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Equipo de mujeres futbolistas en los años 30.
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La forja
Federica Seneghini acudió a la cita convencida de que escribiría un breve artículo sobre el primer equipo italiano de fútbol femenino. Había quedado en un bar de la piazza Abbiategrasso con Marco Giani, doctor en Historia de la Lengua Italiana y autor de Historia de un prejuicio y una lucha, un espléndido trabajo que profundizaba en la historia de las primeras futbolistas italianas. Federica quería hacerle unas preguntas para su artículo. Sin embargo, Marco se presentó con varias carpetas llenas de documentos. Y con una proposición: llevarla a casa de Graziellina, la última testigo con vida que había visto jugar a las futbolistas milanesas. Federica no pudo negarse. Solo quedaban unos días para que arrancase el Mundial Femenino en Francia. Y su futuro libro.
Cuando abrió la primera carpeta, entre los documentos, una fotografía en blanco y negro llamó su atención. La cogió. Sonrió al ver cómo sonreían aquellas jóvenes futbolistas. La foto, tremendamente nítida, hablaba de otro fútbol: el que se jugaba con cinco atacantes, tres mediocampistas y únicamente dos defensas para evitar que fusilasen a la solitaria arquera. No tardó en ponerles nombre: Mina Lang, Ester Dal Pan y Ninì Zanetti; Marta Boccalini, Nidia Glingani, Maria Lucchese; Augusta Salina y Luisa Boccanili; Navazzotti.
Aquellas jóvenes no habían conocido el mundo antes del Duce. Estaban acostumbradas al asedio de los camisas negras
Con el paso de los meses descubrió que aquellas mujeres habían protagonizado uno de los episodios más representativos de la lucha del fútbol femenino. Y lo habían hecho en faldas, sin miedo a las patadas por intentar abrirse hueco en un mundo tremendamente machista: el del fascismo de Mussolini. Solo había que ojear algunas citas publicadas en aquel entonces en los medios de comunicación: “Si hay un deporte que la mujer no debiera practicar es, justamente, el fútbol”, aseguraban en Lo Sport Fascista, en diciembre de 1931. Aquellas jóvenes no habían conocido el mundo antes del Duce. Estaban acostumbradas al asedio de los camisas negras. A que los balillas, con sus mosquetones de juguete, las abordasen por la calle. A escuchar la Giovinezza. A un estricto régimen religioso y toques de queda en sus casas. A servir a los hombres. A los fogones y la aguja. Al matrimonio, la crianza de los hijos y el bienestar del marido como único futuro.
Solo Zanetti había tenido la suerte de jugar al fútbol durante unas vacaciones en Castiglionecello. Quedaba con un grupo de chicas romanas, todas las tardes, para entrenar. Tanto le había gustado aquel sport que se había atrevido a escribir una carta a La Domenica Sportiva. Y sorprendentemente, la habían publicado: “¿Por qué no debería haber un equipo de fútbol femenino en Italia? ¿No sería interesante ver que, incluso en este tipo de deporte, la mujer italiana puede competir y quizás superar a las extranjeras?”.
Fue Zanetti la que robó una pelota de su hermano y apareció con ella un domingo de 1932 en el parque donde se reunía con sus amigas. La desenfundó y lanzó la pregunta que cambiaría sus vidas para siempre: “¿Qué? ¿Probamos?”.
La lucha
Ese mismo año, el Duce anunció que el próximo Mundial se disputaría en Italia. El calcio, desde entonces, se convirtió en la principal herramienta de Mussolini, “el primer deportista de Italia”, para controlar a las masas. Levantó estadios en Údine, Florencia, Bolonia, Trieste. Y la joya de la corona: el fastuoso Mussolini, en Turín, coliseo de la Juventus. Eran los “años de consenso”; pero no para el fútbol femenino: el Régimen ordenó que fuera moderado en todo, tanto en la ropa como en los movimientos y la efusividad de las jugadoras.
