Reportaje
Ain el Delb: la primera fosa común en el Líbano
Reconstrucción del ataque israelí más mortífero del último mes. En este tiempo, 2.000 personas han sido asesinadas en el país y ya hay un millón de desplazados, en torno al 20% de la población
Marta Maroto / Jeehad Jneid Ain El Delb (Líbano) , 15/10/2024
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Lo último que Zeina, de 19 años, recuerda son los gritos de su hermana cayendo al vacío. Volvió a retomar la consciencia zarandeada por uno de los rescatistas, cogió una bocanada de aire, y despertó de nuevo en el hospital, con todo su cuerpo escayolado. Solo puede mover los ojos negros, rodeados de un hiyab del mismo color. “Al principio pensamos que era un terremoto, corrimos a la puerta de entrada, cerca del ascensor. De repente, llegó el impacto del misil”, cuenta postrada en la cama del hospital público de Sidón, en el sur del Líbano. Ella es una de las supervivientes de la masacre israelí, perpetrada el 29 de septiembre, en la aldea de Ain El Delb, que acabó con la vida de 71 personas e hirió a 58, en el ataque más mortífero en la guerra en Líbano.
Tras un año de conflicto contenido entre Hezbolá e Israel, el recrudecimiento de la agresión israelí cumple ya su cuarta semana y ha supuesto no solo la intensificación de los bombardeos aéreos en el sur y este del Líbano, sino la expansión del conflicto a todo el país. En Beirut, la periferia sur, conocida como Dahie, ofrece un escenario apocalíptico de ruinas y cráteres. En este tiempo, la cifra de víctimas supera las 2.000 y hay un millón de personas desplazadas, en torno al 20% de la población.
La guerra total significa la indefensión: apenas quedan lugares seguros en el Líbano. Ain al Delb parecía uno de ellos, un pueblo de mayoría suní con presencia cristiana, de clase media trabajadora, situado sobre las colinas, a apenas cincuenta kilómetros al sureste de Beirut. Cerca de un centenar de personas que huían de los bombardeos en el sur encontraron refugio en dos bloques de apartamentos de seis pisos cada uno, que se derrumbaron sobre sí mismos el 29 de septiembre, pasado el mediodía.
“Lo que nos encontramos en Ain al Delb era más impenetrable y difícil que lo que vimos en la explosión del puerto de Beirut”, dice Moemen Khatib, miembro de la Defensa Civil Palestina, que trabaja en los campamentos de refugiados palestinos de Sidón. La explosión del puerto, en 2020, fue el mayor estallido no nuclear de la historia, y mató a más de 200 personas.
Grupos de Defensa Civil, Cruz Roja y entidades afiliadas a grupos islámicos están siendo objetivos de ataques de Israel
“Por favor, puede alguien encontrar a mis padres, no sé nada de ellos”. La petición de auxilio de un joven que se grabó con su móvil y lo subió a redes sociales se hizo viral. Con la boca y la nariz ensangrentadas, el pelo lleno del polvo del derrumbe y sin poder moverse, trataba de dar indicaciones de cómo llegar hasta él y su hermano. Khatib y su equipo fueron quienes les sacaron con vida. Todas las manos fueron pocas, el lugar enseguida se llenó de excavadoras y residentes del pueblo. Los equipos de emergencia taladraron un agujero en uno de los techos de cemento, a través del que trataron de abrir huecos y llegar a las víctimas.
Grupos de Defensa Civil, Cruz Roja y entidades afiliadas a grupos islámicos están siendo objetivos de ataques constantes de Israel, que no esconde sus crímenes de guerra: en los últimos días, a través de los comunicados que emite por redes sociales, el Ejército israelí amenaza a las ambulancias que, según apunta, “transportan armas y terroristas”. Al menos 150 paramédicos han sido asesinados desde el comienzo del conflicto en octubre de 2023, la mayoría en las últimas semanas, según datos del Ministerio de Sanidad libanés.
Con 13 hospitales fuera de servicio por la guerra, el sector sanitario denuncia ataques “deliberados”: varios misiles cayeron en las inmediaciones del Hospital Gubernamental de Baalbek e hirieron a varios de sus pacientes. La sobrecarga y falta de recursos de un país que acumula años de crisis económicas empeora una situación de emergencia en la que casi a diario se reportan matanzas; muchas zonas son inaccesibles por los constantes bombardeos, que continúan cuando los los rescatistas y sanitarios se dirigen a las zonas afectadas.
