Maixabel Lasa ex directora de la OVT
“La decisión de Rajoy de prohibir encuentros entre etarras y víctimas le pasará factura”
Gorka Castillo 12/03/2015
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A punto de cumplirse 15 años del asesinato de su marido Juan María Jauregui, ex gobernador civil de Guipuzkoa, Maixabel Lasa sólo lamenta que ETA no haya desaparecido del todo. Y también que por su culpa, ella ya no pueda pasear por Tolosa cogida de la mano de su esposo. Le echa de menos, “sí, muchísimo”, dice pero el tiempo le ha permitido aceptar el vacío. Directora de la Oficina de Víctimas en Euskadi durante 11 años, Lasa (Legorreta, 1951) sabe que la cinta del horror terrorista en Euskadi no puede ser rebobinada. Por eso prefiere hablar del hoy y del mañana. De quienes ahora temen la estigmatización de abandonar la banda en prisión y de cómo se escribirá la historia de los años del plomo. Para esta histórica militante socialista, queda todavía un largo recorrido para reconciliar a los vascos con ese pasado terrible. Y censura sin ambages al Gobierno de Rajoy por impedir que víctimas y victimarios que así lo deseen puedan hablarse a la cara. Ella lo hizo con los asesinos de su marido y algo cambió para siempre.
Pregunta. Una vez contó que su marido le dijo que había soñado que ETA le asesinaba.
Respuesta. Sí. Me lo comentó el mismo día que le mataron. Bajé a abrirle la puerta del garaje porque tenía una cita en Tolosa y me lo soltó de golpe. Me quedé helada porque Juan Mari no era de exteriorizar sus miedos o preocupaciones. Le respondí que no pensara esas cosas porque eso no podía suceder Unas horas después me llamó mi hermana y me dijo escuetamente: No salgas de casa. Entendí inmediatamente lo que quería decirme y el mundo se derrumbó a mi alrededor. Desgraciadamente, hoy pienso en ello y me digo que algunos sueños se hacen realidad. Por lo menos, el de mi marido.
Una terrible coincidencia
Fue un cúmulo de extrañas coincidencias. Otra es que cuando estaba en un lugar público, por precaución, siempre se sentaba de cara a las puertas y las ventanas. Sin embargo, aquel día no lo hizo así.
Juan María Jauregui fue gobernador de Guipuzkoa entre 1994 y 1996 y es recordado por investigar las torturas que se practicaban en el cuartel de la Guardia Civil de Intxaurrondo, dirigido por Enrique Rodríguez Galindo. Años después declaró contra el coronel en el juicio del “caso Lasa-Zabala” aunque para ETA no significó nada en absoluto.
Juan Mari tenía muy interiorizado que algo tenía que hacer para lograr la paz y la convivencia en Euskadi. Fue una de esas personas que intentaba construir puentes para el entendimiento. Sin embargo fue consciente de la dificultad. Alguna vez me comentó su preocupación ante la entrada en ETA de gente sin ningún rigor histórico de lo que había sido la dictadura, sin criterio político ni sentido crítico sobre las cosas. Para esa gente, Juan Mari era un gobernador atípico. No les gustaba que se enfrentara a Rodríguez Galindo ni que se reuniera con familiares de presos que habían sido torturados ni que ordenara el cierre de una celda inmunda en Intxaurrondo o que empezara sus discursos en euskera aunque enfrente estuviera la Guardia Civil. Estas cosas incomodaban mucho a ETA porque rompía el molde que se habían construido sobre “el enemigo” y no se lo perdonaron jamás.
¿Ha logrado perdonar a los verdugos de su marido?
No sé si la palabra perdonar es la correcta. Lo que sí he hecho es ofrecer una segunda oportunidad a quienes le mataron. Todos merecemos tener esa opción en la vida. Y los dos asesinos de Juan Mari, José Luis Carrasco e Ibon Etxezarreta, hicieron un recorrido personal, de autocrítica y de reconocer el daño causado, trascendental para gozar de esa oportunidad.
¿Tuvo necesidad de reunirse con ellos?
