Oportunidad perdida
La izquierda y el tiempo de las cerezas
Los líderes de la nueva política no han aprovechado el viento a favor para crear una organización colectiva democrática que asegurara su futuro
Marc Andreu 12/12/2023
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En las elecciones generales del 23J, una gran movilización del voto de las mujeres, de la clase trabajadora concienciada y de votantes de Cataluña logró, contra todo pronóstico, impedir el triunfo anunciado de la derecha y la extrema derecha en España. Fue un ejercicio de responsabilidad política democrática de mucha gente. Menos de medio año después, y por tan solo cuatro diputados, los resultados del 23J han propiciado la investidura de un nuevo gobierno de coalición progresista en el Estado, formado por el PSOE y Sumar al abrigo de una más amplia, pero ajustada mayoría parlamentaria del bloque democrático y plurinacional que integran todas las fuerzas de izquierda y algunas de centroderecha. La propuesta de ley de amnistía para el independentismo es lo que ha conseguido los votos clave de Junts y ERC y ha sacado, literalmente, a los ultras a las calles de Madrid. Sin embargo, y en un contexto internacional de ascenso de la extrema derecha, a nadie se le escapa que lo que estaba (y está) en juego en España iba (y va) mucho más allá de Cataluña.
La cosa va del futuro de la democracia. La investidura del socialista Pedro Sánchez –junto con la victoria de Lula en el Brasil de Bolsonaro, hace un año, y la reciente derrota en Polonia de la extrema derecha gobernante– se ha convertido en un simbólico baluarte ante el avance de la reacción. Tras el Brexit en Gran Bretaña, el triunfo de la neofascista Giorgia Meloni en Italia, y con Marine Le Pen acariciando al gato negro de las encuestas en Francia, la extrema derecha que lleva años gobernando en la Hungría de Viktor Orbán ha ganado nuevas metas en la Argentina de Javier Milei y la Holanda de Geert Wilders. También escala posiciones en Alemania, donde ya no es solamente que los ultras de Alternativa por Alemania suban en los sondeos y en comicios parciales, o que impongan su agenda a los conservadores de la CDU y a la coalición gobernante y en horas bajas del SPD, Los Verdes y los liberales; sino que incluso Die Linke está en crisis de resultas de una escisión rojiparda.
Extrema derecha, democracia y retos de la humanidad
En este contexto –que, superada la pandemia, es el contexto de la crisis climática y económica, el de la guerra sin fin en Ucrania y el genocidio en Gaza–, la extrema derecha global instrumentaliza la inmigración y agita en las redes sociales todos los miedos y emociones imaginables. Su objetivo es, en 2024, ganar batallas cruciales en dos escenarios: las elecciones europeas de junio y las presidenciales norteamericanas de noviembre. Un desequilibrio, sesgo o ruptura del clásico eje socialdemócrata-liberal-democristiano en la Unión Europea por el avance de la extrema derecha en complicidad con conservadores como Manfred Weber y un retorno del trumpismo a Estados Unidos podrían alterar, por completo, lo que se ha entendido por democracia desde hace cerca de 80 años, al menos en el mundo occidental, y que ha tenido mucho que ver con el estado del bienestar y la fuerza del movimiento obrero.
El avance de la extrema derecha en la UE y un retorno del trumpismo a Estados Unidos podrían alterar por completo lo que se ha entendido por democracia desde hace 80 años en el mundo occidental
Esto no sería una buena noticia justamente ahora que los retos que afronta la humanidad requieren no menos democracia, o ni siquiera la democracia realmente existente, sino precisamente más democracia (“¡Democracia real, ya!”, se gritaba en el 2011 en las plazas del 15M). Y es que los retos de la humanidad son más complejos y vitales que nunca: la emergencia climática y todas sus múltiples derivadas, la paz y el respeto de los derechos humanos, la transición energética y digital, la reducción de las crecientes desigualdades…
Sumar y lo que se ha ido al garete
Ante este panorama, es incomprensible que en España se haya ido al garete la unidad de la izquierda alternativa y se ponga en peligro el ejercicio de responsabilidad política democrática que hizo la ciudadanía el 23J. Un ejercicio de responsabilidad política que, previamente, habían realizado la quincena de fuerzas que acordaron coaligarse bajo la marca de Sumar para competir con el PSOE, de forma colaborativa, frente a la amenaza real (y también colaborativa) de la derecha extrema del PP y la extrema derecha de Vox.
