Entrevista
Suzanne Vega: lenguaje líquido en la noche negra
Una conversación con la artista en la publicación de su disco "Tales From The Realm Of The Queen Of Pentacles"
Alberto Manzano 26/02/2015
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“La verdad es de color negro. / Todos los otros colores mienten. / Negro es el color de los secretos, / y de los poetas de la oscuridad. / Negro es el color de las brujas y los bastardos. / Yo nunca visto de blanco, / porque el blanco es cegador, / siempre recordando al inocente que va a caer”. (‘I Never Wear White’)
Sobre un escenario flotante en el pantano donde se embalsan las gélidas aguas del río Gállego, Suzanne Vega presentó las canciones de su último disco, Tales From The Realm Of The Queen Of Pentacles (2014), una obra de naturaleza espiritual y ambientación medieval. Pentacle es la estrella de cinco puntas rodeada por un círculo, una pura estructura geométrica -pentagrama- donde los cinco vértices representan las cinco virtudes de los Caballeros (los cinco dedos de la mano, los cinco sentidos), interrelacionadas, con cada área alimentando y apoyando a la contigua. Fue un símbolo diseñado por el rey Salomón como emblema de fidelidad -también encontramos este pentáculo como símbolo de poder en la Antigua Mesopotamia (3500 A.C.) y en la Antigua Grecia-, y en la Leyenda de Sir Gawain y el Caballero Verde el pentagrama estaba inscripto en oro en su escudo. La primera edición moderna del manuscrito de esta leyenda (‘romance métrico’), que data de finales del siglo XIV, fue publicada por J.R.R. Tolkien y E.V Gordon en 1925. Así mismo, a lo largo de la Historia, el pentáculo ha estado asociado con la magia y el misticismo, y es uno de los 'palos' en la baraja del Tarot, que rige el mundo material y todo lo que éste ofrece.
UNA CONVERSACIÓN DE CUENTO
Suzanne Vega tiene el don del ingenio poético. Y es también una cantautora dotada de extraordinaria habilidad para transformar su experiencia personal en oscuro y hermoso arte. Se diría estoica periodista oteadora de la realidad más cercana, y, sin embargo, practica un profundo buceo poético que te golpea con la liviandad de un haiku. Todo desde el filo de la vida.
Integrada desde finales de los años 70 en Fast Folk Musical Magazine (originalmente, The CooP), una revista/discográfica cooperativista que velaba por los aspirantes a folksinger en un Greenwich Village impregnado de literatura beat, Suzanne Vega pasó a convertirse en la punta de lanza de un movimiento musical que vino a denominarse ‘folk-pop femenino’ a mediados de los años 80, tomando el relevo de aquellas cantautoras más osadas y radicales surgidas en las dos décadas anteriores: Joan Baez, Judy Collins, Laura Nyro, Joni Mitchell y Rickie Lee Jones. Su primer disco, Suzanne Vega (1985), destellaba poesía de hermosa rima y belleza dura, a través de una voz recitativa que hilaba paisajes humanos, solitarios, dolorosos, de modo emotivo, pero nunca dramático. La consagración artística llegó con su segundo disco, Solitude Standing (1987), que incluía la canción “Luka” (la historia de un niño autista maltratado por sus padres). En apenas unos meses, esta canción se convertiría en un éxito internacional a través de la radio -todavía no había internet ni los videoclips eran frecuentes-, pero “Luka” sí era una historia dramática, escrita en tres estrofas brutales, en la que un niño insinúa a un vecino de escalera que está siendo sometido a malos tratos por sus padres.
En realidad, no importa que sea un niño maltratado, una víctima de rituales sadomasoquistas o un preso en la cárcel de una dictadura. Lo que verdaderamente estremece es la existencia de personas que te pegan hasta que lloras, y después, ya no discutes. Pero esta canción hizo que mucha gente me escribiera diciendo ‘Has cantado tal y como yo me sentía’, lo cual me hizo pensar que en realidad estaba escribiendo desde un punto de vista que necesitaba ser expresado. Porque si consigues que alguien comprenda que eres una persona, y no una silla, un trozo de madera o un objeto que se pueda mover al antojo, entonces probablemente sea mucho más difícil para esa persona hacer lo que te está haciendo, ya sea pegarte, o abusar de ti.
