Tecnócratas contra demócratas
Carlos Carnicero Urabayen 2/02/2015
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El hijo rebelde suele querer asustar al padre para llamar su atención sobre aquello que le parece injusto. El progenitor sabe que si castiga demasiado a su díscolo descendiente podría destruir a la familia de manera irreversible. Ambos saben que están llamados a entenderse. Algo similar le ocurre a la Unión Europea con las nuevas izquierdas de corte populista que emergen en el sur de Europa: no existirían sin una Europa que ha perdido sus esencias de tanto temer a los bancos y haber dado la espalda a sus ciudadanos. Se salvó el euro, pero se degradó en el camino la democracia europea, sobre todo en Grecia. La soberanía política fue sustituida por unos tecnócratas que dictaban sus recetas utilizando solo su alma económica, ignorando sus consecuencias sociales y políticas.
En el sur de Europa hay quienes pretenden dar un golpe democrático sobre la mesa para reconducir la situación. ¿Quién puede extrañarse de que la rebeldía haya tomado cuerpo político y exija una alternativa?
Podemos y Syriza son los hijos rebeldes de la Unión Europea, las únicas fuerzas que han sido capaces de aglutinar el hartazgo ciudadano hacia una austeridad que no ha funcionado en el sur de Europa. Son parte de un conglomerado más amplio de partidos anti-establishment que han crecido por todos los rincones de Europa, pero a diferencia de grupos de extrema derecha como el Frente Nacional en Francia, el Partido por la Independencia en el Reino Unido o los Demócratas Suecos, no tienen el racismo en su ADN, son de izquierdas y no reniegan de la existencia de la UE, si bien abogan por un giro radical en la política europea.
La Unión Europea y Syriza, llamados probablemente a entenderse dentro de muy poco tras las elecciones griegas del domingo, se necesitan mutuamente. La salida de Grecia del euro, y quién sabe si de la Unión después, no les interesa ni a los griegos ni al resto de europeos. ¿Dejarían caer a Grecia con tal de desalentar otras alternativas similares, como Podemos en España? Es la peor hipótesis de las imaginables.
La paternidad de la Unión Europea de estos movimientos se debe a un doble quebranto de su legitimidad. Por un lado, los procedimientos impulsados por la Unión han dejado de lado las esencias democráticas de los Estados que la componen. La soberanía griega se ha difuminado a favor de un tutelaje europeo en el que quien paga manda; es decir, los países acreedores, sobre todo Alemania, sin importar demasiado las formas. Las claves de la política económica griega se han diseñado fuera de sus fronteras, con los electores alemanes – y no griegos – como masa crítica para darles el visto bueno.
La anécdota que mejor resume esta humillación griega se produjo el día en que el entonces primer ministro George Papandreou, asediado a partes iguales por los mercados y por las distintas fuerzas griegas con representación en el Parlamento, anunció que convocaría un referéndum sobre un nuevo rescate en noviembre de 2011. Es sabido el chantaje que sufrió después por parte de Sarkozy y Merkel para que cambiara de idea. No es tan conocido que el entonces presidente de la Comisión, José Manuel Durao Barroso, se refugió junto a sus colaboradores más cercanos en su suite del hotel art déco Majestic Brrière en Cannes, en plena cumbre del G-20, para seleccionar el nombre del que poco tiempo después se convertiría, previo voto parlamentario, en el nuevo primer ministro griego, el excomisario Lucas Papademos, que ni siquiera era entonces diputado en el Parlamento griego.
El segundo quebranto (material) de la legitimidad europea se refiere a la austeridad: Ni ha funcionado ni se ha correspondido con un apoyo ciudadano en la forma de afrontar una grave crisis. Las recetas que se han aplicado sobre Grecia han cargado un explosivo cóctel: la pobreza infantil se ha duplicado (del 23 al 40%), uno de cada cuatro no trabajan (uno de cada dos en el caso de los jóvenes) y los suicidios han aumentado un 43%. Casi un millón de griegos se han quedado sin acceso a la sanidad pública y se ha producido un repunte del contagio del virus del sida. Incluso ha habido casos de malaria. Ha aflorado la violencia política y un partido nazi está en el Parlamento. El 84% no confía en su Gobierno. Parecía inevitable un seísmo en el sistema de partidos.
La propia Unión Europea es consciente de su paternidad sobre las nuevas fuerzas emergentes. Conoce los errores que ha cometido hacia los países del sur; incluso los ha redactado en un documento oficial. Ocurrió en la anterior legislatura del Parlamento Europeo - institución marginada en los procesos de rescate, dejando a los hombres de negro sin escrutinio democrático alguno - unos meses antes de las elecciones europeas de mayo pasado. Tanto la Comisión de Asuntos Económicos y Monetarios como la de Empleo y Asuntos Sociales elaboraron sendos informes condenando el modus operandi de la Troika (Comisión Europea, FMI y Banco Central Europeo) y los resultados que sus recetas han provocado. Incluso el informe de Empleo pedía a la Comisión Europea un plan de emergencia para hacer frente al dramático panorama social en el sur de Europa. Naturalmente, los informes no han tenido respuesta alguna.
