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Querida comunidad de CTXT,
Quizá ustedes, como yo, viven en la capital de este país. O no. Como yo, puede que nacieran en una capital pequeña, o una mediana ciudad o en un pueblo y en vez de haber emigrado, siguen ahí. Quizá aún amen su aldea, su ciudad. Y no por trasnochado regionalismo ni insufrible nacionalismo, no, sino con un amor sincero. Porque sus calles, sus plazas, sus vistas y paisajes forman parte de su memoria. Los balcones de la casa donde crecieron. El parque por donde sus padres les enseñaron a andar o a montar en bici. La cafetería donde su abuela le invitaba a merendar. La plaza donde quedaba con su mejor amiga para ir al instituto. Las campanadas del reloj del Ayuntamiento, que marcaba las horas de su vida cuando eran niños. La esquina de la calle donde su primer novio o novia les dio el primer beso de su vida. Y puede que esa ciudad, esa vida, solo exista ya en su memoria y que lo que una vez amaron se haya transformado en otra cosa, distinta, irreconocible.
Si viven en un pueblo pequeño, puede que aquel paisaje que antes admiraban se haya afeado por la construcción de una urbanización que quedó abandonada tras la crisis de 2008. O tengan enfrente una orujera que les apesta el aire, una fábrica textil que contamina el río, unos molinos de viento o una mina o una balsa de purines. Quizá sufran también la falta de internet o de carreteras transitables y hasta incendios cada dos por tres, porque sus pirómanos vecinos quieren ampliar sus pastos y matar lobos. Y aun así, habrá quienes les envidien porque no sufren los atascos de tráfico ni la boina de contaminación, ni la casa de apuestas al lado de un colegio. Si su pueblo es de los aburridos y solo celebra fiestas patronales, se ahorrará circuitos de Fórmula 1, fallas, mascletás, bailes populares en mitad de la vía pública y villancicos ensordecedores y en bucle, patrocinados por el mismísimo ayuntamiento, para acrecentar el ruido y el barullo consumista.
Puede que en su ciudad, grande o pequeña, falte pequeño comercio y tiendas de barrio, donde buscar una establecimiento de pinturas o una ferretería parezca un viaje digno de Marco Polo a las tinieblas exteriores: los polígonos. O sobren obras absurdas y regresivas, como cargarse carriles-bici. Soportamos urbanismos inhumanos sin equipamiento público, mobiliario urbano descacharrado o ilógico, plazas duras, parques que hay que cerrar cuando hace viento, lluvia, calor o frío, es decir, en cualquier época del año, desde que se privatizó su mantenimiento. Seguramente, también sufren que con sus impuestos se financien decenas de pseudoperiódicos que maman de la teta pública dedicados a soltar bulos y basura ideológica, una televisión autonómica convertida en altavoz propagandístico, una hoja parroquial o propagadora de infundios o un desfile incansable de programas dedicados a la cañita y la tapita y, sin embargo, carezca de programación cultural o infantil. Si habitan en una zona turística, entonces sus críticas a los pisos turísticos, a la subida de precios de alquileres y viviendas y hasta de la barra de pan, se convertirán en turismofobia. Aguafiestas. Eso sí, en cualquier lugar de nuestro país, encontrarán las terrazas invasoras que okupan –estas sí– la vía pública y agreden al vecino con su suciedad, microbotellón incesante y que hasta queman árboles con sus estufas –un tribunal ha dicho que no existen pruebas de que las tales estufas de gas sean contaminantes y ha protegido su permanencia como no se hace ni con los linces–. Y hablando de invasión: ahí tienen los patinetes y bicicletas que ponen en peligro el simple caminar, además de los vehículos atascados sin fin y los conductores que no solo se pasan por el arco del triunfo las normas de la DGT sino que insultan al peatón si osa cruzarse en su camino. Un clásico.
Los responsables de este panorama infernal para la vida en general son, ya lo sabemos, esos presidentas o presidentes autonómicos montaraces, chulescos y faltos de higiene democrática, así como los regidores sin sentido institucional, incultos, descerebrados, insensibles. Caciques de sentir populachero –desterrando el término contaminado de populista– hay en todas partes y solamente oírles hablar, ofende. ¿Quién les votó? ¿Por qué están ahí? Miramos alrededor con suspicacia: son nuestros vecinos, esos que saludamos en el ascensor. “Buenos días, cómo está el tiempo de loco, ¿eh?”.
Seguramente, ustedes también sufren los desmanes de sus respectivas instituciones y representantes, su venalidad y afán por desmantelar la cosa pública en detrimento de la mayoría y para beneficio de una minoría. Pero como les decía más arriba, yo vivo en Madrid o Madrí, como decían aquellos castizos zarzueleros, una especie también extinta, deglutida en bares y restaurantes falsamente tradicionales: si ven escrito en un rótulo “taberna castiza” salgan corriendo. En este tenderete en el que se ha convertido la Villa y Corte, todo es un decorado mal pintado, cartón piedra y oropel de los bazares. Y sin embargo, a efectos mediáticos y también políticos, se convierte cada vez más en la medida de todas las cosas. Porque, seguramente ustedes, como yo, sienten una santa indignación anticentralista cuando escuchan en un telediario de TVE que un incendio ha quemado una superficie arbolada del tamaño de un montón de bernabéus. ¿Y por qué no campnous, metropolitanos, villamarines o sardineros? Y ya que estamos, ¿qué tal museosdelprado o bibliotecasnacionales? –¿Cultura? ¿Estamos locos o qué?–.
Esta carta se la envía una cántabra que lleva décadas viviendo en una ciudad que, como las suyas, prometía un futuro de modernidad y progreso. Ahora esa ciudad no es la que conocí, aquel poblachón manchego con su gracia de ignota identidad y su gente simpática e irónica. Tras décadas de concienzudo destrozo moral, se ha convertido en un monstruo chabacano, egoísta, clasista y hostil, con el gusto hortera del nuevo rico, que atenta diariamente contra la convivencia, la salud y el patrimonio de todos. El problema es que Madrid no es una ciudad como las demás. No, no piensen mal, pero es cierto que es España. Porque, por desgracia, se ha convertido en el ejemplo; un modelo a seguir que se extiende como una mancha de aceite negro y viscoso por todos los territorios físicos y mentales. Por eso es tan importante que podamos crear nuevos lugares que nos sirvan de refugio, incluso de trinchera. Espacios de convivencia donde encontrarse, conocerse, saberse. Y hacer memoria. Por eso fundamos CTXT –desde Madrí: nadie es perfecto– y por eso aquí tienen su casa. Gracias, también, por recibirnos en ella.
Pilar Ruiz
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Quizá ustedes, como yo, viven en la capital de este país. O no. Como yo, puede que nacieran en una capital pequeña, o una mediana ciudad o en un pueblo y en vez de haber emigrado, siguen ahí. Quizá aún amen su aldea, su ciudad. Y no por trasnochado...
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Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es "La Virgen sin Cabeza" (Roca, 2003).
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