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IMPERIOS COMBATIENTES

Prudencia ante la incertidumbre

Vuelven a pasar demasiadas cosas en pocos días y no parece adecuado extraer grandes y claras conclusiones

Rafael Poch 22/02/2025

<p>Trump y Putin. / <strong>Luis Grañena</strong></p>

Trump y Putin. / Luis Grañena

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Vuelven a pasar demasiadas cosas en pocos días y no parece prudente extraer grandes y claras conclusiones. La última vez que pasó algo así, en febrero de 2022, califiqué de “impensable” la invasión rusa de Ucrania, y cuando esta se produjo, ahora justo hace tres años, anuncié la “quiebra de Rusia”. A largo plazo todo es posible y, como quien dice, el que esté libre de error que tire la primera piedra, pero hoy lo que se vislumbra más bien es la quiebra de la OTAN y por tanto, en buena medida, de la Unión Europea, de la que la OTAN era guía, tutor y mentor en política exterior y de seguridad. Así que, seamos más humildes esta vez y reconozcamos la dificultad de extraer conclusiones y pronósticos de lo imprevisible. Limitémonos, por tanto, a un prudente catálogo de preguntas e hipótesis, conscientes de que la semana que viene acaso haya que enmendarlas significativamente.

Ucrania. ¿Quién es su peor enemigo?

“Solíamos tener miedo de los drones y misiles rusos por la noche, pero ahora cada noche nos llegan nuevas declaraciones de Estados Unidos y eso también es preocupante”, cuenta la periodista ucraniana Kristina Berdinskij. El suministro de armas de Estados Unidos a Ucrania ha cesado, dijo el jueves el presidente del Comité de Defensa de la Rada, el coronel Roman Kostenko: “Todo está congelado, incluso las armas que se compraban”. Las empresas están esperando a que se decida el restablecimiento del suministro de armas, “incluso las que pagamos”, recalca. Cinco días antes, el presidente Zelenski declaró a la cadena de televisión CBC que, sin armas americanas, “las posibilidades de sobrevivir de Ucrania son muy reducidas”. A Zelenski se le tacha de dictador y responsable de la guerra por su poco entusiasmo ante la oferta de Trump de transformar oficialmente Ucrania en una colonia de Estados Unidos. Víctima propiciatoria de la política mantenida hacia Rusia por Estados Unidos en las últimas tres décadas, Kiev debe pagar ahora hipotecando sus ingentes recursos naturales al matón global al que tan fielmente sirvió. El giro de Estados Unidos le retira cualquier perspectiva de futuras “garantías de seguridad”, le niega voz en la negociación con Rusia y le coloca en una situación en la que el desmoronamiento del frente puede ser una cuestión de pocos meses. La derrota acelera la división y los ajustes de cuentas internos entre los políticos ucranianos. En estas condiciones, ¿hacia dónde se dirigirá el resentimiento de los ucranianos?

Es improbable que la parte rusófila de Ucrania reniegue de Rusia

El desencanto hacia el amigo que propició la pérdida de la quinta parte del territorio, la desbandada de la tercera parte de la población y el sacrificio de centenares de miles de soldados muertos, mutilados, viudas y huérfanos, va a hacerse enorme. Esta no es la primera guerra civil internacionalizada de la historia de Ucrania. En los últimos 150 años conocimos varias: en la guerra civil rusa, en la primera y segunda guerras mundiales y en la actual, que arrancó tras la revuelta / cambio de régimen de 2014 en Kiev. En todas ellas la violencia fue exacerbada por el intervencionismo exterior. Todas ellas conocieron vaivenes, vuelcos y giros en las preferencias de los ucranianos que al final acabaron por orientarse hacia Rusia. ¿Quién será visto ahora como el principal responsable de la miseria y la desgracia que ha traído la guerra? Seguramente en un país culturalmente diverso no habrá una respuesta uniforme a esta pregunta, pero es improbable que la parte rusófila de Ucrania reniegue de Rusia, mientras que, en la otra, la narrativa prooccidental podría complicarse sobremanera, con un resentimiento etnonacionalista armado peligroso para todos los vecinos de Ucrania, tanto del este como del oeste. Recordemos que tras su definitiva incorporación a la URSS en 1945, los ucranianos occidentales mantuvieron una resistencia armada hasta bien entrados los años cincuenta.

