La mujer a la derecha de la imagen observa sin saberlo la escena anticipada de un crimen. Los protagonistas de la historia son Pedro Sánchez y Tomás Gómez, compañeros y residentes en Madrid. Parece intuir algo. La testigo mira de reojo la acción que trascurre a pocos centímetros, al tiempo que Tomás mira de reojo la zona de presencia de Pedro, que mira de reojo a nadie al ser él mismo el protagonista del momento. Estamos en julio de 2014 en el Congreso extraordinario que está a punto de convertirlo en nuevo secretario general del partido. Un partido es, según la RAE, un conjunto de personas que siguen y defienden una misma opinión o causa, aunque años de experimentación corrigen a la RAE, que debería cambiar la definición o al menos poner un parche dando entrada a una nueva acepción: un partido es un conjunto de personas que se miran de reojo hasta que llega el momento de pasar a la acción.

Siete meses después de esta imagen, una mañana de miércoles cualquiera y de forma inesperada, como suceden los buenos crímenes, apareció la típica silueta dibujada a tiza en el suelo del despacho de Tomás Gómez, tal y como la testigo de la fotografía parecía haber intuido. ¿Qué ha pasado? ¿Que a Tomás Gómez qué? ¿Y quién ha sido? Haciendo un primer análisis pericial, nada debería hacernos sospechar de ninguno de los presentes reunidos en aparente armonía bajo el mismo techo y la misma imagen pocos meses atrás. Todos juntos transmitiendo una imagen de seguridad en el discurso que ya quisiera para sí el mismísimo Joseba de Carglass. Todos de acuerdo en cambiar al unísono, según indica la acreditación roja y blanca que cuelga de los cuellos, todavía de una pieza, de todos ellos. ¿Y entonces? ¿Qué ha ocurrido? Pues entonces ha ocurrido, como diría Agatha Christie si se dedicara a la novela política, que se puede mirar de reojo sin mirar de reojo. Se puede mirar de reojo mirando hacia adelante. Hacia las próximas elecciones, por ejemplo. Exclamaciones de sorpresa por parte de los presentes.