Gran reportaje
Gordofobia: la maquinaria de dominación que nos enferma
La cultura de la dieta y la generalización de supuestos medicamentos milagro como el Ozempic agravan el estigma del sobrepeso. Si estás gorda, no estás sana, y además no tienes voluntad
Adriana T. 20/02/2025
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Kate Winslet y Leonardo di Caprio en Titanic. La actriz sufrió la gordofobia en primera persona.
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Es imposible pensar en engordar, adelgazar o simplemente en comer como sucesos neutrales, sin adjudicarles una valoración moral que parece gestarse en nuestras más hondas entrañas.
Pienso en la TCAE que me regañó profundamente indignada, en la consulta del especialista, por pesar 1.200 gramos más que la vez anterior, pese a que es sabido que en un adulto sano son normales oscilaciones de peso de hasta dos kilos en un día.
Pienso en la jefa pija que tuve hace años, que me advirtió un día, con mucho cariño, de que estaba desayunando demasiado antes de ponerme a trabajar. “Tienes que tener cuidado con estas cosas”, me explicó, “o engordarás rápidamente”. En aquella época ella solo tomaba un té sin azúcar y un yogur descremado antes de recorrer en bici los 25 kilómetros que separaban su casa del trabajo. “¿Pero no tienes hambre?”, le pregunté con descaro, “¿no te encuentras débil a media mañana, no te dan sudores fríos y mareos?”. “Sí, por supuesto, eso a veces es inevitable”, respondió, con el mismo aire satisfecho de una santa que acude al martirio orgullosa tras haber rechazado las peores tentaciones diabólicas.
Recuerdo leer a escondidas la etiqueta de cada envase de zumo. Solo contenían agua y el azúcar de la propia fruta exprimida
Pienso en la otra jefa pija que tenía siempre la nevera vacía, salvo por varias hileras de carísimos zumos detox de colores exóticos. “Son muy buenos, contienen todos los nutrientes que necesitas para sentirte saciada y mantenerte saludable”, me contó, feliz de haber encontrado un método confiable para no tener que hacer algo tan fastidioso como alimentarse. Recuerdo leer a escondidas la primorosa etiqueta de cada envase. Solo contenían agua y el azúcar de la propia fruta exprimida. Nada más.
Pienso en aquel trabajo en el que una compañera trajo un abundante ágape para festejar su cumpleaños. Pienso en el esmero con el que extendió sobre la mesa dos gruesas tortillas caseras, varios platos de jamón ibérico, pan para acompañar, algunos picoteos y, por supuesto, una tarta. Recuerdo que durante el transcurso de la comida, la conversación –éramos todas mujeres– se centró única y exclusivamente en lo que cada una de ellas tendría que hacer después para bajar todas aquellas calorías extra, muy especialmente la propia cumpleañera. Doble sesión de gimnasio, acostarse sin cenar, iniciar una nueva dieta el próximo lunes… la lista era interminable, cada una tenía su propio sistema. Yo me limité a mascullar que estaba todo muy rico y no participé en aquel ceremonial autoinculpatorio. Sé que me despreciaron por eso, sé que probablemente lo interpretaron como una señal de arrogancia. Si ni siquiera era la mujer más delgada de aquel grupo, ¿cómo me atrevía a no disculparme por existir, por nutrirme, por disfrutar de la comida?
Las cifras y un par de anécdotas
En la década transcurrida entre 1998 y 2008 se produjo un aumento del 761% en todo el mundo en los procedimientos quirúrgicos llevados a cabo para tratar la obesidad, usualmente cirugías bariátricas, que implican eliminar diferentes partes del sistema digestivo del paciente para provocar una pérdida de peso a través de la desnutrición irreversible que se genera. En España, en 2021, se llevaron a cabo 11.581 procedimientos de este tipo. Se estima que durante los próximos años las cifras van a seguir creciendo.
La semaglutida actúa induciendo cambios en el metabolismo de la glucosa
En 2017, la FDA aprobó el medicamento semaglutida (más conocido por su nombre comercial, Ozempic) para el tratamiento de la diabetes tipo 2 en personas con obesidad. Dos años más tarde se empezó a comercializar en nuestro país. Sin embargo, fue en 2022 cuando su uso se popularizó masivamente en todo el mundo por sus efectos adelgazantes en personas sanas (que solo se mantienen mientras el paciente se siga inyectando regularmente la medicación), lo que ha llevado a problemas continuados de desabastecimiento. La semaglutida actúa induciendo cambios en el metabolismo de la glucosa y provoca una fuerte sensación de saciedad que elimina el apetito. Entre sus efectos secundarios más habituales se habla de náuseas, diarreas, y malestar estomacal, pero también puede provocar hipoglucemia, gastroparesia, pancreatitis o problemas biliares. Dado que en nuestro país la Seguridad Social solo cubre el uso del medicamento como tratamiento antidiabético, aquellas personas que desean usarlo para adelgazar tienen que sufragar de su bolsillo el coste íntegro, que asciende a unos trescientos euros mensuales.