La falta de recursos de un país que acumula años de crisis económicas empeora una situación de emergencia
Este es uno de los motivos por los que los funerales de las víctimas de Ain Al Delb tardaron varios días en celebrarse. Incluso después de un masivo entierro el día 1 de octubre, la cifra de muertos ha seguido aumentando. En el cementerio municipal, a los versos recitados del imán le seguía una corte de hombres de luto. Desde la mezquita, 13 sobrios féretros de madera fueron transportados en volandas cuesta abajo hasta el confín de la necrópolis, en lo alto de una ladera que domina el azul del mar. Filas de ladrillos de cemento compartimentaban la tierra, dejando espacio para futuros cadáveres. Es la primera fosa común de la guerra en Líbano.
“No seguimos a ningún partido, seguimos una causa”, leía en el Corán el líder religioso en honor a los shuhada, los mártires, concepto en el Islam que hace referencia a la dignidad de la muerte por una verdad superior, una causa justa, que va más allá de partidos –el de Dios, Hezbolá– o sectas. La multitud se dispersaba; sobre la arena, solo quedaban algunas coronas de flores blancas cuando comenzaron a escucharse disparos a lo lejos. Hacía horas, un ataque en Ain El Helue, el mayor campamento de refugiados palestinos del Líbano, había asesinado al líder de Hamás, junto a su mujer y dos niños. La guerra imparable ya permea todo el territorio y a todas las comunidades, en un país en el que Israel puede llamar a casi todos enemigos.
“Es un castigo contra los desplazados y contra quienes les acogen”, denunciaba con rabia Tariq Kaddoura, residente de Ain el Delb. “Pero sus crímenes solo nos harán sentirnos más unidos, tener más furia por luchar, este pueblo es una comunidad pacífica, civil, que representa todas las partes del Líbano”, señalaba la mañana de después del ataque, con un sol todavía de verano, mientras continuaban las labores de rescate. Vecinos haciendo turnos en las ventanas y balcones de los bloques de alrededor; colchones y mantas, juguetes de peluche y utensilios de cocina esparcidos entre dos montañas de cemento y hierro. No es la primera vez que Israel persigue a quienes escaparon de sus bombas. El lunes 14, en un raro ataque en el norte del país en el distrito de Zgharta, 22 personas desplazadas del sur fueron asesinadas. Entre ellas mujeres y niños.
La libanesa es una sociedad muy fracturada, dividida en confesiones religiosas. Estos ataques a zonas aparentemente civiles, como los que han tenido lugar también en el centro de Beirut, juegan a desestabilizar y tensionar la cohesión de una población cuyos lazos ya son muy frágiles, y a sembrar el caos. “Cristianos, drusos, musulmanes –suníes y chiíes– todos vosotros estáis sufriendo por esta fútil guerra de Hezbolá contra Israel”, se dirigía en inglés el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, a la sociedad libanesa, y les pedía: “Liberad al Líbano de Hezbolá”. “Tenéis una oportunidad de salvar Líbano antes de que caiga en el abismo de una larga guerra que solo llevará destrucción y sufrimiento como vemos en Gaza”, amenazaba en un llamado con tintes guerracivilistas de destrucción interna.
Sin embargo, al menos desde Ain el Delb, el mensaje era uno de unidad y solidaridad. Con el muslo, cadera y hombro fracturados, el hilo de voz que es ahora Zeina habla con determinación y enfado. Sus palabras suenan a venganza: “Si Israel cree que nos hará más débiles, están muy equivocados. Nos levantaremos mucho más poderosos”. Huyó junto a sus padres y hermana de Nabatiye, capital en el sur del Líbano, cercada por las bombas. “Tienen toda la tecnología para matar a quien quieran, pero prefieren masacrar intencionadamente”, continúa la joven mientras llega la Cruz Roja para trasladarla a un hospital en Beirut donde será sometida a varias cirugías. El dolor le deja sin energía, cuenta a su lado su tía, y estos días, en duermevela, grita en sueños que le devuelven al momento del derrumbe. Zeina todavía no sabe que ni su hermana ni sus padres sobrevivieron a la masacre.
Lo último que Zeina, de 19 años, recuerda son los gritos de su hermana cayendo al vacío. Volvió a retomar la consciencia zarandeada por uno de los rescatistas, cogió una bocanada de aire, y despertó de nuevo en el hospital, con todo su cuerpo escayolado. Solo puede mover los ojos negros, rodeados de un hiyab del...
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