En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
No es fácil definir qué es una ciudad media. Al menos aquí, en España, donde arquitectos y urbanistas han polemizado tanto alrededor de esas dos palabras, en un país donde las ciudades son tan diferentes dependiendo de dónde abran sus puertas, de si son del norte o de si son del sur. El caminante, que las ha andado con ganas y mirándolas a los ojos, diría así sin pensarlo mucho que la ciudad media es aquella donde al tercer día de llegar los vecinos te confunden como uno más entre ellos y los forasteros te piden señas de calles que jamás escuchaste en tu vida. Una ciudad media, además de eso, es un conjunto de calles y plazas que caminas de una punta a otra en media mañana, sin mucho esfuerzo, a paso lento, parándote en las esquinas para escudriñar el final de las carreteras que siempre dan a un campo que en las grandes urbes jamás verás.
Una ciudad media ha de poseer otras cosas: Ha de tener un río, una plaza mayor, un mercado de abastos donde por las mañanas huela a vega y una iglesia por donde merodeen un tonto y una patulea de abuelos. Luego el caminante advertirá que a toda ciudad media española le fue bien hace unas décadas y que amplió sus calles y sus polígonos industriales, las urbanizaciones con casas todas iguales, parques con recreos de colores y franquicias aquí y allí. Pero todo eso carece de interés, y el caminante se refugia en las calles viejas y torcidas, bajo los aleros de los edificios con historia, los soportales umbríos donde hay una librería con un pequeño escaparate, un bar con un nombre sonoro y familiar y una mercería donde aún venden los carretes de hilo que tu madre usaba para zurcirte los pantalones rotos.
El caminante fue hace unos días a León antes de que el temporal la tapizara de blanco. Estuvo cuatro días allí, hospedado en el torreón del hostal de San Marcos, escuchando cuando caía la noche las aguas del Bernesga y pensando qué habrían visto desde las frías cumbres de la cordillera cantábrica hasta llegar aquí, ahora que bajaban melodiosas y cantarinas. León es una ciudad media que presume y con razón de haber sido capital de un reino, solio de monarcas, asiento de parlamentos y llave de conquistas cuyo recuerdo amarillea en los libros de historia. A orillas del río, en el puente que conduce a la plaza de Guzmán el Bueno, hay unos leones en piedra labrados con fiereza. A los vecinos les gusta mirarlos porque creen que simbolizan el carácter de su ciudad y de ellos mismos. El leonés, le dijeron al caminante esos días, es de acento adusto y orgullo antiguo. Castilla queda al sur –‘plana como el pecho de un varón’– y Asturias a sus espaldas, escondida tras las montañas blancas desde cuyos picachos en días claros se huele el Cantábrico.
Hay una vieja dignidad de reino en la avenida de Ordoño II que el leonés hace suya, en sus edificios señoriales donde vive una burguesía de toda la vida, de aspiraciones no muy diferentes a aquella familia que encargó a Antonio Gaudí que les levantara un edificio en el centro de la ciudad, con bajos para comercio y plantas altas para la vivienda y el servicio. Ahora a Gaudí lo tienen sentado en un banco frente al edificio que proyectó, con un cuaderno en las manos y una paloma a su lado, aguardando la llegada de los turistas que se fotografían junto a su fría esfinge de bronce oscuro, a una decena de metros de Casa Botines y de su puerta coronada por un San Jorge y un dragón.