El Régimen ordenó que el fútbol femenino fuera moderado en todo, tanto en la ropa como en los movimientos y la efusividad de las jugadoras
Federica descubrió que solo se permitía jugar públicamente a ciertas mujeres en partidos carnavalescos, como el disputado un año antes, en enero de 1931, en Nápoles. Contaba Marco Giani que “una ‘multitud […] enorme’ se acercó para ver a las once bailarinas de un espectáculo de variedades en la ciudad, contratadas para un duelo contra los empleados de la fábrica textil Giorgio Ascarelli”. Estas futbolistas podían, incluso, saltar al césped en pantalones cortos; las milanesas ni tan siquiera se atrevían a soñarlo. Aún con aquellas faldas recatadas, los hombres las miraban con desdén en el parque. “No está bien que las chicas como vosotras se alboroten de esa manera”, les reprochaban las mujeres. “¡Somos damas!”. Ellas, no obstante, aprendieron a centrar toda su atención en el balón: “Cuanto más jugábamos, más nos gustaba hacerlo y menos nos importaba el resto […] ¿Qué mal hacíamos aventurándonos en este deporte que pronto haría tan grande a nuestro país?”.
Federica descubrió que solo se permitía jugar públicamente a ciertas mujeres en partidos carnavalescos
Sin embargo, para convertirse en un verdadero equipo, necesitaban más que un balón y entusiasmo; necesitaban un entrenador. Convencieron a Piero Cardoso, jugador del Littoria, para que las entrenase. Y dieron un paso definitivo al frente: consiguieron “un campo donde entrenar tranquilas los domingos”. Tenían, por fin, un equipo. Y lo bautizaron como Grupo Femenino Futbolista Milanés. Como guinda del pastel, ficharon un orgulloso presidente, Ugo Cardosi, padre de Piero, empresario que siempre defendería a sus chicas frente a cualquiera que las criticase.
En esferas más altas, Mussolini también quería sentirse orgulloso de sus chicos y puso la azzurra en manos de Vittorio Pozzo, exteniente de las tropas alpinas ducho en el arte de la disciplina. Pozzo recorrió el país rastreando el talento. Y lo encontró: Meazza, Combi, Ferrari, Guaita y Orsi formaron una scuadra que conquistó a todo el país. También a las futbolistas milanesas, que acudieron a animarlos en un amistoso frente a Hungría, disputado en San Siro. En las gradas, descubrieron al conocido piloto de coches Nuvolari. Y no dudaron en abordarlo: “Nosotras también jugamos al fútbol”. Nuvolari esbozó una sonrisa de compromiso. A su lado, Carlo Brighenti, su jefe de prensa, soltó una densa nube de humo y preguntó: “¿Fuisteis vosotras las que escribieron aquella carta a La Domenica Sportiva?”.
La llama
Decidieron mandar otra carta que, semanas después, apareció publicada en Guerin Sportivo. “Un grupo de aficionadas han tomado la iniciativa y han creado un equipo de futbolistas”, escribieron. “Todo estará adecuado al sexo […] La idea de las fundadoras es, sin darse muchos aires, practicar el fútbol como ejercicio físico”. En Il Littoriale, como no podía ser de otra manera, añadieron un comentario: “Cuando San Benito de Nursia les dijo a sus monjes Mens sana in corpore sano no se imaginaba que llegaría un momento en el que unas dulces muchachitas usarían su lema para jugar al fútbol”.
Amas de casa, modistas, maestras, costureras y empleadas respondieron a su llamada. Las futbolistas recibieron el apoyo de la actriz Leda Gloria, hincha de la Roma. Y decenas de telegramas de jugadores profesionales. “Tan solo los periodistas, todos hombres, obviamente, no nos dejaban en paz”. Y muchas mujeres, que no dudaron en buscarlas para criticarlas en persona. Pero no importaba. Había prendido la llama. “Nos sentimos invencibles al ver nuestras palabras y nuestros nombres en negro sobre blanco. Invencibles y unidas. El fútbol era un juego maravilloso y nosotras íbamos a ser capaces de jugarlo de maravilla”. Antes, todas deberían aportar la autorización del padre para jugar. Y pasar por las manos del ginecólogo Ruani para que corroborase que el fútbol, ciertamente, no afectaba ni a su salud ni a su feminidad.