Gaspar Hauser
En Solitude Standing hay otra canción que habla del maltrato, “Wooden Horse”, inspirada en Gaspar Hauser, un ‘niño salvaje’ que creció en completo aislamiento y cautividad, sin conocer a ningún ser humano hasta los 17 años -solo tenía un pequeño caballo de madera en su celda-. Fue conocido como ‘el huérfano de Europa’, y se especuló sobre su posible pertenencia a la casa real de Baden, o, incluso, la paternidad de Napoleón. Su historia fue llevada al teatro por Peter Handke, al cine por Werner Herzog, a la poesía por Paul Verlaine, y a la música por Suzanne Vega. En The Passionate Eye (1999), libro que recoge la obra completa (poética y musical) de Suzanne Vega, compilada y ordenada por ella misma, la letra de esta canción aparece en la última página. ¿Significativo?
“Salí de la oscuridad / Con algo en la mano, / Un pequeño caballo blanco de madera / Que tenía dentro. // Y cuando muera, / Si pudieras decirles esto, / Que lo que era de madera / Cobró vida.”
Siempre que miro a alguien, pienso, ‘Podrías despojarle de todo. Podrías despojarle de su nombre, de sus creencias, podrías despojarle incluso de su identidad, y aún así habría una persona a quien dirigirte.’ Cuando escribo, esa es la parte de la persona que busco. Creo que eso es lo que está en el corazón de casi todas mis canciones. Y cuando escribí la canción sobre Gaspar Hauser, fue eso lo que sentí. Su alma. Para mí, es una canción liberadora. Es una canción sobre una persona que se sentía ‘una cosa’… y ‘esa cosa’ cobró vida, una persona que se sentía como un animal, y se convirtió en ser humano… con todos los peligros que concurren cuando eres una persona.
Esta idea me recuerda a aquella otra canción, “Freezing”, escrita para el disco de Philip Glass, Songs From Liquid Days:
“Si no tuvieras nombre, / Si no tuvieras historia, / Si no tuvieras libros, / Si no tuvieras familia, // Si solo estuvieras tú, / Desnuda en la hierba, / ¿Quién serías? / Eso es lo que me preguntaron, // Y yo dije que no estaba segura, / Pero que, probablemente, tendría frío, // Y ahora estoy helada.”
Cuando escribo, lo que intento sobre todo es buscar puntos de vista que no hayan sido expuestos antes en una canción. Sentimientos o aspectos humanos que considero vitales, pero manteniéndolos fuertes y claros. Intento utilizar el lenguaje como si se tratara de un trozo de madera, que tallo, aliso y bruño. Como si fuera algo tangible. Me aseguro de que no tenga grietas, adornos ni florituras que puedan despegarse. Intento que se mantenga lo más compacto posible. Porque, para mí, el lenguaje es muy físico. Uso las palabras tanto por su significado como por cómo las siento en la boca.
Sin embargo, esta idea contradice el texto de la canción “Language”, donde se insinúa que el lenguaje debería ser líquido. William Burroughs decía que ‘el lenguaje es un virus’. El lenguaje ¿es sanguíneo? ¿Es cultural?
“Si el lenguaje fuera líquido, / Se precipitaría sobre nosotros. / En vez de eso, aquí estamos, / En un silencio más elocuente / Que cualquier palabra pueda serlo. // Las palabras son demasiado sólidas, / No se mueven lo bastante rápido / Para coger la borrosidad que hay en el cerebro, / Que pasa volando y desaparece.”
He oído decir que la experiencia se forma a partir del lenguaje, o que no existe ninguna experiencia sin el lenguaje, pero yo no estoy de acuerdo con eso. La gente experimenta cosas para las que no existen palabras. Y mi trabajo como escritora es experimentar esas cosas y buscar una manera de traducirlas a un idioma, lo cual significa romper todos los clichés y opiniones que haya podido oír en el pasado y volver a la fuente original, que es la experiencia, tu contacto directo con el mundo. Es como si fuera un animal sin lenguaje y tuviera que traducir mi experiencia a un idioma.
Suzanne Vega nació sietemesina en Santa Mónica (California) en 1959, pequeña y débil, apenas pesaba un kilo, y pasó sus primeras cinco semanas en una incubadora. Fue el primer esfuerzo que tuvo que hacer para sobrevivir. Su madre, Patricia, de origen sueco-germano, tenía 18 años. A los seis meses, Suzanne no se dio cuenta de que su padre las abandonaba. Ella y su madre se trasladaron a Nueva York.