Una búsqueda rápida permite encontrar una reseña con 33 de los libros sobre dietas y nutrición más populares en español, todos de publicación muy reciente. El nicho de mercado parece absolutamente inagotable. Hay 37 millones de publicaciones en Instagram etiquetadas con el hashtag #dieta y varios cientos de miles con el hashtag #ozempic. En la red social TikTok se pueden encontrar con un solo clic docenas de videotutoriales explicando cómo inyectarse la semaglutida y qué esperar durante el tratamiento.
Alrededor de 400.000 personas en España padecen algún trastorno de la conducta alimentaria
Según la Asociación TCA Aragón, alrededor de 400.000 personas en España padecen algún trastorno de la conducta alimentaria (y de estas, 300.000 son personas muy jóvenes de entre 12 y 24 años). Los TCA son las enfermedades mentales con mayor índice de mortalidad, según indican. La edad de debut ha disminuido hasta los doce años y medio. El 90% de las afectadas son mujeres, pero es importante destacar que las cifras reales podrían ser diferentes o mayores, porque muchos TCA no llegan a detectarse ni diagnosticarse nunca.
El 4 de marzo de 2022, hasta entonces día Mundial de la Obesidad, un grupo de 180 activistas y colectivos contra la gordofobia decidió unirse para lanzar un manifiesto y reivindicar la necesidad de luchar contra esta forma de discriminación.
Una encuesta llevada a cabo por la Sociedad Española de Obesidad en 2023 reveló que el 40% de los encuestados creen que la obesidad se debe a un problema de “falta de voluntad”. El 70% de ellos aseguraba que para paliar el sobrepeso es suficiente con comer menos y hacer más ejercicio. Tres cuartas partes de los participantes estaban de acuerdo en que las personas con sobrepeso sufren discriminación. Un 25% declaraba que nunca votaría a un político gordo y un tercio de ellos no concebía la posibilidad de enamorarse de una persona con obesidad.
Cuando el pasado 31 de diciembre la cómica Lalachus apareció presentando el programa de Nochevieja junto a David Broncano, las redes sociales se llenaron de insultos gordófobos contra ella.
La waterpolista Paula Leitón, medalla de oro en los Juegos Olímpicos de París, lleva desde el pasado mes de agosto dando profusas explicaciones sobre el tamaño de su cuerpo. Ni siquiera haber alcanzado el máximo reconocimiento al que puede aspirar un atleta la ha salvado de ver cómo se ponían en entredicho su salud y su forma física.
¿Cómo hemos llegado a esto?
Activismo gordo contra la cultura de la dieta
Las madrileñas Cristina de Tena y Lara Gil son las fundadoras del proyecto Nadie hablará de nosotras, que incluye un podcast y un show musical dedicados íntegramente al activismo gordo. Hablamos con ellas para que nos ayuden a entender qué está pasando. “La gordofobia es el rechazo, el odio y la discriminación hacia las personas gordas y hacia la gordura en general. Eso se traduce en todo tipo de violencias: patologización, ridiculización, marginación, etc. La gordofobia violenta especialmente a las personas gordas, pero las personas delgadas también la sufren, aunque sea desde otro eje, porque igualmente viven con el miedo a engordar. Al final impacta sobre todos los cuerpos, aunque produce repercusiones diferentes en cada caso. Y es una forma de odio muy perversa, porque se disfraza de preocupación por la salud”.
La gordofobia violenta especialmente a las personas gordas, pero las personas delgadas también la sufren
El activismo gordo no es un movimiento reciente. Según una noticia que todavía se puede consultar en la hemeroteca de The New York Times, en junio de 1967, 500 personas se reunieron en Central Park (Nueva York, EEUU) para protestar contra la gordofobia. Uno de los primeros referentes en España fue la filósofa de origen uruguayo Magdalena Piñeyro, cuyo activismo en las redes sociales se remonta a hace más de una década.
“El término ‘dieta’ aludía simplemente a la manera de comer y de nutrirnos, pero la cultura de la dieta nos ha robado ese significado y ahora nos referimos por ‘dieta’ a todo tipo de restricciones alimentarias. En nuestra sociedad y en nuestro entorno esa cultura de dieta se vive casi como una religión”. Así lo define Melyssa Chang, nutricionista especializada en alimentación intuitiva y autora del libro Come sin culpa (2023). “Este sistema de creencias impone la idea de que la única forma de tener salud es a través de la delgadez. Además, demoniza la manera en la que comen algunas personas”. Por su parte, Laura Alberola, psicóloga sanitaria especializada en el tratamiento de los trastornos de la conducta alimentaria y autora de Suelta la dieta, sana tu cuerpo (2024), coincide con esa definición. “La construcción social de la belleza va cambiando con el tiempo, pero siempre va buscando venderte algo nuevo. La cultura de la dieta perjudica a todo el mundo, pero las mujeres nos llevamos la peor parte”.
