Análisis
¿Por qué los israelíes se sienten tan amenazados por un alto el fuego?
Detener la guerra de Gaza supondría reconocer que los objetivos militares de Israel eran poco realistas (y que Israel no puede evitar un proceso político con los palestinos)
Meron Rapoport (+972 Magazine) 4/04/2024
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La decisión de Estados Unidos de abstenerse –por primera vez desde el inicio de la guerra– de vetar la resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para exigir un alto el fuego inmediato en Gaza ha causado una gran conmoción en Israel. Tanto es así que Benjamin Netanyahu canceló la reunión planificada de una delegación israelí con la Administración Biden en Washington, lo que agravó la sensación de que Israel se ha quedado aislado en la arena internacional y Netanyahu está socavando la principal ventaja del país: su alianza con Estados Unidos.
Netanyahu ha recibido muchas críticas por su gestión de este asunto, pero incluso sus opositores rechazaron de forma unánime la votación de la ONU
Si bien Netanyahu ha recibido muchas críticas por cómo gestionó este asunto escabroso, incluso sus opositores –desde el ala “liberal” hasta la derecha moderada– rechazaron de forma unánime la votación de la ONU. Yair Lapid, líder del partido de la oposición Yesh Atid, afirmó que la resolución era “peligrosa, injusta y [que] Israel no la aceptará”. En la misma línea, el ministro Hili Tropper, un aliado cercano a Benny Gantz, rival de Netanyahu –que, según las encuestas, ganaría cómodamente las elecciones si se celebraran en este momento– , aseveró: “La guerra no puede parar”. Estas declaraciones no difieren demasiado de las reacciones violentas de líderes de extrema derecha como Bezalel Smotrich o Itamar Ben Gvir.
El rechazo prácticamente unánime al alto el fuego es un reflejo del apoyo multipartidista que recibe la invasión de la ciudad de Rafah, al sur de la Franja de Gaza, a pesar de que Netanyahu no ofrece garantías de que la operación permita alcanzar la esperada “victoria total” que ha prometido.
La oposición a un alto el fuego podría extrañar a algunos. Muchos israelíes han admitido que Netanyahu sigue adelante con la guerra en beneficio de sus intereses políticos y personales. Es el caso de las familias de los rehenes israelíes, por ejemplo, que cada vez miran de forma más crítica su “falta de diligencia” y solicitan con mayor ímpetu un “acuerdo inmediato”.
También es el caso del aparato de seguridad israelí, donde aumenta el número de partidarios de la idea de que “destruir a Hamás” no es un objetivo viable. “Decir que algún día habrá una victoria total en Gaza es una mentira absoluta”, comentó hace poco Ronen Manelis, exportavoz de las FDI. “Israel no puede destruir completamente a Hamás mediante una operación que apenas dura unos meses”.
En suma, si cada vez está más extendida la sensación de que Netanyahu continúa la guerra en favor de sus intereses; si cada vez es más evidente la futilidad de continuarla –con respecto tanto a la destrucción de Hamás como a la liberación de rehenes–; si cada vez está más claro que continuar la guerra podría perjudicar las relaciones con Estados Unidos: ¿cómo se explica el consenso en Israel sobre el “peligro” que supondría un alto el fuego?
Preguntas transcendentales
La primera explicación nos lleva al trauma ocasionado por la matanza de Hamás el 7 de octubre. Una gran parte de los israelíes sostiene que, mientras Hamás exista y goce de respaldo popular, no hay alternativa a la guerra. La segunda explicación tiene que ver con el innegable don para la oratoria de Netanyahu, que, a pesar de su debilidad política, ha logrado inculcar el eslogan “victoria total” incluso entre quienes desconfían de todo lo que dice y quienes saben –consciente o inconscientemente– que la victoria es imposible.
El 7 de octubre se desmoronó el mito de que la “cuestión palestina” no debería ser motivo de mucha preocupación
Pero hay una explicación más. Hasta el 6 de octubre, entre la población judeoisraelí existía el consenso de que la “cuestión palestina” no debería ser motivo de mucha preocupación. El 7 de octubre se desmoronó este mito: la “cuestión palestina” volvió a la agenda con una fuerza arrolladora.
Ante el quiebre del statu quo, se perfilaban dos respuestas: un acuerdo político que reconociera genuinamente la existencia de otro pueblo en ese territorio y su derecho a una vida digna en libertad, o una guerra para aniquilar el enemigo que vive al otro lado del muro. La población judía, que no ha llegado nunca a asimilar completamente la primera opción, eligió la segunda.
En vista de eso, la mera idea de un alto el fuego se presenta como amenazante. Obligaría a la sociedad judía a reconocer que los objetivos propuestos por Netanyahu y el ejército –“derribar a Hamás” y conseguir la liberación de los rehenes por medio de la presión militar– eran poco realistas. Tendrían que admitir ante Hamás algo que podría percibirse como un fracaso o incluso una derrota y, tras el trauma y la humillación que desencadenó el 7 octubre, para muchos es difícil aceptar una derrota así.
Con todo, se expondrían a una amenaza aún mayor. Un alto el fuego podría obligar a la población judía a enfrentarse a preguntas más trascendentales. Si el statu quo no funciona y la guerra permanente con los palestinos no permite alcanzar la tan esperada victoria, entonces prevalece una verdad irrefutable: la única forma de que los judíos vivan en condiciones de seguridad es a través de un compromiso político que respete los derechos de los palestinos.
El rechazo absoluto a un alto el fuego y la representación de esto como una amenaza a Israel demuestran que estamos muy lejos de que se reconozca tal verdad. No obstante, y por muy extraño que parezca, puede que estemos más cerca de lo que creemos. En 1992, cuando los israelíes tuvieron que elegir entre romper las relaciones con Estados Unidos –porque Yitzhak Shamir, primer ministro de entonces, se negaba a aceptar la propuesta de los estadounidenses para las negociaciones con los palestinos– o reestablecerlas, optaron por la reconciliación. Yitzhak Rabin ganó las elecciones y se convirtió en primer ministro; un año después, firmaron los Acuerdos de Oslo.
¿Podrá la brecha actual con la Administración Biden convencer a los judíos israelís de abandonar la idea de guerra permanente y darle una oportunidad a un acuerdo político con los palestinos? No está nada claro. Lo que sí queda claro, empero, es que Israel se dirige a toda velocidad hacia una encrucijada en la que tendrá que elegir entre un alto el fuego y la posibilidad de dialogar con los palestinos, y una guerra interminable y un nivel de aislamiento internacional que nunca ha experimentado. La opción de dar marcha atrás y volver al statu quo del 6 de octubre es, obviamente, imposible.
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Este artículo se publicó en inglés en +972 Magazine. Traducción de Cristina Marey.
La decisión de Estados Unidos de abstenerse –por primera vez desde el inicio de la guerra– de vetar la resolución del Consejo de...
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Meron Rapoport (+972 Magazine)
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