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Cine

Monstruos, mujeres y pobres criaturas: de Mary Shelley a Yorgos Lanthimos

Las ‘pobres criaturas’ del título de la película del director griego son las mujeres sometidas a un eterno, cambiante y renovable sistema de opresión y despojo de la identidad, la agencia y la voluntad

Naief Yehya 9/02/2024

<p>Emma Stone y Willem Dafoe en un fotograma de <em>Poor Things. / </em><strong>Searchlight Pictures</strong></p>

Emma Stone y Willem Dafoe en un fotograma de Poor Things. / Searchlight Pictures

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¿Es posible o digamos pertinente hacer una meditación acerca del feminismo y la liberación femenina a partir de una comedia absurda y negra, inherente a ofender en esta era de cancelaciones, autocensura y temor? ¿Es aceptable en esta atmósfera de frenesí, confusión y tensión en torno a la necesidad de luchar por la justicia social imaginar a una heroína con una actitud positiva, entusiasta o incluso obsesiva y desafiante hacia el sexo?

Poor Things (advertencia: hay una barbaridad de spoilers)

La arriesgada propuesta del más reciente filme del director griego Yorgos Lanthimos y su guionista Tony McNamara, Pobres criaturas, es una perversa comedia romántica victoriana de ciencia ficción que es a la vez un homenaje a Mary Shelley y la obra seminal del horror y la especulación científica: Frankenstein. La película está basada libremente en la novela de 1992 del mismo nombre del extraordinario autor y artista escocés Alasdair Gray, centrando la perspectiva en la experiencia de la protagonista y no en las visiones de los demás personajes, como en el libro. Lanthimos incorpora elementos de los géneros de horror, romance y picaresca libertina con un sabor decimonónico para contar la historia del doctor Godwin Baxter (Willem Dafoe), quien recoge el cadáver de una mujer que se tiró del puente de Londres y decide reanimarla mediante una muy original técnica quirúrgica. La mujer estaba embarazada, así que el doctor le sustituye el cerebro (acaso por estar dañado por el impacto o la ausencia de oxígeno) por el del feto que carga en el vientre. En la tradición cinematográfica del Frankenstein de James Whale (1931), y con imágenes que evocan a María en Metrópolis, de Fritz Lang (1927), Godwin reanima al cuerpo con energía eléctrica, siguiendo el ejemplo de Luigi Galvani y sus patas de rana (1780), así como de Andrew Ure, quien hacía “bailar” cadáveres en 1818. Godwin llama al resultado de este experimento Bella Baxter (Emma Stone), a quien deja moverse con libertad por su mansión (una lujosa casona montada en un laboratorio, quirófano y morgue), como si fuera una niña o “una muy bella retrasada” y no un prototipo para ser estudiado científicamente. Bella comienza a descubrir el mundo en su glamoroso cautiverio donde se orina en la duela, juega con la comida, destruye la vajilla, golpea a los invitados y maltrata a los cadáveres de la morgue casera con un bisturí y el consentimiento de Baxter (“Solo a los muertos, Bella”), a quien en su aún torpe vocabulario llama God, por Godwin. 

Godwin asigna a su estudiante Max McCandless (Ramy Youssef) la tarea de monitorear los rápidos progresos de Bella y en cierta forma cuidarla y guiarla en su proceso de aprendizaje. A pesar de su intención de mantener una distancia científica con su creación, Godwin es una figura paterna amorosa y orgullosa, que aparte de enseñar anatomía en la universidad y elaborar innovaciones tecnológicas, manufactura perros gansos, patos con cuerpo de cabra y gallinas con cabeza de bulldog como mascotas. El idilio doméstico termina cuando la mansión deja de ser suficiente para Bella, que desea salir a descubrir el mundo. Su deseo es tan intenso que Godwin debe narcotizarla con cloroformo para impedir que escape. En la mente de Bella no hay lugar para respetar las normas de conducta de la sociedad y cuando descubre accidentalmente el origen del placer sexual ya no hay límite para su búsqueda. El despertar de su libido toma el lugar central de su mente, y no pierde oportunidad para “trabajar en sí misma para obtener felicidad”, ya sea usando frutas o al proponer a McCandless: “Vamos a tocarnos nuestras partes genitales”, cuando este le pide matrimonio. Lanthimos y su cinematógrafo Robbie Ryan capturan el proceso de desarrollo de Bella en blanco y negro y van cambiando hacia el color, con lo que reflejan su capacidad creciente para entender el mundo. 

