nos juntamos y fuimos a por ellos”. En efecto, la primera patada la recibió Panadero Díaz.
Esto desmiente la idea de que fue Juan Carlos Lorenzo, el entrenador de los rojiblancos, el instigador del motín. La prensa británica no había escatimado en alusiones de índole racista a los argentinos del Atleti, aquella nómina de estilistas y cancheros que le valieron el apodo de “indios” a los del Manzanares. “Animals! Again”, dijo el Daily Mirror. Sir Alf Ramsey, seleccionador inglés en el Mundial del 66, tras el partido que les enfrentó a los ingleses, había llamado “animales” a los argentinos, entonces dirigidos por Lorenzo. El Celtic aún guardaba un aciago recuerdo de Rubén Panadero Díaz, que se midió al cuadro escocés en la Intercontinental del 67 cuando militaba en Racing de Avellaneda, en otro duelo escalofriante.
No hubo premeditación ni complot argentino
Pero “Lorenzo no nos dijo nada”, recuerda para CTXT Jabo Irureta. “Era un míster que no gritaba. Era muy buena persona y hablaba muy bien. Era muy cachondo, había jugado en el Atleti y sabía llevar el grupo. No sé si los argentinos hablaron entre ellos, pero no lo creo. Ovejero iba siempre al límite. Para mí no fue premeditado, ellos entraban fuerte y nosotros, viendo cómo iba el partido, fuimos más duros. Eran un gran equipo, con Kenny Dalglish, que luego iría al Liverpool, y el pequeñito, Johnstone. El ambiente nos condicionó. Y nosotros teníamos jugadores muy valientes”.
Lorenzo encarnó la modernidad del fútbol argentino, a menudo vista como una irrupción del cinismo en el contexto de la nostalgia por el caduco preciosismo de La Máquina, el River de los años 40. Era discípulo de Manuel Giúdice, cuyos equipos acumulaban jugadores detrás del balón, en una versión argentina del catenaccio, y cuidaban la preparación física. Lorenzo, como dijo Mario Zanabria, al que dirigió en Boca, “era lo más moderno que existía: la mayoría de las cosas que decía, sucedían”. Fue el otro gran exponente del estilo italiano. Fuertemente influido por Helenio Herrera, Lorenzo es la figura mediúmnica que enlaza a HH (que conquistó dos ligas para el Atleti en el banquillo) y Marcel Domingo (el hombre que esculpió el estilo histórico del contraataque para los colchoneros) con Luis, su sucesor al año siguiente en el vestuario rojiblanco, y Simeone. “Era muy simpático. En todas las concentraciones de la Copa de Europa, Lorenzo llevaba un radiocasete grande al hombro en el que sonaba sin parar el ‘Y viva España’, de Manolo Escobar”, recuerda Adelardo. “Era su forma de motivarnos”.
Así que no hubo premeditación ni complot argentino. En la víspera del partido, relata Adelardo, Panadero Díaz y Ovejero se enzarzaron en una pelea que llegó a las manos. La prensa inglesa captó el momento en que Díaz le asestaba un puñetazo a Ovejero, con un titular en que le llamaba “Killer” (“Asesino”). Fue la chispa que encendió la hostilidad del Celtic… y la camaradería atlética. “A la hora de la comida nos reunimos todos”, explica Adelardo. “Eran grandes amigos. Hicimos que se perdonaran para sacar adelante el partido. Y surtió efecto”.
Dogan Babacan, el árbitro que dirigió la ‘Batalla de Glasgow’, durante un lance del partido.
“Vamos a intentar ponerles nerviosos”, dijo con guasa Lorenzo en la víspera, cuando diseñó un cuidado cerrojo en el que el Celtic sería “el gato y nuestros jugadores, un ratón muy asustadito”. Tener el balón, jugar la pelota rasa y cortar su ritmo. Y chutar desde cualquier distancia, dada la inseguridad del meta Connaghan. El aguerrido estilo de contragolpe se había adherido a la piel del Atleti más argentino y canchero de la historia. El de los indios. “Medio equipo era argentino. Y yo, que nací en Argentina”, bromea Gárate, que todavía recuerda la extrema dureza del partido. “El ambiente era increíble, el Celtic tenía un gran prestigio europeo”. Gárate, que según las crónicas de la época aterrizó en Glasgow como la gran estrella rojiblanca, junto a Ratón Ayala, plasma la esencia de aquel equipo indómito: “La estrella allí era el conjunto, si algo tenía el Atleti era que en el campo éramos un equipo por encima de todo”, nos dice.
El plan funcionó a medias, pero la emboscada prosperó. El resto es historia. Reina en la puerta; Ovejero de líbero; Melo y Panadero en las alas; Eusebio y Benegas en el centro de la defensa; Irureta, Heredia y Adelardo en el centro del campo, y Ayala y Gárate en punta fueron los héroes que resistieron el asedio del Celtic. El árbitro turco Babacán (“un loco”, según el diario Marca) acribilló a tarjetas al Atleti: siete “blancas” (en los televisores de la época, la mayoría en blanco y negro, las tarjetas amarillas se percibían como tales, de hecho en la liga española la primera amonestación fue de dicho color por esta confusión) y tres rojas. Un Reina colosal evacuó todos los balones que asediaron al área atlética, y el equipo se fajó en la escaramuza y el vértigo, en uno de los partidos más heroicos de la historia del fútbol.
Al término del encuentro, Ayala fue brutalmente golpeado por Jock Stein, el entrenador rival
Al término del encuentro, Ayala fue brutalmente golpeado por Jock Stein, el entrenador rival, ayudado por los bobbies y una jauría de aficionados. Adelardo fue apresado por un policía. Y Santos Campano, directivo del club, y el entrenador Lorenzo, golpeados en la cabeza. “En el túnel de vestuarios había mucha policía y hubo tangana. Como a mí me habían cambiado en el minuto 70, gané el vestuario antes que mis compañeros y me libré de la paliza. Se oía gritar a la gente”, recuerda Irureta. Una golpiza de la que salieron vivos, física y deportivamente. “Al acabar el partido el masajista procuraba meternos rápidamente en el vestuario porque nos pegaban los bobbies, la afición, todos”, dice Adelardo. “Aguantar un 0-0 con ocho jugadores fue heroico. Y a Johnstone le dijimos que le esperábamos en Madrid. Lo achantamos”.
A la vuelta, el encargado de estampar los pasaportes escupió y arrojó al suelo el de Ovejero. Cuando el avión ganó altura, Vicente Calderón felicitó a sus jugadores, en especial a los expulsados, y a los que padecieron las brutales agresiones policiales. En Barajas, más de tres mil aficionados, bien entrada la madrugada, aclamaron a los colchoneros a su llegada. Habían logrado una de las mayores gestas de la historia atlética. Derrochando coraje y corazón. En el partido de vuelta, los goles de Gárate y Adelardo llevaron al Atleti a la final desdichada de Heysel. El Atleti más gonzo había hecho propias las palabras de Hunter S. Thompson: “La vida no debería ser un viaje hacia la tumba con la intención de llegar a salvo con un cuerpo bonito y bien conservado, sino más bien llegar derrapando de lado, entre una nube de humo, completamente desgastado y destrozado, y proclamar en voz alta: ¡Uf! ¡Vaya viajecito!”.
El Atleti vuelve a Celtic Park 50 años después, al lugar donde libró la cruenta Batalla de Glasgow, un hito del imaginario “indio”. El lugar que decantó la identidad atlética para los restos: tres expulsados, cargas policiales contra los jugadores, agresiones y la ira de una afición tan ardiente como las que...
Autor >
José Manuel Ruiz Blas
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí