TRIBUNA
Contra la desesperanza: a conquistar la primavera roja
Urge abrir la imaginación política, para lo cual la memoria histórica es imprescindible. Y aquí no solo es importante insistir en lo que ocurrió, sino también en esos futuros posibles que no llegaron a ser
Josefina L. Martínez 7/07/2024
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A conquistar la primavera roja
Donde nace el sol del futuro
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A veces uno llega tarde a las películas, pero las encontramos en el momento justo. Me pasó con Il sol dell'avvenire [El sol del futuro], del enorme Nanni Moretti. La cinta, que se presentó en Cannes en 2023, llegó a los cines argentinos en este mayo caliente de 2024. Y fueron los amigos de allende el mar quienes nos estimularon para disfrutarla. Con Milei, Meloni y otros esperpentos al timón, celebramos ese golpe de emoción esperanzada que nos regala el director italiano. [A partir de aquí, terreno minado de spoilers].
En la película, los amores, las amistades y la música se entrelazan con una historia mucho más grande de luchas colectivas y solidaridad de clase. Como contraparte, no escatima la sátira sobre el auge y caída del que en su momento fue el partido comunista más grande de Occidente, el PCI. “¿Hubo comunistas en Italia?”, pregunta sorprendido un joven asistente de producción en una de las primeras escenas.
Moretti encarna a su alter ego, Giovanni, un director de cine que ronda los 70 años, obsesionado por contar una historia situada en 1956. Una célula del PCI de un barrio romano recibe a un circo húngaro cuando llegan las noticias de la cruenta represión soviética en Hungría. Desoyendo el pedido de cientos de intelectuales de izquierda y miles de militantes de base, la dirección del PCI apoya al estalinismo, que aplasta a sangre y fuego la revolución. Mientras en las calles de Budapest obreros y estudiantes derriban las estatuas de Stalin y forman consejos obreros, Togliatti dirá que “en una situación así, o se aplasta la insurrección o se acaba aplastado por ella”.
Moretti encarna a su alter ego, Giovanni, un director de cine que ronda los 70 años
Pero la Revolución del ‘56 no era una “conspiración contrarrevolucionaria” organizada por la CIA, como repitieron implacables los partidos estalinistas de todo el mundo. Se trataba de una profunda y sentida rebelión de obreros y estudiantes contra la burocracia y el expolio nacional. Entre las demandas del consejo obrero de Budapest estaba el “retiro de las tropas soviéticas, elecciones mediante escrutinio secreto en base al sistema multipartidario, formación de un gobierno democrático, propiedad realmente socialista de las fábricas y de ninguna manera capitalista, mantenimiento de los consejos obreros, restablecimiento de los sindicatos independientes [...], respeto al derecho de huelga, libertad de prensa, de reunión, de religión, en suma todos los grandes objetivos de la revolución”. La represión de la burocracia soviética fue sanguinaria. Se calcula que más de 3.000 húngaros fueron asesinados, 13.000 heridos y otros miles encarcelados y exiliados.
Hasta aquí, los sucesos reales contados en un film ficticio por un director que emula al director real. Pero Moretti no se detiene en estos juegos de metanarrativa y autoficción. Tratando de encontrar una salida diferente a su alicaída vida personal, Giovanni decide cambiar el final de la película (y de la historia). Los militantes comunistas de la célula romana y los artistas del circo húngaro lograrán el ansiado apoyo del partido para los rebeldes húngaros. Al día siguiente, la portada de l'Unità (periódico del PCI) llevará el titular: “¡Adiós a la Unión Soviética!”. La escena final es deslumbrante: una manifestación con orquesta, banderas rojas y elefantes incluidos. Un estallido de emociones alegres: confianza en la lucha y solidaridad, ilusión y amistad. Que en medio del cortejo se levante un estandarte con el retrato de Trotsky nos habla también de la posibilidad de redimir una tradición comunista opuesta al estalinismo.
Abrir la imaginación política
En sus tesis sobre la historia, Walter Benjamin escribía: “Articular históricamente el pasado no significa conocerlo ‘como verdaderamente ha sido’. Significa apoderarse de un recuerdo tal como éste relampaguea en un instante de peligro”. Si el pasado que nos llega es el relato de los vencedores, el historiador que no empatice con ellos buscará “pasarle a la historia el cepillo a contrapelo”. Eso permitirá “encender en el pasado la chispa de la esperanza”. Para eso, habrá que tener presente la idea de que “tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer”.
El filósofo alemán formulaba las tesis en 1940, pocos meses antes de su muerte, cuando escapaba del nazismo. La ventaja de los nazis consistía, según Benjamín, en que sus adversarios los enfrentaban en nombre del progreso como norma histórica. Y esa convicción (se refería a la socialdemocracia) los llevaba a un profundo conformismo con la barbarie que se oculta detrás de cada documento de civilización.
La ventaja de los nazis consistía, según Benjamín, en que sus adversarios los enfrentaban en nombre del progreso como norma histórica
Del film de Moretti a la reflexión benjaminiana. Lo que nos urge es abrir la imaginación política, para lo cual la memoria histórica es imprescindible. Y aquí no solo es importante insistir en lo que ocurrió (algo necesario, ante tanto negacionismo del pasado), sino también en esos futuros posibles que no llegaron a ser. Como escribió hace un tiempo Amador Fernández-Savater en CTXT sobre la película de Moretti, la belleza es “la afirmación de lo posible, de lo libre, de lo abierto. El comunismo podría haber sido otra cosa, es decir, podría aún serlo”.
“¿Qué hubiera sido si…?” es una pregunta que nos invita a pensar en esos instantes de peligro en que aún era posible tomar vías alternativas. Nos recuerda que el tiempo histórico no tiene nada que ver con un continuo homogéneo y vacío, sino que es el resultado de luchas, conflictos y combates entre fuerzas sociales, políticas y culturales.
Recuperar la esperanza para conquistar la primavera
La historia de las revoluciones, las luchas y resistencias colectivas desmiente esa idea –tan afín a las extremas derechas– de que el hombre es el lobo del hombre y el egoísmo humano el principio máximo de la libertad. Nos permite ver que no estamos en una calle de sentido único (hacia nuevas guerras, catástrofes y distopías), sino ante nuevas encrucijadas históricas que se decidirán con la lucha.
Hoy Europa parece al borde del abismo con Le Pen, Meloni y Orbán. Siguiendo a Benjamin, podríamos decir que la ventaja con la que cuentan es que sus adversarios hablan en nombre de una vacía democracia liberal y de “valores europeos”. Etiquetas que encubren un neoliberalismo extremo, degradación de las condiciones de vida, la complicidad con un genocidio, represión en las fronteras y expolios globales.
Esta semana se cumplieron dos años de la masacre de Melilla. ¿Son estos los “valores europeos” que nos invitan a defender los progresistas como “muro de contención” contra la extrema derecha? ¿Qué puede dejar en pie una izquierda institucional que considera un paso adelante sentarse en el gabinete de ministros con Marlaska, cuando este felicita la actuación de la Guardia Civil en el asesinato de migrantes?
Retomando la cuestión de la esperanza. Nada nos asegura el triunfo, pero la derrota está garantizada si no logramos sacarnos de encima a los agoreros del conformismo y el “mal menor”. A quienes aceptan el marco de los vencedores como el único posible. Del otro lado, tenemos una impresionante historia de luchas colectivas y revolucionarias. Es necesario retomarlas para preparar otro futuro.
PD: Este artículo se lee mejor escuchando música italiana.
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Autora >
Josefina L. Martínez
Periodista. Autora de 'No somos esclavas' (2021)
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