Después de desconfianzas, tensiones y desencuentros históricos por la obsesión o el miedo del sorpasso, que solo estuvo cerca en 2016, esta responsabilidad política la ejercieron, en primera instancia, la socialdemocracia y la izquierda de matriz comunista o ecosocialista en alianza con la nueva izquierda populista surgida del 15M. El resultado: la moción de censura contra Mariano Rajoy que, en 2018, propició la investidura de Pedro Sánchez y, pese al inútil desgaste de repetir elecciones en 2019, el primer Gobierno español de coalición de izquierdas desde la Segunda República. Gobierno de coalición que, no lo olvidemos, se estrenó en 2020 teniendo que gestionar la pandemia.
Todas las culpas de Podemos
Tras tanta y tan esforzada responsabilidad política, la división consumada del antiguo espacio de Unidas Podemos y ahora Sumar –añadida al desgaste o derrota de lo que fueron las grandes confluencias de izquierdas y municipalistas surgidas de las movilizaciones del 15M– deja al descubierto una enorme irresponsabilidad histórica. Analizarla no es sencillo. Lo fácil es culpar a Podemos por una singladura y deriva de casi una década plagada de audacias, golpes de efecto, personalismos, deslealtades, sectarismos, prepotencia y purgas internas.
El partido nacido en enero de 2014 de un grupo de amigos, politólogos y profesores universitarios, que sacudió el panorama político para acabar con “la casta” y el bipartidismo; que impulsó los ayuntamientos “del cambio” en las principales ciudades; que estuvo a punto de superar al PSOE en votos y diputados; y que en el 2019 logró una vicepresidencia del Gobierno y varios ministerios para la izquierda plural, acaba ahora con cinco diputados tránsfugas en el grupo Mixto del Congreso. Y con unos horizontes u objetivos inciertos: alimentar la aventura mediática de Pablo Iglesias, intentar renacer en las elecciones europeas y forjar una alianza con ERC, EH Bildu y BNG que condicione a PSOE y Sumar.
Un divorcio que viene de lejos
El divorcio con Sumar se ha concretado ahora, pero estaba cantado desde hace tiempo. Quizás desde el mismo momento en que Pablo Iglesias dimitió como vicepresidente del Gobierno, en mayo del 2021, para intentar salvar los muebles de Podemos en las elecciones de la Comunidad de Madrid, y designó como sucesora a Yolanda Díaz sin siquiera consultárselo. Quizá pensaba que él y su compañera Irene Montero podrían manejarla desde la sombra como un títere. Que esto no sería así quedó bien claro ya en el acto de Valencia que, en noviembre del 2021, reunió a Yolanda Díaz, Mónica Oltra, Ada Colau y Mónica García, pero no a Irene Montero.
El divorcio con Sumar se ha concretado ahora, pero estaba cantado desde hace tiempo. Quizás desde que Pablo Iglesias dimitió como vicepresidente
La ruptura política se vislumbró en las elecciones andaluzas de junio de 2022, cuando Podemos tensó la cuerda y llegó tarde al registro de coaliciones. En cualquier caso, el divorcio era inevitable desde el “error descomunal” (Enric Juliana dixit) de presentar el nuevo vehículo Sumar en el polideportivo de Magariños, en abril de 2023, sin haber ensamblado el motor de Podemos. Pero Podemos no quiso estar allí porque no se le garantizaba también el volante del nuevo vehículo. La consecuencia para la izquierda, más allá del desastre de las elecciones municipales y autonómicas del 28M, fue mucho ruido y desencanto interno, además de gran desconcierto o desafección externa. Y todo ello, alimentado mediáticamente (no solo, pero sí principalmente) por Pablo Iglesias desde sus múltiples tribunas.
Yolanda Díaz, Pablo Iglesias e Irene Montero
Las responsabilidades son, sin duda, compartidas entre un número indeterminado de dirigentes, incluida una Yolanda Díaz que se está mostrando tan personalista como Pablo Iglesias e Irene Montero. Estos últimos están forjados entre la ortodoxia más ruda de la UJCE madrileña en la que militaron de jóvenes –y que en los años noventa significó un repliegue ideológico del PCE a la portuguesa, con Julio Anguita de referente, mientras el PSUC apostaba por el ecosocialismo de Iniciativa per Catalunya, inicialmente inspirado también en Anguita y su Convocatoria por Andalucía–, y la resistencia bronca al acoso mediático, judicial y ultra que sufrieron cuando ya eran pareja y ministros y se habían trasladado (con esperpéntico referéndum de por medio) al polémico chalet de Galapagar.