Hay ciudades donde basta con caminar en línea recta para llegar hasta su esencia. A León le ocurre esto porque el caminante no se desvía y sube por la calle Ancha donde hay tabernas que ofrecen cecina y vinos tintos del Bierzo, alguna tienda de recuerdos, la farmacia y el estanco, y hasta una pequeña ermita de cuyo altar pende un cristo crucificado y románico. La calle Ancha, incluso, es lo que todo cronista oficial denominaría la arteria principal de León. A un lado está el barrio Húmedo y al otro el barrio Romántico, cuyo nombre es más reciente, más equívoco y menos frecuentado, a no ser que uno quiera ir a San Isidoro a ver el panteón de los Reyes y las pinturas murales de sus bóvedas. Se diría que la calle Ancha es la línea que divide el afán por la cultura del hambre por la bebida, el conocimiento del pecado, la austeridad de la gula, el museo del bar, la mañana de la noche. Y es que el barrio Húmedo es un bebedero encantador, un dédalo de callecitas estrechas y empedradas, de plazoletas mínimas decoradas con viejos edificios e iglesias pequeñas cuyos bajos están forrados de bares, tabernas y tascas que abren a mediodía y no se sabe bien cuándo cierran, si es que lo hacen. Dentro de ellas, estos días que ha hecho frío, se reúnen los vecinos y sus visitantes, se bebe y se habla, se sonríen las ocurrencias, se cuentan los avatares y así van pasando los días, entre botellas de vino consumidas y chacinas que sirven sobre rebanadas de pan esponjoso y humeante (les diré algo, y que quede entre nosotros: Como imagino que terminarán sus noches en León bebiendo en el Húmedo reserven el último sorbo en la plaza de Santa María del Camino que es un lugar muy dado a ponerse místicos entre los vapores del alcohol y la belleza del lugar).
El caminante se ha llevado unos libros de Julio Llamazares que es de un pequeño pueblito de la provincia. Se puso a leerlos una de esas mañanas que amaneció rasas y gélidas, con un sol tan encendido como el frío que se queda quieto entre las calles en sombra. Llegó entre página y página hasta la plaza donde se halla la Catedral y contempló su aparato gótico, la fachada y sus dos torres diferentes, el rosetón en el centro, los arbotantes y pináculos encima de ellos, el dibujo desnudo de las bóvedas nervadas, la sillería sosteniéndolo todo, las portadas y las arquivoltas y esos aleccionadores testimonios de imágenes en piedra cuyas letras son los rostros desencajados de los pecadores camino de las calderas de Pedro Botero. En un libro que Llamazares escribió sobre las catedrales del norte dice refiriéndose a la de León: “A lo largo de su vida (el viajero) ha visto muchas iglesias y ninguna le ha parecido tan bella como esta catedral que parece suspendida, más que alzada, sobre el suelo, y que semeja un caleidoscopio de tanto cristal que tiene”. Al caminante las novelas del leonés le dejan frío, pero sus libros de viaje los lee con entusiasmo porque siente muchas de las cosas que él cuenta, y no hay nada que lo serene más que hallar en las palabras de otro lo que él mismo siempre pensó. El caminante piensa que podría pasar el día entero dentro de la Catedral con el solo deseo de ver los colores de las vidrieras conforme la mañana da paso a la tarde. Del amanecer al ocaso, y con el tránsito de las horas las lecciones de la escatología religiosa y el sentimiento de finitud, pequeñez y de que todo termina. Pero no es la trascendencia del hombre lo que lo trajo a León, y no tiene el caminante ánimos de llamar a las puertas de un cenobio con el propósito de huir de los ruidos mundanos. Todo lo contrario. Ahora que ha anochecido cae en la cuenta de que mañana tendrá que volver a casa y se siente feliz de que su chica esté a su lado, de modo que le propone agotar las últimas horas en el Húmedo al amparo de una botella de vino y algunas miniaturas gastronómicas. A lo que ella dice que sí y encaran juntos y abrazados, porque de las montañas ha bajado un frío de pobres, la calle Mariano Domínguez Berrueta hasta dar con la Plaza Mayor, que está animada y tentadora. Como la sonrisa de ella.
No es fácil definir qué es una ciudad media. Al menos aquí, en España, donde arquitectos y urbanistas han polemizado tanto alrededor de esas dos palabras, en un país donde las ciudades son tan diferentes dependiendo de dónde abran sus puertas, de si son del norte o de si son del sur. El caminante, que...
Autor >
Manuel Mateo Pérez
Escritor y editor, especializado en literatura de viajes, historia del arte y ensayo. Ha trabajado como periodista y guionista de radio y televisión en los principales medios de comunicación españoles. En la actualidad es el director de El Caminante, suplemento de Viajes y Cultura de El Mundo de Andalucía.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí