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Renzi, el democristiano que cambió a la ‘sinistra’

Para entender al primer ministro italiano hay que recorrer la historia del Partido Comunista, el Partido Democrático y los 20 años de berlusconismo. Es un político hábil, capaz de convencer y de ganarse la confianza de quienes terminará por arrollar

Ettore Siniscalchi Roma , 29/01/2015

Matteo Renzi.
Matteo Renzi. LUIS GRAÑENA

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Matteo Renzi tiene 40 años recién cumplidos. En un país decididamente gerontocrático como Italia, esto ya constituye una base programática del renzismo. Es joven, pero no “el joven líder socialdemócrata italiano”. Porque ni él ni el Partido Democrático (PD) son socialdemócratas. En la práctica asistimos a un fenómeno de usurpación del espacio político -que se corresponde con un vacío de representación-; la izquierda, en Italia, está representada por un partido que ya no se identifica con la izquierda. ¿Cómo se ha llegado a esto? 

Walter Veltroni asombró a todos cuando, entrevistado en 2008 por El País,dijo: “El PD no es de izquierdas”. Para entender a Renzi hay que empezar por el fin del PCI -Partido Comunista Italiano-, el PD de Veltroni y los veinte años de berlusconismo, a los cuales él pertenece por completo, aunque sólo fuera por edad. Es un hijo de esa época. 

Tras la caída del muro de Berlín, el liderazgo comunista tuvo una ocasión histórica para liberarse de una carga. Llamarse, por fin, socialistas y europeos. No la aprovechó. No hubo ajuste de cuentas con los errores y horrores de la historia comunista mundial. Sorprende que líderes de esa experiencia y nivel no entendieran la necesidad de dar ese paso, y quizá haya que recurrir a la psicología más que a la política para encontrar la razón: la costumbre de mirar por encima del hombro a los demás (socialdemócratas alemanes, socialistas franceses y españoles) les impidió ver su acierto. 

Los líderes comunistas pasaron de puntillas y, ante el fenómeno Berlusconi, iniciaron la unificación con los viejos adversarios democristianos. La noble historia del “compromiso histórico” - el camino escogido por Aldo Moro y Enrico Berlinguer para unir a las masas católicas y a las comunistas en un acuerdo de gobierno para poder encarar crisis económica, terrorismo y "malgoverno", liberando a Italia del corsé de la guerra fría- fue reducida a un acuerdo entre élites. Así, cedieron a Berlusconi buena parte del electorado moderado. 

El caimán supo aprovechar el regalo durante veinte años. Tras la operación Manos limpias, las élites ilustradas italianas -desde las asociaciones empresariales hasta la Iglesia- apoyaron y sostuvieron a Berlusconi para que no gobernara la izquierda moderada italiana, coaligada con el centro. Con Berlusconi, la corrupción se apoderó de las instituciones, el interés privado se hizo ley y el discurso público se empobreció con el consentimiento de la prensa conservadora, encantada con la idea de saldar las cuentas con la izquierda. 

Aquí arranca el camino que dará origen al PD y, más tarde, al PD de Renzi. Un partido que cambia deprisa, ni democristiano ni socialdemócrata, ni de izquierdas ni de derechas, ni laico ni religioso. Con una vida interna reducida a la mínima expresión y que solo se pone en marcha en caso de elecciones. En realidad, una máquina electoral y de reparto de cargos públicos. Un PD que no creó Renzi pero en el que se ha criado y al que ha ofrecido la fórmula ganadora: reunir en su seno la fiabilidad del sistema y el acto revolucionario de la “retirada”; la política y la antipolítica; la imagen de flamante “Partido de la nación”, que concibe solo una oposición testimonial, puesto que dentro de él cabe todo. 

Todavía quedan militantes, carnés del partido y casas del pueblo. Pero cada vez son menos porque cada vez cuentan menos. Los hábitos democristianos del poder reducen los congresos a un mero recuento de carnés, fabricados el día anterior por alguien que nunca más volverá. Las primarias abiertas han contribuido a empeorar la situación con la compra de votos a la luz del sol. El PD actual se afianza en los consejos de administración de las empresas participadas por el Estado, en los despachos de las administraciones públicas y en las fundaciones de los bancos. Ha perdido por el camino la idea de sociedad y su relación con ella y, cuando la sociedad no existe, pasa a transformarse en “Gente”, en “Gente opuesta a la Casta”. 

La dicotomía entre “Casta” y “Gente” fue acuñada por los periodistas del Corriere della Sera Sergio Rizzo y Gian Antonio Stella. Esa nueva visión de la sociedad italiana quita toda dignidad a la dimensión pública -reducida a la casta como si fuera el todo- y favorece la vuelta de argumentos sobre posicionamiento de clase: las buenas escuelas para las buenas familias, buenos servicios para quien puede pagarlos y, a los demás, lo que quede (cada vez menos, ¡hay crisis!); el mérito como coartada para justificar la progresiva exclusión de gran parte de la sociedad. El desmantelamiento del tejido social italiano se lleva a cabo en nombre de la lucha contra los privilegios. 

