Mi año con dos primaveras I
¿Sobre qué se puede escribir poesía?
Arrancamos aquí una serie de reflexiones, páginas de diario y crónicas (ya iremos viendo) con los que el poeta (y defensor del amor) Juanpe Sánchez López levanta acta de su viaje a la primavera argentina
Juanpe Sánchez López 26/09/2024
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“No le tengas miedo a las tormentas. / Los truenos / son espectaculares / tienen que ver con el cine”. Así comienza un poema de 2005 de Marina Mariasch, donde la voz poética justo después invita a ese tú al que advierte a resguardarse: “Si tenés miedo vení a mi cama / nos tapamos con dos frazadas”. Tras estos versos, la voz se aleja de la intimidad y nos da una panorámica: “Los relámpagos: el flash de una cámara / que le saca una foto a la ciudad”. Ahora vemos el mundo, más concretamente la ciudad, como una cajita donde pasan cosas, un lugar fotografiable, capturable. El poema sigue y la fotografía toma carácter festivo, recogiéndose de nuevo a lo íntimo: “Los balcones se iluminan por un segundo / y se apagan / como cuando es Navidad”. Nosotros, en medio de la tormenta, estamos alumbrados también por estos flashes de versos cortados de ritmo lumínico que acaba en la calma: “Las tormentas son buenas: / un preámbulo o una conclusión / que tranquiliza porque llegó”. En este vaivén entre lo íntimo y lo paisajístico urbano, entre el tú y yo del poema y la envergadura descomunal de los rayos y relámpagos, entre la intermitencia de lo iluminado hasta la extenuación y la completa oscuridad se encuentra la certeza de que algo empieza o de que algo acaba cuando llega la tormenta a la ciudad.
Cuando aterrizamos en Buenos Aires nos dio la bienvenida lo que se conoce como tormenta de Santa Rosa, un fenómeno que ocurre previsiblemente los cinco días previos o posteriores que abrazan el 30 de agosto, cuando las primeras masas de aire cálido chocan con el invierno ya instaurado en el sur de América. Una oleada de frío, truenos que chisporrotean, rayos que retumban y borbotones de agua forman ese preámbulo o esa conclusión de la que habla el poema de Mariasch. La tormenta, que se repite cada año, anuncia la primavera y concluye el frío. Yo, que he venido a investigar durante tres meses poesía contemporánea argentina, he llegado justo a tiempo para poder ver esos flashes eléctricos de la ciudad, algún dios haciéndonos una fotografía desde arriba. Y así ha empezado mi segunda primavera este año, ahora en el otro lado del Atlántico, viendo cómo los balcones de Buenos Aires se iluminaban por momentos.
Son igualmente momentos de iluminación lo que ocurre en la poesía, aunque de otro color, como sucede en “Perdón o aniquilación”, otro poema de Mariasch, que me maravilla por su genial desvergüenza con el que irrumpe el primer verso: “Todo lo malo que me dijeron de vos era verdad”. Tres versos más adelante, apunta “No voy a decir nada / malo de vos, no soy así”, para proceder seguidamente a romper su especie de promesa: “Cuando te vi / no me gustaste tanto, estabas todo de negro, / re oscuro, pero me gusta / conocer a las personas, perdón / por escribir mal de vos”. Los versos que se rompen producen encabalgamientos sorpresivos y ácidos. El poema se convierte en el lugar no ya de la confesión de “las cosas malas de vos” sino en el espacio donde se cuestiona qué se puede o qué se quiere decir del tú: “vas bajando / en mi bandeja de entrada, te vas perdiendo / en el montón, todos somos brumosos / me servías para no pensar tanto / para escribir poemas de amor / al final todo se trata de uno mismo / perdón :)”. Hay una articulación en el tono, en las palabras escogidas y en el tema del poema que, aun casi veinte años después de que fuera publicado, me sigue pareciendo desafiante y trepidante. Hablar de un ligue, de los chismes o de los platos rotos del ligue, anticipar que no se dirá nada malo de él, acabar escribiéndolo, terminar con la conclusión de que para lo que le ha servido es para escribir poemas y cerrar pidiendo perdón con emoticono no eran –y todavía en algunos casos no son– las formas más comunes y mucho menos prestigiosas de hacer poesía.