La Unión ha empujado a los ciudadanos a votar opciones extremas, como Podemos y Syriza, en el momento en que ha forzado al centro derecha y a la socialdemocracia a aplicar políticas similares y además fallidas para hacer frente a la crisis. El ciudadano ha meditado: Si mi voto no cambia las políticas, algo falla.
Como resultado, se divisan dos focos de luz en esta Europa oscurecida: por un lado los tecnócratas, su austeridad y las formaciones que la han aplicado, sobre todo conservadores y socialdemócratas, y de otro, las nuevas formaciones emergentes que proponen un cambio radical en esta deriva. Difícil resistirse a la luz que irradian.. Como ha dicho recientemente Thomas Piketty, quizás la voz económica más influyente en estos momentos, “tienes que apoyarles porque quieren construir una Europa democrática, que es lo que necesitamos todos”.
La crecida de Syriza y de Podemos se ha producido sobre todo a costa del PASOK y del PSOE. La socialdemocracia del sur de Europa ha pagado un alto precio por la falta de unidad de su familia política y su incapacidad de plantear una alternativa conjunta al inicio de la crisis en Europa. A nivel nacional, desde el gobierno, no han tenido margen para evitar los recortes en plena crisis, dados los ritmos exigidos para la consolidación fiscal desde la Unión Europea. Aunque sin mayoría en la Unión Europea, la socialdemocracia no ha sabido tampoco tejer una minoría de bloqueo, entre otras razones porque los intereses de los países europeos han sido opuestos. Pero, ¿no habría cabido esperar una actitud más solidaria, por ejemplo, de los socialistas alemanes con el pueblo griego, más aun si sus hermanos políticos del PASOK estaban en el gobierno? La emergencia de Renzi en Italia, con sus rotundos resultados electorales, constituye desde el gobierno la única esperanza para su familia política.
La pregunta clave ahora es si esta nueva izquierda del sur, en el actual marco europeo, donde Alemania sigue gozando de una intransigente posición hegemónica y los Estados deudores por sí solos tienen las de perder, podría gobernar de manera distinta y producir una alternativa real de gobierno. ¿Pueden aplicar políticas progresistas allá donde la socialdemocracia se ha mostrado incapaz? ¿No sufriría Syriza el mismo acoso por parte de los mercados y los países acreedores?
No hay en Bruselas el pánico que se produjo en 2012 ante la posible victoria de Syriza. Tsipras, su carismático líder, es un hombre preparado que lleva tiempo reuniéndose con oficiales europeos y del FMI. Dejando al margen algunas ideas más cuestionables y de difícil puesta en marcha, como el aumento de las pensiones o la subida de gasto público, la propuesta central de Syriza, renegociar las condiciones del pago de la deuda griega (que alcanza en estos momentos el 170% de su PIB), no es sólo una cuestión de justicia, sino de pura viabilidad económica. Es una idea apoyada por numerosos economistas a la que además se comprometieron los miembros del Eurogrupo en 2012, una vez las cuentas griegas, como ocurre ahora, tuvieran superávit primario, sin contar los pagos de intereses.
Pero, lamentablemente, la suerte de Syriza no dependerá de la viabilidad económica de sus propuestas, sino de pura estrategia electoral de actores externos a la política griega. ¿Podría la Unión Europea facilitar el éxito de una fuerza anti-establishment, que no tiene otros apoyos que los miembros del grupo de la Izquierda Unitaria en el Parlamento Europeo, sabiendo que ello animaría a otros países como España a llevar a Podemos al gobierno?
La segunda variable política está, claro, en Alemania. El fracaso de Syriza, con la eventual salida de Grecia del euro, y quizás de la Unión Europea, cargaría sobre las espaldas de Angela Merkel una nueva culpabilidad histórica sobre el quebranto alemán del orden europeo. Sin embargo, la emergencia del partido anti-euro Alternativa por Alemania, que crece como la espuma al articular su mensaje sobre la necesidad de ejercer dureza sobre los países deudores como Grecia, hace difícil que la canciller pueda ceder.
¿Es la paternidad europea, su responsabilidad ante la emergencia de las nuevas fuerzas populistas del sur, un factor de suficiente peso como para vencer otras variables puramente electorales? ¿Dejará Europa morir a su hijo rebelde, aunque sepa que tiene razón en su grito de justicia y ello represente un tremendo fracaso histórico? Pronto tendremos la respuesta.
Carlos Carnicero Urabayen (@CC_Urabayen) es politólogo. Analista sobre cuestiones internacionales y europeas para varios medios nacionales e internacionales. Reside en Bruselas y ha trabajado cinco años en el Parlamento Europeo.
El hijo rebelde suele querer asustar al padre para llamar su atención sobre aquello que le parece injusto. El progenitor sabe que si castiga demasiado a su díscolo descendiente podría destruir a la familia de manera irreversible. Ambos saben que están llamados a entenderse. Algo similar le ocurre a la Unión...
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Carlos Carnicero Urabayen
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