Una vez abierta la caja de pandora del placer, Bella aprovecha la primera oportunidad para escapar, que llega con el abogado hedonista y vividor Duncan Wedderburn (Mark Ruffalo), quien la seduce e informa que “la sociedad educada destruye el alma”. Godwin da su permiso y dinero, ya que es incapaz de reprimirla. Duncan la lleva a Lisboa, Alejandría y París. En el viaje Bella recorre el catálogo erótico de posibilidades de lo que ella llama “brincoteo furioso”, y lo único que le sorprende es que la gente no tenga sexo todo el tiempo. En el curso de esa aventura, aparte del sexo abundante, Bella madura al confrontar ideas, la miseria, los celos de su amante y la ambición. Cuanto más independiente se vuelve Bella, más desesperado se muestra Duncan. Con todo su petulante desafío a la sociedad educada, Duncan depende de transgredir el orden social para crear un personaje rebelde, en cambio Bella es totalmente inmune y refractaria al poder de la sociedad. La curiosidad voraz erótica va dando lugar a una búsqueda filosófica. En el crucero que los lleva a Alejandría, Bella conoce a la dama Martha (la gran Hanna Schygulla, actriz fetiche de Rainer Werner Fassbinder), que se hace acompañar por un joven nihilista, Harry (Jerrod Carmichael). Entre sus sugerencias de lecturas, está Emerson, quien le descubre el pensamiento crítico y el individualismo. Mientras, Harry la expone a la crueldad incorregible de la humanidad. Bella educada resulta más perturbadora para el orden misógino que Bella la ninfomaníaca. Stone es absolutamente fabulosa en este papel que pasa de lo infantil, lo perverso primigenio y el caos lúdico a lo explosivamente erótico, y de ahí a un aplomo cautivador de madurez. 

Al quedar sin un centavo, Bella y Duncan llegan a París, donde ella descubre que el sexo puede ser un servicio remunerado y pronto se vuelve la favorita en el burdel de Madame Swiney (Kathryn Hunter). Ahí se hace amante de Toinette (Suzy Bemba), una prostituta socialista que la lleva a las reuniones del partido. Duncan queda devastado, con lo que demuestra que su espíritu libertino esconde un rancio moralismo. Al despertar sexual e intelectual de Bella le sigue la autonomía financiera, la consciencia de clase y la compasión indiscriminada.

En el tercer acto, Bella regresa a Londres porque Godwin está moribundo (el reencuentro con el padre tiene un desenlace muy distinto al de Roy Batty con Eldon Tyrrell en Blade Runner, de Ridley Scott, 1992), y cuando está lista para casarse con McCandless, Duncan regresa a su vida acompañado por el general Alfie Blessington (Christopher Abbott), que era el marido de Bella y padre del bebé que cargaba en su vientre cuando intentó suicidarse. El hombre exige que regrese con él y Bella acepta con el fin de entender su vida anterior, cuando muy emblemáticamente se llamaba Victoria. Su travesía entre vidas representa la muerte y resurrección de la mujer victoriana. Dado que Bella es la fusión de Victoria y de su hija, su marido es también su padre, con lo que se anuncia una extrañísima relación incestuosa. La solución que da Blessington a la insubordinación de su esposa es la mutilación genital como terapia de control. 

Los primeros dos actos de la cinta están principalmente concentrados en la obsesión y temor con lo grotesco, con lo socialmente inapropiado, los excesos que estremecen a la mentalidad británica victoriana. Victoria/Bella tiene una insólita segunda oportunidad de hacer su vida, en la que tiene la posibilidad de evadir las trampas de la moral y las restricciones sociales. Pero, más allá de eso, lo importante es que la cinta es una reflexión en torno a lo que nos hace humanos, a las conductas aprendidas e impuestas que conforman las actitudes aceptables, aquellas que determinan los límites entre lo obligatorio, lo permisible y lo inaceptable, entre la sociedad y los “salvajes”, los disidentes y los monstruos. La represión de los impulsos y deseos es el método de manufactura de comportamientos y emociones apropiadas. Más que la emancipación de una joven hedonista e incontrolable, el desarrollo de Bella trata acerca de la búsqueda de la liberación femenina, y si algo caracteriza a esta Cándida volteriana es que no teme a nada. Este relato tiene particular resonancia en un tiempo en que la censura y el miedo a las ideas y actitudes han convertido a buena parte de la población educada y consciente en un útil aliado de los sectores sociales más reaccionarios. Podríamos incluso decir que la sociedad educada y la turba ignorante te destruirán por igual.