Nos relacionamos bajo la premisa de que unos cuerpos son mejores, más valiosos
Cristina de Tena brinda una explicación sobre el origen de la gordofobia elaborada desde la antropología: “Me interesa el proyecto colonial corporal que propugnan las compañeras antirracistas. Lo que ellas vienen a decir es que todas las opresiones que sufrimos a día de hoy, desde el capitalismo hasta la LGTBIfobia, suceden a partir del colonialismo. Porque el colonialismo, que supone la invasión y el saqueo de los territorios, es una violencia legitimada en que hay unos cuerpos que saben más que otros, inicialmente cuerpos blancos que van a salvar a los cuerpos negros. Es decir: hay vidas que valen más que otras. Y esa excusa se mantiene hasta hoy. Nos relacionamos bajo la premisa de que unos cuerpos son mejores, más valiosos. Estas teóricas del colonialismo denominan a esos cuerpos válidos como ‘cuerpos cultura’ en contraposición a los otros, a los que llaman ‘cuerpos naturaleza’, que vendrían a ser los salvajes, los irracionales, los que están por civilizar. Y esta manera de pensar se extiende a otras opresiones. Lo podemos ver en el caso de los ricos (‘cuerpos cultura’), que son los que saben gestionar el dinero, mientras los pobres (‘naturaleza’) no tenemos ese conocimiento. O las mujeres, tildadas de histéricas e irracionales frente a los varones. Y por supuesto, los cuerpos delgados en nuestros días son ‘cuerpos cultura’ que están legitimados para violentar y dominar a los cuerpos gordos, para civilizarlos”. Y aclara: “Es importante señalar que la gordofobia es un sistema de opresión en sí mismo, que cristaliza con la llegada de los medios de comunicación. Por supuesto que si además eres mujer, negra, pobre, migrante, LGBTI, etc. vas a sufrir aún más discriminaciones porque te atraviesan más interseccionalidades, pero solo por el hecho de estar gordo ya recibes violencia”.
Muchísima gente sigue una dieta sin ni siquiera ser del todo consciente de ello
La cultura de la dieta, derivada de ese miedo permanente a engordar y, en consecuencia, ser objeto de discriminación, ha permeado tanto y de manera tan profunda en nuestra manera de relacionarnos con la comida que muchísima gente sigue una dieta sin ni siquiera ser del todo consciente de ello. Lo desarrolla Chang: “A veces vamos a un nutricionista y no nos pone un plan de menús estricto, pero aun así nos encontramos con una lista más o menos extensa de alimentos permitidos y alimentos que deben restringirse o, para motivarnos, se nos permite hacer una comida semanal libre, lo que se suele conocer como cheat meal o comida trampa. Y cada año podemos ver cómo aparece una dieta nueva. Se pone de moda, por ejemplo, la dieta keto o cetogénica, en la que restringimos muchísimo la ingesta de carbohidratos. Pero como eso tiene una adherencia muy difícil, al cabo de un tiempo cambiamos a otra que permita una cierta cantidad de carbohidratos, aunque restringe otros nutrientes, y así sucesivamente. Es todo marketing para poder seguir vendiendo restricciones alimentarias con diferente nombre”.
La cultura de la dieta tiene consecuencias graves para la salud física y mental
Todas estas restricciones alimentarias, legitimadas a través de la cultura de la dieta, están lejos de ser inocuas. Entre algunas de las consecuencias psicológicas que conocemos, Chang menciona la aparición de los atracones y el aumento de la obsesión por la comida. “Sabemos que las dietas provocan sensación de fracaso, de tristeza, porque la persona siente que no tiene disciplina o fuerza de voluntad. Aparecen pensamientos negativos y de preocupación hacia el peso corporal. Y, por supuesto, agravan el aislamiento social”. En cuanto a las consecuencias en la salud física, “se produce una disminución del metabolismo de la persona, puede aparecer malnutrición, pérdida de cabello, sequedad de la piel, fluctuaciones en los niveles de azúcar en sangre, cansancio. Y lo más preocupante: una desconexión de las señales naturales de hambre y saciedad. La persona deja de saber de manera intuitiva cuándo necesita comer y cuándo puede parar de hacerlo”. Alberola coincide: “Hacer dieta nunca te va a traer nada bueno. Es iniciar un proceso que busca ir contra la propia naturaleza de tu cuerpo, es como si quisieras restringir el número de respiraciones que haces o el número de veces que vas a orinar al día. No tiene sentido. Nuestro cuerpo ha elaborado mecanismos durante millones de años de evolución para avisarnos de cuándo, cuánto y cómo necesitamos comer. Si nunca has hecho dietas y estás en sintonía con tu cuerpo, tú sabes qué comer en cada momento, sabes si necesitas pan o necesitas fruta o carne”. Melyssa Chang alerta de que el proceso es muy rápido: “Sabemos que ya en la adolescencia muchos jóvenes tienen esas señales de hambre y saciedad apagadas porque los padres han estado controlando la alimentación de los niños, eso típico de ‘acábate el plato’ o ‘de esto no puedes comer’”.
