Semblanza de dos amigas
La disidencia de Elena y Matilde
Carmen López 5/03/2015
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Elena Fortún y Matilde Ras fueron amigas en una época en la que las mujeres españolas empezaban a liberarse de las cadenas que las mantenían relegadas a la intimidad del hogar. Al menos, las pertenecientes a la burguesía liberal de las primeras décadas del siglo XX, antes de que la Guerra Civil acabase con cualquier atisbo de aperturismo que se hubiese dado en el país.
Matilde Ras fue una importante grafóloga y compartió con Fortún el afán por la escritura, aunque su obra quedó relegada en el olvido pese a haber sido prolífica. Títulos como Cuentos de la guerra (1915) o Charito y sus hermanas (1942) sólo son conocidos por los estudiosos de su persona, prácticamente. Algo similar ocurre con la novela Celia en la revolución de Elena Fortún, eclipsada por sus escritos infantiles y de la que sólo se publicó una edición tardía pese a ser un documento clave sobre la realidad del pueblo en la Guerra Civil. Hasta el momento, sus nombres no aparecían destacados en la historia del feminismo y la literatura de nuestro país, pese a su activismo en ambos campos, inevitablemente ligados entre sí.
Sus firmas coincidieron en el suplemento Blanco y Negro del diario ABC y ahora han vuelto a unirse en El camino es nuestro, un libro publicado en la colección Obra fundamental de la Fundación Banco Santander, dirigida por el escritor Francisco Javier Expósito. En dicho volumen se compilan las obras menos conocidas de las autoras y la correspondencia mantenida entre ellas, que desvela una amistad que iba más allá de lo platónico. Nuria Capdevila-Argüelles, catedrática de la Universidad de Exeter, y María Jesús Fraga, escritora e investigadora de la Complutense, han sido las encargadas de prologar y reunir el material que compone la publicación.
Según se sustrae de los documentos recopilados, Fortún y Ras formaron parte del círculo sáfico de Victorina Durán, pero también fueron asiduas visitantes del Lyceum Club Femenino de Madrid, sin el cual posiblemente Elena Fortún nunca se habría convertido en la escritora que llegó a ser.
Encarnación Aragoneses Urquijo (verdadero nombre de Fortún) se casó con su primo Eusebio Gorbea en 1906. Aunque su profesión era la de militar, su verdadera pasión siempre fue la literatura y durante aquellos alegres principios de siglo se dedicó al teatro, tanto en la escritura como sobre las tablas. Sin embargo, sería Encarnación la que triunfase con la pluma.
El matrimonio tuvo dos hijos: Luis y Bolín, que murió a los 10 años, marcando a la escritora para toda la vida. Como relata Carmen Martín Gaite en la breve pero esclarecedora biografía de Fortún incluida en la reedición de su primer libro, Celia lo que dice (Alianza editorial, 1993), el matrimonio no fue especialmente feliz ni siquiera en sus inicios. De hecho, según Margarita Ucelay (primera arquitecta titulada de España y también perteneciente al Lyceum Club), Encarnación se separó durante algún tiempo de su marido para irse a vivir con una amiga (que podría haber sido Ras, aunque no se especifica).
Celia
Fortún empezó publicando relatos infantiles en la sección Gente menuda del ya mencionado suplemento, gracias a la insistencia de María Martínez Sierra, también compañera del club femenino. Fue en sus páginas donde nació Celia, quien acabaría siendo la protagonista de sus libros más famosos. Aunque comienza siendo una niña curiosa y algo contestona, con el avance de la colección va creciendo hasta llegar a la edad adulta. Tras la voz de esa niña y posterior mujer de ficción se encuentra la verdadera personalidad de la escritora, que cuenta su visión de la realidad y sus propias experiencias a través de ella. Primero, denunciando desigualdades sociales y de género desde la seguridad del punto de vista infantil y, después, la tragedia de la guerra y el exilio. Hay un parón entre los números 12 y 13 de la colección - Celia madrecita (1939) y Celia institutriz en América (1949) -, que corresponden a la etapa bélica. De hecho, el primero termina con una frase que adelanta el conflicto que estaba por venir:
“Papá dijo:
– Mañana me voy a Madrid. Espero volver pronto porque antes de ocho días tengo que estar de vuelta en Santander ¿Qué día es mañana?
– Es 18 de julio ¡Ojalá vuelvas pronto! – dijo el abuelo.
Y el corazón se me apretó sin saber por qué…”
Celia en la revolución
A Fortún se la suele recordar siempre por su faceta de escritora dirigida al público infantil, pero lo cierto es que también fue una de las primeras cronistas de guerra españolas, después de pioneras como Carmen de Burgos o Sofía Casanova. Pero sus crónicas no se publicaron en los diarios de la época ni son artículos al uso. Ella retrató la crudeza de la guerra en el libro Celia en la revolución en el que, de nuevo, se sirve de la voz de su personaje para narrar los sucesos vividos por ella misma.
En el libro, el padre de Celia puede ser interpretado como una representación de su marido, al que nunca abandonó y que luchó en el bando republicano. La protagonista es ella misma, detallando los pesares de los ciudadanos durante la guerra: el hambre, el miedo a los bombardeos, las desapariciones y la sorpresa al descubrir que los seres queridos pertenecían al enemigo. Porque la autora era creyente católica pero también lo era de la República. La última frase del libro, cuando Celia (con su sempiterno peinado de trenzas como el de Ras) va a montarse en el barco que la llevará al exilio, es: "¡No, no estoy sola! -me repito para darme ánimos- ¡Estoy en las manos de Dios!".
El borrador del libro tiene fecha de 1943, aunque no se publicó hasta 1987 por la editorial Aguilar y con ilustraciones de Asun Balzola. El manuscrito llegó a manos de Marisol Dorao (biógrafa de la escritora) a través de la nuera de Fortún, casada con su hijo Luis. Dicho texto no pudo ser revisado nunca por la autora, aunque posiblemente pueda ser considerado una de sus mejores obras. Actualmente el libro se encuentra descatalogado y sólo puede encontrarse en algunas bibliotecas o a la venta en librerías de viejo, donde su precio ronda los 100 euros.
Durante el exilio de Fortún en Argentina y el de Ras en Portugal (volvió a Madrid en 1943) mantuvieron contacto por correspondencia. Cuando la primera regresó a España de visita en 1948 (viaje durante el que su marido aprovecha para suicidarse en Argentina, sumido en una depresión provocada por el desarraigo) volvió a encontrarse con Matilde Ras, quien recibió con alegría su visita. Pero la salud de Fortún ya estaba resentida debido a un problema pulmonar y después de varios desplazamientos (Buenos Aires, Nueva York, Barcelona o Madrid) falleció el 8 de mayo de 1952. La propia Matilde, junto a María Baeza y otros amigos, inició una colecta popular que financió un monumento de piedra en memoria de la escritora, inaugurado en 1957 en el Parque del Oeste de Madrid: su rostro junto a Celia y su hermano, los personajes a través de los cuales narró sus propias experiencias. Elena y Tilde desarrollaron su existencia, tanto en común como por separado, desde un pensamiento disidente que, aunque no siempre se llegó a materializar, se mantuvo latente hasta el final.
Elena Fortún y Matilde Ras fueron amigas en una época en la que las mujeres españolas empezaban a liberarse de las cadenas que las mantenían relegadas a la intimidad del hogar. Al menos, las pertenecientes a la burguesía liberal de las primeras décadas del siglo XX, antes de que la Guerra Civil acabase...
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