La monstruosidad del Monstruo 

En la novela de Shelley, el doctor Victor Frankenstein construye un cuerpo enorme a partir de órganos y extremidades de cadáveres, al que describe así:

“Sus miembros eran proporcionados, y había seleccionado unos rasgos hermosos… ¡Hermosos! ¡Dios mío! Aquella piel amarilla apenas cubría el entramado de músculos y arterias que había debajo; tenía el pelo negro, largo y grasiento; y sus dientes, de una blancura perlada; pero esos detalles hermosos solo formaban un contraste más tétrico con sus ojos acuosos, que parecían casi del mismo color que las blanquecinas órbitas en las que se hundían, con el rostro apergaminado y aquellos labios negros y agrietados”.

En la cinta de Lanthimos la criatura es hermosa y el creador es el monstruo

Poco después de reanimar a la criatura, Frankenstein se arrepiente de haberla engendrado, se niega siquiera a darle un nombre, llamándola simplemente el Monstruo, y la abandona. El ser recién creado busca consuelo entre los humanos, trata de ser aceptado por la sociedad, pero su fealdad y tamaño lo condenan a la soledad, a la furia y a causar terror. En la cinta de Lanthimos la criatura es hermosa y el creador es el monstruo, un hombre severamente deforme, un collage de humanidad maltratada, cubierto de cicatrices causadas por los crueles e insensatos experimentos a que lo sometió su padre en su infancia. El padre de Godwin, Victor Frankenstein, y el marido de Victoria representan la paternidad cruel y la misoginia. Como resultado de las manipulaciones paternas, Godwin es impotente, y quizá por el despojo de su masculinidad no intenta borrar o sustituir a la mujer del proceso reproductivo ni quiere fortalecer al patriarcado. 

Mary Wollstonecraft Godwin, nombre de soltera de Mary Shelley, lleva en su nombre la memoria de su madre, la filósofa y defensora de los derechos de la mujer, Mary Wollstonecraft, quien, aparte de su obra más conocida, La vindicación de los derechos de la mujer (1792), escribió sobre las obligaciones de la maternidad y la educación de los hijos, si bien no pudo aplicar sus recomendaciones a ella misma, ya que murió once días después de dar a luz, debido a que el médico que atendió el parto la infectó cuando le introdujo las manos sucias para retirar la placenta. Años antes Wollstonecraft, quien no creía en la institución del matrimonio, tuvo una relación con el diplomático, aventurero y especulador estadounidense Gilbert Imlay, que estaba casado. Juntos estuvieron presentes en Francia durante los años del Terror, tras la Revolución. Ella pasó del entusiasmo a la desilusión al ver los excesos jacobinos, además de que los revolucionarios negaron el sufragio a la mujer y en general eran tan misóginos como sus rivales. Mary se enamoró de Imlay y él le despertó un interés inusitado por el sexo. Se embarazó en 1795 y cuando dio a luz a su primera hija, Fanny, él la dejó. Ella intentó suicidarse e intentó todo para retenerlo pero fue inútil. A partir del año siguiente, Wollstonecraft comenzó una relación con William Godwin, el autor, periodista, filósofo y pionero de las teorías anarquistas. Tuvieron una relación amorosa y cuando ella se embarazó decidieron casarse. Tras la muerte de Wollstonecraft, Godwin llamó Mary a la bebé en su honor, la crió, le brindó una educación informal, que despertó su curiosidad por numerosos temas, y además le ofreció su biblioteca y la compañía de los intelectuales que los visitaban. 

A diferencia de lo que le sucedió a Bella, el padre renegó de su hija

Sin embargo, Godwin se casó nuevamente y la relación de Mary con su madrastra era pésima, por lo que la enviaron a Escocia. Ahí, como el Monstruo de su novela, comenzó a sentirse rechazada y abandonada por su padre. En 1814, cuando tenía dieciséis años, Mary conoció al filósofo y autor romántico Percy Bysshe Shelley, quien tenía veinte años, estaba casado y su esposa estaba embarazada. Percy era uno de los discípulos favoritos de Godwin, a quien consideraba como su padre intelectual. Su padre biológico lo había repudiado debido a sus ideas transgresoras y por haber sido expulsado de Oxford tras la publicación de La necesidad del ateísmo, en 1811. El romance entre Percy y Mary fue intenso y estuvo repleto de momentos dramáticos, de lecturas y una declaración de amor sobre la tumba de Mary Wollstonecraft. Eventualmente escaparon de Godwin. A diferencia de lo que le sucedió a Bella, el padre renegó de su hija. En su huida se llevaron a la media hermana de Mary, Claire Clairmont. Bella, Wollstonecraft y Mary extendieron sus horizontes en sus viajes por Europa, donde tuvieron experiencias liberadoras similares en lo sexual y lo ideológico en períodos distintos pero igualmente represivos para la mujer. Pero la única que no regresó embarazada fue Bella.