Y así es cómo pueden llegar a aparecer los trastornos de la conducta alimentaria.
Las dietas no funcionan, pero la obsesión puede desencadenar un trastorno
Marco Manrique tiene 37 años, es paciente de bulimia nerviosa no purgativa y secretario de la Asociación Aclafeba (Asociación Castellano-Leonesa de Ayuda a Familiares y Enfermos de Bulimia y Anorexia). Manrique realiza de vez en cuando actividades de concienciación y sensibilización sobre los TCA. “No recuerdo un momento exacto en el que se desencadenara el trastorno, fueron pasitos que me llevaron hacia él desde que era muy pequeño. Pero para mí tiene relación con la gordofobia. Desde 3º o 4º de Primaria yo ya me sentía gordo. Era un niño con un peso normal, pero estaba convencido de que tenía que adelgazar. Empecé a hacer dietas. Y como las dietas no funcionan, mi temor se convirtió en realidad y engordé. Cuanto más engordaba, más cosas hacía para intentar perder peso. Fui a dietistas, al médico, a una clínica o incluso a un hipnotizador. Lo intenté también con un psicólogo, pero no funcionó. No supieron detectar ni diagnosticar mi problema. Yo ya era consciente de que tenía una relación muy mala con la comida, me daba atracones y luego hacía ayunos, pero no pensé que tuviera un TCA, porque mi perfil no me cuadraba con los estereotipos que erróneamente asociamos a los pacientes de TCA. Finalmente, di con la asociación Aclafeba y el psiquiatra me diagnosticó. Nadie quiere tener un trastorno, pero el diagnóstico fue liberador, porque entendí al fin que si no estaba adelgazando no era por mi culpa, y pude empezar a recuperarme. Tendemos a decirnos cosas muy feas a nosotros mismos por no poder adelgazar: que somos vagos, indisciplinados, que carecemos de fuerza de voluntad. A veces pienso que si no me hubieran bombardeado con los mensajes de ‘hay que adelgazar’ o ‘hay que tener este tipo de cuerpo concreto’ quizá yo nunca hubiera engordado”.
¿Cómo pudo engordar Manrique si pasó a dieta la mayor parte de su vida e intentó perder peso de todas las maneras posibles? La nutricionista Melyssa Chang da algunas claves: “No conozco a ninguna persona que, tras haber perdido peso con una dieta, haya podido mantener esa pérdida durante los años siguientes sin limitar muchísimo su vida social y sin tener secuelas físicas o mentales. Hay que dejar de decir que tal o cual dieta funciona si a los cinco años todo el mundo ha recuperado el peso perdido, y el que no lo ha recuperado ha desarrollado un trastorno de la conducta alimentaria”. La psicóloga Laura Alberola lo ve parecido: “Si las dietas funcionaran no habría nadie gordo. Pero siempre que se hacen estudios y seguimiento a los pacientes a lo largo de los años, se comprueba que no funcionan”.
El peso predeterminado es una especie de termómetro que busca mantener nuestro peso dentro del rango que nuestro cuerpo considera saludable
Un factor que juega un papel crucial en esto es lo que Chang llama el ‘peso predeterminado’ (conocido en inglés como set point theory). “Para entendernos, el peso predeterminado es una especie de termómetro interno que busca mantener nuestro peso dentro del rango que nuestro cuerpo considera saludable. En el caso de la temperatura, sabemos que nuestro cuerpo trabaja todo el tiempo para mantenerla estable en el rango exacto en el que el organismo puede funcionar correctamente, porque si tenemos fiebre o tenemos hipotermia no vamos a funcionar bien. Pues bien, ese termómetro interno de nuestro peso tiende a desajustarse, por ejemplo, cuando hacemos dieta y sufrimos fluctuaciones de peso bruscas. Si yo tengo un peso predeterminado de 70 kilos, y adelgazo hasta quedarme en 50, lo que va a hacer mi cuerpo es subir el peso predeterminado a 75 kilos para poder luchar contra lo que le estoy haciendo pasar. Mi organismo activará todas las señales de alarma y empezará a pedirme comida a todas horas, nunca me sentiré saciada. Al mismo tiempo, el metabolismo disminuirá porque el cuerpo evitará malgastar energía. Por eso las dietas, entendidas como diferentes estrategias de restricción alimentaria, nunca funcionan”.
Las dietas, entendidas como diferentes estrategias de restricción alimentaria, nunca funcionan
Esas restricciones provocan también que nos terminemos ‘saltando la dieta’ por puro instinto de supervivencia, como explica Alberola: “Es natural, porque tu cuerpo está diseñado para ayudarte a sobrevivir, no para estar a dieta. Pero cuando esto pasa, tendemos a interpretarlo como una falta, aparece la culpabilidad y entonces pueden surgir las conductas compensatorias. Para algunos eso se traduce en salir a correr una hora, para quemar esas calorías extra. Pero a otros a lo mejor no les gusta el ejercicio, o no tienen energía en ese momento para hacerlo, y deciden recurrir a los ayunos, a los laxantes o a vomitar. Y sí, en ocasiones esto se hace con la intención de autolesionarse, de hacerse daño. No es lo mismo salir a correr por el campo por disfrute personal que salir a hacerlo porque me han dicho que tengo que perder peso”. La nutricionista coincide: “Hay que preguntarse, cuando nos ejercitamos, si estamos equilibrando la cantidad de ejercicio que hacemos con lo que comemos”.
