Berta García Faet / Poeta
“Qué feo eso, puntuar un libro, como si un libro fuera un examen o un hotel”
Juanpe Sánchez López 3/01/2024
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Escuché recitar a Berta García Faet (Valencia, España, 1988) por primera vez hace más de siete años, en un auditorio de la Universidad Complutense de Madrid. Mis amigas y yo estábamos terminando segundo de carrera de Teoría de la Literatura, arrejuntadas y deshechas en lágrimas cuando terminó su lectura con el que se convertiría en uno de los poemas de nuestras vidas: “Yo, que podría haber sido un bonsái, una medusa, un ferrocarril, una diadema, un copo de aguanieve, un charco de agua o nieve, soy yo, aquí, ahora, y te acaricio el pelo con los labios”, texto central de La edad de merecer (La Bella Varsovia, 2015). Se abrió ahí, en ese momento, una especie de grieta, se nos encendió una luz, nos dijimos: “Si alguna vez escribimos queremos que se parezca mínima y muy fallidamente a esto”. Dijimos: “Ojalá mezclar inteligencia y corazón”.
Tengo la certeza de que Berta García Faet no solo es una estrella o una corazonada que nos guía a mí y a mis amigas, sino que su figura en la literatura es una de las grandes, de las que van por ahí con amplias estelas. Sus obsesiones poéticas han girado siempre sobre tres ejes desde que publicó su primer libro hace quince años: el amor, el lenguaje y el yo. Ese primer libro, junto a los tres siguientes, están recogidos en Corazón tradicionalista: Poesía 2008-2011 (2018) con La Bella Varsovia, donde se publicó la increíble y lucidísima reescritura de Trilce de César Vallejo, Los salmos fosforitos (2017), que fue galardonado con el Premio Nacional de Poesía Joven “Miguel Hernández” en 2018. Después, mientras se doctoraba en la Universidad de Brown en Estudios Hispánicos, tuvimos que esperar cuatro años hasta que publicara su siguiente poemario, Una pequeña personalidad linda (2021) y ahora, en 2023, ha publicado dos libros: El arte de encender las palabras (Barlin), un ensayo que piensa en cómo se forma y nos formamos y cómo jugamos con la mirada poética; y Corazonada (La Bella Varsovia), un poemario que atraviesa el tiempo y los estilos y que deslumbra y ratifica aquello que ya habíamos confirmado muchas veces. En palabras de la poeta, que “hay huellas imborrables y hay huellas imborrables”. Y que las de Berta García Faet, desde luego, son huellas imborrables, son huellas imborrables.
No podemos saber qué es nada. Pero la amistad o el amor que sentimos por ciertos poemas ahí está
En tu anterior poemario, Una pequeña personalidad linda, utilizabas el tropo (o la figura retórica o la imagen) de la estrella que guiaba a la protagonista. En este más nuevo, introduces la “corazonada” Yo, cuando pienso en una corazonada, pienso en un impulso sensible que sirve de guía, muy parecido a una estrella que enseña el camino. ¿Qué es una corazonada?, ¿es distinta de la estrella?, ¿hacia qué lugares te guía y nos guía (si nos guía)?
Me encanta lo que dices. Sí, creo que la “corazonada” de Corazonada es muy parecida (¿o es la misma persona?) que la estrella de Una pequeña personalidad linda. Que a su vez es con toda claridad la estrella de Belén. Que es también la luz interior de las luciérnagas, que (tengo la sospecha) algo tiene que ver con un muñeco de los años noventa que se llamaba Gusy Luz. O sea, está Dios y está la infancia. Y lo de “frotar un labio con una cerilla”, “frotar un labio con una chispa”... Luego, en el ensayo El arte de encender las palabras, para hablar de las “ideas” de la poesía hablo de “ideas-corazonadas” para que la idea de “idea” se rebase y se toque con los ensoñamientos. Y podemos seguir así todo el rato: también están por todas partes esas lucecitas del cielo y del adentro en Los salmos fosforitos. En el propio título: salmos (Dios), fosforitos (infancia). Y luego está la canción “La estrella” de Enrique Morente. Sugerencias de largos viajes, búsquedas...
