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Todos los seres humanos que ocupamos y amenazamos la biosfera de la Tierra tenemos un origen común. Todos somos parientes, más o menos remotos, y todos podemos remontar nuestras genealogías hasta dos seres humanos que vivieron en el suroeste de África hace más o menos 200.000 años: la Eva mitocondrial y el Adán del cromosoma Y. De esta zona, entre las actuales Namibia y Angola, es de donde salieron a conquistar el mundo nuestros más antiguos antepasados directos extendiéndose por todo el continente. Más tarde salieron de África cruzando el Sinaí, y se extendieron en dos ramas: hacia el Oeste y la Península Europea, y hacia el Este y Asia; un grupo de ellos consiguió hace más de 50.000 años atravesar varias barreras biogeográficas y llegar hasta Australia. De Asia salieron también los pobladores de las Américas mucho después, hace alrededor de 14 o 15.000 años. Y así poblamos el mundo.
Solo que las tierras que fueron colonizando nuestros antepasados no estaban desiertas: había gente viviendo en ellas. Seres humanos, parientes nuestros más lejanos que habían llegado en migraciones anteriores. Nuestra estirpe no era entonces la única rama de la Humanidad; de hecho durante una buena parte de nuestra evolución lo normal es que coexistieran en nuestro planeta varias formas diferentes de ser humano. Y siendo como somos entre los diferentes grupos hubo más que competición, desconfianza y destinos dispares; también hubo sexo. Lo cual quiere decir que aunque hoy somos biológicamente una especie única todos somos mestizos; llevamos dentro los ecos de humanidades distintas y perdidas.
Madre África
El continente africano no es sólo la cuna de la humanidad actual, sino el origen de sus antepasados y de la mayor parte de sus diferentes tipos. No sólo el origen remoto de nuestra estirpe se encuentra en África, lo que supone que el resto del mundo se colonizó desde allí y por tanto que en origen todos somos inmigrantes africanos; es que este proceso ocurrió varias veces. Al menos dos veces, y probablemente incluso hasta cuatro, sucesivas oleadas de antepasados humanos que habían surgido en diferentes zonas de África cruzaron los desiertos y mares que separan este continente de sus vecinos y colonizaron Asia y Europa. Allí desarrollaron variantes locales que más tarde fueron desplazadas por otras migraciones sucesivas de formas surgidas de nuevo de la Gran Cuna Africana.
El origen más remoto de nuestro género biológico, Homo, está entre Sudáfrica y el África Oriental. Los fósiles encontrados en yacimientos como Malapa, en Sudáfrica, indican que el origen de este grupo ronda los 2 millones de años de antigüedad, una fecha que significativamente coincide con las herramientas líticas más antiguas conocidas. Estos fósiles han sido clasificados como Australopithecus sediba, pero presentan rasgos intermedios que los hacen candidatos a ser los ancestros de los primeros verdaderos humanos: Homo habilis o incluso su grupo sucesor Homo erectus. En todo caso estos fósiles están muy próximos al tronco basal del que salen todas las especies que podemos denominar humanas.
Lo más interesante es que el fósil más antiguo del primer humano auténtico, Homo habilis, tiene apenas 2,3 millones de años. Y muy poco tiempo después, hace 1,8 millones de años, ya encontramos humanos viviendo en Georgia, en la Cordillera del Cáucaso, al mismo tiempo que los restos más antiguos conocidos del clásico Homo erectus en yacimientos como los de Yuanmou en Yunnan, China, o Mojokerto en Java, Indonesia. Esto quiere decir que hace 2 millones de años, muy poco tiempo después de surgir en un entorno africano en el que estaban acompañadas por otras especies de homínidos no humanos como Australopithecus africanus y A. boisei, los primeros humanos verdaderos cruzaron toda África y se adentraron en lo que entonces eran los desiertos remotos de Asia. Fue la primera gran migración. Habría más.
De hecho se especula con la posibilidad de que incluso antes de los 2 millones de años se hubiese producido la salida de un grupo de homínidos africanos hacia el sureste asiático, lo cual explicaría la presencia del misterioso ‘Hobbit’ de la Isla de Flores, en Indonesia. Según esta hipótesis estos humanos en miniatura serían descendientes directos de Australopitecinos, jibarizados por millones de años de evolución en condiciones de aislamiento extremo en una isla muy reducida. De confirmarse esta hipótesis los ‘Hobbits’ serían parientes nuestros más remotos de lo que pensamos.