Superar la cultura de la dieta y recuperarse de un trastorno de la conducta alimentaria
Para abordar el problema es necesario romper con ese ciclo de restricciones alimentarias y sentimientos de culpa. “En el caso de las personas que han hecho muchas dietas a lo largo de su vida, es muy importante volver a nutrir su cuerpo correctamente para que, poco a poco, el peso predeterminado se reajuste por sí mismo. A muchas de mis pacientes les aterroriza volver a alimentarse bien”, explica la nutricionista Melyssa Chang.
“Los TCA se pueden curar al 100%. No es cierto que tengas que lidiar para siempre con una vocecita en tu cabeza”
Las personas con este tipo de trastorno “no van a recuperarse hasta que ellas no quieran”, explica Manrique. “Llevarles a rastras al psiquiatra suele ser inútil. Lo que puedes hacer es decirles que vas a estar ahí para apoyarles cuando decidan dar el paso. Y no siempre es fácil, a veces una persona con un TCA no es muy amigable, se pone a la defensiva rápidamente”. Él sigue trabajando actualmente en su recuperación. “Hago terapia con mi psicóloga, con mi nutricionista y de vez en cuando con mi psiquiatra. Y todas las semanas tenemos terapia de grupo, que nos ayuda muchísimo, porque compartir tu experiencia con otras personas te permite darte cuenta de que no eres raro, no eres un perro verde”. Uno de los mitos muy arraigados en torno a los TCA es que su curación se produce cuando el paciente alcanza el normopeso, pero esto es falso. “Lo fundamental es establecer una relación sana con la comida y con la alimentación. Y por supuesto, desarrollar una buena autoestima y abandonar los pensamientos que te llevaron al trastorno”, enumera Manrique. “Me parece muy importante señalar que los TCA se pueden curar al 100%. A veces se dice que siempre nos va a quedar un resquicio, una vocecita en tu cabeza, pero eso no es así. Cuando existe una curación completa, esa vocecita desaparece. Si sigues teniendo pensamientos intrusivos o negativos con respecto a tu cuerpo, a tu imagen o a la comida, o aunque estés en normopeso, no estás recuperado. El camino de la recuperación puede ser largo y tedioso, pero la recuperación completa existe. Yo he conseguido estar mucho mejor. Estoy muy bien, de hecho”.
El término “alimentación intuitiva” fue acuñado en la década de los noventa por las nutricionistas estadounidenses Evelyn Tribole y Elyse Resch, que hablaron de este proceso por primera vez en una revista científica. En el año 2012 publicaron un extenso libro en el que recogen su experiencia profesional tratando a pacientes y centrándose en su salud física y mental en lugar de en su peso. Melyssa Chang emplea este sistema con sus pacientes para ayudarles a superar sus miedos: “La alimentación intuitiva no es una dieta, sino un proceso de aprendizaje que busca reconectar con tus señales innatas de hambre y saciedad. No se pautan alimentos prohibidos y permitidos, ni hacemos de policías de la alimentación”.
“Hablar de ‘hambre emocional’ como algo diferente del ‘hambre física’ es una pretensión inútil de desligar la emoción de nuestra existencia”
¿Y qué ocurre con la gente que come en exceso por puro placer? ¿No es eso algo que debería revisarse y evitarse? “Hablar de ‘hambre emocional’ como algo diferente del ‘hambre física’ es una pretensión inútil de desligar la emoción de nuestra existencia. Cuando voy a tomarme unos churros a la churrería a la que iba con mi abuela y me acuerdo de ella, ese hambre también es emocional. Y no tiene nada de malo. Y si yo he tenido un día triste, puede que lo que me anime sea salir de fiesta con una amiga, pero a lo mejor en ese momento lo que me reconforta es tomarme un helado debajo de una manta. ¿Por qué pensamos que ese helado es malo, cuando me está consolando y me hace sentir bien?”, explica Laura Alberola. La nutricionista Chang tampoco lo ve mal: “El hambre emocional no es ningún problema siempre y cuando tengas herramientas de gestión emocional que no sean solo comer. A veces nuestra sensación de hambre puede venir de un enfado, de la ansiedad o incluso del simple aburrimiento. También es más probable que aparezca si hemos estado restringiendo alimentos. Y no pasa nada por ponerse a comer en esas situaciones, no hace falta que te tomes dos vasos de agua para suprimir esa apetencia. Se puede comer simplemente porque nos apetece. Solo es un problema cuando esa persona no tiene otro consuelo u otro entretenimiento, entonces hay que trabajarlo porque sí que puede suponer una limitación en su vida”.