De El arte de encender las palabras puedo deducir una idea que creo que defiendes: no entender o comprender algo no te impide sentirlo verdaderamente. Defiendes que “la poesía conecta cosas”; y, aun así, no podemos saber exactamente qué es “conectar” y qué es “la poesía”. Pero, ¿queremos saberlo?, ¿es esa imprecisión precisamente poética?
Totalmente. No podemos saber exactamente qué es nada. Pero la amistad o el amor que sentimos por ciertos poemas ahí está. Nos regalan más conocimiento sobre el mundo y más desconocimiento. Es paradójico pero es así.
Me interesa desviarme del supuesto “sentido común” y de los clichés, denunciar su terco núcleo hiper-ideológico
Tanto en Corazonada como en El arte de encender las palabras nos encontramos con avisos de que en determinados momentos, por decisión propia y para potenciar la fuerza poética del texto, no se siguen las normas ortográficas. ¿Es la poesía ir en contra de las normas o de la norma? ¿Es la poesía hablar increíble, como defiendes en un momento citando a Carlos Edmundo de Ory? ¿Y ese hablar increíble es desviado?, ¿de qué?
Interesante. No podemos ir en contra de todas las normas (lingüísticas y sociales) porque resultaríamos ininteligibles y nos quedaríamos solos. No hay humanidad sin normas. Es más, no hay heterodoxia, marginalidad o contracultura sin normas: sin normas contra las cuales definirse y sin nuevas normas con las que, si no definirse, al menos construirse. Ahora, la cuestión es podernos entrenar (porque hay que entrenar, no es un talento innato) en la habilidad de quedarnos con algunas reglas y despojarnos de otras. E ir cambiándolas al ritmo de nuestra alegría. Normas no demasiado normativas. Entonces sí, el “hablar increíble” de la poesía (que ha de resultarnos hasta cierto punto creíble, ha de darnos confianza) se desvía de lo que no nos hace bien. Cada cual ha de investigar qué significa eso. A mí personalmente me interesa desviarme del supuesto “sentido común” y de los clichés, denunciar su terco núcleo hiper-ideológico. No se trata de desviarme tanto de lo “comprensible” y “normal” hacia lo “raro”. Porque a veces hablo muy comprensiblemente. Trato de no dejar de pelearme con las supuestas “verdades objetivas”.
Tu amor por la poesía es fanático y, por ser fanático, es contagioso. Tu ensayo es una forma de aterrizar nociones que ya se sentían orbitando en tus poemarios. Y en él podemos leer que poesía y conocimiento están íntimamente ligados. En tu propuesta, la poesía es una forma particular de epistemología. ¿Para conocer (poéticamente) es necesario entender?, ¿la poesía se entiende?, ¿o hay que entender la poesía para disfrutarla en su totalidad (si fuese posible un disfrute total)?, ¿hay en ese pensamiento que heredamos de la poesía como un texto oscuro y complejo un muro para las lectoras?
Jajaja... Sí, soy bastante fanática. Y sí, el ensayo es sobre todo un ensayo de epistemología poética: qué es conocer, cómo conocemos... No agoto las preguntas, me centro en un puñado de opciones. Sobre “entender los poemas”: desde el colegio se nos enseña a leer poemas como si fueran puzzles, o sea, a descifrarlos, “entenderlos literalmente” (entender qué literalidad se esconde bajo tanta figura retórica). Es sólo una vía. Seguramente no la más rica a la hora de abordar la poesía moderna, que como sabemos entiende la simbolización de una manera bastante diferente a la poesía medieval o la barroca. Propongo entonces otra forma de leer, que tiene que ver con lo que llamo “una lectura de halo”. Los poemas como irradiadores de diademas fragmentarias de sugerencias, connotaciones. Entonces ya no se trata de “entender literalmente” sino (aquí permíteme un salto loco) de “entender” en el sentido gay noventero. Cuando estaba en boga la pregunta de: “¿entiendes?”, en el sentido de “hombre, ¿te gustan los hombres?”. Digamos “entender” entonces en el sentido de “tender”. Creo que cuando uno ama mucho un poema tiende a él, y para tender a él ya tiene que haber algún tipo de predisposición, algún tipo de amistad o erótica de los temperamentos que se encuentran en el poema. Descifrar un poema ya no es entonces un ejercicio meramente intelectual y deductivo sino un ejercicio en el que lo damos todo, todo nuestro ser participa, y a veces funciona y a veces no, como cuando a veces nos gusta alguien o algo y a veces no. Aunque también la apertura a la poesía se puede educar.