Mariana Mariasch. / Soledad Amarilla / Ministerio de Cultura de la Nación.
Durante estos años Fernanda Laguna, otra poeta argentina también nacida en 1973 como Mariasch, escribía poemas como: “Soy una mente y un corazón. // Mi Mente es tonta / y mi Corazón no sabe lo que quiere”. O, en el mismo plano, escribía odas “A todas las motos del mundo”: “Dos ruedas y un motor / de 50 a 1500. / Motos bellas y ágiles / rojas, negras y azules / también blancas bicolor / (…) / A todas las motos del mundo / les dedico este poema, / para ellas que nos llevan / de la casa a donde queramos”. Cecilia Pavón, también argentina, también nacida en el mismo año que Laguna y Mariasch, escribía: Nos mirábamos y nos abrazábamos y era sexo deportivo / y otra vez nos volvíamos a abrazar y a mirar / y yo me sentaba en el sillón / y abría las piernas y tenía ropa / y era sexo deportivo”. ¿Qué es lo que une a estas tres poetas argentinas que, aun teniendo cada una su propia complejidad y sus diferentes proyectos poéticos y artísticos puede distinguirse? Un impulso a hacer poemas que no esconden a priori un gran mensaje, una escritura poética no ocultista, no oscura ni oscurizada. En contra de la tradición que, de hecho, malaprendemos en el colegio con la idea del poema como lugar de desciframiento, estas poetas argentinas, que empiezan a escribir en los noventa pero cuya trayectoria se alarga hasta nuestros días, no pretenden ocultar nada. Los poemas no son mapas del tesoro; son el tesoro en sí mismo. Fuera de cualquier palabra difícil, cargada líricamente y clicheizada por la tradición, estos poemas se alinean a un registro de alguna manera poco habitual para la poesía y que generó y genera incluso dudas sobre si aquello que estamos leyendo es poesía o no (volveré a este tema en el siguiente artículo con el caso concreto de Fernanda Laguna).
Fernanda Laguna. / Youtube
En el esencial ensayo para entender esta poesía argentina de los noventa, Una intimidad inofensiva, Tamara Kamenszain señala que estas poetas les retiran el velo a los poemas, que carecen de “discreción”, y donde más que preguntarse qué y sobre qué quieren escribir directamente parece que lo hacen. Convierten el proceso de pensamiento del poema en el ejercicio mismo de escritura; y advierte Kamenszain: “Hacerlo así, sin tramitar ningún ritual iniciático, transforma aquel tesoro que la poeta tenía entre manos pero cuyo valor parecía desconocer, en una materia aprovechable, una fuente de información doméstica que hoy todos, con cierta complicidad de época, no dudamos en llamar intimidad”. Y esta apertura del poema a la intimidad contemporánea produce una inclusión nueva de temas y formas; y sobre todo permite dejar abierta esa inclusión todo el tiempo, siendo cualquier cosa susceptible de convertirse en un poema.
Estas poetas con los personajes de sus ligues, sus amoríos, sus pensamientos aparentemente superficiales, sus encuentros sexuales, sus objetos favoritos convertidos en centros poemáticos “rozan superficialmente la mayor cantidad de contenidos posibles con el solo fin de incluirlos. Eso sería hoy la intimidad: una tarea inclusiva, superficial y, se podría agregar a esta altura, inofensiva”. Esta inclusión o apertura, además, se da a la vez a través de una superficialización o facilitamiento –en un primer plano y esto es muy discutible– de la forma. Si la poesía se entendía como el ocultamiento, estas poetas la entienden como lo contrario: la exhibición desprejuiciada y, de hecho, provocadora. Los materiales nimios, superficiales e incluso las tonterías –acá “boludeces”– que utilizan estas poetas arrojan luz sobre aquello que, como discute Kamenszain, “había permanecido enterrado para la poesía bajo sucesivas capas de desprestigio”. Lo que parecía que era lo importante del poema para estas poetas no importa. Las grandes cosas y los grandes proyectos han cambiado de mira.
