¿Conflicto catalán?
Un Pla (en) español
En 'La vida lenta. Notas para tres diarios (1956, 1957 y 1964)' Josep Pla muestra su autorretrato más seco y despiadado
Jordi Bernal 2/02/2015
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“Llegará un momento en que la fatiga de escribir para los diarios sea insurmontable. Cuando veo que fuera hace tan buen tiempo y yo estoy amarrado como un prisionero a esta mesa de la chimenea, me desespero”. Con este desaliento pertinaz describe Josep Pla su cotidianidad amarrada al duro banco de la escritura. La apuntación corresponde al 14 de enero de 1956 y pertenece al grueso de anotaciones que Pla fue tejiendo en cuadernos íntimos y que ahora la editorial Destino ha reunido en el volumen La vida lenta. Notas para tres diarios (1956, 1957 y 1964). Según relata en el prólogo el profesor Xavier Pla, responsable a su vez de la edición del libro, las notas que el escritor ampurdanés fue recopilando a lo largo de sus últimos años se convierten “en un documento de primer orden (tal vez el de mayor importancia) para el conocimiento y la compresión de la vida de Pla sin la interposición de las diversas máscaras e imágenes con que el escritor se había venido proyectando públicamente desde su juventud. Eran una increíble puerta abierta a su vida personal, un autorretrato seco y despiadado, una especie de “negativo” de su vida literaria en el que evidenciaba su otra cara, una vida privada mucho más compleja y amarga, como quizá no podía ser de otra manera”.
A diferencia de su obra literaria, estos apuntes diarísticos se caracterizan por su sequedad abrupta y la casi ausencia de adjetivación precisa por rumiada tan cara al escritor. Pese a la aridez telegráfica, La vida lenta contabiliza un quehacer diario completamente alejado del fulgor de la vida literaria. No hay postureo artístico ni mota de afectación retórica. Sólo aparecen las preocupaciones mundanas: el dinero, la comida, la entrega apremiante de unas cuartillas al editor, los achaques, el deseo que no cesa, la sensación de tiempo dilapidado. Hay días en que Pla vive literalmente en cama: escribe y lee. Cuando no bebe. Referencia sus lecturas, que van de clásicos como Plauto o Terencio a D.H. Lawrence o Valle- Inclán pasando por los recurrentes Molière y los moralistas franceses, Stendhal (“Stendhal es el camino”, sentenciaría en El Cuaderno Gris), La vida de Samuel Johnson de Boswell o el Journal Littéraire de Léautaud. Tampoco faltan los gruñidos contra una censura que le amputa cuartillas. Y el odio sobrevenido al franquismo: “Hoy hace exactamente 25 años que terminó la guerra: 25 años de paz -es decir, de miseria, de policía, de indignidad”, apunta secretamente el 1 de abril de 1964.
Así pues, queda lejos aquel Pla llorando en Marsella en 1936 junto a su compañero de intrigas Carlos Sentís. Un Pla obscuro que va perfilándose merced al empeño de incansables investigadores como Josep Guixà, que ha reunido sus pesquisas en Espías de Franco. Josep Pla y Francesc Cambó (Editorial Fórcola). La obra documenta la colaboración activa de Pla en la desestabilización de la República y su posterior sumisión a la victoria franquista mediante su pertenencia al Servicio de Información de Fronteras del Nordeste de España (SIFNE) que suministraba datos e informes al bando sedicioso. Más allá de que el escritor pudiera parecernos un espía a la manera de Jim Wormald en Nuestro hombre en la Habana -no en vano el hiperbólico Joan Fuster señaló que si realmente Pla había sido espía de Franco, no entendía cómo éste fue capaz de ganar la guerra-, ciertamente su vinculación con los victoriosos se situó por encima del acatamiento por pura supervivencia. Pero, sobre todo, estos dos libros contribuyen a esclarecer una personalidad poliédrica y a mostrarnos dos facetas distintas que siempre han aparecido un tanto difuminadas tras el personaje construido y que tan bien supo representar, como muestra la celebérrima entrevista de Soler Serrano en el programa A Fondo de TVE.