Todas debían pasar por las manos del ginecólogo Ruani para que corroborase que el fútbol no afectaba ni a su salud ni a su feminidad
La llama de esperanza que había iluminado el camino, muy pronto, incendió los periódicos. La Gazzetta definió su juego como “ni fútbol ni femenino”. Il Regime Fascista publicó: “Esperemos que el telón caiga en el primer acto y no se vuelva a hablar de futbolistas en faldas”. En Lo Schermo Sportivo lo tildaron de “antideporte”, de “farsa al estilo americano”. Un domingo, ante la atenta mirada de Max David, periodista de Il Secolo Illustrado, tuvieron que jugar con tacones por falta de botines para todas. El partido se detuvo cuando un tacón casi golpea a la portera. Max David, no obstante, escribió: “La feminidad de las futbolistas no ha disminuido lo más mínimo […] Se debe preservar y crear en las mujeres una mentalidad futbolística que, seguramente, será diferente de la de los hombres”. También recibieron el apoyo de Carlo Brighenti, que se presentó a un entrenamiento armado con cigarrillos, un cuaderno y un lapicero. “Me gustaría escribir, tarde o temprano, sobre este experimento vuestro del fútbol”, les anunció.
Hubo más reglas que desmerecían su fútbol: una pelota más ligera, solo pases rasos
Las chicas habían conseguido un patrocinador: Cinzano. Tendrían una camiseta propia. Jugando se sentían libres, liberadas. Aunque fuese con falda. “Y quizás fue por ese motivo por el que, poco tiempo después, los fascistas quisieron hacernos entender que, en este juego tan maravilloso como la vida, también eran ellos los que ponían las normas”. La primera: una mujer no podía jugar de portera por el peligro de que un balonazo dañase su fertilidad. Decidieron jugar con un chico bajo palos; pero aún así también recibieron críticas. “Nos enfrentábamos solas y con nuestras propias manos al fascismo y, a nuestro pesar, empezábamos a darnos cuenta”.
Hubo más reglas que desmerecían su fútbol: una pelota más ligera, solo pases rasos. Y la peor de todas: una autorización de la Federación para poder seguir jugando.
La luz
“Nuestro deseo por jugar era tan grande, nuevo, y en cierto modo, inoportuno, que requirió la intervención de uno de los hombres más poderosos del régimen de Benito Mussolini: el presidente del CONI y de la FIGC, Leandro Arpinati”. El gran cacique del deporte italiano tenía, en sus manos, el destino del equipo. Volvió a leer aquella carta. Y sorprendentemente, permitió que jugasen. Pero con una condición: el “experimento” del fútbol femenino debía realizarse en estadios cerrados, sin público.
El “experimento” del fútbol femenino debía realizarse en estadios cerrados, sin público
El entusiasmo de las futbolistas milanesas dio frutos. El primero: “El reportaje más bonito que nos habían hecho hasta entonces; un artículo que, por primera vez en nuestra breve historia, nos devolvió un poco de esa dignidad y ese respeto que en el fondo sabíamos que merecíamos. Dos páginas firmadas por un periodista que conocíamos bien: Carlo Brighenti”. Y el segundo: disputar el primer partido de su historia. Días después de que la Juventus se proclamase campeona, el GS Cinzano se enfrentó al GS Ambrosiano en un partido de entrenamiento. Más de mil personas acudieron al campo del grupo fascista local Fabio Filzi. Cinzano se impuso por un gol a cero. “Al día siguiente, Il Calcio Illustrato hizo algo extraordinario. En lugar de publicar su artículo habitual sobre lo justo, moral o diferente que era el fútbol femenino, publicó la crónica del partido […] Un artículo deportivo, básicamente”.
