IRENE ZUGASTI / PERIODISTA Y POLITÓLOGA
“El fútbol femenino tiene un potencial transformador enorme”
Sebastiaan Faber 16/10/2023
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Durante la mayor parte de los 35 años que ha estado deambulando por esta tierra, a Irene Zugasti el fútbol no le llamó demasiado la atención. En verdad, el desinterés fue mutuo. “Ya me hubiera gustado que me gustara”, confiesa. “Pero es que a mí el fútbol nunca me quiso dentro. Por ser niña, y además una niña torpe, fui excluida de ese mundo desde muy temprano. ¿Que de joven iba a la grada del Rayo Vallecano? Hombre, sí, pero para ligar. A día de hoy, todavía me cuesta entender qué es un penalti”.
Las cosas empezaron a cambiar este verano, cuando la selección española ganó el campeonato mundial, José Rubiales dio un beso no consentido a Jenni Hermoso y el fútbol femenino español se convirtió en un centro irradiador de reivindicaciones feministas y laborales que resonaron a nivel mundial.
La crónica detallada de esos sucesos la relata Zugasti en #SeAcabó. La doble victoria de las campeonas del Mundo de fútbol, editado por Contexto y prologado por Irene Montero. Además de una crónica, el libro también es un tributo a la valentía de Jenni Hermoso y sus compañeras, que con acciones y discursos contundentes lograron en muy poco tiempo ganarse la opinión pública del país y el apoyo de muchos otros colectivos. En el camino, las jugadoras demostraron que –como escribe Zugasti con un guiño al ocupante actual de la Moncloa– “los amigos poderosos de 40 o 50 años han sido durante demasiado tiempo la eterna medida de todas las cosas”.
Irene Zugasti Hervás (Madrid, 1988) es politóloga, periodista y Máster en Relaciones Internacionales; ha desarrollado su carrera en la administración pública española y comunitaria, en el ámbito de las políticas públicas para la igualdad de género. Como investigadora, trabaja con varios organismos nacionales e internacionales en el campo de la seguridad y las relaciones internacionales y la violencia contra la mujer. Es técnica de Políticas de Género en el ámbito de la gestión cultural municipal de la ciudad de Madrid, y actualmente trabaja en el Ministerio de Igualdad.
¿Es importante que este libro lo haya escrito una persona no futbolera?
Yo creo que sí. No solo porque soy una persona ajena a lo que el compañero Miguel Mora llama “el sistema fútbol” y el nacionalmadridismo, sino porque además he sido durante mucho tiempo muy crítica con el fútbol: como industria, como producto cultural, como pozo patriarcal y machista e incluso como praxis periodística. A mí en la facultad me echaron de la asignatura de periodismo deportivo porque mis crónicas eran lamentables. Es que no me enteraba de nada. Y ahí sigo. De hecho, quiero subrayar que, al escribir este libro, en ningún momento he intentado ponerme en el lugar de la gente que sí sabe de fútbol, como Sandra Riquelme, Danae Boronat o las chicas de Relevo, de las que he aprendido un montón. Y el equipo de CTXT me ha dado mucho apoyo. Aun así, la gracia de mi libro está, precisamente, en que yo el fútbol lo vea desde fuera.
La gracia de mi libro está, precisamente, en que yo el fútbol lo vea desde fuera
Yo, que he sido muy futbolero desde niño, siempre me llevo un pequeño chasco cuando me topo con una persona española a la que no le interesa el tema. Incluso me hace sentir culpable. Tengo la impresión de que, entre cierta izquierda, ese desinterés explícito se enarbola con orgullo.
Totalmente. De hecho, yo misma solía utilizar ese “no me gusta el fútbol” como una especie de superioridad moral izquierdista y feminista. No deja de ser paradójico, ya que yo misma siempre he sido muy crítica con la gente que decía lo mismo de la prensa del corazón, de la que yo soy una fanática absoluta, entendiendo la potencia que tiene como un producto de cultura popular que nos ayuda a estructurar el mundo. Ese papel también lo tiene el fútbol, desde luego, sea el popular de barrio o el sistema del fútbol espectáculo. Solo ahora estoy descubriendo a la muchísima gente que lo ha analizado desde esos prismas, explicando que el fútbol ayuda a explicar muchos conflictos políticos contemporáneos, desde las guerras de los Balcanes hasta la guerra de Ucrania, donde las hinchadas resultaron incubadoras de identidades nacionales ultra.
Hace un par de años me tocó reseñar una historia mundial del fútbol de David Goldblatt. Argumenta que, en las últimas décadas, sobre todo desde la transmisión en directo de las ligas europeas, el fútbol se ha convertido en una práctica básicamente extractivista. La cima de la pirámide –los grandes clubes y jugadores– descansa sobre prácticas y estructuras que no solo destruyen muchas vidas jóvenes sino que erosionan culturas comunitarias enteras en África y Latinoamérica. Para Goldblatt, si hay alguna esperanza, la encarna el fútbol femenino, donde “cada partido es un acto de resistencia que nos recuerda que otro mundo es posible y necesario”.