Sí, quise darles la opción de que me explicaran que estaban equivocados, de pedirme perdón por lo que habían hecho. Me reuní con ellos por separado y les dije que prefería ser la viuda de Juan Mari que ser su madre porque para ellas tuvo que ser durísimo ver la barbaridad que cometieron. Ibon Etxezarreta me comentó que escuchar mi testimonio le influyó decisivamente para dar el paso de rechazar a ETA. Hace un año tuvo un detalle que no olvidaré. En un permiso penitenciario, se presentó en mi casa con un ramo de claveles, 13 rojos y uno blanco, que simbolizaban los 14 años que habían pasado desde que asesinaron a Juan Mari. Fue muy emocionante.
¿Cómo viven los ex etarras este proceso de reconocimiento por el dolor causado?
Necesitan mucha determinación porque dar el paso significa sufrir la marginación a la que son sometidos por el colectivo de presos y que se extiende también a sus familiares. Son borrados del mapa y pasan a ser traidores. Es un sufrimiento doble, el de la aceptación del horror cometido y el del estigma al que son subyugados, que en los pueblos pequeños se vive de una manera más intensa. Hace un tiempo estuve con la madre de uno de los que mataron a Juan Mari y me confesó el orgullo que sentía por la decisión que había tomado su hijo pese a las dificultades que ello entrañaba. Es una persona recuperada para la convivencia en este país y eso es motivo de alegría. La tristeza es que llegó Rajoy y frenó esa vía conocida con el nombre de Nanclares.
¿Cuántos han optado por esta vía?
Pocos. Unos veinte. Pero ha servido de mucho. A ellos y a nosotros.
¿Cómo encajó la decisión del Gobierno de poner fin a los encuentros privados entre víctimas y etarras arrepentidos?
Muy mal. Fue horrible, abominable. La irresponsabilidad de Rajoy sobre este asunto terminará pasándole factura. Estoy segura de que todos los presos de ETA no acabarán arrepintiéndose pero aquellos que lo han hecho podrían ayudar a muchos que en estos momentos se están pensando dar el paso y comenzar el recorrido de la autocrítica. Prohibir estos contactos no favorece en nada la pedagogía que ha empezado a hacerse para reconstruir la convivencia.
Algunas asociaciones de víctimas, como Covite o la AVT, opinan que firmar un documento de arrepentimiento, reconocer el daño causado y asumir el pago de indemnizaciones pendientes es un fraude.
Con el respeto que merecen, no comparto su punto de vista. Creo que tratan de difundir una falsa realidad. En primer lugar, no existe una reducción de condena para el arrepentido. Tampoco se favoreció su régimen carcelario. Eso lo dejamos muy claro cuando comenzamos a fomentar los encuentros restaurativos entre víctimas y asesinos. El ejemplo más claro es Urrusolo Sistiaga, a quien en junio le retiraron el tercer grado por acudir a una radio junto a una de sus víctimas para narrar su dolor ante el daño causado. Respecto a que los etarras no pagan las indemnizaciones al Estado tampoco es cierto. Conozco un caso que saldó su deuda con la herencia familiar que le correspondía. Lo hizo porque era su obligación personal y porque lo exigía la ley.
La presidenta de Covite, Carmen Ordóñez, se reunió con el asesino de su hermano en Nanclares y resultó un fracaso. Todos pudieron verlo porque se convocó a los medios en la puerta de la prisión.
Escenificar los encuentros restaurativos con luz y taquígrafos, como hizo Consuelo, no fue correcto porque vulneró el principio de intimidad que debía acompañar a este tipo de reuniones. No me pareció respetuosa con una iniciativa que ha servido mucho a otras víctimas. No sé qué necesidad tuvo.
El relato de los años del plomo en Euskadi comenzó a escribirse casi en secreto, en un pueblecito irlandés llamado Glencree en 2007. Allí fueron víctimas voluntarias de ETA pero también del GAL. ¿Cómo fue el encuentro entre ellas?
Muy gratificante. Nuestro referente inicial fueron las víctimas de ETA, las abandonadas, aquellas que sufrieron la indiferencia social y a las que teníamos que arropar primero, porque cuando un etarra moría se paralizaban las ciudades y los pueblos, se convocaban manifestaciones, se organizaban protestas y se solidarizaban con sus familiares. Luego se fueron sumando víctimas de otras condiciones, siempre de manera voluntaria. También hicimos encuentros en Palencia y en otras partes, sin que nadie lo supiera, a veces incluso mintiendo a amigos y compañeros. Queríamos mantener la intimidad absoluta, que no trascendiera a la opinión pública porque era la única manera de ir ganando la confianza de la gente. El éxito de esta iniciativa fue que las víctimas se reconocieran entre ellas. Un familiar de un etarra muerto escuchaba el drama sufrido por una víctima de ETA, y al revés. Y terminaron empatizando. Fue extraordinario.