Propongo otra forma de leer, que tiene que ver con lo que llamo “una lectura de halo”
Hay en toda tu obra cierta superación de algunas dicotomías que han estado histórica, política y literariamente enfrentadas. Lo sentimental/inteligible, conocimiento/sentimiento, experimentación formal / expresión emocional. Siento que a veces el pulso teórico generalizado se basa en confrontar las dicotomías que nos son dadas en lugar de anularlas, superarlas o ignorarlas. En tu obra poética hay una conjunción de lo emocional con lo inteligible, el afecto y la experimentación formal. El corazón de la voz poética (o, mejor, de las voces poéticas) es profundamente inteligente y su inteligencia profundamente sensible. ¿Existen realmente estas tensiones o son exageraciones que nos creemos una y otra vez y que nos gusta “superar”?
Muchas gracias por decir eso. No sé si es cierto... O sea, pienso que ya sea por nuestro lenguaje (o el lenguaje) y por nuestra cultura tendemos a pensar y de hecho a vivir dicotómicamente. Pero como eso es fuente de obsesión y paranoia también está en nosotras el deseo de escabullirnos de esas dicotomías. Aunque es lo que decía antes. Tal vez necesitamos la Cultura oficial para enfadarnos y hacer contracultura, tal vez necesitamos las dicotomías para que nos generen un malestar tal que no podamos evitar buscar escapar de ellas, quizás precisamos de que haya mayúsculas para recrearnos en las minúsculas. No sé. Quizás es un pensamiento cínico, me gustaría ser más anarquista... Pienso que desde los campos de las artes tendríamos que estar más en contacto con los investigadores en psicología, neurociencias, lingüística, biología... que están pensando mucho sobre estas cosas.
En El arte de encender las palabras defiendes el poder de la poesía para hacer cosas en el mundo. De igual forma que las palabras hacen cosas, como diría J. L. Austin, tú defiendes que las palabras poéticas hacen cosas. En uno de mis momentos favoritos del libro, escribes: “El hecho de que el lenguaje nos venga dado como un hado no quiere decir que no podamos trucar el dado, tirarlo, tirarlo a la basura si nos da la gana. O rescatarlo. Seguir jugando”. Este discurso persigue históricamente a la poesía desde la época clásica: ¿para qué sirve la poesía?, ¿sirve para algo?, ¿tiene que servir de algo?, ¿te sirve de algo?
Jajaja... Me pones en un aprieto. Por un lado, digo que la poesía no es útil, no es un uso. Digo: en poesía “no utilizamos exactamente el lenguaje” y “no exactamente utilizamos el lenguaje”. Y ahí me alío con todos los creadores que insisten en que la poesía es una actividad orgullosamente improductiva, contraria al afán de automejorarse y ganar cosas. Lo que pasa es que a mí, a un nivel muy personal, la poesía me sirve muchísimo. Digamos que es mi manera de digerir o asimilar lo que me pasa o lo que aprendo. Además, creo que políticamente las Humanidades son nuestra única posible salvación. En diálogo con las ciencias, claro.