Estoy totalmente de acuerdo. El fútbol femenino tiene un potencial transformador enorme, y no solo del propio fútbol. Lo que hoy estamos viendo es una onda expansiva que puede llegar a transformar muchas más cosas.
En el libro, no oculta su sorpresa ante este fenómeno.
Es verdad que tenía muy pocas esperanzas. Pensaba que el fútbol femenino estaba condenado a ser el siguiente mercado del pinkwashing. Creía que estas mujeres iban a convertirse en la contraparte de los jugadores masculinos: las nuevas superfiguras comerciales de las grandes marcas deportivas, la nueva clase aspiracional de muchas niñas, una élite blanca, deportista y moderna que gana millones mediante la misma lógica extractivista de lo que tú has comentado. En lugar de ello, lo que hemos visto ha sido como una revolución en el corazón de la bestia.
Su libro se lee como un guion apasionante y poco probable en el que hay dos momentos clave. El primero es cuando Jenni Hermoso, contra todo pronóstico, no transige y no cede a la presión que se le aplica, cosa que para usted habría sido lógica y perdonable. “Jamás la hubiera culpado si hubiera quitado hierro al beso robado”, escribe, “o hubiera pedido a los medios centrarse en la victoria, en el Mundial, en la gloria de España”.
Con respecto a Jenni, yo pensaba, en efecto: “a esta la van a crujir”. Habría sido mucho más cómodo para ella –que juega en México, que es consagrada, que ya está casi al final de su carrera– decir que sí, tragar y centrarse en recoger los laureles.
El segundo momento clave es cuando Rubiales decide no dar el discurso conciliador y arrepentido que le han preparado. ¿Qué pasó allí?
En un documental de Telecinco que emitieron hace unos días, alguien dice –creo que es Manu Carreño–: “¡Qué torpeza la de Rubiales!”. Durante un tiempo yo también compré ese marco. A fin de cuentas, Rubiales, con todos los focos en él, tenía en manos un discurso que le permitía salir de allí como un rey, ¡incluso legitimado! Y además contaba con un equipo de comunicación en el que estaban implicados todos los poderes fácticos. Pero ya no creo que se deba a ninguna torpeza que no aprovechara la oportunidad. Creo más bien que Rubiales se sentía tan seguro –instalado como estaba en una estructura de poder, de Estado profundo, de privilegios del patriarcado, estructurado de la forma más impune durante tantísimos años– que ni siquiera en los escenarios de crisis que él manejara con su gente era capaz de esperar la reacción que se acabó produciendo. Lo que quiero decir es que una torpeza la comete una persona. No la puede cometer una federación, un equipo entero. Lo que explica la decisión de Rubiales, en otras palabras, es el hecho de que se sintiera poderoso. Se creía absolutamente impune. Se creía capaz de salir de aquella situación –con perdón por la expresión– sacándose la polla encima de la mesa: “Aquí estoy yo y no me vais a tumbar cuatro feministas, tres políticas exaltadas y una generación de jugadoras que me puedo fundir como hemos estado fundiendo durante 40 años a todas las anteriores”.
Una torpeza la comete una persona. No la puede cometer una federación, un equipo entero
No hay mejor manera de escenificar el cambio histórico que a través de un personaje como Rubiales que, inconsciente del cambio, procede como si este no se hubiera producido. Les ha pasado lo mismo a otras figuras prominentes masculinas de la esfera pública española. Juan Luis Cebrián es un ejemplo.
Y Felipe González. Y Alfonso Guerra. E incluso diría Pedro Sánchez, cuando dijo aquello de que el feminismo incomodaba a sus amigos de 40 o 50 años. En todos estos casos, lo que salta a la vista es que no ha habido una reflexión real. Que viven en una cámara de eco en la que no les llega la pulsión social real de emancipación que ya no puede dar marcha atrás. Ellos siguen en sus trece, sin querer darse cuenta.
Y quejándose de la cultura de la cancelación.
(Risas.) Claro, ¡están todos canceladísimos! Es todo muy relativo. Por todo el lloriqueo y todo el pataleo de la cancelación, esos hombres tienen todavía muchísimos resortes de poder para mantenerse donde quieren estar. En el libro menciono a Plácido Domingo, supuesta víctima de una inquisición feminista. Pues el otro día tuvo un homenaje –que creo que fue de hecho en el Bernabéu– con las autoridades aplaudiéndole. Me temo que incluso Rubiales, que no es más ni menos villano que los otros, en unos años vea su figura reconstituida, que pueda disfrutar de un retiro discreto, o que se le abra una puerta de salida que le permita seguir acumulando riqueza y poder.