Yolanda Díaz, por el contrario, tiene formas aparentemente más suaves y atesora otra cultura política, herencia familiar de CC.OO., dado que su padre es un histórico dirigente del sindicato en Galicia. El laborismo verde de la vicepresidenta y ministra de Trabajo tiene ecos de eurocomunismo, pasado por su condición de abogada laboralista y por su militancia en el PCE, Izquierda Unida, Alternativa Galega de Esquerda y En Marea. En esta trayectoria se cruzó con Iglesias como asesor, primero, y amigo personal, después. Hasta que todo se rompió. En política, es necesario respetar todas las decisiones personales, pero siempre en un marco colectivo de decisiones compartidas. Y es esto lo que está fallando desde hace tiempo.
La nueva política y La vida de Brian
Aparte de Pablo Iglesias, Yolanda Díaz e Irene Montero, la lista de nombres propios implicados, en distinto grado, en la responsabilidad política y la irresponsabilidad histórica puede ser más o menos larga: Íñigo Errejón, Manuela Carmena, Ada Colau, Ione Belarra, Pablo Echenique, Juan Carlos Monedero, Mónica Oltra, Enrique Santiago, Alberto Garzón, Xavier Domènech, Jaume Asens, Ernest Urtasun… Algunos tienen mucha experiencia, individual o colectiva, por la familia política de la que provienen. Esto se ve, por ejemplo, en la argumentada despedida del líder de IU Alberto Garzón. O en la reconocida capacidad negociadora del incombustible Josep Vendrell, artífice en junio de una suma de izquierdas que llegó a tiempo para el 23J pero demasiado tarde y, sobre todo, demasiado mal para perdurar. Porque el mal o el ruido ya estaban hechos.
Sin embargo, el verdadero problema no es la ruptura de Podemos con Sumar o la siempre imposible unidad de la izquierda, bien caricaturizada por los Monty Python en La vida de Brian. Esta pulsión sectaria o división sempiterna no deja de ser, en cada caso o episodio, coyuntural. Lo que realmente hay que analizar con mirada estratégica es la responsabilidad política con la que algunas fuerzas de izquierda actuaron en 2015, de agrado o por fuerza, ante la irrupción de la llamada nueva política.
Organización colectiva, cultura política y hegemonía social
Cabe preguntarse también si ese ejercicio de responsabilidad política fue correspondido o, independientemente de ello, si puede acabar eclipsado por una irresponsabilidad histórica. A saber: la incapacidad de la nueva política a la hora de construir organicidad, organización colectiva y cultura política democráticas, y para consolidar una hegemonía social más allá de los hiperliderazgos, de los grupos de afinidad, de los medios de comunicación y de las redes sociales.
La nueva política ha sido incapaz de construir organicidad, organización colectiva y cultura democrática
Durante los años en que Podemos y las diferentes confluencias de izquierdas irrumpieron y lograron una fuerza electoral y un poder institucional que llegó a incomodar no solo a los poderes fácticos, sino a amenazar la primacía de los socialistas en el ámbito de la izquierda como no había ocurrido desde los años setenta del siglo XX, se menospreció o descapitalizó la cultura política y las organizaciones realmente existentes de la izquierda alternativa clásica.
Tradiciones políticas como la de IU o la disuelta ICV (ahora representada por Esquerra Verda en los Comunes), y en menor medida de otras como Compromís, han congelado, retirado o entregado activos, historia, prestigio, dirigentes, cuadros militantes y buena parte de su cultura política y organizativa (que en el caso de los comunistas era casi centenaria) al servicio responsable del nuevo espacio político del que también forman parte.
