Madrí, zona de obras
Iglesias
Si la Institución Libre de Enseñanza no hubiera sido aplastada a conciencia por la barbarie, vivir en Madrid no sería tan penoso
Ricardo Aguilera 27/10/2024
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“Con la iglesia hemos dado, Sancho”. El Quijote doliéndose del Antiguo Régimen, del oscurantismo, del pensamiento crucificado, de la barbarie del poder. Siglos de una España sometida, atrasada, analfabeta, y así hasta el nacional-catolicismo. Algo queda. Demasiado. Sales a la calle y lo respiras. Apesta a cirio. Sales a la calle y en cuanto das dos pasos, una iglesia. Si das más de dos, una glorieta: Iglesia. Veámosla.
Cada recodo de la iglesia respira el ambiente post-cruzada victoriosa. Pasas por delante y dan ganas de cuadrarse o de salir corriendo
Siguiendo esa costumbre madrileña de la bi-nominalidad, Iglesia en realidad se llama Glorieta del Pintor Sorolla, pero en el callejero sentimental de los gatos el metro manda, y la estación de allí se llama Iglesia. ¿Qué iglesia? La de Santa Teresa y Santa Isabel, construida en 1856 por el arquitecto José María Aguilar de Vela, el mismo que participó en el diseño del Banco de España o el balneario de Marchena. Estaba mal cimentada sobre terrenos movedizos. Cuentan que al cura Merino, guerrillero y trabucaire, le dieron el paseíllo camino del cadalso pasando justo por delante. Su comentario fue premonitorio: “Efectivamente, está desnivelada”. Décadas después acabó de desnivelarse: fue quemada y destruida en el 36. Las obras de reconstrucción se alargaron durante los 40, a cargo de José María Garma Zubizarreta. El resultado está a la vista: un mazacote infumable de neoclasicismo mostrenco. Cada recodo del edificio respira el ambiente post-cruzada victoriosa. Pasas por delante y dan ganas de cuadrarse o de salir corriendo. Un cronista de la época dijo de ella: “Ni el edificio ni el interior del templo ofrecen nada notable”. Para decir eso en aquellos años había que tener mucho apego a la verdad y muy poco a la vida.
La glorieta ofrece pocos edificios más de interés. No siempre fue así. En la otra esquina con Eloy Gonzalo estaba el Cinema Chamberí. Cine de barrio con aires decó y silueta de mercado de abastos. Pipas, reestrenos, sesión continua y novios desfogándose en el gallinero. Lo tiraron en 1965. En su lugar hay un edificio de viviendas impersonal con mucho ladrillo visto. En los bajos, una óptica. En la primera planta, el consulado de Venezuela. Hoy en su portal se agolpan los emigrantes que han salido corriendo de su país para pedir asilo en la República Bolivariana de España. Cosas de la democracia inversa.
A espaldas de la iglesia de Iglesia, más iglesias: la sinagoga Beth Yaakov. Está en la recóndita calle Balmes, un meandro de Santísima Trinidad, justo frente al edificio donde tuviera su cuartel general el PCE. Desde la sinagoga se atisba la trasera del complejo eclesiástico, do moran curas y demás gente de negro. Su emplazamiento no puede ser casual, pues está protegido por las faldas de Santa Teresa, de sangre hebrea conversa, y Santa Isabel, pariente de la Virgen, madre de Juan Bautista, descendiente de Aarón y miembro de la tribu de Levi. El templo da asistencia espiritual a los 10.000 judíos que habitan en Madrid. Es un búnquer a todas luces. No hay ventanas, solo mirillas, cámaras, herrajes y una camioneta de la policía anclada en la puerta. Se inauguró en 1968 y desde entonces solo ha sufrido un atentado, en 1976, atribuido a grupos de extrema derecha. Las vueltas que da la vida, ¿verdad? Y en medio de tanto pensamiento mágico, un espacio para la razón: la biblioteca pública José Luis Sampedro. Excelentes instalaciones, salas de lectura, prensa diaria, ordenadores de servicio público, novedades editoriales y fondos generosos. Luz entre tinieblas.
Al problema endémico matritense de la bi-nominalidad de la glorieta se ha unido recientemente la petición de la familia Sorolla para que la estación de metro también cambie de nombre. Hay precedentes. Durante la II República se llamó Sorolla. Teniendo en cuenta que el Consorcio Regional de Transportes de Madrid depende del Ayuntamiento y de la CAM, no veo claro que estos antecedentes vayan a ablandar los corazones del flecha de la OJE consistorial ni de Nuestra Señora del Gran Quirón. A ellos les mueven otras vísceras.
Pero ya que hablamos de Sorolla, vayamos a por él. Desde Iglesia hasta su casa no hay más que dejarse caer por Martínez Campos, una calle de mucho poderío dedicada a un general que nos hizo la inmensa putada de abanderar la restauración borbónica. No se merecía menos. En el trayecto, bajando por la acera de los impares, lo primero destacable que encontramos es el Teatro Amaya, que fue durante décadas la segunda casa de Arturo Fernández. Tan impregnadas quedaron las tablas de la ramplonería de sus obras, que una vez fui allí a ver a Els Joglars y la representación me pareció una caca. Más abajo empiezan los palacetes señoriales, como el de la Marquesa Viuda de la Oliva y Nerva (1904, Valentín Roca Carbonell), un pastel afrancesado que hoy alberga el Instituto Médico Láser. ¡Fzzz!. Al lado, el British Council, otro palacio de antes de la piqueta. Por fin se llega a la casa-museo Sorolla, obra de Enrique María Repullés (1911). Sorolla le hizo un encargo claro: llevar el aroma del Mediterráneo al centro de Madrid. Objetivo conseguido: jardines recoletos, fuentes, acequias, parterres, flores y una casa con encanto de ladrillo, azulejos y suelos de madera de la buena. Subiendo otra vez hacia Iglesia por la acera contraria, otra vez el rigor religioso. Enorme, suntuoso y tétrico, encontramos el complejo de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul. Un poco más arriba, una casa de espiritualidad vestida de neomudéjar severo. Según reza el cartel está dedicada a la memoria de Rafaela María, una esclava del Sagrado Corazón de Jesús. Susto. Embutida entre esas dos potencias religiosas, emerge la Fundación Giner de los Ríos. Por fuera parece una jaula de pájaros tamaño familiar. Una vez traspasada la barrera, surge una arquitectura novedosa y sinuosa: varillas metálicas que circundan un reguero de jardines interiores que invitan a la reflexión. Ahí va una: si la Institución Libre de Enseñanza no hubiera sido aplastada a conciencia por la barbarie, vivir en Madrid no sería tan penoso.
“Con la iglesia hemos dado, Sancho”. El Quijote doliéndose del Antiguo Régimen, del oscurantismo, del pensamiento crucificado, de la barbarie del poder. Siglos de una España sometida, atrasada, analfabeta, y así hasta el nacional-catolicismo. Algo queda. Demasiado. Sales a la calle y lo respiras. Apesta a cirio....
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Ricardo Aguilera
Iba para biólogo pero las cosas se torcieron y devine en periodista. Por favor, no se lo digan a mi madre.
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