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Gol de Ramos, minuto 92:48. Perceval abraza el santo grial perseguido desde la era de Arturo, porque el caprichoso mazo del destino trunca el mérito de quien no tuvo la suerte que su temporada mereció. Gol del Madrid cuando, con cinco veces más presupuesto, muchos cantaban 'Sí, se puede', fruto de la desesperación. Tanto del Madrid en el límite, como epitafio final de una punción dolorosa hasta la médula, interrumpida por el doctor Simeone: ‘Nos levantaremos. El Atlético compite. No hay lágrimas, solo orgullo’. Y allí, donde muchos se consumían consolando pena tras pena, resurgió el Atlético más puro, el que trasciende en la memoria, el que simboliza que el triunfo está más allá de la victoria, porque caer está permitido, pero levantarse es obligatorio. Todo a pulmón, porque el mundo le hizo así, el Atleti se levantó, con la mirada limpia y volvió a competir. Los falsos profetas se frotaron las manos: el Atleti había recibido un golpe mortal, no volvería a levantar la cabeza, el cholismo habría prescrito, como las tropelías de Gil, la flor de un día se había marchitado y su carroza, como la de Cenicienta, se había vuelto calabaza en Lisboa. Una vez más, se equivocaban. Mientras ellos teorizaban, el Atlético trabajaba.
El gol de Ramos, lejos de purgar la causa atlética, la estimuló, porque ese tanto no mató su ADN, sino que lo multiplicó. Sí, amigos, en el 92:48, pero el Cholo, que recibió un muerto y devolvió un campeón, volvió a forjar un equipo dispuesto a morir ganando. Gol de Ramos, sí, pero al día siguiente, ni una lágrima, solo más corazones para igualar presupuestos, porque Simeone ha convertido el Calderón en un barrio de Esparta, donde los soldados vuelven con su escudo o sobre él. Bendito 92:48, porque su devastador efecto reforzó la armadura de quienes ya no son el chiste fácil en la oficina. Alabado sea el gol de Ramos, porque redobló el orgullo de quienes cantaban orgullosos a su equipo, mientras otro recogía la copa. Larga vida al gol de Ramos, porque privó de la gloria a un equipo que la merecía, pero germinó la semilla de otro que la volverá a merecer, contra viento y marea, contra aquello que esté por venir, sea de la naturaleza que sea.
Gol del Madrid, sí, en el 92:48, complejo eterno para cualquier otro, incluso para el viejo Atlético pupista, pero gasolina para este nuevo Atlético programado para cualquier guerra, para defender el paso de Las Termópilas ante el Jerjes enjoyado, de ceja depilada, que siempre está de guardia. Marcó Ramos, sí, pero no hay cielo, ni patria, ni Dios, ni ley, que pueda frenar la sobredosis de ilusión que mueve al Atlético, una droga dura que se mete en la sangre de quienes antes sufrían gratis y hoy pueden perder, pero no sin pelear. Gol de Ramos como palanca, porque partido a partido, latido a latido, el Atlético redobla su fe. Creyó y trabajó para ser campeón de Liga. Ahora tendrá que creer el doble y trabajar el triple, para imponer su estilo: barrio, pertenencia, camiseta, fe y tribu. Maneras de vivir.
Bendito 92:48, porque ese tanto habría destruido la fe de todos, menos la de este Atlético porque, como rezan los versos de Miguel Hernández, ese gol ha hecho que nuevos brazos y piernas atléticas hayan crecido en la carne talada. Allí, en ese dolor, se ha podido consolidar, al fin, un rival digno para un derbi decente, un equipo más duro que los clavos de un ataúd y una generación que supura ardor guerrero, porque con Simeone no se llora por lo que se fue, se trabaja para lo que viene. Bendito seas, 92:48, porque de esa pena efímera nació un Atlético dispuesto a morir ganando, levantándose para conquistar la Supercopa de España y ganar en el campo del rival de siempre en Liga.
Gol de Ramos, sí, pero el Atlético sigue ahí. Vivo, molestando. Ayer era el equipo violento, hoy es el equipo que no merece premios y mañana será el equipo al que deberían serle anulados los goles a balón parado. Así funciona. Da igual. Gol de Ramos, sí, pero la ética del cholismo es indestructible. Podrán pegarle cuatro y se levantará cinco. En este Atlético, siempre es temprano para rendirse.
Gol de Ramos, minuto 92:48. Perceval abraza el santo grial perseguido desde la era de Arturo, porque el caprichoso mazo del destino trunca el mérito de quien no tuvo la suerte que su temporada mereció. Gol del Madrid cuando, con cinco veces...
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Rubén Uría
Periodista. Articulista de CTXT y Eurosport, colaborador en BeIN Sports y contertulio en TVE, Teledeporte y Canal 24 Horas. Autor de los libros 'Hombres que pudieron reinar' y 'Atlético: de muerto a campeón'. Su perfil en Twitter alcanza los 100.000 seguidores.
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