Un interrogante que plantea su libro es el siguiente. Todos sabemos que el mundo del fútbol masculino, a nivel mundial, se ha convertido en un reducto comercializado de corrupción, de machismo, de homofobia, de trampas, de desigualdad e insolidaridad, de ideas y personajes ultraderechistas, de malas prácticas políticas y ecológicas y de blanqueamiento de dinero y de regímenes represivos. ¿Cómo puede ser entonces que el femenino se haya erguido, quizá empezando más claramente en Estados Unidos, en un espacio feminista y solidario y una fuente no solo de reivindicaciones sino de triunfos laborales y de derechos civiles? ¿Cómo se explicaría esa curiosa bifurcación?
Yo también le he dado muchas vueltas a esa pregunta. Es verdad que en España llegamos muy tarde, sobre todo en comparación con Estados Unidos. En nuestro caso, si los clubes en un momento dado deciden apostar por el fútbol femenino, es como respuesta a un mandato social incómodo. Pero se trata de una respuesta mínima en todos los sentidos: en el espacio y la atención que reciben los equipos femeninos, así como en los recursos y la remuneración. Esa quizás sea la clave: la desigualdad tan enorme con respecto al fútbol masculino, combinada con el hecho de que fuera una realidad compartida entre todas las jugadoras. Esta combinación de factores ha hecho que las jugadoras hayan articulado de forma muy diferente de los hombres su forma de estar en esa industria como trabajadoras, que es lo que son al final, y la manera que se relacionan con las jerarquías y con el poder.
Les aterraba la idea de que unas tías fueran capaces no solo de derribar todo un sistema, sino además de tirar de la manta del Estado profundo
En casi todos los clubes, desde el club de pueblo más pequeñito a selecciones nacionales potentísimas, las mujeres han compartido una historia común de absoluto desprecio y maltrato, de precariedad laboral y, por supuesto, de violencia sexual. No se les ha dejado tener ni un horizonte propio, ni una forma propia de ser. Se les ha estado empujando a que sean como el equivalente masculino –como dijo Borrell, “casi tan buenas” como los hombres– pero sin darles ninguno de los recursos que reciben los hombres. Para mí, es ese conjunto de factores el que explica la toma de conciencia progresiva y colectiva que hemos visto surgir con tanta fuerza: el rechazo a que los clubes utilicen el fútbol femenino no solo para machacar jugadoras sino sacar de ellas una plusvalía meramente simbólica a costa de su trabajo y su salud. Y, además, ha sido una toma de conciencia colectiva con un enfoque muy internacionalista que trasciende el vestuario, los clubes y las lógicas nacionales.
En el contexto de los eventos que relata en su libro, se ha hablado mucho de la imagen de España en el mundo. ¿Le parece que ha sido un factor importante?
Sin duda. Quienes al comienzo intentaron bajar el suflé de todas las formas posibles invocaban la urgencia de proteger la imagen de España, cuando en realidad lo que intentaban proteger era la legitimidad de determinadas estructuras de poder: la Liga, la Federación, las directivas de los clubes. Les aterraba la idea de que unas tías fueran capaces no solo de derribar todo un sistema, sino además de tirar de la manta del Estado profundo. No es casual que de repente aparezcan allí Florentino, Villarejo y las escuchas del caso Negreira. Pero en realidad, la imagen de España que surge de toda esta historia es muy diferente: no solo es el país cuyo equipo femenino ha ganado un Mundial, sino un país que, una vez más, se perfila como vanguardia europea en los derechos feministas y LGTBIQ. En otras palabras, en ningún momento ha estado en peligro la imagen de España, todo lo contrario. Otra cosa es que se cuestione la imagen de todos estos señores y su capacidad de manejar el cotarro.
Un cuestionamiento que no ha dejado de molestar en ciertos sectores.
Lo que ha molestado a muchos en España, en realidad, es que por primera vez hemos sido capaces de resignificar la españolidad. Cuando España ganó el Mundial masculino en 2010, sirvió para exaltar el españolismo centrípeto, rancio y conservador. Un orgullo nacional hueco. Con este Mundial femenino, en cambio, la españolidad se ha convertido en un icono feminista: un símbolo de progreso.
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Durante la mayor parte de los 35 años que ha estado deambulando por esta tierra, a Irene Zugasti el fútbol no le llamó demasiado la atención. En verdad, el desinterés fue mutuo. “Ya me hubiera gustado que me gustara”, confiesa. “Pero es que a mí el fútbol nunca me quiso dentro. Por ser niña, y además una niña...
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Sebastiaan Faber
Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos 'Exhuming Franco: Spain's second transition'
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