Historia
Franco desde el telescopio
Julián Casanova coordina el libro total sobre el franquismo, con aportaciones de nueve autores y un análisis de la "alargadísima sombra de la dictadura"
Luis Faci Zaragoza , 5/03/2015
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El historiador Julián Casanova ha coordinado '40 años con Franco', un libro total sobre el franquismo, una panorámica completa -“una mirada telescópica”, dice él- que incluye desde la particular personalidad del dictador hasta apartados como la política exterior, el papel de la mujer, la literatura y el cine.
Empecemos por el final: quizás la principal conclusión a la que uno llega tras leer sus 350 páginas es que las alusiones a supuestos devaneos dictatoriales o totalitarios que se formulan en la actualidad son, por decirlo con suavidad, poco serias. “La gente que cree que esto no es una democracia porque hay corrupción... Una dictadura se caracteriza porque hay una violación constante de los derechos humanos, desde la más física a la psicológica; no hay una sociedad civil que pueda expresarse libremente. Ahora hablamos de otra cosa”, explica Casanova, turolense y catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza. “Compare por ejemplo la Bolivia actual con la de (Luis García) Meza, donde había cadáveres por las cunetas; uno puede pensar que Cristina Kirchner utiliza un sistema clientelar -lo que significa el peronismo en Argentina-, pero de ahí a los desaparecidos... Hay que ser serios: la democracia es frágil, no es universal y hay que cuidarla”.
En el libro, en el que además de Casanova participan otros nueve autores, entre ellos Paul Preston, Agustín Sánchez Vidal y Ángel Viñas, se cita una frase de Salvador de Madariaga que sintetiza bien el desastre que supuso el dictador para España: “El más alto interés de Franco es Franco; el más alto interés de De Gaulle es Francia”. Como recuerda Casanova, ese pasado también tiene implicaciones nacionalistas. “Por eso tenemos tantas dificultades para aceptar una idea de nación, una bandera, un himno. Esa es una sombra alargadísima de la dictadura”, tercia.
Una disfunción que también les afecta negativamente a ellos, a los historiadores. “Imagínese que escribimos sobre Isabel la Católica: los lectores dirían 'fíjate, cuánto saben sobre ella'. Nadie nos cuestionaría. Pero escribes sobre Franco y estás bajo sospecha; el que interioriza su opinión se autoconvence. Dirán: 'Un rojo'. O: 'Preston, ¿quién es Preston?' Y lo que Preston sabe sobre Franco no tiene nada que ver sobre lo que sabe el máximo especialista sobre Isabel la Católica. Pero está bajo sospecha”, lamenta Casanova, quien incide en que ahí también late un “desprecio por el conocimiento científico”.
Dijo Javier Tusell: “Cualquier intento de llegar a una descripción del franquismo y de sus características fundamentales fracasaría plenamente si pretendiera eludir el papel desempeñado por la propia personalidad de Franco”. Eso, recuerda Casanova, no sucede al mismo nivel ni con Hitler: “Podemos discutir todas las etiquetas que le ponemos al régimen, la dictadura va cambiando, pero hay una persona que está al principio y al final. Su último discurso a los españoles, tras los últimos fusilamientos [el 27 de septiembre de 1975], no es 'mirad qué España os dejo', sino 'hay una conspiración judeomasónica...'. Es decir: nada se ha movido desde julio del 36”.
En su capítulo, el historiador ovetense Enrique Moradiellos intenta poner una etiqueta, una denominación al franquismo. Frente al 'régimen autoritario', como lo denominó Juan José Linz, o el 'despotismo moderno', como lo llamaron Salvador Giner y Eduardo Sevilla-Guzmán, Casanova opta directamente por fascismo. “Yo creo que hay un régimen absolutamente fascistizado hasta 1945; a partir de ese año, como le sucede también a Salazar, tiene que soltar amarras”, explica.
Es en ese primer periodo cuando se cometen las mayores barbaridades. Porque a quien aun hoy se empeña justificar el franquismo por un supuesto lado amable -v. gr. el despegue económico, del que luego nos ocupamos-, habría que recordar el coste humano de la guerra y la posguerra. El propio Julián Casanova lo traduce en ceros: “La cifra de víctimas se aproximó a 600.000 personas, a las que hay que añadir 200.000 más que ya no volvieron a España”, afirma. Y añade: “Al menos 50.000 personas fueron ejecutadas en la década posterior al final del conflicto”. “Fíjese -apunta-: en Aragón, que cae en marzo de 1938, aún hay 1.000 asesinados hasta el 1 de abril de 1939”.