En todo caso hace poco menos de 1,8 millones de años nos encontramos con verdaderos humanos repartidos por varias zonas del planeta: están en África, de donde surgieron las oleadas colonizadoras. Están en el sudeste asiático, donde sus restos aparecen en diversas cuevas de Indonesia y China. Y están en el Asia central, aunque no llegan a Europa hasta después; sus restos no aparecen hasta los 1,2 millones de años de antigüedad en el yacimiento de la Sima del Elefante de Atapuerca, en Burgos. Estos grupos estaban separados por mares, desiertos, cordilleras y enormes distancias. Y durante una buena parte del Pleistoceno Medio evolucionaron cada uno por su cuenta y a su aire.
Como consecuencia surgieron tres variedades diferentes de humanos que pueden diferenciarse en los detalles de su esqueleto y sus características formas de tallar la piedra. En Java y China se desarrolló el grupo tradicionalmente conocido como Homo erectus, con su bóveda craneana baja, su mandíbula robusta sin mentón y su elevada estatura. En el norte de África y en la Europa del Sur apareció el Homo antecessor descubierto y nombrado en el yacimiento burgalés de Atapuerca. Y en alguna parte de Asia central se desarrollaron los Denisovanos, una misteriosa población de incierto origen que conocemos tan sólo por el ADN de un puñado de restos fósiles que nos aportan poca información sobre su anatomía. A lo largo del último millón de años las diferentes poblaciones se fueron separando unas de otras en lo anatómico y lo cultural. El mundo estaba poblado por tres humanidades diferentes.
Hace aproximadamente medio millón de años parte de la población africana recolonizó Europa, donde se asentó y acabó dando origen a los Neandertales. Desconocemos todavía cuáles fueron sus relaciones, si es que las hubo, con los Primeros Europeos llegados medio millón de años antes y pertenecientes a Homo antecessor. En Asia los Homo erectus continuaron con su desarrollo, y en el continente africano las poblaciones que se quedaron siguieron evolucionando por separado hasta que hace unos 150.000 a 200.000 años surgió una nueva forma: el Homo sapiens conocido como ‘anatómicamente moderno’, nosotros. Caracterizado por rasgos relativamente primitivos, una bóveda craneal muy elevada, mandíbula con mentón y un esqueleto grácil, esta variante empezó a extenderse por África con rapidez.
En aquel momento había viviendo en el mundo al menos cinco formas diferentes de seres humanos: los Neandertales en Europa, los Denisovanos en Asia Central, los Homo sapiens anatómicamente modernos en África, los Homo erectus en Asia y los diminutos ‘hobbits’ en la isla de Flores. Algunos de ellos incluso coexistieron en las mismas regiones al mismo tiempo, como los Neandertales y los Homo sapiens anatómicamente modernos en Oriente Próximo como demuestran yacimientos como Tabun o Kebara en Israel. Tratándose de seres humanos, aunque diferentes, cabe pensar que hicieran lo que todos los seres humanos somos conocidos por hacer a la mínima oportunidad: practicar sexo.
Y ahora tenemos pruebas de que fue así.
Algunos científicos buscaron durante años huesos que pudiesen demostrar que neandertales y humanos modernos nos habíamos hibridado durante el tiempo en el que compartimos Europa. El problema es que los rasgos neandertales son muy claros en huesos como el cráneo, pero tienden a desarrollarse con la edad del individuo, mientras que los rasgos más típicos de los anatómicamente modernos son primitivos, y por tanto aparecen ya desde la infancia. Como consecuencia los cráneos que se postulaban como híbridos eran, en su mayor parte, neandertales infantiles o muy jóvenes, en los que las características más derivadas todavía no habían hecho su aparición. Estas pruebas no eran convincentes, y la hipótesis de la hibridación no obtuvo el respaldo de la mayor parte de los paleoantropólogos.
Lo que cambió las cosas fueron los nuevos métodos de análisis, en este caso la posibilidad de secuenciar ADN extraído de los restos fósiles antiguos. Se trata de una técnica muy compleja, puesto que es necesario asegurarse de que no hay contaminación de otros tipos de ADN que puedan estar presente en las muestras, desde el de los propios excavadores o restauradores hasta bacterias, hongos u otros seres vivos que puedan haber colonizado los restos en su yacimiento. Los enormes tiempos transcurridos hacen que el ADN esté muy deteriorado por lo que las cantidades útiles son muy reducidas. Pocos laboratorios han conseguido dominar todas las técnicas necesarias como lo hace el de Svante Pääbo en Leizpig, Alemania.