Europa. ¿Por dónde pasa la brecha?

Quienes defienden que Trump tiene una estrategia geopolítica en su deseo de “hacer de nuevo grande” a su país, dicen que ésta consiste en separar a Rusia de China. Mi impresión es que llegan tarde a ese propósito. Muy tarde. En la reciente cumbre del G-20 de Johannesburgo, el ministro chino de Exteriores, Wang Yi, dijo que China apoya todos los esfuerzos hacia la paz en Ucrania, “incluido el nuevo consenso entre Estados Unidos y Rusia”. Putin y Xi Jinping mantendrán encuentros y visitas de Estado próximamente. De momento, la división que tenemos servida no es entre Rusia y China, sino entre Estados Unidos y la Unión Europea. División incluso en el interior de esta última. La UE no tiene ningún plan de paz. Solo de guerra. Recuerden el escándalo que montaron cuando el húngaro Viktor Orbán, el verano pasado, intentó reactivar la diplomacia con Moscú. Que el restablecimiento del diálogo entre Washington y Moscú tenga lugar en Arabia Saudí, y no en Suiza, Austria o Finlandia, nos recuerda que ya no hay países neutrales en Europa. Los europeos hablan de enviar soldados a Ucrania y de sustituir el suministro americano por el suyo propio, pero los líderes se contradicen entre ellos al respecto. La opinión general es que la UE no tiene capacidad militar ni industrial para sostener una guerra de la que se retire Estados Unidos, que es quien pone sus ojos y oídos, los satélites militares y la electrónica que guía misiles y proyectiles. En veinte años, los europeos han sido incapaces de realizar nada en materia de cooperación para la defensa, más allá de la cooperación franco-inglesa en materia de misiles. Del avión franco-germano llevan décadas hablando. Elevando al 5% del PIB su gasto militar, los países europeos reunirían, ciertamente, mucho dinero, pero ¿serán capaces ahora? Se necesitan cinco años para que la UE sea potencia militar a costa de comerse el Estado social, pero ¿es eso viable? La Unión Europea no entendió cómo ni por qué fue arrastrada por Estados Unidos a una guerra subsidiaria contra Rusia y no entiende ahora por qué les han dejado fuera. “Las relaciones transatlánticas en las que la mayoría de nosotros siempre creímos firmemente han sido destruidas”, dice el presidente del comité de Exteriores del Bundestag, Michael Roth. Europa se ha quedado “sola en casa”, asegura. La única posibilidad que se vislumbra es que los europeos intenten aliarse con las resistencias internas contra Trump que puedan generarse en Estados Unidos, pero desconocemos la fuerza de esas resistencias internas. Habrá que ver si tal alianza es posible.

Rusia. ¿Será la UE su nuevo enemigo principal?

En Moscú hay, obviamente, un gran interés en el restablecimiento del cauce diplomático con Estados Unidos, pero “con prudencia y sin hacerse ilusiones”, según Konstantin Zatulin, vicepresidente de la comisión de la Duma para la integración euroasiática. El entusiasmo hacia Trump, por la difusa sintonía reaccionaria con el neoconservadurismo eslavo, es patrimonio de intelectuales nacionalistas marginales con acceso a la televisión como Aleksandr Dugin. Se constata que el giro de Trump ha acabado, por lo menos de momento, con lo que llamaban el “Occidente colectivo”, lo que obviamente es una buena noticia para Moscú. Pero más allá de eso, la línea oficial es fría y pragmática. Rusia no se va a meter en negociaciones ambiguas. A Moscú no le van a vender collares de cuentas en materia de “garantías de seguridad para Ucrania”. Aunque no estén los americanos, admitir “fuerzas pacificadoras” europeas en suelo ucraniano con tropas de las naciones que le han estado haciendo la guerra por interposición estos últimos años, algunas como el Reino Unido de forma muy directa participando en atentados en territorio ruso, es “completamente inaceptable”, dice el general Evgeni Buzhinski, uno de los principales comentaristas militares. “Sería como admitir una fuerza de ocupación”, afirma. Está la experiencia de los acuerdos de Minsk, que los europeos (la canciller Merkel y el presidente Hollande) utilizaron, según sus propias declaraciones, para que el ejército ucraniano se fortaleciera, de común acuerdo con los amigos de Kiev. También la experiencia de Estambul, cuando en abril de 2022 un acuerdo de paz prácticamente ultimado entre Rusia y Ucrania fue impugnado en el último momento por presiones occidentales a Kiev, acompañadas de promesas de apoyo militar occidental hasta la victoria.

