
Rodeo Gay celebrado en Reno, Nevada, en 1981. / Bob Sorensen y Jim Swensen
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No son pocas las voces críticas con el carácter mercantilista de la celebración del Orgullo o el fariseísmo del pinkwashing. El lado reivindicativo parece haber sido postergado por otro mucho más inocuo y fiestero, para el que la bandera LGTB no es sino el fragante precinto de un “capitalismo rosa”. Pero no siempre la celebración del Orgullo consistió en purpurina y un jugoso pastel dinerario, obtenido a menudo sobre condiciones laborales precarias y jornadas extenuantes (se calcula que la última edición del MADO atrajo a Madrid a millón y medio de personas, y que dejó en la capital 520 millones de euros).
En la década de los setenta, en Nevada, tuvo lugar un acontecimiento singular para el movimiento de liberación LGBT. Un episodio eclipsado por otros que ocurrieron en las dos costas del país: la redada policial que aconteció en 1969 en el pub conocido como Stonewall Inn, ubicado en el barrio neoyorquino del Greenwich Village, por un lado; o la candidatura –teatral y excéntrica– a supervisor de la ciudad de San Francisco del activista Harvey Milk, en 1973.
Nevada es un estado conservador de Estados Unidos que alberga Las Vegas, en el desierto de Mojave. Cuando Nevada legalizó las apuestas, la ciudad más grande del estado se transformó en una “ciudad abierta” que acogió la diáspora de las mafias expulsadas de La Habana tras la revolución castrista. Aparte de casinos, en Nevada había pruebas atómicas (que dejaron secuelas en forma de cánceres) y minas de uranio (un sector que entró en declive ante la emergencia del turismo).
El Orgullo es un buen momento para recordar la figura de Phil Ragsdale, el impulsor del Rodeo Gay en el estado de Nevada, tradicionalmente conservador. Todo surgió en 1975, cuando la comunidad gay de Reno (“la pequeña ciudad más grande del mundo”) concibió la idea de tener una Corte Imperial y designar un “Emperador del Dólar de Plata”. La Corte se reunió el 17 de abril de 1976 en el Centennial Coliseum para coronar a Phil Ragsdale, un tipo que contradecía los chichés de la pluma. Se parecía al vaquero de Marlboro: era robusto, de aspecto rudo, con un bigote tupido, mandíbula cuadrada y ataviado con sombrero de vaquero y pantalones Wrangler.
Ragsdale quería colaborar en la recogida de alimentos destinados a la población mayor local para el Día de Acción de Gracias. Se le ocurrió organizar un rodeo amateur con el que recaudar dinero y, de paso, ayudar a erradicar los estereotipos sobre los gays. Se encontró, por supuesto, con dificultades. Ragsdale habló con el gerente del recinto ferial del condado de Washoe. La primera fecha disponible era el 2 de octubre de 1976, y Ragsdale trató en los meses anteriores por todos los medios de alquilar ganado para el rodeo. Habló con casi cuarenta agricultores y ganaderos del área de Reno, quienes, al saber que se trataba de un rodeo patrocinado por la comunidad gay, se negaron a cedérselo, hostiles a la idea de que unos homosexuales hicieran uso de sus animales. En la víspera del rodeo, Ragsdale no tenía ganado. Decidido a comprar él mismo las vacas y los terneros, Phil condujo cien kilómetros hasta Fallon para descubrir que la subasta semanal de ganado se llevaba a cabo los miércoles. Los organizadores de la misma le remitieron a un ranchero local que le proporcionó los animales. Ya de noche, Ragsdale condujo de regreso a Reno con diez terneros, cinco vacas salvajes y un pony Shetland. Al día siguiente, asistieron apenas 150 personas que vieron coronar al rey y reina de los vaqueros y a “Miss Dusty Spurs” en la categoría de drags. Dos años después, se donó la recaudación a la Asociación de Distrofia Muscular, a asociaciones de invidentes y al hospital de veteranos. El Rodeo Gay de Reno se consolidó al ritmo de bailes de clogging y two-step. Una fiesta genuinamente country unida a la eclosión de la emergente liberación gay. El evento llamó la atención de las comunidades homosexuales del oeste. Se fundaron asociaciones de rodeo gay en Texas, Oklahoma, California, Colorado, Arizona, Kansas, Missouri, Wyoming, Nuevo México y Oregón.