En este sentido y analizando el poema de Cecilia Pavón sobre “el sexo deportivo” que he citado anteriormente, la misma Kamenszain señala que “el sexo aquí es una actividad inofensiva, casi infantil, que ya no escandaliza a nadie. Paradójicamente, lo que sí parece escandalizar hoy a los lectores que todavía buscan contenidos profundos en el arte o mensajes edificantes es no encontrarse con ningún escándalo”. Es “la más pura banalidad” la que sí causa un rechazo frontal por parte de cierta recepción. La poesía, para Mariasch, para Pavón, para Laguna ha dejado de ser algo “serio”. Y digo “serio” en el sentido más heterosexual y masculino posible porque, por supuesto, tanto la forma literaria y en general artística como los temas que gozan de cierto prestigio dentro de lo que podría considerarse buena literatura o del gran arte han estado siempre ligados a ciertas normas y roles de género masculino. Lo explicó Virginia Woolf en Una habitación propia hace ya más de cien años: “Son los valores masculinos los que prevalecen. Hablando crudamente, el fútbol y el deporte son ‘importantes’; la adoración de la moda, la compra de vestidos, ‘triviales’. Y estos valores son inevitablemente transferidos de la vida real a la literatura. [...] Una escena que transcurre en un campo de batalla es más importante que una que transcurre en una tienda”.
Cecilia Pavón. / Youtube
La poca accesibilidad sistémica que se le ha facilitado a las mujeres a lo largo de la historia tanto material como simbólicamente –si pudieran acaso separarse– también forma parte de todo un entramado que ha servido para producir unas jerarquías sobre quién puede y no puede escribir y sobre qué y cómo está bien o está mal escribir. Se suma esto a la pesada –en todas sus acepciones– tradición poética donde el lenguaje ha de oscurecerse, donde las palabras han de tener una carga, donde debe haber una cierta elevación, cierta distancia. El decir poético es supuestamente el decir oculto, el decir difícil. Hablando de la cotidianeidad, de las cosas pequeñas, de las motos, de los corazones, hablando como si fuera messenger, estas poetas, sin embargo, hacen friccionar los límites de la vida y la literatura. ¿Qué es la poesía?, ¿qué son las grandes cosas que tiene que hacer un poema?, ¿no es acaso la vida una gran cosa?, ¿no es acaso esta moto alucinante un poema en sí mismo?
Estas poetas convierten lo aparentemente fácil y lo insignificante en materia poética e incluso en el poema mismo. De su poesía, y entre muchísimas otras complejidades, brotan alegrías desprejuiciadas, felicidad triste, amoríos incontables, desvergüenza, ironía y una honestidad brutal. Y no honestidad en el sentido de contar la vida biográfica en el poema; sino honestidad con un proyecto poético y político: la creencia de que las cosas se pueden hacer de otro modo y que, de hecho, ya las están haciendo ellas. Roberta Iannamico, poeta también argentina nacida un año antes que Mariasch, Laguna y Pavón, escribe en “Las cosas”: “Siempre son las cosas / la ropa / los platos / los huevos duros / el agua de la canilla / los juguetes tirados / lo caliente / lo frío / lo suave / lo pesado / las cosas que entran / en una mano / eso es lo que tengo / para armar un mundo”. Son las cosas que les caben en las manos, las cosas que ocurren (¡o no!, ¡qué más da!) a diario, las que estas poetas recogen para armar sus mundos con la certeza de que su forma de entender y de escribir poesía tiene otro voltaje, diferentes colores, más fosforitos; y que entran irrumpiendo y haciendo bulla. Bajo esos nuevos flashes de estas poetas, ahora, el poema de Mariasch tiene otra nueva lectura: “No le tengas miedo a las tormentas / (…) / Las tormentas son buenas: / un preámbulo o una conclusión / que tranquiliza porque llega”. Los balcones de Buenos Aires se iluminan con los rayos de Santa Rosa: ha llegado el calor, ha llegado otra vez la primavera.
“No le tengas miedo a las tormentas. / Los truenos / son espectaculares / tienen que ver con el cine”. Así comienza un poema de 2005 de Marina Mariasch, donde la voz poética justo después invita a ese tú al que advierte a resguardarse: “Si tenés miedo vení a mi cama / nos tapamos con dos frazadas”. Tras estos...
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Juanpe Sánchez López
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