A la pérdida de vidas hay que sumar una purga más sutil: las millonarias multas impuestas a los disidentes, una suerte de expropiación forzosa de sus bienes para dejarlos en la miseria. Como dijo Marc Carrillo: “Caer bajo el peso de esa ley significaba 'la muerte civil'”. “Es algo que hemos estudiado en un libro reciente, 'Pagar las culpas'”, recuerda Casanova. “Es una ley de muerte civil porque va a por las familias de los asesinados. Sí, hay una expropiación. Hay desde ilustres intelectuales hasta el último campesino, al que metían una multa de 300 pesetas y a la viuda la dejaban temblando. Incluso en los casos en los que no se llegaba a ejecutar, ya estabas señalado: era la muerte civil, como acertadamente dijo Carrillo”, recalca el catedrático.
Pero vayamos con la figura de Franco. De él hace en el libro Paul Preston un retrato feroz: fue engañado (Hammaralt y Von Filek); “creía que la economía era una de sus especialidades”, cuando en realidad era un zote en esta disciplina; estaba obsesionado con la masonería. “Un personaje francamente mediocre o incluso algo peor”, define Preston. Y, sin embargo, logró eternizarse en el poder.
“Preston también da las claves para entender eso -replica Casanova-. Mediocre o no tenía la habilidad política. Franco sabe moverse muy bien en el poder: da un golpe de Estado siendo militar, es capaz de convencer a Hitler de que lidera a los rebeldes antes de que le hubieran nombrado, es capaz de montarse una aureola de generalísimo, de convencer de que no se ha entrado en la Segunda Guerra Mundial gracias a él -lo cual es un mito desmontado-, que el desarrollo económico es obra suya -otro mito-...”
Franco reclama para sí eslóganes que hoy en día parecen más propios de Kim Jong-un. Millán-Astray dice de él: “Franco es enviado por Dios como conductor para la liberación y engrandecimiento de España”; “es el primer estratega de este siglo”; “jamás se equivoca”. “Lo llamativo -abunda Casanova- es que todo este tipo de elogios la gente acabó creyéndoselos. Y cuando tú tienes un mito tan marcado, una de dos: o lo derrumbas a través de la educación y la cultura o no caen y se van reconstruyendo”.
Casanova recuerda un chiste del fallecido Gabriel Cardona, militar de la Unión Militar Democrática, acerca de Franco que refleja bien lo que expresa Preston. Año 1957; una aguda crisis económica; va un ministro y le dice Franco: 'Caudillo, esto se hunde. Tengo una idea: le declaramos la guerra a Estados Unidos. Estados Unidos viene, nos gana y nos mete un plan Marshall'. Y Franco le contesta: 'Y si, dada mi habilidad militar, ¿ganamos la guerra?'
Dos falsos mitos, aludidos más atrás, sobre Franco. Uno, abordado por Preston: contrariamente a lo que se ha dicho, el dictador sí quiso entrar en la Segunda Guerra Mundial. Si no pudo fue por la maltrecha economía española y porque, como recuerda Casanova, “le pidió a Hitler a cambio más de lo que Hitler le podía dar, empezando por el Marruecos francés”. Otro mito, del que se ocupa Viñas: el despegue económico español se dio no gracias a sino a pesar del caudillo: “Hubo que extraer a Franco su consentimiento con fórceps”, refiere Viñas respecto del cambio de un modelo autárquico a otro más abierto, que facilitó la entrada de capital extranjero. La tesis de que Franco propició esta apertura, apunta Viñas, “puede calificarse suavemente de grotesca”.
