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Antoine Griezmann, durante el partido en Butarque. / Atlético de Madrid
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Según veía caer los últimos minutos de la primera derrota del Atlético de Madrid después de quince partidos seguidos ganando, se me ha venido a la memoria esa icónica imagen de Match Point en la que Woody Allen nos muestra el giro de un anillo después de golpear en la barandilla del río Sena. Esa en la que todavía no sabemos si el anillo caerá al agua, o no, porque de ello dependerá que la película acabe de una forma o de otra. Me he acordado, porque eso es el fútbol actual. Las cosas son, o no son, simplemente por detalles. Si no aprovechas las oportunidades que surgen, lo normal es que no vuelvan.
Los más optimistas apelarán a la mala suerte para justificar una derrota que le cuesta el liderato al cuadro de Simeone. Supongo que tienen razones poderosas para hacerlo, si uno mira los números de la primera parte. Mi análisis es algo diferente. Podría empezar la crónica diciendo que la primera parte del Atleti fue muy buena, pero no lo voy a hacer porque no me lo creo. Me cuesta cada vez más decir que un equipo juega bien cuando no mete goles.
Para ser justos, salvo en lo de anotar, esa nimiedad, el Atleti hizo bastante bien todo lo demás. Quitando un remate forzado de Cruz que tuvo que parar Oblak antes de que se cumpliese el primer minuto, los rojiblancos se hicieron rápidamente con el dominio del partido, igualando la brega en el centro, con buen manejo del balón por parte de De Paul y Barrios y aprovechando la velocidad de Giuliano. A los diez minutos, el argentino entró bien por la derecha, aprovechando un buen pase de Nahuel, y su pase atrás fue rematado por Julián al larguero. Cinco minutos después, en una jugada similar, con Nahuel y Giuliano cambiándose los papeles, el balón volvió a llegar a Julián, que volvió a rematar sin demasiada mordiente, facilitando la parada de Dimitrović. Dos de dos. Corría el primer cuarto de hora y el partido podría estar ya sentenciado. Pero no lo estaba. ¿Les suena? Me hubiese gustado ver en ese momento algún tipo de preocupación en los rostros de los colchoneros. No lo vi. Lo que sí que vi fue algo que me parecieron trazas de autosuficiencia. Y eso, para el Atleti, es como la kriptonita para Superman.
La derrota es parte consustancial de este deporte y no debería servir para resucitar fantasmas
El partido entró entonces en una fase algo más espesa. El césped de Butarque parecía estar más seco que la mojama, pero tampoco ayudaba esa querencia de ciertas estrellas rojiblancas por el toquecito absurdo y la pared gratuita. Y no sé si era por esa dinámica algo condescendiente que se estaba generando, pero Julián se mostraba también muy impreciso. En mitad de ese caldo de cultivo, Le Normand regaló una cesión a su rival que no acabó en gol gracias a la intervención de Oblak. Mal partido el del hispanofrancés, por cierto, al que se le ve lento y falto de confianza. A pesar de todo, el Atleti seguía dominando claramente el partido y seguía teniendo ocasiones muy claras. Griezmann, por ejemplo, lanzó al poste otro buen pase desde la derecha de Giuliano. Y tampoco fue capaz de orientar bien el rechace posterior, que atajó el portero pepinero. Gallagher, haciendo otro partido discreto, remató al larguero poco después en una jugada que acabo en fuera de juego. Demasiadas ocasionas falladas.
El Atleti se fue al descanso con la sensación de no estar preocupado y regresó con algo de condescendencia. Mal. Fueron apenas cinco minutos, pero suficientes para perder el partido. Lo del anillo, ya saben. Simplemente a base de empuje, el Leganés comenzó a jugar en campo rival y provocó un córner. Uno como cualquier otro, que Barrios, por lo que sea, decidió no defender. Eso facilitó el remate franco de Nastasić, que fue quien hizo el único gol del partido. El Atleti se daba de bruces con la realidad y la realidad suele ser muy dura. Faltaba mucho tiempo, pero empezaron a entender lo difícil que es meter un gol cuando tienes la necesidad vital de meterlo y tu rival no. Lo difícil que es crear ocasiones y lo crítico que es fallarlas.
El resto del partido fue básicamente un desastre en el que el Atleti fue incapaz de generar fútbol. Lino se perdía por la izquierda. El resto no se perdía, porque ni siquiera aparecía. Es más, jugó mejor un Leganés que interpretó perfectamente lo que necesitaba hacer. Entre Raba, el mejor del partido, y Cruz volvieron locos a una defensa colchonera que se vio excesivamente vulnerable con el equipo abierto. Tanto, que Lenglet y Galán se pierden el siguiente partido por acumulación de tarjetas.
El equipo ha tenido muy buena pinta durante muchos meses y eso no debería de cambiar tan rápido
Simeone puso a Correa e incluso al canterano Niño, pero ambos pasaron sin pena ni gloria. El primero tuvo un par de ocasiones en los minutos finales, que remató de forma torpe. El segundo apenas tuvo un remate desviado. Pero las derrotas del Atleti suelen tener siempre algún elemento particularmente trágico y este llegó cerca del minuto 90, cuando el árbitro señaló un extraño penalti por una mano que podría ser dudosa. “Afortunadamente”, Griezmann nos evitó tener que discutir sobre ello y lanzó el balón fuera de la portería.
La derrota es parte consustancial de este deporte y no debería servir para resucitar fantasmas, para matar a los que ayer eran ángeles, ni para alimentar a las alimañas del averno. Paciencia. El equipo ha tenido muy buena pinta durante muchos meses y eso no debería de cambiar tan rápido. Menos, por algo tan sutil. Eso sí, hay que aprender de las bofetadas de realidad y esta lo ha sido. El Atleti tiene que entender qué equipo es, dónde está y qué necesita hacer para mantenerse en ese lugar. El Atleti es el equipo que es y no otro.
Según veía caer los últimos minutos de la primera derrota del Atlético de Madrid después de quince partidos seguidos ganando, se me ha venido a la memoria esa icónica imagen de Match Point en la que Woody Allen nos muestra el giro de un anillo después de golpear en la barandilla del río Sena. Esa en la...
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