De un Pla ambicioso socialmente que acaba entrando en Barcelona con las tropas franquistas al autoexiliado en el Mas de Llofriu. Del primerizo atildamiento con bombín a la boina y las pantuflas finales. En cualquier caso, la edición de obras que abordan un Pla privado y desconocido, o que directamente ahondan en su biografía escurridiza y serpenteante, corroboran el interés creciente por un escritor que, tanto en el periodismo como en la narración ficcional o el memorialismo, nunca se apeó de una marcada voluntad estilística.
Tradición
Sin embargo, en su faceta literaria, Pla proyectó una obra que se circunscribiera en la tradición catalana. Como apunta el escritor Xavier Pericay, responsable de la edición y traducción de parte de los dietarios y la obra memorialística de Pla, así como autor del ensayo Josep Pla y el viejo periodismo, en su correspondencia con su primer editor Josep Maria Cruzet “el escritor tiene como objetivo fijar su obra estrictamente literaria en los márgenes de la literatura catalana”. En su labor periodística, la que le aporta el principal sustento y le otorga la primera notoriedad social, Pericay señala que “tanto antes como después de la guerra Pla no tuvo reparos en colaborar en lengua castellana en publicaciones de distinta índole”. Fue en el semanario Destino donde, a partir de los años cuarenta, la rúbrica de Pla cada vez es más conocida. Tanto es así que Dionisio Ridruejo emprendió la traducción al castellano de El Cuaderno Gris. En el prólogo, Ridruejo esclarece las dificultades que la traslación lingüística del estilo planiano comporta: “Diré de paso que el trabajo me resulta tanto más fácil cuanto más depura, aprieta o afina su "página" el maestro de Palafrugell, y que las dificultades crecen cuando su estilo se hace más negligente, conversado y alargado o integra más modismos de carácter local”. Pero, al mismo tiempo, alaba el cuidado por una adjetivación policroma: “En cambio es una delicia -y un estupendo aprendizaje- encontrarse con la adjetivación de Pla, muchas veces seriada y gradualmente acumulativa para perseguir el matiz, y con bastante frecuencia insólita, renovadora, tácitamente metafórica, que aplica a una especie de adjetivos que corresponden a otra (sic), jugando también a barajar las notas de los sentidos y las notas de la valoración moral o estética”.
Asimismo, Concha Cardeñoso, traductora de La vida lenta, repara en “una brevedad y concisión estilísticas que no caen en la dejadez o la indiferencia, pese a que no debemos perder de vista que se trata de unas notas para un diario”. Por otra parte, Cardeñosa subraya las dificultades de traducir “el uso de palabras propias del Ampurdán en relación a los vientos, las especialidades gastronómicas, las horas del día, algunas referencias onomásticas, las «fetes majors petites», el adjetivo «arrilat», las «pràctiques de l'embarc» y demás términos propios de su cultura ampurdanesa o de cuño propio, que dan tanto color, olor y sabor a su prosa”.
El localismo consciente y voluntarioso de Pla, la creación de un espacio mínimo en el que se instala la mirada del escritor para proyectarse sobre la realidad no son, sin embargo, escollos para sobrevolar encorsetamientos canónicos. Gracias, en gran parte, al interés de los lectores como a la labor de editores y traductores, el fatigado emborronador de cuartillas del Ampurdán se sitúa entre los grandes prosistas españoles contemporáneos y entre los cronistas con la mirilla más afinada de estos pagos. Debajo del disfraz pacientemente tejido del pequeño propietario rural con maneras de payés se esconde uno de los escritores con un bagaje cultural más amplio y heterogéneo de su tiempo teniendo en cuenta, sobre todo, la atávica cerrazón española. El insistente empeño en trasladar la obra de Pla y sus circunstancias biográficas al castellano son una de las mejores muestras de su victoria literaria. Eso significa que antes triunfó en catalán.
“Llegará un momento en que la fatiga de escribir para los diarios sea insurmontable. Cuando veo que fuera hace tan buen tiempo y yo estoy amarrado como un prisionero a esta mesa de la chimenea, me desespero”. Con este desaliento...
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