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Cuando en 1949 Orson Welles se asoma a las pantallas de todo el mundo como Harry Lime, la prensa italiana encuentra la definición perfecta para Fiorenzo Magni: el tercer hombre. El que siempre permanecerá a la sombra de los inmortales Coppi y Bartali. El de la vida vergonzante, el pasado turbio. El de los éxitos extraños, el estilo tosco, la imagen sin glamour. Fiorenzo Magni, el tercer hombre. Y, sin embargo, este desconcertante ciclista también podría ser otra de las obras de Welles: F for Fake (1973), una historia de espejos y engaños donde nunca nada es lo que parece…
Y ¿quién fue realmente Fiorenzo Magni? El 24 de febrero de 1947 era nada menos que un hombre declarado no culpable por un tribunal de Florencia, acusado de delitos de sangre. Delitos que parecen muy lejanos a un deportista de élite. Pero a Magni le gustaba el negro, y eso lo definía casi tanto como la bicicleta. Camisas negras, símbolos del Estado fascista, de las fuerzas paramilitares de Mussolini. "El que vota por la Democracia Cristiana vota por Bartali, el que vota por el MSI (el partido neofascista italiano) vota por Magni", reza una pintada en la Roma de 1951. Fiorenzo era la imagen de todo aquello que Italia quería olvidar pero nunca pudo en los agitados años de la posguerra.
Cuatro años antes de aquel juicio, en octubre de 1943, Italia está partida en dos. Tras la intervención aliada en Sicilia y la deposición de Mussolini parecía que la caída del régimen fascista sería sólo cuestión de tiempo. Pero Hitler tenía otros planes, y, con una operación alucinante ejecutada por Otto Skorzeny en pleno Gran Sasso, libera a Mussolini y proclama, poco después, la República Social Italiana o República de Saló, un régimen títere de los nazis que gobernaba el norte de la península. Era el comienzo de la sangrienta guerra civil que asolaría Italia durante los dos años siguientes y cuyas heridas aún sangran en el corazón de la bota.
Era, también, el punto de partida de multitud de enfrentamientos armados entre tropas paramilitares fascistas y grupos de partisanos. Uno de esos choques, uno de los más dramáticos, se conoce como la "Masacre de Valibona".
"Fue él", decía la viuda del partisano Laciotto Ballerini, "fue Magni, el de Prato, el ciclista, quien mató a mi esposo, el que días después fanfarroneaba orgulloso de haberlo asesinado". Su marido había caído víctima de una emboscada en Valibona, una pequeña colina aislada en las inmediaciones de Calenzano, donde un grupo de partisanos dirigidos por el propio Ballerini y el inglés Stuart Hood fueron sorprendidos por una cincuentena de fascistas armados el 3 de enero de 1944. Tres partisanos cayeron en Valibona, y otros cinco fueron capturados y torturados horriblemente. Y allí, vestido de negro, participando activamente, estaba Fiorenzo Magni, el corredor. O, al menos, eso decía la viuda de Ballerini.
En contra del ciclista hablaban sus ideas y su pasado. Magni no solamente era declarado fascista, sino que había tenido conexiones con la llamada Banda Caritá, un grupo armado que actuaba con violencia inusitada, de la mano de los nazis, en la Toscana. Algunos dicen que la Banda Caritá llegó a interceptar a Bartali en uno de sus viajes hasta Asís, esos en los que llevaba documentos que salvaron la vida a más de 800 judíos. Que sospechaban del piadoso Gino, y que al final lo dejaron marchar. Quizá, de ser cierta esta historia, fuera el propio Magni quien salvó la vida de Bartali. O quizá sea todo leyenda.
Con estos datos no es de extrañar que Magni fuera uno de los 24 antiguos fascistas que fueron formalmente acusados por la Masacre de Valibona. Entre los testimonios del juicio destaca el de Alfredo Martini, también ciclista, luego legendario seleccionador de Italia durante décadas y hombre muy respetado por su integridad moral, que había sido combatiente partisano durante la guerra. Su relato en el juicio fue escueto, con palabras muy medidas, con silencios extraños que parecían esconder una verdad no revelada. Al final el tribunal declara a Magni no culpable por falta de pruebas. No irá a la cárcel, pero cargará con la condena popular toda la vida. A ojos de la sociedad había sido uno de los pistoleros de la Masacre de Valibona.
Al menos hasta 2010. Ese año se desclasifican documentos oficiales presentados durante el juicio que dan una imagen completamente diferente del proceso y del propio Magni. En ellos se lee que Fiorenzo había participado activamente en la lucha antifascista, prestando un notable servicio a la causa de la Liberación. Que había llevado en su bicicleta, igual que Bartali, documentación valiosa para los partisanos. Que había resultado una ayuda preciosa para dicha labor en la zona de Toscana y Monza. Y que la historia del ciclista del fascio, del pistolero sobre ruedas, del asesino desalmado era incierta. Al menos matizable. Al menos digna de reescribirse. F de Fake.
