Violencia de género
"Ahí vivía María, la chica que se dejó morir"
Las organizaciones humanitarias presentes en República Centroafricana registran centenares de violaciones de niñas y mujeres y alertan de que las agresiones se han multiplicado desde el inicio de la actual crisis en diciembre de 2012
Trinidad Deiros Bangui/Bossangoa , 19/02/2015
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Se llama Patricia y desde hace casi dos años no se mira al espejo. Justo desde el día en que cuatro sicarios del grupo armado Séléka echaron abajo la puerta de su casa en Bangui, la capital de la República Centroafricana. Uno de ellos violó a su madre; los otros tres se turnaron para abusar de ella. No había cumplido aún los 17 años cuando descubrió que había contraído el VIH y que estaba embarazada de un niño que nacería con hidrocefalia. En el sexto país más subdesarrollado del mundo, devastado por una guerra larvada entre grupos armados, la operación de neurocirugía que precisa el bebé para salvar la vida equivale a reclamar un imposible.
Sin trabajo ni estudios, sin apenas familia, un día Patricia (todos los nombres de este reportaje son ficticios) abandonó a su hijo en el bosque. Dos personas que pasaban por allí le oyeron llorar y lo entregaron a unos gendarmes que lo llevaron de vuelta a su casa. "Cada vez que lo miro, me acuerdo de lo que me ha pasado", musita. Luego acaricia la mano del niño y dice: "Se llama Albert".
También ella está enferma; el pasado mes de agosto tuvo que ser ingresada en un hospital de Bangui después de que las pruebas revelaran que había desarrollado sida. Pese a saber que era seropositiva, no había empezado a tomar antirretrovirales pues no disponía del equivalente a un euro y medio que cuesta la apertura de la historia en uno de los hospitales que proporcionan gratuitamente el tratamiento financiado por el Fondo de Naciones Unidas para el Sida, la Tuberculosis y la Malaria. Patricia forma parte de la legión de centroafricanos, el 80% de la población, que vive bajo el umbral de la pobreza.
Encerrada en el círculo vicioso de la miseria y la enfermedad; marcada por el estigma que conlleva una violación en este país, la adolescente se ha convertido en una apestada. En su barrio, Boy Rabe, feudo de otro grupo armado compuesto por cristianos y animistas, los anti-Balaka -enemigos de la alianza de mayoría musulmana a la que pertenecían sus violadores-, todas sus amigas le han dado la espalda. A su bebé le llaman "el hijo de los Séléka".
El caso de esta menor es terrible pero en absoluto una excepción en el contexto de un conflicto que ha causado más de 5.000 muertes y dejado a más de la mitad de la población centroafricana, 2,5 millones de 4,6 millones de personas, en manos de la ayuda humanitaria. La suerte de estas personas quedó echada en diciembre de 2012 cuando la alianza Séléka lanzó una ofensiva sobre Bangui para derrocar al presidente François Bozizé. Tras de sí, estos milicianos sólo dejaron una tierra quemada de asesinatos, saqueos y violaciones.
Incapaz de controlar a sus hordas, el líder Séléka, Michel Djotodia, abandonó la presidencia en enero de 2014 forzado por la comunidad internacional. No por ello ha vuelto una paz que la mayoría de los centroafricanos nunca ha conocido, sojuzgados por una historia plagada de golpes de Estado. Los Séléka controlan hoy la mitad septentrional del país, mientras que sus enemigos, los anti-Balaka, se enseñorean en el suroeste. Esta última milicia surgió como grupos de autodefensa ciudadana pero ha terminado degenerando en un nuevo grupo armado casi tan brutal como su antagonista.
Nadie sabe cuántas personas -mujeres, hombres y niños- han sido violadas desde que empezó este conflicto. Las ONG que asisten a los "supervivientes" – así los definen- manejan datos que no por parciales son menos reveladores. En abril de 2014, la organización International Rescue Committee (IRC) denunció que en tres meses había documentado 238 casos de violencia sexual extrema en la capital centroafricana. La ONG Cooperazione Internazionale (COOPI) identificó la pasada primavera en Bangui, también en tres meses, 216 casos de violación. Entre julio y noviembre de 2014, Médicos sin Fronteras (MSF) asistió a 274 víctimas de violencia sexual sólo en el Hospital General de la capital centroafricana.
