Relato
Mayo del 74 : "El Pupas, tu Pupas. Tu Aleti"
Ayax Merino 2/02/2015
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15 de mayo de 1974. Ya ha anochecido.
Un niño estaba en el salón de tu casa sentado en el sofá junto a tu padre, frente a la tele. Sentado a ratos. Te movías más que una lagartija, más que una devanadera, más que una cítola de molino. El niño se levanta, anda, vuelve, se sienta, se vuelve a levantar y vuelve a sentarte. Se rebulle en el asiento. Pega saltitos. Se muerde las uñas. Estás desquiciado.
- ¿Te vas a estar quieto de una vez?
Ya quisiera, pero no puede. El cuerpo no te obedece y hace su santa voluntad y lo que le viene en gana. Y se menea sin cesar.
- Sí, papá.
Final de la Copa de Europa.
- ¡Los jugadores saltan al campo!
Anuncia enfervorecido el locutor y tú pegas un brinco. Reina, Melo, Capón, Adelardo, Heredia, Eusebio, Ufarte, Luis, Gárate, Irureta y Salcedo. Estadio Heysel de Bruselas. Lleno hasta reventar. Banderas al viento, bufandas agitadas. Un rugido que surge de las gradas. El árbitro pita y el balón rueda sobre la hierba. Ha empezado el partido.
Se levanta y paseas por la habitación como una fiera enjaulada.
- ¿Te vas a calmar?
Ya quisiera, pero no puede. El corazón le late muy deprisa y te golpea el pecho con fuerza. Estás desaforado, fuera de si.
- Sí, papá.
Se pone de pie, recto y erguido como una vela, los puños crispados, los ojos fijos en la tele. Ni pestañea.
-Ufarte regatea a su marcador, se interna por la banda derecha, se frena y retrasa a Luis. Luis se la pasa a Gárate, Gárate pisa el área, hace un quiebro y chuta ¡Huyyy! ¡Qué paradón de Maier!
Das un pisotón en el suelo y una palmetada en la mesa de madera que hay delante del sofá.
- ¡Jobar! ¡Porras!
Se lamenta afligido.
- O paras de una vez o al final voy a tener que atarte.
Ya quisiera, pero no puede. Eres incapaz de refrenarte, por más que lo intenta.
- Sí, papá.
Pasa el tiempo sin sentirlo. Caballo que galopa desbocado. El árbitro pita el final del partido. Empate a cero.
- ¡Buuuuf!
Tu padre resopla. Y tú vives sin vivir en ti. El alma se le quiere salir del cuerpo, prisión que la encierra aherrojada con duras y firmes cadenas. Los jugadores, paladines esforzados, terminada la lid se tienden agotados en el campo. Muchos andan acalambrados y el masajista les da friegas en las piernas. Beben agua, se mojan la cabeza, jadean afanosos intentando recobrar el resuello. Guerreros sudorosos y exhaustos que deben retornar al combate. La lid no ha terminado.
Pita el árbitro.
- ¡Ha comenzado la primera parte de la prórroga!
El locutor anda ya enronquecido. Y tú no puedes parar, no puedes estarte quieto, no te puedes calmar. Pero tu padre ya no te riñe. Tu padre hace un buen rato que ha dejado de prestarte atención y, las quijadas apretadas, mira fijamente la tele sin perderse detalle del juego.
Pita el árbitro. Los jugadores cambian de campo. Derrengados, agotados por la pelea, arrastran los pies. Dos ejércitos rotos, destrozados, diezmados por una lucha sin cuartel. Combatientes que buscan desesperadamente un último hálito, una brizna de fuerza, los escasos bríos que guardan aún sus cuerpos consumidos. Toman aliento y se aprestan para la acometida definitiva, la carga que les dé la victoria, la batalla final.
- ¡Empieza la segunda parte de la prórroga!
Guerra a muerte. No se hacen prisioneros. Golpes furibundos, estocadas a fondo. Los dos ejércitos se baten sin piedad. Hay que doblegar al enemigo a cualquier precio, cueste lo que cueste. Los ataques se suceden. El aleti se hace dueño del campo a brazo partido, peleando con bravura. Pero el gol no llega. El Bayern se defiende como gato panza arriba sin ceder una pulgada de terreno, numantinamente.
Minuto 9. Falta al borde del área, algo esquinada hacia la izquierda. El árbitro cuenta los pasos. Luis posa con mimo el balón sobre la hierba y da unas pocas zancadas hacia atrás. Maier coloca la barrera. El árbitro hace sonar su silbato. Luis golpea el balón y el balón vuela por el aire. Supera la barrera y desciende hacia la portería alemana. Maier se estira cuan largo es y cae al suelo a plomo sin tan siquiera rozar el cuero con sus dedos. El balón pasa junto al palo y se funde con la red en un amoroso abrazo.
- ¡Goooooooool!¡Goooooooool!¡Goooooool!¡Gooooool!
Chilla a pleno pulmón y correteas por todo el salón con los brazos en alto. En la pantalla los jugadores rojiblancos celebran con júbilo el tanto y los bávaros, cariacontecidos, bajan la cabeza. Faltan sólo seis minutos para que el Aleti se proclame campeón de la Copa de Europa. Seis largos, eternos, minutos. El tiempo, perezoso, se detiene. Se niega a andar. Y tú no puedes más, le va a dar un ataque.
Se ha cumplido casi el tiempo. El árbitro va a pitar de un momento a otro el final. Pita árbitro, pita de una vez, por caridad, pita, ten compasión y pita ¿A qué esperas, árbitro, a qué aguardas? Pita, hombre, pita de una santa vez, que no puedo más, que me va a dar un telele. Tenemos la Copa de Europa al alcance de la mano, ya es nuestra, sólo nuestra, y nadie puede ya arrebatárnosla. Somos los campeones. Pita árbitro, te lo suplico, pita ya.
Gárate pierde el balón. Quedan sólo unos pocos segundos y el Bayern saca de puerta. Y de repente, sin saber cómo, un teutón de nombre impronunciable cruza las líneas colchoneras con el balón en los pies sin que nadie le salga al paso, sin que nadie se cruce en su camino. Y casi desde el centro del campo suelta un zapatazo terrible y el balón, raso, se acerca veloz al marco. Va fuerte, muy fuerte, pero es un balón franco para el portero.
Reina se tira tarde y no alcanza a despejar. Y el balón se cuela en la portería. Gol de Schwarzanbeck. El Bayern acaba de empatar el partido. Y el árbitro pita el final.
Incredulidad. No se lo cree. Pasmo. Es imposible, no puede ser. Perplejidad. No entiendo nada. Y una honda desesperación le tiñe el alma de negro. Tu padre te mira con ternura, con piedad, sin acertar a consolarte. No puede. Es una pena inconsolable.
- ¡Esto sólo le podía pasar al Pupas!
Exclama tu padre.
El Pupas, tu Pupas. Tu Aleti.
Ayax Merino es escritor, autor de La Saca (2014).
15 de mayo de 1974. Ya ha anochecido.
Un niño estaba en el salón de tu casa sentado en el sofá junto a tu padre, frente a la tele. Sentado a ratos. Te movías más que una lagartija, más que una devanadera, más que una cítola...
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