Nacido en 1974, Renzi está totalmente inmerso en esta historia. Hijo de un edil democristiano y pequeño empresario, se educó con los scouts, se licenció en Derecho y entró a trabajar en la empresa familiar. Se estrenó en política con los comités de apoyo de Prodi en 1996 e hizo una carrera fulminante dentro de los partidos de corte popular nacidos tras la desaparición de la Democracia Cristiana. Es un político hábil, que sabe mediar en las diferencias y que se ofrece como solución para salvarlas. Capaz de convencer y de ganarse la confianza de quienes terminará por arrollar. Su habilidad para gestionar los tiempos y aparecer en el momento oportuno le permitió convertirse en el presidente de la Provincia de Florencia (2004), bajo el lema “Lucha contra la casta” y, más tarde, en alcalde de la ciudad (2009). 

En 2010 da el salto a la política nacional esgrimiendo un nuevo eslogan: la “retirada” de la vieja clase política. La puesta en escena de sus mítines resulta novedosa, brillante, mediática. Va ganando peso y, en 2012, lucha por las primarias del centroizquierda, que pierde ante Pier Luigi Bersani. Pese a ello, su éxito es enorme y se convierte en la alternativa. Empieza a tejer alianzas que le llevarán al triunfo un año después. 

Italia llega extenuada a las elecciones de 2013, después de las recetas de austeridad aplicadas por Mario Monti. El partido de Berlusconi sufre un fuerte revés pero no acaba de derrumbarse. El Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo, empujado por una enorme cobertura mediática, gana casi un tercio de los votos y el PD, con la peor campaña de su historia, vence pero no consigue los escaños suficientes para gobernar. Después de varios intentos de formar Gobierno, el presidente de la República, Giorgio Napolitano, elige a Enrico Letta (PD) para encabezar uno de coalición que no cumplirá el año. 

Las tensiones en el PD conducen a elecciones primarias y, con el favor de la prensa, Renzi gana: su victoria abre de nuevo el debate sobre la posición que debe ocupar el partido dentro de la socialdemocracia. Derrotado Gianni Cuperlo, un intelectual del ala izquierda del partido, el PD queda en manos de Renzi y empieza la oposición velada al Gobierno Letta. Las críticas desde fuera del Parlamento, desde la dirección del partido, debilitan la posición de primer ministro, que es también vicesecretario del PD. Con esta gran traición, se inaugura el primer Gobierno Renzi. 

Es el triunfo. Los periódicos lo aman, proyecta buena imagen en el exterior, la confianza crece, pero descubre que gobernar es mas difícil que prometer. Las primeras críticas no tardan en aparecer: promesas incumplidas, orden de prioridades. A falta de verdaderas reformas, para las que hace falta tiempo, distrae a la UE -dominada por la economía reaccionaria de la paridad del balance- con la reforma del Artículo 18 -la norma que defiende a los trabajadores de los despidos improcedentes con la obligación de la recontratación-. En la era post-ideológica, la ideología sirve para afianzar el apoyo del mundo financiero. 

No es el único derrape a la derecha de las políticas del gobierno. Todo el jobs act recorta garantías y abarata el despido frente a los contratos a tiempo indefinido. Con las nuevas partidas del IVA triplica los impuestos para las rentas bajas (el ejército de falsas profesiones liberales que esconden trabajo por cuenta ajena sin derechos). ¿Va a crear trabajo? No se sabe pero de momento ha cambiado los equilibrios de poder en las relaciones laborales. En otros derechos, Italia no sale bien parada; aparece a la cola en libertad de prensa dentro de Europa y Renzi ha permitido la quiebra del diario L’Unitá, un referente para la izquierda, fundado por Antonio Gramsci. Renzi no ama el debate. 

Berlusconi, reducido a tropa de complemento de Renzi, sabe que éste es el único capaz de suavizar o endurecer su agonía política. La inminente elección del presidente de la República, después de la renuncia del nonagenario Giorgio Napolitano, es la nueva partida de ajedrez. Entre bastidores se negocia una ley ad personam que permita a Berlusconi volver a ejercer la política. Los huérfanos del antiberlusconismo denuncian la cara oculta del Pacto del Nazareno (el encuentro entre ambos en la sede del PD). 

Para algunos estamos ante una alarma democrática. Renzi ha forzado cada norma y praxis de gobierno, ha puesto en apuros a su ministro más importante, el de Economía, Pier Carlo Padoan, ha ridiculizado al Consejo de Ministros y no ha conseguido la bendición de Napolitano. El sector crítico PD, siempre dividido, se ha dado cuenta de que la batalla del Quirinale -Jefatura de Estado- es la única que cuenta. Intentará evitar que Renzi elija a su presidente, una figura crucial en la combinación de reformas (electorales, institucionales y constitucionales) que el actual sistema oligárquico pretende dibujar para Italia. 

Cinismo y chistes pueden ser útiles para vencer, pero no sirven para gobernar. Quizás sea éste el límite que, si no consigue superar, pueda hacerle fracasar. Un país no se reconstruye dividiendo y enfrentando -empleados públicos contra privados, fijos contra precarios, vagos y héroes- en una retórica empalagosa y falsa. Se rescata -e Italia necesita un rescate- solo construyendo unidad. Lo que, hasta ahora, Renzi no ha demostrado saber hacer. 

Ettore Siniscalchi, periodista y escritor, es autor de Zapatero. Un socialismo gentile (Manifestolibri).

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