"Las cifras que conocemos son mil veces inferiores a la realidad", explica Aurélie, nombre ficticio de una trabajadora de Naciones Unidas que exige anonimato. "Por ejemplo, en las regiones de Ouham y Ouham Pendé [oeste], entre las ciudades de Paoua y Markounda, tenemos noticias de dos aldeas donde un centenar de mujeres y niñas han sido violadas hace poco".
A los ataques de los grupos armados y las dificultades de acceso a las víctimas en un país más grande que Francia pero que sólo cuenta con un 5% de vías asfaltadas, se une la ley del silencio. La mayoría de las mujeres violadas calla por temor al rechazo. Mujeres como Hélène ocultan su violación a sus maridos aun sabiendo que han contraído el VIH. Esta joven de 29 años fue violada junto con sus tres hermanas en Bangui. Las cuatro han hecho un pacto de silencio.
Violar sale gratis
Cuando el sol se oculta, Bossangoa, a 300 kilómetros al norte de la capital, es una ciudad fantasma. En esta noche pura sin más luz que la que proporcionan algunos generadores, las casas de esta población otrora de 36.000 habitantes parecen aún más desprovistas de todo. Sonia Grekossambia, supervisora de un proyecto de apoyo psicosocial para víctimas de violencia de género de la ONG COOPI, señala una de las cabañas: "Ahí vivía Marie, la chica que se dejó morir".
Marie osó denunciar que unos milicianos la habían violado y contagiado el VIH. Lo pagó caro. Como sucede "casi siempre", deplora Floriane Befio, también supervisora de la organización, al saber que había sido agredida, su marido la abandonó: "Insistimos para que tomara los antirretrovirales, pero se negó. Murió en octubre en el hospital de Bossangoa". Marie había osado romper la ley del silencio que conjura el oprobio pero que también afianza la impunidad en un país con una única cárcel en funcionamiento, la de Bangui, en el que la cadena policial y penal ha quedado hecha añicos por la guerra. Violar en la República Centroafricana sale gratis.
"Cuando hablas, no sólo te enfrentas al rechazo, sino que tienes que decir quién ha sido, y en Bossangoa han violado los Séléka, que ya no están, y los anti-Balaka, que siguen presentes", recalca Aurélie, la trabajadora de Naciones Unidas. Al callar, estas mujeres "protegen su vida, pues a menudo ven a sus verdugos paseándose por su calle". Aurélie recuerda luego que en esta zona de la región del Ouham "incluso se ha enterrado a gente viva".
Floriane y Sonia, las supervisoras de la ONG, manejan una lista de "supervivientes" en la que no aparecen nombres, sólo la edad, la localidad y el tipo de agresión sexual. La lista es reveladora: las víctimas de quince, doce, o incluso ocho años, sufrieron en casi todos los casos una violación con penetración. El exprofesor de la Universidad Metropolitana de Londres Ian Clifton-Everest, consultor de Unicef, explica: "Los milicianos creen que cuanto más joven es la víctima menos posibilidades tienen de contraer sida".
La ley del silencio es especialmente implacable cuando la agresión se produce en el seno de la familia. Isabella Tion, una psicóloga que trabaja en la ciudad de Bria (centro) en otro proyecto de cooperación financiado por Unicef, recuerda a una niña de ocho años a la que su hermano adolescente había violado: "Habían pasado dos meses y todavía no podía caminar. Estaba rota y además se había quedado muda: no hablaba. Los médicos han dicho que no podrá tener hijos. La familia había ocultado lo sucedido. En nuestro centro de escucha hubo un día en que nos llegaron, entre las nueve y las doce de la mañana, cinco casos de violación".
Se llama Patricia y desde hace casi dos años no se mira al espejo. Justo desde el día en que cuatro sicarios del grupo armado Séléka echaron abajo la puerta de su casa en Bangui, la capital de la República Centroafricana. Uno de ellos violó a su madre; los otros tres se turnaron para abusar de ella. No...
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Trinidad Deiros
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