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Parece haber un amplio consenso en considerar que en la era del capitalismo del desastre que estamos viviendo, la apuesta por una nueva forma de dominación política funcional a la puesta en pie de un nuevo régimen de acumulación capitalista (el “capitalismo crudo”) la están promoviendo las nuevas derechas radicales o la extrema derecha en general. Estas corrientes, además, han encontrado en el trumpismo y su asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 la palanca de apoyo para su (re)lanzamiento a escala global, adaptándose obviamente a los particulares contextos nacionales y a sus nostalgias respectivas, imperiales o no, por pasados idealizados.
Recientemente, la llegada de Javier Milei por la vía electoral al gobierno en Argentina, con su abierta defensa de un ultralibertarismo propietarista, beligerante contra todo lo que suene a “justicia social”, marca un hito en ese camino. Al igual que la reelección de Nayib Bukele en El Salvador, refleja el éxito de un populismo punitivo, a pesar de que continúan agravándose las condiciones de vida de una mayoría social empobrecida que le apoya. La solidaridad que están mostrando estas fuerzas con Netanyahu, expresión extrema de un Estado colonial, racista y genocida, con la complicidad de Estados Unidos y sus aliados occidentales, contribuye además a que esta ola reaccionaria siga llegando a nuevos países, como es de temer que ocurra con ocasión de las próximas elecciones europeas mediante el fomento del miedo al “gran reemplazo” como principal bandera.
Javier Milei y Nayib Bukele reflejan el éxito de un populismo punitivo
El análisis que hace Miguel Urbán de esas distintas corrientes es muy amplio y tampoco obvia la necesidad de compararlas con los fascismos de los años treinta del pasado siglo, con obligadas referencias a Trotsky, Gramsci, Benjamin, Poulantzas, Paxton o Traverso, llegando así a constatar las notables diferencias de contexto y de su función histórica. No por ello niega el peligro que representa esta nueva ola en el actual interregno, ya que puede conducir, como estamos viendo –y recuerda Urbán– en una parte del mundo, a la instauración de regímenes iliberales que podrían llegar a ser antesala de verdaderas dictaduras… al servicio de un nuevo orden capitalista.
Los factores que explican que estas formaciones (que tienen, por cierto, en el berlusconismo y su “partido-empresa de comunicación de masas” un antecedente en el que mirarse, como también comprueba Urbán) cuenten con un apoyo popular innegable, especialmente entre sectores de viejas clases medias y trabajadoras nativas que se sienten “perdedoras de la globalización”, también son analizados en este libro y vienen de lejos. Podríamos remontarnos incluso a 1989 y al cambio de época que se inició entonces con los discursos del fin de la historia y de las utopías y la hegemonía que fue conquistando el neoliberalismo como “nueva razón del mundo”. Un proceso que se vio acompañado por la pérdida de poder estructural, social y cultural de la clase obrera bajo el postfordismo y que no se vio contrarrestado desde la izquierda con políticas antineoliberales que contribuyeran a reconstruir lazos de solidaridad entre los y las de abajo, sino todo lo contrario.
Si nos referimos por ejemplo a Europa, lo que pudimos ver fue una creciente adaptación al marco dominante neoliberal, primero, por parte de la mal llamada “tercera vía” de Blair y Schroeder y, luego, por “nuevos progresismos”, generadores de nuevas frustraciones de las expectativas creadas.
La acumulación de malestar social llegó a estallar con la crisis de la “globalización feliz” tras la Gran Depresión de 2008 y una nueva ola de movilizaciones en distintas partes del planeta que no se vio, sin embargo, correspondida por las fuerzas que emergieron como exponentes de una “nueva política” antineoliberal. La derrota vivida en Grecia en 2015 de la voluntad popular expresada en un referéndum frente al despotismo oligárquico vigente en la UE marcó un punto de inflexión innegable, ya que significó la imposición desde arriba de un “No se puede” frente a cualquier política desobediente ante el neoliberalismo austeritario global. Fue Mark Fisher uno de los más lúcidos en interpretar y denunciar ese “realismo capitalista” que pretende cancelar un futuro alternativo. Entre la indignación y la resignación frente al sentido común dominante, la opción por la que acabaron inclinándose finalmente las “nuevas” izquierdas ha sido su integración en los regímenes respectivos para predicar un “reformismo sin reformas”.
Las retóricas denuncias a las “castas” se vieron reemplazadas por el rechazo contra los que están más abajo
La crisis pandémica, el retorno al primer plano de la competencia interimperialista y el militarismo y, sobre todo, la agravación de la crisis climática y el discurso de la “escasez”, han venido a extender más aún el sentimiento de inseguridad y miedo ante el futuro en todos los planos. En ese escenario pronto se abrió la veda a nuevos “salvadores” dispuestos a buscar culpables contra los que dirigir “pasiones movilizadoras” capaces de desviar sus agravios comparativos. Las retóricas denuncias a las “castas” globalizadoras pronto se vieron reemplazadas por el rechazo contra los y las que están más abajo y luchan por nuevos derechos, incluidos los de la naturaleza. La islamofobia, el antifeminismo, el negacionismo climático, el etnonacionalismo y el rechazo a lo woke han ido apareciendo en este proceso como nuevos recursos identitarios destinados a restaurar islotes protectores de un bienestar menguante. Mientras tanto, las resistencias y revueltas populares potencialmente antisistémicas que se han manifestado en muy distintos lugares, con Chile como exponente simbólico, no han llegado a materializarse en bloques sociales populares suficientemente potentes para demostrar que “sí se puede” caminar hacia un futuro alternativo en el que la defensa de una vida digna en un planeta habitable esté en el centro.
Estos y otros factores a los que también se refiere Urbán han contribuido a crear las condiciones de posibilidad de la extensión de autoritarismos reaccionarios, con su creciente poder de agenda y sus vasos comunicantes con las derechas neoliberales y el “extremo centro”, como estamos viendo en Francia con Macron.
Lo paradójico de la situación internacional sigue siendo, sin embargo, que “la extrema derecha crece siendo cada vez más radical mientras la izquierda es cada vez más moderada”, como explicaba Miguel Urbán recientemente en una entrevista. En el mismo sentido se están escuchando más voces, como la de Álvaro García Linera, que se rebelan ante las políticas del “mal menor”, que son sólo un freno temporal frente al “mal mayor” que no deja de extenderse. Ese es, por tanto, el reto que tenemos delante: forzar un giro radical desde la izquierda y desde abajo hacia discursos, propuestas e iniciativas movilizadoras que impugnen el marco dominante neoliberal y reaccionario. Una tarea que implica impulsar la confluencia de luchas y demandas en proyectos comunes frente a la estrategia de división de las clases subalternas que practica la extrema derecha. Movilizaciones como las que en 2015 se desarrollaron en Europa gritando Refugees Welcome y Austerity Go Gome, o en Francia en 2018 con los ‘chalecos amarillos’ y las marchas por el clima compartiendo el eslogan Fin du mois, fin du monde, même combat, marcan otro camino posible.
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Jaime Pastor es politólogo y miembro de la redacción de Viento Sur.
Parece haber un amplio consenso en considerar que en la era del capitalismo del desastre que estamos viviendo, la apuesta por una nueva forma de dominación política funcional a la puesta en pie de un nuevo régimen de acumulación capitalista (el “capitalismo crudo”) la están promoviendo las nuevas derechas...
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