Frankenstein fue escrito en medio de las ilusiones de los embarazos y la agonía de la muerte temprana

Mary Shelley logró vivir de su escritura, algo extremadamente inusual para una mujer en ese tiempo. La relación con su padre fue siempre de admiración y resentimiento, buscaba desesperadamente el reconocimiento paterno y, aunque admiraba el talento y los escritos de su madre, también eran la obra de un espectro y representaban una herida dolorosa en su vida. Por ello quizá no escribió sobre feminismo, y aunque vivió un feminismo particular, le quedaba claro que esas ideas no podían curar el infortunio sentimental, en particular las infidelidades de Percy. Mary y Percy se casaron en 1816, cuando Harriet, la esposa de Percy, se suicidó. Tanto Bella como Mary Shelley aceptan casarse a pesar de sus ideas, ya que saben que ese contrato no las puede limitar. El verano de ese año lo pasaron Percy y Mary con Lord Byron cerca de Ginebra; su media hermana se embarazó de Byron y Mary tuvo la idea de la novela que la haría inmortal. Dos años antes de escribir Frankenstein o el moderno Prometeo, Mary perdió a su primer bebé, que nació prematuro, y al cual no tuvo tiempo de darle un nombre. Se volvió a quedar embarazada cuando comenzó a escribir el libro y tuvo otro bebé cuando lo terminó. Esos dos hijos también murieron y fue Percy Florence Shelley, su cuarto hijo, el único que sobrevivió a la infancia. Frankenstein fue escrito en medio de las ilusiones de los embarazos y la agonía de la muerte temprana.

Mary Shelley publicó anónimamente el libro en 1818, con una introducción de Percy, que tampoco firmó. Estaba dedicado a Godwin y fue un éxito en buena medida por ser motivo de escándalo, pero no fueron pocos quienes reconocieron su imaginación fascinante y su poética oscura. Muchos pensaban que había sido escrito por Percy. Años después Mary seguía teniendo reservas para reconocer su autoría, por lo que escribió que había soñado la historia y que en realidad tan sólo la había transcrito. A pesar de su independencia y rechazo de la sociedad educada, era evasiva al respecto del origen de la novela, quizá un tanto temerosa de las repercusiones que podía tener para una mujer confesar que esa exploración de las profundidades del morbo y el horror eran producto de su imaginación. Se ha dicho que la propia novela era un engendro frankensteiniano hecho de varias partes: a la vez novela epistolar, autobiografía, alegoría y relato gótico. Durante muchos años numerosos críticos señalaron que Mary Shelley había sido simplemente una especie de conducto, una recolectora de ideas y estilos ajenos (de su padre, de su marido y hasta de Byron), que era una autora afortunada por haber estado rodeada de escritores talentosos y a la vez desventurada por esa compañía que le hacía sombra. Afortunadamente, ahora no se cuestiona la genialidad de Mary Shelley.

El Monstruo de Frankenstein queda solo, desnudo, hambriento, carente de lenguaje y abandonado al nacer. “Pobre, indefenso y miserable”, aprende a caminar imitando y a hablar escuchando a los aldeanos desde su escondite. De esa forma se entera de que la historia de la humanidad es una atroz sucesión de injusticias, donde algunos acumulan riquezas y la mayoría padece en la miseria. El Monstruo encuentra un bolso de cuero con alguna ropa y objetos, pero su contenido más valioso son tres libros que van a determinar su ideología: “El paraíso perdido [Milton], Las vidas paralelas [Plutarco] y Las desventuras de Werther [Goethe]…”. Bella, en cambio, al ser tratada con respeto y cariño, se convierte en una mujer generosa, inteligente y consciente que habrá de seguir los pasos de su creador para volverse médico.