Pero Magni también era el tercer hombre. Porque Magni fue ciclista, pero fue ciclista al mismo tiempo que Bartali y Coppi, Coppi y Bartali. Fue ciclista cuando solamente podían existir dos ciclistas, en una Italia bipolar donde los amores se repartían solo entre dos corazones. Él siempre tuvo que conformarse con ser el tercero...
Y eso que Magni fue un pionero, un innovador que llevó al mundo de las dos ruedas mecenas ajenos a bicicletas o neumáticos. En 1952 la marca de cosméticos Nivea desembarca como copatrocinadora primero y espónsor principal después de la escuadra ciclista donde corre Fiorenzo. Sus compañeros se burlan, el hombre calvo y desgarbado, de modales ariscos, era tomado como imagen de una empresa para el cuidado de la piel. Magni escucha y calla, sabe que los tiempos están cambiando, que Alcyon, Dunlop o Peugeot ya no serán los únicos nombres en las carreras. El futuro le dará la razón, y hoy son cientos los sectores empresariales que han vuelto sus ojos al ciclismo como vehículo de promoción.
Y Magni fue, más que cualquier otra cosa, un atleta del sufrimiento. Cuando todo parecía perdido, cuando las condiciones eran más adversas, sacaba fuerzas de flaqueza y continuaba adelante. Como los flandriens: cuanto peor, mejor. Quizás por ello ganó tres veces seguidas el Tour de Flandes, por tener esa misma mentalidad guerrera, ese pedalear a riñones, con fuerza bruta más que técnica, ese mismo orgullo de león herido. El León de Flandes, aquel también fue Magni.
Una imagen reflejará perfectamente su personalidad, una en la que se aparece pedaleando sentado sobre su bicicleta, con cara de esfuerzo agónico y un trozo de cuerda atado al manillar y sujeto fuertemente con los dientes. Es el Giro de 1956, el de Gaul y el Bondone, y Magni se ha roto la clavícula en una caída. Renuente a abandonar, llevará el manillar cogido literalmente con la boca para poder guiarlo, para poder aguantar mejor el dolor, para no ascender los puertos dolomíticos gritando en mitad del gentío de aficionados. En Milán será segundo de la general y ganará, al fin, la admiración de todos.
La admiración, esa que no había conquistado antes con victorias más esbeltas, como sus tres generales del Giro de Italia (claro que en 1948, decían sus detractores, ganó gracias a los empujones que sus seguidores, formando una cadena humana perfectamente organizada, le dieron en el Pordoi), sus tres campeonatos italianos (claro que sus gregarios le remolcaban durante kilómetros y kilómetros al principio de las etapas) o los diecisiete parciales en grandes vueltas (claro que muchas de ellas fueron al beneficiarse de su habilidad descendiendo). Quizá esa admiración se había quedado por el camino porque siempre, siempre, la sombra de la política aparecía de por medio. Como en 1951, cuando durante el Mundial celebrado en Verona el mejor gregario italiano, Bevilacqua, no quiso ayudarle porque "no era italiano, era fascista". Magni quedaría segundo aquel día, y Bevilacqua tercero. O como cuando aún en 2009 surgieron agrias protestas por la utilización de una fotografía suya para ilustrar el centenario del Giro de Italia. Seguía siendo el ciclista del negro.
Incluso la fortuna aguijoneó poco a poco un palmarés fabuloso que pudo ser mayor con la guinda del Tour de 1950, cuando la selección italiana abandona después de que unos energúmenos la tomaran a golpes con los transalpinos en el Col d´Aspin. Aquel día los italianos fueron recibidos con botellazos y pedradas por algunos espectadores que acusaban a Bartali de haber provocado la caída de Jean Robic, pequeño, bretón, ídolo de toda Francia. Protesta italiana y retirada en bloque de todos sus ciclistas que nadie llora más que Fiorenzo Magni, maillot amarillo en aquel momento y serio candidato a la victoria en París. Sus súplicas no fueron atendidas ni por Bartali ni por Binda, el seleccionador. "Continuaré solo", decía el líder, pero al final tuvo que marcharse con el resto del equipo a Italia. Rabia infinita por no saber dónde podría haber llegado. Jamás pudo tener oportunidad igual en el Tour.
Ese era Fiorenzo Magni, un ciclista anómalo, un enigma humano. Alguien que tuvo que ver cómo se estrenaba un documental sobre su persona cuando aún estaba en activo, en el año 1951. ¿El título? Por supuesto: Fiorenzo, il terzo uomo.
Cuando en 1949 Orson Welles se asoma a las pantallas de todo el mundo como Harry Lime, la prensa italiana encuentra la definición perfecta para Fiorenzo Magni: el tercer hombre. El que siempre permanecerá a la sombra de los inmortales Coppi y Bartali. El de la vida vergonzante, el pasado turbio. El de los éxitos...
Autor >
Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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