Políticas concretas y militancia de base
Más allá de la mucha y buena acción política que se ha hecho y se hace desde los gobiernos e instituciones donde Unidas Podemos, Sumar o los Comunes han tenido o tienen presencia e influencia (reforma laboral, avances en igualdad y feminismos, plurilingüismo…), en la práctica esto no se ha traducido todavía en la consolidación de ninguna organización colectiva democrática de nuevo tipo que pueda convertirse en referente político sólido. Y que, en definitiva, asegure no solo el futuro de la izquierda a la izquierda del PSOE, sino sus políticas concretas: desde el aumento del salario mínimo y la lucha contra la precariedad laboral hasta las supermanzanas, el acceso a una vivienda digna o la mejora de la sanidad y la educación públicas. Sumar, ya sin Podemos, todavía está a tiempo, pero no lo tiene fácil.
Dentro de la coalición de Yolanda Díaz, como en una matrioska rusa, conviven realidades muy distintas que hay que saber no solo sumar, sino confederar. Y esto, como ya se ha demostrado, no se impone por designio de un hiperliderazgo, ni por decreto de un núcleo irradiador, ni por activismo voluntarista, ni por marketing comunicativo o a través de las redes sociales. Sin menospreciar los liderazgos necesarios ni técnicas de comunicación puestas al día, hacer política realmente alternativa y de izquierdas requiere todavía hoy de una red social a la antigua usanza, de militancia de base (con más fraternidad que sectarismo de fandom o groupie) y de una organización arraigada en el territorio que respete identidades colectivas y culturas preexistentes; en su caso, para renovarlas y poder animar o atraer a nueva gente.
Los ministerios de Sumar por sí solos no conjuran la pesadilla de un futuro a la italiana
Los círculos de Podemos nunca funcionaron, las agrupaciones de los partidos clásicos se han quedado vacías y las asambleas políticas inspiradas en un ya lejano 15M no acaban de representarse más que a sí mismas. Mientras, un PSOE anquilosado y que vivió una crisis sin precedentes con la defenestración de Pedro Sánchez por la vieja guardia socialista, y un PSC que sufrió tanto o más como partido y electoralmente durante el procés, aguantaron con el manual de resistencia en la mano. Y se han rehecho gracias a una estructura que los socialistas tienen oxidada, pero consolidada desde hace décadas.
Riesgo a la italiana o esperanza para la mayoría
El riesgo para la izquierda alternativa es que su presencia en el Gobierno del Estado sea condición necesaria pero no suficiente para mantener el espacio político. Perdidas las alcaldías de Barcelona, Valencia y Cádiz al igual que todas las demás ciudades del cambio, y con Podemos rompiendo la baraja, los ministerios de Sumar por sí solos no conjuran la pesadilla de un hipotético escenario de futuro a la italiana. Conjurado el riesgo de pasokización del PSOE gracias a la batalla que ganó Pedro Sánchez contra su vieja guardia, en ningún sitio está escrito que el día en que el actual secretario general y presidente del Gobierno pierda su baraka, su partido no reanude la senda socioliberal del SPD hacia la irrelevancia en clave de izquierdas. Y entonces –o incluso antes de la hipótesis alemana–, puede ser una verdadera pesadilla un escenario a la italiana: aquel en el que la histórica hegemonía cultural del PCI en la que tanto se reflejó nuestra izquierda acabe siendo, también en nuestro país, solo un recuerdo, nostálgico y analgésico, ante la hegemonía política que puedan ganar los herederos del fascismo.
Con la perspectiva que da toda una década, y valorando la responsabilidad política ejercida por la izquierda en general a la hora de gobernar en coalición y detener a la extrema derecha, no deja de sorprender su gran irresponsabilidad histórica. Y que no solo es la irresponsabilidad de hacer imposible la unidad de la izquierda. En román paladino: es la irresponsabilidad histórica de la nueva política, y de algunos dirigentes de la vieja izquierda, que no han aprovechado el tiempo de las cerezas o cuando el viento soplaba a favor para crear una organización colectiva democrática que asegurara su futuro. No el futuro personal de algunas personas concretas, sino las esperanzas de seguir mejorando las condiciones materiales y culturales de vida de la mayoría de la gente. Nunca es tarde si la dicha es buena.
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Marc Andreu es historiador y periodista, director del Centro de Estudios e Investigación Sindicales (CERES) de CC.OO. de Cataluña y codirector de la revista Treball.
En las elecciones generales del 23J, una gran movilización del voto de las mujeres, de la clase trabajadora concienciada y de votantes de Cataluña logró, contra todo pronóstico, impedir el triunfo anunciado de la derecha y la extrema derecha en España. Fue un ejercicio de responsabilidad política democrática de...
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Marc Andreu
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