Hoy soy / Una pequeña cosa azul, / Como una canica, / Un ojo. // Con las rodillas contra la boca, / Soy perfectamente redonda. / Te miro. (‘Small Blue Thing’)
Hay una canción que escribí sobre David y Goliat (“Rock In This Pocket”), en la que David intenta atraer la atención del gigante, y Goliat piensa: ‘Eres tan pequeño que ni siquiera puedo verte’. Y entonces David le dice: ‘Precisamente es esto tan pequeño que tengo en la mano lo que te va a derribar’. Siempre he creído en el poder de lo pequeño, en la idea de que las cosas pequeñas tienen su propia voz, su propia voluntad, su propia vida y dignidad en el mundo, y eso es algo que la gente que se cree más grande pisotea a menudo.
A los 2 años, Suzanne ya andaba por las calles de Nueva York de la mano de su madre, que volvió a contraer nupcias con un profesor de literatura y escritor portorriqueño, Ed Vega.
Mi madre dice que no hablé hasta los dos años y medio, y entonces, a los tres, ya estaba leyendo. Pero de niña, recuerdo que cuando mi padre me preguntaba cómo me sentía por algo, me quedaba callada media hora, incapaz de encontrar las palabras. Me sentía muy frustrada. Era como si las palabras estuvieran arriba, en lo alto, pero había algo en las profundidades que no sabía cómo expresar. Me sentía totalmente inarticulada.
“No volveré a usar palabras, / No significan lo que quería decir, / No expresan lo que dije, / Solo son las cortezas del significado, / Con reinos debajo / Jamás tocados, / Jamás alterados, / Ni siquiera movidos.” (“Language”)
A los 8 años, Suzanne ya tiene tres hermanos: dos niños y otra niña, de su padrastro. Suzanne se siente diferente. Viven en el Upper West Side, a pocas manzanas de Harlem. Ed escribe novelas y relatos sobre los portorriqueños establecidos en NY, mientras Patricia trabaja como analista de ordenadores.
Fue muy duro. Tuve que convertirme en una especie de madre para mis hermanos mientras mis padres trabajaban todo el día. Asumí el rol de un adulto, me sentía mayor. Y tenía muchas pesadillas. La más frecuente era una en que me cortaba la cara en redondo con un cutter y entonces me la quitaba, como si fuera una máscara. Era horrible. Me despertaba sobresaltada. Pero los sueños siempre me han interesado. Mis sueños y mis canciones son muy similares, en su estructura y en su lógica. Creo que mi trabajo es muy fotográfico, muy visual. No trato de escribir sobre la razón de que alguien haga esto o aquello, solo describo lo que veo, la superficie.
“He aquí una chica / que se quitó el rostro / con la cosa más afilada / que encontró, / usó tu lengua / contra su mejilla, / la hoja más suave.” (“Dream Themes”)
Aserrín
Siendo todavía muy niña, Suzanne visitó a su familia en Puerto Rico, estrechando un vínculo especial con su abuela paterna. Cantaban ‘Aserrín aserrán, la madera de San Juan’ (una vieja canción popular española que acompaña un juego infantil), mientras la abuela sentaba a su nieta favorita sobre sus rodillas y, cogiéndola, la balanceaba despacio. El español de Suzanne ya era fluido, y le fascinaba juntar palabras que sonaran bien al decirlas.
El uso del lenguaje siempre ha sido muy importante en mi familia. Es algo que me fascinó desde el principio, conocer los misterios que esconde. En cuanto a mi escritura, trato de ser lo más económica posible. Eso es tan verdad para mis canciones como los propios personajes. Sin embargo, intento que mis textos tengan muchas capas de significado.
En soledad, Suzanne empezó a escribir versos rimados. En el prólogo de The Passionate Eye, explica cómo un poema escrito a los 9 años, “Sola”, se convirtió en la canción “Solitude Standing”, dieciocho años después:
“Estoy sola / junto a la charca, con los peces, / y no siento / el más mínimo deseo. // Excepto estar sola, / todos y cada uno de mis días, / y bajar al bosque / donde juegan los cervatillos.”