Pese a sus orígenes modestos, en 1981 el rodeo atrajo a 10.000 personas. Al año siguiente, con la comediante Joan Rivers ejerciendo de grand marshal, asistieron más de 20.000, en medio de fuertes protestas contra los homosexuales porque su creciente popularidad produjo el rechazo de elementos conservadores.
En 1981, el vicegobernador mormón Myron Leavitts manifestó su oposición a que “los homosexuales utilicen la propiedad pública. Los llaman homosexuales porque les falta un tornillo. Es un comportamiento ilegal, antinatural y anormal. Creo que están enfermos”. Por su parte, el gobernador Robert List se quejó de que la nación mirara “a Nevada como la capital del rodeo gay”. Y Daniel Hansen, fundador del homófobo Partido Independiente Americano de Nevada, escribió que “las termitas de la civilización han salido descaradamente de su armario para proclamar que tienen derecho a mutilar, molestar y avergonzar a la sociedad... La homosexualidad, como todos los parásitos, sobrevive atacando a los sanos. La irresponsabilidad social causa enfermedades venéreas, divorcios, muertes en las carreteras, trastornos mentales y la destrucción de la civilización y las naciones”. Un rechazo que perduró hasta dos décadas después, cuando la comisionada republicana Belie Williams intentó que se negara a la Asociación Gay de Rodeo el acceso al recinto ferial, petición rechazada por el fiscal jefe adjunto del condado de Washoe al tratarse de una violación del derecho de reunión pacífica recogido por la Primera Enmienda.
El rodeo dejó una nómina de tipos ilustres que rompieron estereotipos. Como Lee Kittleson, un cowboy bigotudo que creció en los ranchos de Dakota del Norte, sirvió en Vietnam y ganó el rodeo de 1982
Dos años después, en 1983, la epidemia de sida recrudeció los ataques. Los Patriotas para Normalizar Reno se refirieron a los homosexuales como “punks pervertidos que se llenan los bolsillos con excrementos. Si te asusta la amenaza de una guerra nuclear, ¡considera el futuro de la humanidad basado en una sociedad queer!”. Y un reverendo bautista instó a “hacer lo que dice la Biblia y cortarles el cuello”. La asistencia al rodeo de ese año se resintió sensiblemente: llamadas telefónicas anónimas a las principales emisoras de televisión de Reno amenazaron con la presencia de francotiradores que dispararían a los asistentes.
El rodeo dejó una nómina de tipos ilustres que rompieron estereotipos. Como Lee Kittleson, un cowboy bigotudo que creció en los ranchos de Dakota del Norte, sirvió en Vietnam y ganó el rodeo de 1982. Al año siguiente Kittleson, toda una estrella del circuito de rodeos gay, galopó por las calles de Manhattan para recaudar fondos para la investigación del sida. Ensilló su caballo en el Madison Square Garden y se abrió paso entre el intenso tráfico de la Octava Avenida para celebrar una conferencia de prensa en Central Park. O Ron Jesser, uno de los Padres del Rodeo Gay de Reno, cuya imagen apareció en 1982 en casi todos los periódicos del país, “caliente, sudoroso y sucio, caminando con dificultad hacia los corrales después de lazar terneros” para convertirse en “el vaquero gay más fotografiado de Estados Unidos”.
En 1984 se celebró el noveno y último Rodeo Gay Nacional de Reno, con un colectivo agotado por los estragos del sida y el acoso de las organizaciones ultraderechistas
En 1984 se celebró el noveno y último Rodeo Gay Nacional de Reno, con un colectivo agotado por los estragos del sida y el acoso de las organizaciones ultraderechistas. Pero al año siguiente se formó la Asociación Internacional de Rodeo Gay (IGRA), que daría continuidad al evento en varias sedes (en julio de este año se celebrarán sendos rodeos gay en Denver y Minnesota, y en octubre tendrán lugar las finales mundiales en Oklahoma). Phil Ragsdale murió de sida en junio de 1992, pero su atrevida idea perduró. Equipos de hombres homosexuales, lesbianas y drag queens participando en eventos de “disfraces de cabras” y ordeño de vacas. Drags y lesbianas montando toros y caballos broncos, atando terneros y luchando con cerdos. Los indómitos cowboys rosas siguen izando la bandera arcoíris en el Lejano Oeste.
No son pocas las voces críticas con el carácter mercantilista de la celebración del Orgullo o el fariseísmo del pinkwashing. El lado reivindicativo parece haber sido postergado por otro mucho más inocuo y fiestero, para el que la bandera LGTB no es sino el fragante precinto de un “capitalismo rosa”. Pero...
Autor >
José Manuel Ruiz Blas
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