TRIBUNA
Mi consulado querido
Lo que más ansiedad genera no es la ofensa diplomática de Milei, es la propuesta de barrer con los derechos sociales, culturales, políticos y humanos que nos quedan
Luciana Chait 21/05/2024
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Para algunas argentinas y argentinos que vivimos en España, un consulado es mucho más que una oficina para practicar la burocracia a distancia. Yo, por ejemplo, cuando paso por la emblemática esquina de Gran Vía con Paseo de Gracia, aunque vaya apurada y no haya ninguna sorpresa en el gesto, no puedo evitar mirar de reojo la bandera argentina que flamea en la esquina y pensar en clave de refugio. Hace unos años, junto con mi compañero, tuvimos un pequeño e inesperado placer: hacer a nuestro hijo, nacido en España, argentino por opción (así se llama el procedimiento). El consulado es para nosotros también ese pequeño guiño a la raíz.
Algunos insólitos verborrágicos, que no quieren a su patria ni a sus hermanos, y pretenden ser los portavoces de un imaginario colectivo de la clase media, justifican los diversos motivos de la emigración contemporánea con el desprecio por el país de origen. Como si los movimientos migratorios fueran un fenómeno nuevo y no estuvieran entrelazados con profundas crisis económicas y sociales, e historias de vida únicas que muchas veces, la mayoría de las veces, van más de amor que de odio.
Las que migramos sin arrancar el corazón de la cuna, nos anotamos en el complejo juego de poner atención a dos enredos. De pronto, se nos duplican los periódicos para leer por la mañana, nos preocupan y ocupan el doble de conflictos, y nos encienden fuegos de dos culturas. De golpe, tenemos que saber de tango y de sardana, de Sant Jordi y del Día de la Soberanía de Malvinas, de Diego y de Messi (sabrán entender la redundancia). Los que sólo entienden de odio nunca entenderían que el hacernos de una casa afuera no nos hace menos argentinas.
Las que migramos sin arrancar el corazón de la cuna, nos anotamos en el complejo juego de poner atención a dos enredos
Los dichos de Milei en Madrid, su protagonismo y su violencia en la reunión de los referentes del fascismo organizado, dan escalofríos. El mundo, ya golpeado y precarizado por el capitalismo cada vez más agresivo, la catástrofe climática y la guerra sin escrúpulos, tiembla ante la más mínima posibilidad de que demos ese paso hacia el abismo neoliberal mundial. Por supuesto, lo que más atemoriza no es su discurso de agravio al presidente de acá. Nos asusta más que, ante una multitud que lo aclama, compare el socialismo con cianuro y proponga la extrema agudización de la barbarie. Lo que más ansiedad genera no es la ofensa diplomática, es la propuesta de barrer con los derechos sociales, culturales, políticos y humanos que nos quedan, y también con la ilusión de conseguir los que nos faltan. Lo que más náuseas da es la promiscuidad con que un grupo de fascistas (fachos allá, fachas acá) se junta a hacer apologías de la tenebrosa oscuridad del nazismo, el franquismo y la dictadura militar, odiando sin censura al migrante, al pobre y al distinto.
Sin embargo, aunque todo eso (y lo que aún no vemos) sea lo que más nos hiela la sangre a los ciudadanos comunes, la chispa que enciende las alarmas diplomáticas, los insultos al presidente Sánchez no dejan de ser profundamente graves. Milei no ignora, y lo dejó claro en su discurso, que hace una semana la avanzada de la organización de derechas judicial Manos Limpias amenazó hasta empujar al presidente a hacer una reflexión sobre su continuidad y finalmente tuvo que retirar los cargos por ausencia de pruebas. La jugada de Sánchez no fue desmedida entonces, fue poner un límite a la pelea entre el discurso ficcional financiado por los desestabilizadores, en contraposición con la realidad material. Así, con denuncias falsas fortalecidas por la alianza entre los ricos, los jueces y los formadores de opinión, terminó Brasil con el impeachment de Dilma, la encarcelación de Lula y con un gobierno fascista como el de Bolsonaro. El pasado domingo, Milei volvió a poner sobre la mesa la acusación, y volvió a correr el límite de lo políticamente posible (ya había desdibujado hace tiempo el límite de lo políticamente correcto). El personaje grotesco que encarna es, en esencia, una forma brutal y demencial de empujar los límites y acelerar procesos que vienen siendo ensayados en la política hace tiempo, bajo el pseudónimo de libertad.
No es una novedad la captura del concepto de libertad por parte de la derecha. Ya Hannah Arendt nos explicaba que “la libertad de ser libres significaba ante todo ser libre no sólo del temor, sino también de la necesidad”. Y si se veía ante la necesidad de explicar esto, es porque hay quienes intentan una y otra vez convencernos de que existe algún valor en la libertad entendida como privilegio de una minoría y no como conquista popular. En las propias palabras de Arendt, “estar libres de la necesidad ha sido el gran privilegio que ha distinguido a un porcentaje muy pequeño de la humanidad a lo largo de los siglos.”
Para nosotros, los que entendemos que la libertad requiere la posibilidad de liberarnos primero del miedo y la necesidad, esta nueva oleada fascista nos arrebata no solo la libertad sino también el refugio. Vienen orgullosos a echar por tierra todo eso que intentamos construir con intención de igualdad, y sustituirlo por privilegios de clase, raza y género.
La noticia que inunda los periódicos de aquí y allá es la tensión y la posible ruptura de relaciones diplomáticas entre España y Argentina. Para los lectores de la realidad, más allá de sus intereses y su atención, la amenaza de llamar a consultas a la Embajadora y llevar el conflicto a la UE puede tener un amplio abanico de consecuencias, que después en la práctica pueden ser o no realidad. Como el Brexit, que amenazó más de lo que cumplió, y no por eso daba menos miedo. En el fondo, sabemos que los capitales económicos siempre tejen sus propias redes.
Sin embargo, para quienes el Consulado local es un pequeño refugio de nuestra nacionalidad por opción y convicción, la posibilidad de que nos abandone nos deja una amarga sensación de desamparo. Se llevan la igualdad, la libertad, la justicia, y también la casa.
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Luciana Chait es argentina, residente en Barcelona.
Para algunas argentinas y argentinos que vivimos en España, un consulado es mucho más que una oficina para practicar la burocracia a distancia. Yo, por ejemplo, cuando paso por la emblemática esquina de Gran Vía con Paseo de Gracia, aunque vaya apurada y no haya ninguna sorpresa en el gesto, no puedo...
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Luciana Chait
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