De allí salió el Proyecto del Genoma Neandertal, que en mayo de 2010 publicó el primer borrador de este genoma y en marzo de 2013 uno más completo. Y en este laboratorio se secuenció el ADN de restos fósiles de la cueva rusa de Denisova, lo que permitió identificar una nueva rama de humano antes desconocida. También este equipo extrajo y analizó el ADN de los humanos de la Sima de los Huesos de Atapuerca, uno de los genomas más antiguos conocido, con más de 400.000 años. Las conclusiones del análisis de todos estos genomas son claras: los actuales humanos somos todos mestizos. Y no de dos, sino de cuatro ramas diferentes, que en diferentes grados y momentos se cruzaron entre ellas.
Neandertales y humanos modernos compartimos un reducido número de genes, que podrían ser producto de un cruzamiento reducido y que afecta a no más del 1,5-2% del genoma. Conservamos aún un mayor porcentaje de genes de los misteriosos denisovanos, que llega al 4-6% en algunas poblaciones actuales de Oceanía (aborígenes australianos). Entre neandertales y denisovanos hay también flujo genético, aunque limitado, no mayor del 0,5%. Lo más sorprendente es que los humanos de la Sima de los Huesos de Atapuerca, en Burgos, están más cercanos a los Denisovanos que a los Neandertales, lo cual impacta sobre el orden del poblamiento europeo y sugiere la posibilidad de una oleada de migración más de las hasta ahora contempladas desde África. Los datos también demuestran que en la humanidad moderna hay participación genética procedente de una cuarta especie humana hasta ahora desconocida, pero que podría corresponder a los descendientes de Homo erectus asiáticos. Somos descendientes, al menos en parte, de hasta 4 tipos diferentes de humanidad.
Tres de esos tipos desaparecieron en los últimos 100.000 años. Los últimos Homo erectus asiáticos pudieron ser víctimas de la gran catástrofe climática creada hace 70.000 años por la explosión del Monte Toba en Indonesia, que también afectó a las poblaciones en expansión de Homo sapiens en África y estuvo a punto de extinguirlas. Los neandertales desaparecieron hace 40.000 años cuando estos nuevos inmigrantes africanos estaban colonizando Europa, tal vez al salir perjudicados en la competencia por los mismos recursos. De los Denisovanos poco sabemos, ya que tan sólo conocemos un par de huesos de una cueva siberiana. Los ’hobbits’ de la isla de Flores sobrevivieron hasta hace apenas 12.000 años, pero también desaparecieron al final. El caso es que desde ese momento, y casi por primera vez en la historia, los humanos modernos estamos solos.
Pero antes todos esos grupos humanos dejaron huellas en nuestra herencia genética, con la excepción (por ahora) del diminuto, especial y aislado Homo floresiensis. No sólo somos producto de la evolución en África, sino que las diversas formas a las que dieron lugar estas migraciones se cruzaron entre ellas. No mucho, la verdad; si tenemos en cuenta la proclividad a copular con todo lo que de mueve que tienen muchos humanos las barreras debían ser altas, porque el flujo genético fue limitado. Pero sí tuvo consecuencias, ya que los datos sugieren que algunos rasgos importantes para nuestra supervivencia los recogimos de esos otros grupos diferentes. Somos mestizos de cuatro especies distintas y gracias a eso somos lo que somos.
Y aunque aún desconocemos muchos detalles, hay algo seguro: ninguna reclamación de pureza genética o racial de ningún grupo humano actual tiene el más mínimo sentido biológico. No somos puros, nunca lo hemos sido, y en nuestras más profundas raíces biológicas somos todos mestizos descendientes de inmigrantes africanos. Como para ponerse muy estupendos hoy.
Pepe Cervera es biólogo y periodista.
Todos los seres humanos que ocupamos y amenazamos la biosfera de la Tierra tenemos un origen común. Todos somos parientes, más o menos remotos, y todos podemos remontar nuestras genealogías hasta dos seres humanos que vivieron en el suroeste de África hace más o menos 200.000 años: la Eva mitocondrial y...
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Pepe Cervera
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