Entonces, surgió la idea de llevar las experiencias compartidas a los institutos para que los jóvenes pudieran escuchar en primera persona el relato del drama
El Gobierno vasco nos ofreció esa posibilidad. Iban a un colegio una víctima de ETA y otra del GAL sin que los estudiantes supieran su identidad para evitar prejuicios. Sólo al final desvelaban su nombre. Y la respuesta general fue de rechazo a la violencia, viniera de donde viniera pero en concreto a la de ETA.
Muchas víctimas del terrorismo se quejan de que los vascos y sus instituciones les abandonaron.
Tienen razón. Como sociedad, Euskadi tiene una deuda con las víctimas de ETA que algún día deberá saldar. No tengo dudas. Y lo dice una persona euskaldún que ama esta tierra por encima de muchas cosas.
¿Favorece la lucha contra lo que queda de ETA la reforma penal recientemente aprobada por el PP y PSOE?
No estoy nada de acuerdo con lo que ha firmado el PSOE. Es una contradicción a la función penitenciaria de intentar la reinserción de los presos y es una contradicción a los fines de los socialistas que aseguran que cuando lleguen al poder retirarán la ley. ¿A qué estamos jugando?
¿Cree usted que la dispersión de presos sigue siendo útil?
No. Creo que todos los presos, los comunes y los que no lo son, deben estar lo más cerca posible de sus lugares de origen. Por el bien de ellos y de sus familiares
Algunos presos veteranos de ETA , tras cumplir condenas de 25 o 30 años, salen de prisión sin haber renunciado a la lucha armada, se encuentran con un entorno desolador para sus objetivos y sufren graves problemas de adaptación. ¿Qué se puede hacer con ellos?
Que piensen. Hace poco hubo un acto en Durango y lo que percibí en sus miradas fue una gran soledad y mucho odio acumulado. Dirán que se sienten orgullosos de lo que hicieron pero nadie se siente orgulloso de ellos.
¿Siguen existiendo reticencias en la izquierda abertzale para aceptar el dolor causado?
- Sí, sin duda. Hay dirigentes muy cualificados que deberían decir las cosas de forma más clara de la que lo hacen hoy en día. Siguen enmascarando hechos terribles bajo objeciones banales y meten a todos en el mismo saco. Eso es mentira. Los peros no sirven para este asunto, les guste o no les guste. Asesinar o justificar el asesinato en función de que eran otros tiempos o yo qué sé es intolerable y terminarán admitiéndolo.
¿Qué le parece que Arnaldo Otegi esté en prisión?
Se trata de una persona que en su día marcó el camino del fin del terrorismo para la izquierda abertzale y es posible que en la calle pudiera hacer más cosas de las que ahora hace. Pero no muestra excesiva autocrítica. Cuando ETA mataba, él estaba ahí. Y aunque censura la violencia, no observo en él una revisión personal de lo que hizo. No conozco con detalle los motivos que impiden su puesta en libertad y, por lo tanto, prefiero no opinar sobre ese asunto.
¿Debería la izquierda abertzale participar en la redacción de la memoria histórica de los años del plomo que ha empezado a escribirse?
Ese relato debe contar lo que ocurrió aquí. Pueden existir matices pero no se puede justificar lo injustificable. Aquí se asesinó y eso no puede matizarse con nada. El que sufrió torturas también debe contar lo que le hicieron pero eso no justifica la violencia practicada. Desde 1976 vivimos en democracia y esa es una línea muy gruesa y definitiva para que alguien venga a justificar cualquier acto de violencia.
A punto de cumplirse 15 años del asesinato de su marido Juan María Jauregui, ex gobernador civil de Guipuzkoa, Maixabel Lasa sólo lamenta que ETA no haya desaparecido del todo. Y también que por su culpa, ella ya no pueda pasear por Tolosa cogida de la mano de su esposo. Le echa de menos, “sí,...
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Gorka Castillo
Es reportero todoterreno.
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