Desde hace décadas Frankenstein es el relato precautorio favorito de los excesos de la ciencia y de los peligros de entrometerse con la naturaleza. Es el “catequismo para los diseñadores de robots e inventores de inteligencias artificiales”, como escribe Jill Lepore. Así, se ha comparado el remordimiento de Victor Frankenstein con el de Robert Oppenheimer después de ver el poder de la bomba atómica que desarrollaron en el Proyecto Manhattan. Cada vez que tiene lugar un avance tecnológico que podría poner en riesgo a la humanidad, ya sea en robótica, genética, biotecnología o inteligencia artificial, se menciona inevitablemente la amenaza frankensteiniana. Si bien se trata de una comparación oportuna en muchos casos, lo que se señala mucho menos o se omite por completo es que el elemento femenino de la historia, ese parto alquímico-tecnológico de un monstruo, representa el deseo y terror que el sexo y el embarazo significaban para la autora. 

El Monstruo fue en su momento interpretado como una metáfora de la Revolución francesa, como una combinación de fuerzas y corrientes distintas que al unirse con una meta común inicialmente prometía pureza, justicia y cambio pero que eventualmente terminó por despedazar (decapitar) a sus seguidores, ideólogos y líderes. Aunque en realidad este ser era un reflejo de las ideas anarquistas de Godwin y su desprecio del orden feudal, el cual usaba y explotaba a las masas, como el doctor Frankenstein usaba cuerpos robados para su experimento. A la vez el Monstruo abandonado que se convierte en asesino es un reflejo de las ideas sociales de Wollstonecraft, quien pensaba que el abuso engendraba al criminal. Pero la pregunta que queda abierta es: ¿cuál es el crimen de Victor Frankenstein: haber violado el orden natural al crear vida o haber traicionado a su criatura al abandonarla?

El Monstruo es un reflejo del ideal masculino de poder 

Bella, como el Monstruo de Frankenstein, son ciborgs, organismos biológicos manipulados y reanimados tecnológicamente que tienen consciencia y la capacidad de preguntarse qué son, por qué fueron creados y qué sentido tiene su vida. El Monstruo es un reflejo del ideal masculino de poder y fuerza (si no para qué hacerlo grande y musculoso), mientras que Bella es lo equivalente en términos femeninos: una mujer atractiva, sin cicatrices visibles y que, como la mayoría de las fembots de la ciencia ficción, tiene un apetito sexual que emplea en su beneficio, ya se trate de la androide Ava de la película Ex Maquina, de Alex Garland (2015), o de la replicante, modelo de placer, Pris, en Blade Runner. Los seres artificiales y modificados llevan signos ideológicos tallados en la piel. Y la idea de Alfie Blessington de mutilar sexualmente a su esposa es una de las manifestaciones más reales de la noción de modificar el cuerpo para cambiar comportamientos y mentes.

Las pobres criaturas del título son obviamente las mujeres sometidas a un eterno, cambiante y renovable sistema de opresión y despojo de la identidad, la agencia y la voluntad. Bella va a recorrer desvergonzadamente un mundo donde nadie trata de detenerla o reprimirla, donde no tienen cabida las enfermedades venéreas ni el embarazo ni la brutalidad de la explotación del trabajo sexual. Y si bien eso es improbable, también lo son las máquinas Art Noveau-Belle Époque-steampunk que conforman el panorama tecnológico de ese fin de siglo o los cerdos con cuerpo de gallinas de Baxter.

Pobres criaturas, por si es necesario explicarlo, es una fábula en la que la suntuosidad de los exquisitos e imposibles vestidos de Bella establecen un diálogo erótico e irónico que debería ser suficiente para poner en claro que no se trata de una obra realista, lo cual no le resta nada a su contundencia como propuesta feminista y como puesta al día del imaginario de Mary Shelley. Esta es una historia delirante y gozosa que resulta particularmente oportuna en un tiempo como el que vivimos, en que las conquistas de las luchas de la mujer han perdido terreno en varios países (particularmente Estados Unidos) y el fascismo teocrático amenaza regresar. 

Naief Yehya (Ciudad de México, 1963), narrador y ensayista, es autor, entre otros libros, de Cyborg. El cuerpo transformado (2001), Pornografía, obsesión sexual y tecnológica (2012) y Guerra y propaganda (2003).

¿Es posible o digamos pertinente hacer una meditación acerca del feminismo y la liberación femenina a partir de una comedia absurda y negra, inherente a ofender en esta era de cancelaciones, autocensura y temor? ¿Es aceptable en esta atmósfera de frenesí, confusión y tensión en torno a la necesidad de...

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Naief Yehya

es pornografógrafo, ensayista y narrador.

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