Rompiendo barreras
Aquella maratón de Kathrine Switzer
El atletismo es uno de los deportes que más ha cambiado en menos tiempo. Aquel 19 de abril de 1967, todo lo que podía salir mal acabó saliendo mal, salvo lo realmente importante, que salió bien
Marcos Pereda 12/08/2022
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Dicen que hacía frío en Boston, aquel 19 de abril.
Oh, es verdad.
Cuentan que hasta nevaba en Boston, aquel miércoles, 19 de abril. Aquel miércoles, cuando la Maratón. Aquel miércoles, el día de Kathy y Jock.
Cuando todo empezó a cambiar. Cuando todo cambió.
Dicen que hacía frío en Boston.
Tenía solo veinte años, Kathy. Kathy se llamaba (se llama) Kathrine Switzer. También la pueden buscar ustedes por Marathon Woman. O incluso tecleando los números “dos”, “seis” y “uno”. Los que componían su dorsal aquella mañana. Los que salen en las fotos, en la memoria colectiva. Los que nunca pudo haber llevado, pensaban tantos. Porque aquello era un suicidio. Mujer, maratón. Tantos kilómetros. Morirá, respondían. O, peor aun, quedará estéril, que siendo mujer supone mayor infamia. Al fin y al cabo la muerte...
Pero Kathrine pensaba que no. Podía, claro que podía. Ahora, la editorial LDR Sport traduce La maratoniana. La carrera que revolucionó el deporte femenino, y nos muestra los entresijos de una historia fascinante. Una que nos parece primitiva, casi irreal. Una que pasó hace no tanto.
En aquel tiempo el atletismo femenino... en fin, cómo contárselo a ustedes. Que nada. O bien poco. Protejamos a estas pecadoras de sus propios deseos. Sí, quizá quieren correr distancias largas, pero, ¿a qué coste? Feminidad, sutileza, su misma salud: todo a tomar por saco. No, no, las chicas están bien haciendo cositas breves. No sé, un 3000, por ejemplo. Y ya me parece excesivo. ¿Y si se nos cae una desfallecida allí, en medio del tartán? A ver cómo se lo explicamos luego al marido. O al padre. A la figura tutelar, vaya. Porque debe haber figura tutelar.
A ver cómo se lo explicamos luego al marido. O al padre. A la figura tutelar, vaya. Porque debe haber figura tutelar
El atletismo es uno de los deportes que más ha cambiado en menos tiempo. Desde los años ochenta, fundamentalmente, cuando abandonó el falso carácter amateur que siempre tuvo, y se lanzó alegre a los brazos de patrocinadores, teles y discográficas (busquen, busquen el videoclip de Carl Lewis: tardan menos en quitarlo que él en correr los cien lisos). Pues con la presencia de mujeres, igual. Hasta los Juegos Olímpicos de Los Ángeles no se corrió una maratón femenina. ¿Antes? Bueno, hubo un tiempo en que aquello se consideraba imposible. Hasta que llegó ella, vaya.
(No solo ella, pero siempre hay un rostro reconocible, ¿verdad?)
Desde luego, nadie lo contemplaba en aquel invierno de 1966, cuando Kathrine empezó a entrenar. Cuenta que trotaba a diario con Arnie Briggs, un tipo bajito y calvo que había terminado varias veces la Maratón de Boston. De aquellas era considerada la más prestigiosa del mundo, solo apta para superhombres (con acento en el “súper” y en el “hombres”), un infierno que reunía cada año a 200 o 300 tíos. Olviden sus maratones de hoy, olviden el agobio, los selfies, las lágrimas falsas al pisar la meta porque tienes que hacer el paripé y justificar tantas horas hurtadas a la familia. Aquello era mucho más chiquituco. También tenía otra mística, claro.
Una que Briggs retomaba a cada ocasión, porque el deportista amateur parece hacer cosas solo para contarlas más tarde (ejem). Así hasta que Kathrine dijo que ya. Oye, colega, si tan importante es eso de Boston, vamos a hacerlo. Los dos, juntos. Él ahogó carcajadas, ella insistía. Pero qué pretendes, si ni siquiera estará permitida la inscripción para mujeres. Dicen que si Bobbi Gibb la hizo el año pasado, pero no llevaba dorsal, y a saber. Bueno, hey, qué sencillo. Ojeada al reglamento y nada. Cero. Desierto. Como nadie pensaba que una mujer pudiese ir a la Maratón de Boston, nadie se ocupó de prohibir que una mujer fuese a la Maratón de Boston. Así de fácil.
Nadie pensaba que una mujer pudiese ir, así que nadie se ocupó de prohibir que una mujer fuese a la Maratón de Boston
(Por si acaso, Kathrine se inscribió como K. V. Switzer. Esa K. V. Podía ser cualquier cosa. Medio siglo antes Alfonsina Strada cometió un “error” en su solicitud para hacer el Giro de Italia. “Alfonsin”, puso. Fue una atracción enorme aquel año).