Las futbolistas no solo se habían ganado el respeto de algunos periodistas, también el de los dirigentes del Ambrosiana-Inter, que llevaron a sus jugadores, junto con la expedición del Sparta Praga, sus rivales en la semifinal de la Copa de Europa Central, a verlas jugar. Al final del partido, Burgr, capitán del Sparta de Praga, les regaló entradas para ver el partido en San Siro. Y el día no pudo tener un mejor final: los locales vencieron por cuatro goles a uno.
La cercanía de los JJOO de 1936 mejoró la situación de las mujeres en el deporte: ellas también podían traer medallas y gloria para su país
La cercanía de los JJOO de 1936 mejoró la situación de las mujeres en el deporte: ellas también podían traer medallas y gloria para su país. Pero el fútbol femenino no era olímpico, y eso provocó nuevos ataques de la prensa. Sin embargo, una luz brilló en la oscuridad: habían nacido otros equipos femeninos. Enviaron una carta al periódico solicitando un partido contra las jugadoras de Alessandria. Y tres días después, recibieron una llamada. Las chicas de Alessandria ya se habían enfrentado a los benjamines de La Serenissima, y habían ganado por cinco goles a cero. Pero querían jugar contra otro equipo femenino. Querían jugar contra ellas. Un partido oficial, solo de mujeres, que pasaría a la historia italiana como el primero entre dos ciudades.
Historia de un prejuicio y una lucha
El 1 de octubre fue la fecha elegida. Ugo Cardone compró los billetes de tren a Alessandria para todas las jugadoras. Durante semanas, entrenaron con más ahínco. Pero, extrañamente, ningún medio se hacía eco de la noticia. Ni una sola palabra. Ni tan siquiera para burlarse.
Un día, recibieron la visita de tres hombres del Régimen en un entrenamiento. Querían calibrar las virtudes físicas de las chicas. Después, se presentaron ante Ugo Cardosi para convencerle de que había que reorientar el espíritu deportivo de las chicas hacia un deporte olímpico. De nada sirvieron las quejas de Cardosi. Ni que las chicas se revelasen contra las normas: “Por fin, probamos a darle con la cabeza a la pelota y a pararla con el pecho, despedimos a los porteros masculinos […] Ahora que llegaba el final, nos queríamos quitar la espinita de hacer las cosas tal y como deseábamos”.
Nunca pudieron disputar aquel partido porque el Régimen las obligó a reconvertirse en otros deportes
Nunca pudieron disputar aquel partido porque el Régimen las obligó a reconvertirse en otros deportes. El tiempo sepultó esta historia de prejuicio y lucha durante décadas, hasta que el historiador Marco Giani la desenterró para que todos, en cualquier rincón del mundo, pudiésemos “reflexionar sobre cómo Rosetta, Losanna, Ninì y Marta fueron, en el Milán de 1933, las primeras valientes y desafortunadas combatientes de una larga lucha contra un pensamiento común e inquebrantable en la mente de tantos italianos (y, desgraciadamente, una introyección en las italianas): ese pensamiento según el cual ‘el fútbol no es deporte para señoritas’”.
Federica Seneghini cerró la última carpeta. De súbito, regresó al siglo XXI. Se oía, de fondo, un partido del Mundial Femenino pero no supo precisar quiénes lo disputaban. En su cabeza todavía resonaban los ecos de aquel olvidado partido que nunca llegó a disputarse, casi un siglo atrás, y que, sin duda, hubiera cambiado el curso de la historia del deporte femenino en Italia. Estaba preparada. Se sentó frente al ordenador, respiró hondo y tecleó el título de su futuro libro: Las futbolistas que desafiaron a Musolini.
La forja
Federica Seneghini acudió a la cita convencida de que escribiría un breve artículo sobre el primer equipo italiano de fútbol femenino. Había quedado en un bar de la piazza Abbiategrasso con Marco Giani, doctor en Historia de la Lengua Italiana y autor de Historia de...
Autor >
Miguel Ángel Ortiz Olivera
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