El sobrepeso no es un problema de salud en sí mismo. La gordofobia médica, sí
“A base de escucharlo por todas partes, hemos interiorizado que si comes menos adelgazas, y si comes más, engordas, pero esto es muchísimo más complejo. La nutrición solo ocupa entre un 20 y un 25% de lo que va a determinar tu peso y tu salud. Nuestra genética, por ejemplo, afecta muchísimo a nuestro peso corporal”, explica Chang. “Yo a veces le digo a la gente ‘mira cómo es tu abuela o cómo es tu madre, ¿tú crees que vas a poder pesar 40 kilos menos que ellas y tener salud?’. Igual que hay personas negras o blancas o rubias, hay personas gordas o delgadas: porque son así. Y además de la genética hay muchísimos otros factores que determinan el peso de una persona, incluso cosas como si has nacido por cesárea, si has recibido lactancia natural, qué tipo de comida te ofrecían de pequeña o la contaminación ambiental en la ciudad en la que vives. Por eso no es tan simple como hacer un balance entre las calorías que entran y las que salen, que es a lo que se suele reducir”.
“Puedes estar sana, alimentarte de manera saludable y simplemente no cumplir ni con los estándares de belleza ni con los que dice el IMC”
¿Y el estado de salud de una persona? ¿No es el sobrepeso un indicador de un problema de salud subyacente al que se debe prestar atención? A menudo, cuando queremos justificar a alguien por cometer la inmoralidad de estar gordo, lo hacemos culpando a alguna enfermedad. Pero no siempre es así. Lo explica Chang: “Tú puedes estar completamente sana, alimentarte de manera saludable y simplemente no cumplir ni con los estándares de belleza ni con los que dice el IMC, un marcador que además es muy inexacto y no se debe utilizar. Y en este sentido, me gusta recordar que hay muchas personas delgadas o en normopeso con una salud física y mental nefasta. Lo veo a diario en consulta, sobre todo en chicas con TCA”.
Lo que sí sucede, como cada vez denuncian más los propios pacientes, es que las personas con sobrepeso evitan acudir al médico porque son juzgadas duramente por los profesionales que deberían tratarlas. Melyssa Chang lo explica: “Una persona puede tener hipertensión por causa genética, o por haber llevado una vida poco saludable, pero si esa persona tiene sobrepeso, automáticamente se le dice que la hipertensión es por causa de su sobrepeso. No se investiga más. Y sabemos desde hace mucho que las personas con sobrepeso tienen pánico de acudir al médico y evitan hacerlo, lo cual agrava cualquier problema de salud que tengan. Así que no está tan claro que el sobrepeso cause directamente todos los problemas de salud que se le achacan”.
La psicóloga Laura Alberola cree que “a los sanitarios no nos forman, a los sanitarios nos adiestran. A los médicos les inculcan muchísimo la importancia del peso en relación con la salud de sus pacientes y rara vez se lo cuestionan durante su práctica médica. Además, el ego cientificista no suele ser de ayuda”.
El activismo gordo lleva mucho tiempo denunciando esta forma de discriminación. Lo explica Cristina de Tena: “Yo me di cuenta de que existía la gordofobia médica porque yo no he sido gorda siempre. Engordé cuando tenía veinte años. A partir de ese momento, mi médico me empezó a tratar de forma diferente. Ya no me escuchaba ni me hacía pruebas como antes, solo me decía que tenía que perder peso, que hiciera dieta. Para mí fue impactante. La gordofobia médica es la peor violencia que podemos sufrir, porque cuando tú estás enferma lo único que quieres es curarte, y vas a hacer todo lo que el médico te diga. Hemos visto en nuestros talleres a personas mayores, de setenta u ochenta años, a las que les niegan por ejemplo una prótesis de cadera o de rodilla hasta que adelgacen. Son personas que viven con un dolor constante y no las atienden. También es muy grave la violencia obstétrica, hay mujeres que están a punto de traer un hijo al mundo y su médico se dedica a asustarlas por haber engordado durante el embarazo, o las amenaza con no asistirlas en el parto si siguen cogiendo peso”.
“Los sanitarios tienen que empezar a escuchar un poco más a los pacientes, porque no puede ser que alguien venga con un problema de salud, que a lo mejor es un dolor de rodilla, y enseguida se le ofrezca un Ozempic o una cirugía bariátrica. Estoy en contra de estas técnicas para tratar el sobrepeso”, afirma Chang.
Los sanitarios tienen que empezar a escuchar un poco más a los pacientes
La patologización del sobrepeso es una forma más de violencia
Cada vez existe mayor conciencia crítica sobre las intervenciones médicas que patologizan el sobrepeso y proponen controlarlo a través de mecanismos agresivos, como cirugías o fármacos. Las fundadoras de Nadie hablará de nosotras suelen denunciarlo en sus charlas y podcasts: “Es llamativo que estas técnicas médicas se ofrezcan como medidas preventivas, para evitar los supuestos problemas de salud que se derivan del sobrepeso, y sin embargo sean intervenciones superagresivas, que generan malestar y enfermedades por sí mismas. Nosotras hemos hablado de eugenesia para referirnos a esto. Me dices que voy a estar sana y voy a estar bien y me vendes la mutilación de un órgano, o me ofreces inyectarme un medicamento que me va a provocar náuseas, diarreas y un gran malestar. ¿Eso es estar bien? Deberíamos de ser honestos y decir que el problema es que no nos gustan las personas gordas, que las juzgamos moralmente en función de su tamaño y que tomamos decisiones sobre su salud basándonos en algo tan superficial como es su aspecto físico”.