Me considero una persona solitaria. Me siento tan solitaria como siempre lo he sido, incluso rodeada de gente, que fue la condición natural durante mi infancia: familia numerosa, la escuela, el barrio. Pero yo siempre anhelaba la soledad, ir a mi aire. Probablemente sea un estado de ánimo definitivo. En realidad, en lo más profundo de mi ser, no creo que haya cambiado mucho desde que tenía cinco o seis años. Mi madre dice que siempre fui así, que mantenía la distancia con el mundo, con la gente, ese espacio sagrado que hay entre las personas, esos límites que deben guardarse por encima de todo. También dice que me comportaba como una princesa, y que, aunque tuviera que cruzar la calle para ir a tirar la basura, siempre lo hacía con estilo. Siempre guardé ciertos modales. Cierta educación, aunque no fue en absoluto algo que me enseñaran. Pero era muy educada. Recuerdo una ocasión en que me estaba ahogando en el mar, y, en vez de gritar ‘¡Socorro!’, dije: ‘Perdón, por favor, ¿cree que podría sacarme del agua? Creo que me estoy ahogando…’ Es como en la canción de David y Goliat, donde David, muy educadamente, dice: ‘Perdone, ¿podría prestarme atención?’. Es una terrible manera de decir ‘Voy a matarte con esta piedra’.
El primer amor artístico de Suzanne fue la danza, ingresando, a los 9 años, en la High School of Performing Arts de Nueva York, recinto tópico y famoso por haber albergado las fantasías televisivas de los chicos de Fama.
Siempre tuve la sensación de que carecía de cualidades para destacar en la danza, lo cual me resultaba insoportable. Además, en aquellos días, comía como un caballo. No podía controlarme. Y estaba muy enfadada con mis piernas. Por más que lo intentara, no había manera de que adelgazaran. Me sentía demasiado gorda y patosa para ser bailarina, así que me dije: ‘Si no puedo conseguirlo con mi cuerpo, lo haré con mis palabras.’
Primeras letras
Con 11 años, Suzanne escribió este haiku: “La paz es parte del amor / Pero el amor no es del todo pacífico / Puede ser bastante feroz”… Porque la superficie esconde monstruos abisales, tripas emponzoñadas, corazones negros, pero esta niña herida en la ternura de sus sentimientos, de apariencia frágil, delicada y cándida, un amasijo con más huesos que carne, está hecha de frío acero…
“La infancia fue la fragua / donde se forjó / este carácter, / un lugar de calor insoportable, / llamas, / ya fuera fundida, o en crudo, / o de frío acero azul, / para ser machacada / hasta que cedes.”
Hay una parte mía que me guardo solo para mí. Creo que es porque vengo de sitios no muy limpios, y tuve que guardar ciertas cosas de manera clara y recta. Pero reconozco que hay una especie de coqueteo refinado en mi modo de negarme a revelar ciertas cosas personales, cierta pasión por aquello que no puede decirse. También es porque las cosas que me atraen de la vida son las que no son evidentes. Lo más interesante de la gente ocurre cuando nadie nos mira, cuando estamos en la intimidad, o en la soledad. Es lo que pasa detrás de la cortina. Pero me gusta presentar las canciones con todo el misterio intacto, de manera que nada se explique completamente. Además, nunca me han gustado las canciones confesionales. No me gusta esparcir por la página mi vida personal. No me interesa que la gente conozca mi vida amorosa, o mis inseguridades.
Debut
¡Con la ayuda de su padre, muy aficionado al blues, Suzanne empezó a tocar la guitarra a los 12 años, componiendo sus primeras canciones a los 14, y actuó por primera vez en público a los 16.
Mis primeras canciones eran muy trilladas. Escuchaba mucho a Woody Guthrie, Pete Seeger y Cisco Houston, una antología de Folkways que había comprado en una tienda de segunda mano. Mi primera canción fue una especie de country que hablaba de mi hermano pequeño, de sus peleas con otros chicos, y de mi amor incondicional por él, aunque se metiera en muchos líos (“Brother Mine”). La segunda fue una balada sobre una chica que dejaba su casa para buscar la libertad, y su padre reaccionaba arrojándose al río (“The Silver Lady”).
Steinbeck y Lawrence
Durante doce años, Suzanne compaginaría su nuevo amor por las canciones con un empleo como telefonista. Su familia es pobre y hay que arrimar el hombro. Pero se matricula en el Barnard College de Nueva York para estudiar literatura inglesa.
