Análisis
Varoufakis, un economista singular
Juan Urrutia 12/02/2015
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La Historia del Pensamiento Económico ha sido durante años una asignatura obligatoria en el currículum de lo que se llamaba la licenciatura en Ciencias Económicas, desaparecida luego a medida que se convertía en grado. Sin embargo, lo que distingue a quien se toma la Economía como una forma de controlar las sorpresas del libre mercado en favor de todos los ciudadanos es una cierta familiaridad con los grandes economistas del pasado. No se trata solo de un toque de cultura general. Está muy bien saber algo de Smith, Marx, Schumpeter o Coase, por citar cuatro economistas que han aportado ideas imprescindibles para quienes creemos en esa institución llamada mercado y para los que consideramos que la división del trabajo, la plusvalía, la destrucción creativa o los costes de transacción son elementos que cualquier economista digno de ese nombre debe controlar. Sin embargo, ninguno de esos cuatro nombres eran solo economistas tal como se entiende esta profesión hoy; y ninguno de ellos, con la posible excepción de Schumpeter (ministro de Finanzas austriaco durante dos años, el 19 y el 20 del siglo pasado), tuvo que batirse el cobre y tomar decisiones en circunstancias políticamente cruciales en su tiempo.
No es este el caso de Yanis Varoufakis, el nuevo y ya célebre ministro de Finanzas griego, al que, por cierto, debo la lista de esos cuatro grandes pensadores utilizados por él, de manera paradójica, como generadores de ideas que todavía son necesarias para distinguir bien lo que importa y lo que no importa en el modo de funcionar de una empresa por dentro.
Salvando las distancias, Varoufakis se parece mucho más a Keynes, que, curiosamente, pasó a la Historia más como un académico aventurado en la política (la pequeña en su país, como secretario del Tesoro, y la grande fuera, en Versalles, cuando negoció las reparaciones de la I Guerra Mundial, y en Bretton Woods, donde creó el nuevo orden mundial) que como un buscador de la Good Life -a través de su pequeña y selecta comunidad de Bloomsbury- o un creador de conceptos fundamentales -a pesar de que, años y años después de su famosísima Teoría General, muchas de sus intuiciones son todavía relevantes.
La comparación de Keynes con Varoufakis, que se autodefine como un marxista errático, puede resultar inadecuada y lo es en muchos sentidos. Varoufakis, en efecto, no muestra esos ribetes elitistas de un miembro de Bloomsbury, y, sobre todo, no ha escrito todavía ese libro que sorprende y deje huella. Sin embargo, sí que se puede decir de él que, como Keynes, no es un economista enquistado en su área de especialización, y que es, como lo fue Keynes en su vida académica, un economista aceptable, de acuerdo con los estándares que hoy se usan para rankear a los científicos; un colaborador de la empresa privada-como economista-en-residencia de un negocio de videojuegos, un profesor que vela por su universidad (en su caso elaborando un más que interesante programa de doctorado para el departamento de Economía de la Universidad de Atenas) y, sobre todo, un ciudadano que va a tener que ocuparse de la política doméstica griega y pelear por convencer al resto de la Eurozona sobre la forma adecuada de construir Europa a partir del final de la crisis.
Tanto Keynes como Varoufakis son dos economistas singulares que no parecen tener reparo en abandonar las aulas y sentarse en una mesa de Gobierno, aunque el griego no parece que vaya a tener ocasión de hacerlo-sentarse- durante estas primeras semanas, dada la situación de la economía griega. En poco menos de una semana tiene que presentar a Europa un plan de acción que, si bien no parece que tenga posibilidades de cambiar la política económica seguida por la Comisión o por el Eurogrupo en el sentido de mutualizar la deuda de una u otra manera o de conseguir una quita, debe permitirle ganar tiempo para negociar con el BCE una inyección adicional de liquidez y conseguir que los bancos privados puedan utilizar como colateral los bonos griegos, aunque éstos no tengan la calidad oficialmente exigida. Además, su objetivo es que los miembros de la Eurozona acepten una posible sustitución de la deuda viva por unos bonos perpetuos a un interés razonable.
Esto se suele llamar dar una patada a la lata cuesta abajo, y seguramente choca con el espíritu expeditivo propio de los tecnócratas, pero es lo que hay que hacer ahora en Grecia y en Europa en general. ¿Por qué? Pues porque un Gobierno con Alexis Tsipras al frente y con un ministro de Finanzas de esa energía y esa formación teórica podría dar señales de que, en poco tiempo, no solo puede seguir teniendo un superávit público primario o cumplir con sus promesas de forma cualitativa, sino que, además, puede movilizar a la población para eliminar el capitalismo de amigotes que ha asolado Grecia desde tiempo inmemorial.
Europa y Atenas van a jugar al “juego de la gallina” (chicken game): pierde el más gallina y gana el que más se acerca al abismo sin despeñarse por el precipicio. Un economista singular como Varoufakis, del que todos conocen sus puntos fuertes como teórico de los juegos, es muy capaz de convencer a los que mandan en Europa de que es mejor que le aten las manos con alguna concesión para evitar que sea un palo en la rueda de la construcción de Europa. Se equivocarían quienes piensen que no se atreverá a ir hasta el final. Su país tiene muy poco que perder.
Juan Urrutia es economista.
La Historia del Pensamiento Económico ha sido durante años una asignatura obligatoria en el currículum de lo que se llamaba la licenciatura en Ciencias Económicas, desaparecida luego a medida que se convertía en grado. Sin embargo, lo que distingue a quien se toma la Economía como una forma de...
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Juan Urrutia
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