Tal vez necesitamos la Cultura oficial para enfadarnos y hacer contracultura, tal vez la necesitamos para que nos generen un malestar
También la idea de “servir” nos lleva al campo de la utilidad y la productividad y a incluir la literatura en el ámbito del mercado. Por supuesto, el mercado editorial es un mercado y mueve mucho dinero (mucho menos en el de la poesía y del ensayo, para ser completamente sinceros) y sigue unas estrategias y unas dinámicas que llevan a veces a que los libros sean objetos de consumo. Entrar en listas, ser novedad, estar arriba en las mesas de las librerías, fases infinitas de autopromoción, puntuaciones y discusiones en portales como Goodreads. ¿Cómo te sientes frente a estas dinámicas? Hay, desde luego, un contradiscurso obvio que es el de la literatura tiene que ser un lugar de la lentitud, de la percepción, del placer, ¿pero no es inevitable también sentir el peso de estas fuerzas?
De nuevo metes el dedo en la llaga. Es muy difícil esto. La cosa es que los escritores, en general, deseamos ser leídos. Mucho y bien. Pero claro, los lectores no aparecen por generación espontánea. Los “produce” el mercado editorial, la institución educativa y hasta el Estado-nación. Por suerte sí es cierto que a veces (pocas) sí aparecen lectores por milagro o por destino, al margen de promociones o visibilidades. O sea, que es complicado.
Una cosa sí diré (aprovecho para soltar mi matraca): detesto Goodreads. Amo las reseñas, sean buenas, malas o regulares, pero la idea de que le pongan nota a mis libros me deprime profundamente. Odio cuando entro y alguien me ha puesto tres o cuatro estrellitas. Me parece humillante. Ponme cinco o ponme cero o mejor ponme ninguna, ¡di algo! ¿Pero qué hace que un libro tenga un 8.5 sobre 10 o un 7? Qué feo eso, puntuar un libro, como si un libro fuera un examen o un hotel. Tan feo como puntuar un cuerpo. Me acuerdo de la web esa: votamicuerpo.com Qué cosa más cruel. Y cuánta soberbia.
En Corazonada podemos encontrar poemas que datan de muchos años atrás y, algunos de ellos, los conocemos profundamente tus lectores. Es el caso, por ejemplo, de “Me gustaría meter a todos los chicos que he besado desde el año 1999 en una misma habitación”, poema icónico de la poesía en la era de internet. Has dicho en otras entrevistas y en la presentación del libro que no es un libro de libros, sino que los poemas se entretejen de forma transhistórica. ¿Cómo te enfrentas a la lejanía –temporal y/o personal– de algunos textos?, ¿parte de la reconexión o del reacercamiento a algunos poemas pasa por la idea de pensar en la poesía como ficción? En un momento del ensayo, de hecho, haces una defensa de que la interpretación de tu yo lírico ha de ser amplia y no debe confundirse con tu persona. ¿Es el yo poético una ficción aun si está plagado de autobiografismo? O, dicho de otro modo: ¿es la autobiografía una ficción?
Jajaja... icónico. Me hace gracia eso. Y sí, la lógica del libro es transhistórica. No lo había pensado en relación con el estatuto del yo lírico como ficcional, la verdad, pero puede ser eso y a la vez tener que ver con la verdad íntima. En realidad, en Corazonada hablo de lo transhistórico en un sentido bastante literal, que es básicamente que algunos de los poemas comenzaron a escribirse, por ejemplo, en 2010, y alcanzaron su versión definitiva en 2014. ¿Entonces son de 2010 o de 2014? De ambos años, y de todos, con un poco de suerte. Sobre lo otro que comentas: sí, podemos decir lo mismo con distintas palabras, a mí de momento me ha servido hablar de que en la poesía (o en la mía al menos) hay artificio (o relato o ficción) y hay verdad íntima. Es difícil definir la verdad propia, pero creo que una sabe cuándo está siendo honesta en su escritura o no. Y una puede ser honesta marcándose una novela ambientada en 1920 en Escocia, claro.