Preguntamos a Casanova: una de las cosas que dice en el libro es: “En 1945, Europa Occidental dejó atrás 30 años de guerras, revoluciones, fascismos y violencia. Pero España se perdió durante otras tres décadas ese tren de la ciudadanía, de los derechos civiles y sociales y del Estado del bienestar”. Haciendo de abogado del diablo, ¿no se había perdido ese tren antes incluso de Franco? “Todos los historiadores económicos -responde el profesor de la Universidad de Zaragoza- trazan la idea de que hasta 1936 España estaba evolucionando, de una forma muy clara. Luego hay un parón tremendo. A mí qué más me da que inauguren pantanos, si la ciencia está al servicio del aparato, si hay una endogamia en la universidad absoluta, no hay I+D... Y, por supuesto, nos perdemos a gente como Willy Brandt o Charles de Gaulle”.
Prosigue Casanova: “Es curioso cómo personas profundamente explotadas durante el franquismo, que se marchan del campo al verse obligadas a dejar sus tierras, van a la ciudad y acaban haciendo una fotografía maravillosa de Franco. Esa es la cooptación; también pasaba con el comunismo en la Unión Soviética. Las memorias son muy importante, pero hay una cosa que se llama historia que debe reconstruir lo que sucedió”. De hecho, le recordamos, el Holocausto estuvo enterrado hasta los años setenta. “Y en Israel -repone Casanova- prácticamente hasta después del juicio de Eichman el Holocausto no aparece en los libros de texto”.
Ellos, en todo caso, acabaron revisando las atrocidades pasadas. En España, cuarenta años después de la muerte de Franco, seguimos con el freno de mano echado. “En los años ochenta era normal, pero a principios de los noventa esto tendría que haber cambiado. A mí me sorprende mucho que en un país democrático, moderno, haya personas que tengan problemas para conocer dónde murieron sus familiares, dónde reposan sus restos”, lamenta el catedrático.
De la galería de personajes históricos del franquismo que aparecen en libro, destacamos dos. El primero, Manuel Fraga Iribarne. El hecho de que un personaje como este, el mismo de "la calle es mía", el ministro de Gobernación cuando la muerte de cinco trabajadores en Vitoria en 1976, el político que en 2005 aseguraba que el juicio histórico sobre Franco sería positivo, "tanto sobre 1939 como al final en 1975"; el hecho, como decimos, de que alguien así tuviera la prolífica carrera política que tuvo en democracia ¿es para congratularse del éxito de la Transición o más bien para sentir tristeza? “Cuando se habla de un hombre de Estado... -arranca Casanova-. En realidad solo fue ministro en el régimen, su única trayectoria política nacional fue bajo el franquismo, y en el año durísimo del 76, con Arias Navarro. Hay una sensación como de que Fraga fue un hombre de la Transición que no se explica muy bien”.
El segundo: Pilar Primo de Rivera, de la que Carlos Gil Andrés dice que "nadie en España ha desempeñado un alto cargo político durante tanto tiempo", en referencia a la Sección Femenina de Falange (de 1934 a 1977). "Sobria, austera", soltera de por vida, "dedicada en cuerpo y alma" a la Sección Femenina. Aun en 1983, en sus memorias, se lamentaba por la "ocasión perdida" del 23-F. Es casi un personaje novelesco.
En general, el capítulo dedicado al papel de la mujer en el franquismo se hace terrible. Tanto en el caso de las disidentes -"al negarles la condición de presas políticas, las vencidas fueron identificadas como prostitutas y desviadas morales que debían purificar y redimir para la patria"-, como el colectivo en general, reducido a mero "cuerpo reproductor": "No solo se advertía a las mujeres del grave peligro que corría su salud física, sino que también se las amenazaba con la condenación eterna si decidían libremente controlar su potencial reproductor", afirma Mary Nash, autora de este apartado.
Para terminar, le toca el turno a Ignacio Martínez de Pisón, que hace un alegato optimista ante la España “de la desafección” -término al que el novelista pone reparos-: “España es un país defectuoso, pero sus defectos no son los de siempre”, sostiene. “La suya es una generación que observa que, a tenor de lo que tenemos y de lo que hemos conseguido, no podemos frivolizar en torno a la democracia; lo cual no quiere decir que no seas muy crítico con todo lo que te rodea. Seamos serios”, zanja Casanova.
El historiador Julián Casanova ha coordinado '40 años con Franco', un libro total sobre el franquismo, una panorámica completa -“una mirada telescópica”, dice él- que incluye desde la particular personalidad del dictador hasta...
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Luis Faci
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