Sobre todo, me gustaba D.H. Lawrence, porque su lectura me despertaba sentimientos. El uso que hacía del lenguaje, con sus frases repetitivas, me calaba hondo. Lawrence era muy consciente de las silenciosas corrientes que circulan entre la gente. Había algo muy líquido en su escritura, muy atmosférico. También me gustaba John Steinbeck, que era todo lo contrario. Era muy afilado y claro, realista, tocaba con los pies a tierra. Steinbeck era claro por fuera, Lawrence por dentro.
Leonard Cohen
Con 20 años, Suzanne dejó la casa de sus padres y alquiló un apartamento en el Greenwich Village. Vive con un póster de Marlene Dietrich en la pared y una amiga con largo historial de intentos de suicidio. Pero el barrio es el caldo de cultivo que necesita creativamente, y acude a todas las citas importantes de los clubes folkies. Le encantan Simon & Garfunkel, Joni Mitchell, Laura Nyro y, por encima de todos, Leonard Cohen.
Siendo adolescente, yo era la única de mis amigos que escuchaba a Leonard Cohen, y lo hacía fervientemente, cada día después de las clases. Sentía que era mi amigo. Me gustaba su oscuridad, su complejidad y su osadía musical. Y aunque suene raro, me ponía sus canciones para bailar, “So Long, Marianne”, “Avalanche”, “Master Song”. Con el paso del tiempo, lo conocí, y cada año en Navidad me enviaba una caja de dátiles. Es muy formal, incluso tras un par de botellas de vino.
Lou Reed
Un día, un colega le dice que tiene una entrada para ver a Lou Reed: “¿Quién es?” pregunta Suzanne. “Estaba en la Velvet Underground.” “¿La qué? ¿Tuvo algún éxito?” “Sí, uno titulado ‘Walk On The Wild Side.” Suzanne conocía esa canción y decide ir. Era su primer concierto de rock.
Yo acababa de escribir una canción titulada “Gypsy”, en esa onda de querer ser feliz a toda costa y poner un lazo bonito a todo. Pero, de pronto, allí estaba Lou Reed, balanceándose en el escenario, destrozando su equipo y morreando a su guitarrista. Y recuerdo que pensé: ‘¿Qué diablos es esto?’ Al principio lo odié, pero al final me compré su disco “Berlin”, empecé a leer sus letras con atención, y sentí que yo también podía escribir con ese filo. Lou Reed cambió totalmente mi manera de escribir, y he de reconocer que hubo un antes y un después de Lou Reed. Poco después escribí “Cracking”, “Undertow” y “Neighborhood Girls”:
Quería conocer todos los secretos / del filo de la navaja, / de la punta de la aguja, / de un diamante, / de una bala volando, / entonces sería libre. // Soy amiga de la corriente subterránea. / Te cojo, no te suelto, / te tengo. (‘Undertow’)
Crecí en Nueva York, y ha habido momentos en que la he odiado profundamente. Ves cosas que no se ven en ninguna otra parte, cosas horribles y repugnantes. Porque tienes toda la porquería delante de tus narices, nada se esconde. Pero las cosas locales son las que siempre han atizado mi pasión, y siempre sentí la necesidad de ser honesta con mis orígenes. Crecí en Nueva York, en un ambiente multirracial, y mi vida fue siempre dura.
El éxito
En 1983, durante una de sus actuaciones en el Folk City del Greenwich, Suzanne es descubierta por Steve Addabbo y Ronald Fierstein, que le proponen grabar un disco. La pareja de productores se convierte en triunvirato cuando Lenny Kaye -productor de Patti Smith- se embarca en el proyecto.
De pronto me encontré con mucho más éxito del que podía haber imaginado. Me cogió completamente por sorpresa. En aquellos días intentaba encontrar mi propia identidad en el Village, y aunque es cierto que soñaba con ser más grande que nadie, de la noche a la mañana me vi convertida en una celebridad. De pronto tenía dinero y aquello fue como ‘¡Guau! No está nada mal. Puedo comprarme algunos zapatos.’
“La verdad es de color negro. / Todos los otros colores mienten. / Negro es el color de los secretos, / y de los poetas de la oscuridad. / Negro es el color de las brujas y los bastardos. / Yo nunca visto de blanco, / porque el blanco es cegador, / siempre recordando al inocente que va a caer”. (‘I Never...
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Alberto Manzano
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