Sobre los bypass gástricos hablamos también con Alberola: “Lo que siempre me pregunto como psicóloga es qué está pasando por la cabeza de esa persona para tener que tomar esa decisión, porque no la han tomado libremente. Hablamos de gente que a lo mejor ha pedido un crédito para mutilarse una parte del cuerpo y así perder peso. A eso solo se llega tras mucho sufrimiento y mucha opresión. Tengo personas en mi consulta que están sufriendo ahora los efectos secundarios de esos procedimientos, y son muy duros”.
La infrarrepresentación y la violencia estructural: dos problemas que se retroalimentan
Si bien la gordofobia médica tiene consecuencias directas en la salud de los pacientes, la discriminación afecta a todos los aspectos de la vida de una persona con sobrepeso. Cristina de Tena ofrece muchísimos ejemplos para ayudar a entenderlo: “Sufrimos violencia en todos los ámbitos. Por ejemplo, sabemos que es mucho menos probable que nos contraten para un trabajo. Eso es un caso claro de discriminación. O algo que parece una tontería, pero no lo es: que sea mucho más difícil vestirnos y encontrar ropa de nuestra talla. Si salgo desnuda a la calle se me llevan detenida, ¿no? Entonces, tendré que poder vestirme. Y no es solo un tema de que a mí me guste ir a la moda, es que si me llaman para una entrevista de trabajo, a lo mejor necesito ir con una americana, con ropa formal. Pero no la encuentro de mi tamaño, y cuando la encuentras es ropa muy hortera, le ponen a todo volantitos, purpurina, lentejuelas. Con los espacios públicos también tenemos problemas, por ejemplo, los asientos en el metro o en el autobús a veces son muy pequeños. Y esto también parece una tontería, porque te dices ‘no pasa nada, voy de pie’, pero al final nuestra vida consiste en que me bajo al metro y no quepo en el asiento, llego al bar y no me cabe el culo en la silla, mi familia me regaña todo el tiempo porque les preocupa mi salud, los desconocidos me insultan, voy a una tienda y no tienen ropa para mí, o tengo que ir al apartado señalado como ‘tallas especiales’, y luego voy a hacer una entrevista de trabajo y ni siquiera me llaman. Y lo que termina pasando es que me quedo en mi casa encerrada y dejo de salir porque estoy recibiendo una violencia estructural muy fuerte”.
La representación audiovisual de la diversidad corporal también está fracasando de manera estrepitosa, y esto a su vez retroalimenta la gordofobia que sufre la gente en su vida cotidiana. Lo explica De Tena: “El último informe del Observatorio de Diversidad Audiovisual refleja el problema con claridad. Más de la mitad de la población tiene un IMC superior a 25. Sin embargo, solo el 8% de las personas que aparecen en las pantallas tienen sobrepeso. Es decir, los gordos no somos una minoría precisamente, pero estamos totalmente infrarrepresentados”. Por si fuera poco, a menudo los personajes gordos son usados para transmitir estereotipos erróneos (por ejemplo, el típico personaje encarnado por una actriz gorda cuyo único interés durante la trama es adelgazar) y no son tratados con dignidad, sustentando la idea de que la gordura es inmoral o ridícula.
Para Marco Manrique, hay mucho trabajo que hacer aquí: “Recuerdo un paper, un estudio que se hizo con treinta adolescentes en los años noventa en las islas Fiji, justo antes de que llegara allí la televisión. En solo tres años, y a través de la influencia de los medios de comunicación, habían desarrollado una preocupación muy importante por su aspecto físico y su dieta que hasta entonces no existía”.
¿Cómo podemos luchar contra todo esto?
“Tenemos un problema estructural que hunde sus raíces en el hecho de que el cuerpo se ha convertido en nuestra carta de presentación”, explican desde Nadie hablará de nosotras. “Todo lo que nos rodea es tan líquido y parece desvanecerse con tanta facilidad, que lo único que nos queda somos nosotras mismas y nuestro cuerpo. Así que el sistema trata de convencerte de que puedes controlar tu peso y tu cuerpo y que con eso será suficiente, que lo único que necesitas para vivir es tenerte a ti misma. Pero es falso: necesitamos muchas otras estructuras que nos sostengan, estructuras a las que no prestamos atención porque solo estamos pensando en adelgazar”.