Los entrenamientos para el gran día fueron dramáticos, y con un punto naif que hoy (el hoy de pulsómetros, relojes que nos indican nuestro estado de salud, GPS, satélites y fotitos para las redes sociales poniendo caras cuquis) nos asombra. Había frío, y nieve, paseos por el bosque, y tragos directamente desde el arroyo. Había, también, anocheceres, murmullos (de ellos y, sí, también de ellas). E incluso, escribe Switzer, un día Arnie y ella hicieron la simulación de prueba. Cuarenta y dos kilómetros. Para ver que podemos, que no es una locura. Ni siquiera sabían exactamente la distancia, porque estaban tomando referencias con el cuentakilómetros de un coche (han leído bien). Llegaron enteros, todo estaba listo.
(En otra ocasión, Kathrine se echó a dormir en una cuneta y despertó mucho después. No llegó a enterarse de que la habían devuelto a su cuarto en automóvil.)
Y así llegamos hasta el día de la Maratón. La Maratón de Boston, nada menos. ¿Resumen? Bueno, todo lo que podía salir mal acabó saliendo mal, salvo lo realmente importante, que salió bien. Vamos, que Kathrine acabó la prueba. Magullada, con los pies hechos llagas sangrantes, en más de cuatro horas, muerta de frío, llevando una sudadera gris feísima donde cargaba su dorsal 261, pensando que ella y sus acompañantes se habían perdido justo en el último kilómetro... pero acabó.
Claro que, a esas alturas, aquello era lo menos representativo del día. Porque la foto, la imagen icónica, sucedió antes, mucho antes. Casi al principio, como quien dice. Metáfora de un tiempo y un lugar. Dos protagonistas. Una, Kathrine Switzer. El otro se llama Jock Semple.
Jock era escocés, gritaba mucho, tenía calva de esas a lo Julio César y gastaba una considerable mala hostia. Tipo, cómo decirlo... ligeramente chapado a la antigua. Bastante chapado a la antigua. Chapadísimo, ¿eh?, pero chapadísimo, chapadísimo. Si sacabas un poquito los pies del tiesto, pum, bronca. A veces una hostia. No muy fuerte, que ya estamos en los años sesenta, pero hostia, que aún estamos en los años sesenta. El típico paisano que... no, no le va a hacer mucha gracia lo de Kathrine. Seguro.
Y no se la hizo.
La secuencia ocurrió delante de Harry Trask. Harry Trask es fotógrafo, y cubre aquello para el Boston Traveler. Clic, clic, clic. Tres imágenes, tres iconos, tres vidrieras para la catedral del deporte. Jock Semple se cuela entre los atletas (como tenemos dignidad aún no los llamamos runners), empuja a Kathrine, grita muy fuerte, fuera de sí. “Sal de mi carrera, devuélveme el dorsal”. Aquel trocito de papel con un “dos”, un “seis” y un “uno” dibujados en negro parecía bastante importante para Jock. Pero bueno, que la cosa fue una agresión con todas las de la ley, y Switzer lo sintió así, y cuenta que estaba totalmente cagada de miedo. Era el pasado intentando atrapar el presente... y fracasando. Jock voló por los aires de un empujón. Fue cosa de Tom Miller, lanzador de peso (los lanzadores de peso tienen mucha fuerza, seguro que se hacen cargo) y novio de Kathrine, que andaba por allí herido en su orgullo de hombre (si tú puedes, yo también) y aprovechó para descargar algo de tensión. Bien por aquel resultado concreto, sí, pero lean el libro. Menudo tipo más tóxico, colegas.
¿Saben la paradoja? Aquel incidente, aquella rabieta violenta de señoro rancio, dio aún más eco a la carrera de Switzer. Entregó una imagen, un póster, un recuerdo en el cual reconocerse. A partir de entonces cada vez que una mujer corriese la Maratón (la propia Katherine repetiría en múltiples ocasiones, llegando a bajar de las tres horas) tendría aquello en mente. Luego ya sí, luego vendría la competencia pura y dura, las marcas, los patrocinios, los focos, la fama. Pero, entonces, el atletismo de larga distancia femenino era eso.
Esquivar a quienes querían echarlas fuera de la carretera.
(Otro día les cuento la historia de Rosie Ruiz, que hacía marcas estratosféricas subiéndose al metro y volviendo a las carreras cuando quedaban un par de kilómetros. Pero eso será más adelante).
Dicen que hacía frío en Boston, aquel 19 de abril.
Oh, es verdad.
Cuentan que hasta nevaba en Boston, aquel miércoles, 19 de abril. Aquel miércoles, cuando la Maratón. Aquel miércoles, el día de Kathy y Jock.
Autor >
Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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