Lindo olor a gasolina
Juan Tallón 5/02/2015
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Los escritores con una obra literaria escasa, incluso inexistente, deprenden una oscura atracción, como un cajón cerrado con llave. En ocasiones resulta tan intensa que empuja un lindo olor a gasolina, y casi consigues calentarte las manos con ella. Nos ilusiona creer que durante todos esos años que están sin escribir, como el caso de Harper Lee, escriben sin descanso. Cualquiera sabe que ciertos autores se pasan el día escribiendo, en especial cuando están haciendo otra cosa y no escriben.
No escribir –pregunten por ahí– representa una parte fundamental de la obra de todo autor. La literatura, contra la evidencia, siempre arranca lejos de la escritura, a la que sólo se acerca al final, para barrer hacia sí las ideas con la mano, apropiándoselas, igual que si limpiases las migas de la mesa. Existen novelas, de hecho, que se fraguan a tus espaldas, y que sólo en el último momento, con el trabajo ya tan avanzado que sólo resta escribir, descubres que tienes un libro delante.
Algunas veces se oye, o se sueña, un tic tac a lo lejos. Se trata de un libro futuro que dábamos por muerto. Nadie en su sano juicio descarta que incluso Juan Rulfo, fallecido en 1986, descosa un día su silencio y se decida a escribir otra novela. El silencio se verifica fértil hasta ese punto. Te conduce a pensar que de él brotará el milagro. Harper Lee ha hecho algo aún más difícil, que es publicar una viejísima novela cuyo manuscrito ya no existía. Estos son los imposibles con los que gobierna la literatura. Nunca hay que fiarse de un escritor seco, o muerto. De pronto, resucita.
Me dan envidia los tipos que consiguen que escribir un solo libro, dos a lo sumo, sea más que suficiente. Poca cosa, en determinadas circunstancias, es muchísimo. Rulfo lo sabía mejor que nadie, cuando un admirador le dijo una vez: “Tiene usted que escribir más libros, don Juan”. “¿Más libros? Si ya tengo dos”, enfatizó el escritor, al que esa cifra le parecía ya una exageración. Gente así, propensa al silencio, proporciona mucha compañía.
Cosa distinta es aborrecer a un novelista prolífico, obcecado en que sepamos que escribe. Bien aborrecido está, cojones. Siempre consigue que te acuerdes de esos negocios vacíos –hay un par en toda ciudad– que en cambio semejan a punto de estallar con el bullicio. El empleado no para de cambiar las pilas de camisas de un estante a otro, de retocar el escaparate, de variar la postura de los maniquís, etcétera. Va de un lado a otro a paso ligero, creando la impresión de estar liadísimo, incluso vivir angustiado. En la tienda no entra un alma desde hace horas, pero no pueden correr el riesgo de que irrumpa de pronto alguien, y se crea que no tiene nada que hacer. Como si no hacer nada no fuese ya ser escritor.
Los escritores con una obra literaria escasa, incluso inexistente, deprenden una oscura atracción, como un cajón cerrado con llave. En ocasiones resulta tan intensa que empuja un lindo olor a gasolina, y casi consigues calentarte las manos con ella. Nos ilusiona creer que durante todos esos años que están sin...
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Juan Tallón
Juan Tallón (Ourense, 1975) es periodista y escritor. En la actualidad colabora en El País, El Progreso, la Cadena Ser, Ctxt y Jot Down. Licenciado en filosofía por la Universidad de Santigo, es autor de las novela 'El váter de Onetti' (2013) y 'La pregunta perfecta' (2011). En el ámbito del ensayo, ha publicado 'Libros peligrosos' (2014) y 'Manual de fútbol' (2014).
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