Tenemos que dejar de reforzarnos entre nosotras cuando adoptamos la normatividad estética
La psicóloga Laura Alberola habla del proceso de despertar: “Creo que a muchas mujeres les es de gran ayuda entender de dónde viene todo esto. Cuando tú te das cuenta, por ejemplo, de que la celulitis es un problema que se inventó una revista del siglo pasado, y piensas en la cantidad de dinero y tiempo que has invertido en intentar dejar de tener celulitis, y caes en la cuenta de que todas las mujeres que conoces tienen celulitis pese a sus esfuerzos por eliminarla… ahí muchas empiezan a entender muchas cosas”. Y añade: “Yo he dejado de decirles a mis amigas que están guapas cuando adelgazan o van maquilladas. En su lugar les piropeo por su sonrisa, por su cara de felicidad. Una sonrisa no se puede crear con un bisturí ni con una dieta. El cambio empieza por ese tipo de sutilezas, tenemos que dejar de reforzarnos entre nosotras cuando adoptamos la normatividad estética”.
Marco Manrique también ha dejado de emitir ese tipo de opiniones: “No hay que comentar los cuerpos ajenos. No solo los de las personas con un TCA, sino en general. A menos que se te haya pedido explícitamente tu opinión, hay que dejar de decir esas cosas de ‘estás muy delgada’, ‘has ganado peso’, ‘cómo te has puesto después de navidades’ o ‘mira qué patitas tienes’. Por ejemplo, la revista Cuore acabó con la sección ‘Arggg’ –en la que se publicaban imágenes de celebridades para reírse de su aspecto físico– hace unos años. Reconozco que yo disfrutaba con esas cosas de joven, como cualquiera. Las encontraba graciosas, no me daba cuenta de que aquello era una barbaridad”.
Pero no solo los medios de comunicación tienen mucho que hacer, Manrique explica también que tenemos que ser muy conscientes del mensaje que trasladamos a nuestra gente más cercana. “Yo no crecí en un entorno en el que se criticara mi físico, pero sí que veía, por ejemplo, a mis padres muy obsesionados con su propio aspecto, haciendo dietas, diciendo ‘mira qué gordo me he puesto, mira qué michelines’. Estas cosas llegan a los niños o a los jóvenes por ósmosis, simplemente por estar al lado, por estar expuestos a personas que ya están obsesionadas con esto. Entonces, si tú tienes mucha preocupación por tu cuerpo, por tu peso, es muy fácil que se lo traslades a la gente que está a tu alrededor, aunque a ellos no les digas nada directamente. Los niños son los más vulnerables en este sentido, pero los adultos o los adolescentes también son influenciables”. También reconoce que “piensa a menudo en todas las mujeres, a menudo adultas o incluso muy mayores, que llevan toda su vida en una dieta perpetua. Ellas creen que lo están haciendo bien, que todo ese sufrimiento es obligatorio, que la vida tiene que ser eso. Ni se les pasa por la cabeza que lo que tienen es un trastorno. La gordofobia interiorizada lleva a muchas de esas mujeres a regañar a su entorno, a las personas que más quieren. A decirles a sus hijas que no coman tanto, que tengan cuidado, que miren cómo se van a poner. Y no lo hacen por maldad, lo hacen por amor y por preocupación, porque quieren a sus hijos”.
Los engranajes del sistema funcionan a pleno rendimiento. Por un lado, casi todos llevamos vidas estresantes que nos enferman, nos deprimen y, en algunos casos, nos hacen engordar, porque no podemos alimentarnos bien, ni movernos libremente, ni pasar tiempo de calidad fuera del trabajo. Por el otro, el propio sistema ha generado una estructura que oprime a las personas con sobrepeso –con independencia de que estén o no sanas– desde todos los flancos imaginables, equiparando la gordura a una grave falta moral que solo puede purgarse a través de un sufrimiento intenso. Se alienta, tanto a gordos como a delgados, a machacarse de continuo a través de todo tipo de restricciones alimentarias, que a su vez pueden terminar derivando en trastornos mentales, enfermedades físicas y aumentos de peso cíclicos. A las personas que no consiguen adelgazar por medio de las dietas, se les ofrecen soluciones patologizantes y con graves efectos secundarios, como los bypass gástricos o las recientes inyecciones del medicamento Ozempic. Sin embargo, tampoco se salvan de las críticas los pacientes que consiguen alcanzar la normatividad corporal empleando estos procedimientos médicos, porque incluso entonces se los acusa de “estar haciendo trampas”, de no haber querido esforzarse para perder peso, de recurrir a atajos ilícitos. Lo resume Alberola: “Es la cultura de la meritocracia aplicada al mundo de las dietas”.
Es imposible pensar en engordar, adelgazar o simplemente en comer como sucesos neutrales, sin adjudicarles una valoración moral que parece gestarse en nuestras más hondas entrañas.
Pienso en la TCAE que me regañó profundamente indignada, en la consulta del especialista, por pesar 1.200 gramos más que la...
Autora >
Adriana T.
Treintañera exmigrante. Vengo aquí a hablar de lo mío. Autora de ‘Niñering’ (Escritos Contextatarios, 2022).
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