Tengo miedo de confundir poesía y demagogia
En toda tu obra poética hay una continua relación o enlazado entre el yo y los animales. En La edad de merecer: “Creí ser mejor que un buey / qué tonta”. En Corazonada: “Tengo un corazón de vaca enferma”. En El arte de encender las palabras, nos encontramos con una defensa del antiespecismo o, al menos, con un comentario de ecocrítica en el que adviertes que los humanos nos olvidamos de que “les hacemos la vida imposible al restos de los seres” que habitan este mundo que creemos solo nuestro. ¿Qué vinculación hay entre tú y los animales y el resto de seres del mundo y cómo incorporas esta visión crítica a tu obra y a tu vida? De hecho, en el ensayo hablas de la necesidad de “marear la perspectiva”. ¿Por qué es importante este dislocamiento del antropocentrismo?, ¿por qué necesitamos marear la perspectiva?
Gracias por darte cuenta. Sí, en toda mi poesía hay animales. Y soy vegetariana desde hará unos trece años. Y vegana más últimamente, con idas y venidas, dudas. El caso es que es un tema complejo y para mí traumático por los pocos interlocutores generosos que me he encontrado por el camino, abiertos a hablar con rigor de este tema, la cognición y sociabilidad animal y los derechos animales. Así que digamos que ha sido una preocupación ética que en mi poesía sólo ha aparecido de manera esquinada. Por eso y porque en general tengo miedo de confundir poesía y demagogia. El caso es que en los últimos años estoy abordando la potencia política de la poesía de otra manera. No sabría cómo describir lo que hago, pero veo que soy más explícita. Como que he sentido la necesidad de ser más confrontativa y de explicarme más. Quizás porque estoy cabreada o confundida o porque he pasado épocas de mucha ansiedad. Lo que ahora se llama “ecoansiedad”, quizás. O quizás por mis lecturas sobre biología evolucionista y paleoantropología, que necesito “digerir” a través de mi poesía. Pero soy lenta. Ahora estoy inmersa en un proyecto que trata de manera más directa y sincera con las animalidades. Según como se vea puede decirse que trato de ser cuidadosa o que voy con pies de plomo.
En el ensayo afirmas directamente: “Yo soy una cursi”. En tu obra poética podemos encontrar también esta palabra de forma continuada. En Los salmos fosforitos: “Hipotetizo en frío que dentro de 27 / años o paños de / sudor cursi de cajón de adulta a adult”. En La edad de merecer: “Lo más cursi del siglo es decir / sois una prórroga / me han dado estas migas para que haga algo”. Lo cursi no solo aparece formulado a través de la propia palabra sino que muchas veces inunda tu propuesta poética: la estructura, el color de los campos semánticos, los temas, la propuesta sentimental desbordada e incluso también te ha llevado a la investigación académica con tu doctorado. ¿Es la cursilería –no sé si quieres contar qué es o significa para ti– una elección premeditada?, ¿es confrontacional?, ¿con respecto a qué o a quiénes?
Jajaja... Gran pregunta, que también te concierne a ti... Bueno, otro melón. De momento puedo decir un par de cosas. Que para mí hay una cursilería muy autocomplaciente que no me interesa. Y lo digo habiéndola practicado yo misma. La identifico o bien con el desinterés por el estilo (vivido flaubertianamente como una aventura), que es el desinterés por lo que escriben los demás, y entonces te da igual y te pones a “clichear”, no como si no hubiera un mañana, sino como si no hubiera un ayer; o bien (mi ex-caso) con el efectismo. Lo primero es el “Mr.Wonderfulismo”, lo segundo algo así como sacar siempre el mismo disco. Y es que lo cursi está de moda, gusta. Luego hay otro tipo de cursilería, llamémosla “cursilería con un twist”, que sí me interesa, y que para mí es la que practicas tú. Lo que tengo claro es que me interesan el rigor y el estudio, aunque también “el golpe de dadá”. No los golpes de efecto. Y jamás la solemnidad.
Escuché recitar a Berta García Faet (Valencia, España, 1988) por primera vez hace más de siete años, en un auditorio de la Universidad Complutense de Madrid. Mis amigas y yo estábamos terminando segundo de carrera de Teoría de la Literatura, arrejuntadas y deshechas en lágrimas cuando terminó su lectura con el...
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Juanpe Sánchez López
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