En Moscú hay, obviamente, un gran interés en el restablecimiento del cauce diplomático con EEUU

La credibilidad de los europeos en materia de acuerdos es igual a cero en Moscú. A menos que la conviertan en realidad con una provocación directa en toda regla, la cacareada “amenaza militar de Rusia a Europa” es una descomunal fantasía. Moscú no ha podido con Ucrania. Le ha costado un enorme esfuerzo y desgaste llegar a la actual situación en el frente. Lo último que desea es más guerra. Pero la narrativa rusa también está girando en órbita con el giro de Trump y respondiendo a las proclamas de los europeos (ingleses, franceses y alemanes) sobre gigantescos rearmes de 700.000 millones contra Rusia para los próximos años. El principal enemigo ya no es Estados Unidos, sino Europa, se dice. “La clase media europea viene reduciéndose desde hace veinte años, la élite europea necesita un enemigo para consolidarse y capear su propia crisis, necesita mantener como sea la tensión con Rusia y provocar confrontación”, dice Sergei Karaganov, veterano analista, este sí con cierta influencia en el Kremlin. “Si se llega a algún acuerdo con los americanos será temporal. El objetivo es derrotar a Europa”, afirma, a la espera de que aparezcan allá dirigentes de mayor talla que los actuales energúmenos que están al mando en Francia, Inglaterra y Alemania. Su idea es responder con contundencia a cualquier provocación del tipo de las que se han insinuado estas últimas semanas en el Mar Báltico, en torno a la idea de bloquear la navegación de barcos rusos, lo que equivale a una declaración de guerra. Lo mismo, dice, hay que esperar de parte de los europeos en el Mar Negro, en Moldavia, en Kaliningrado o Bielorrusia.

Estados Unidos. ¿Tiene Trump un plan general?

Es la incertidumbre más decisiva. Al proponer aranceles y barreras comerciales contra todos, socios y adversarios, Trump parece no ser consciente de la interconexión de las economías forjada en las últimas décadas. Maltratando a países como Canadá, México, China y los de la Unión Europea, proclama el fin de aquella “globalización buena para todos” y su sustitución por el “todo para mi”. Teniendo en cuenta la deslocalización y desindustrialización, así como la concentración en el beneficio a corto plazo del casino financiero característica de las últimas décadas, Trump romperá la cadena de suministros y desestabilizará la industria nacional que quiere revitalizar. Lo que pase a producirse exclusivamente en Estados Unidos incrementará su precio. Trump parece no entender el sistema económico en el que opera. En eso recuerda a Boris Yeltsin y a sus economistas. ¿Se acuerdan de aquellos Gaidar y Yavlinski? Prometían la “reforma de mercado” en 500 días y sumieron al país en el colapso con un hundimiento productivo y una inflación descomunal. Por otra parte, en solo tres semanas ya se habla en Estados Unidos de “crisis constitucional” por la purga en los aparatos del Estado y la eliminación de los contrapesos. El vicepresidente Vance ha dicho literalmente que “los jueces no están para controlar el legítimo poder del ejecutivo”. Yeltsin decía lo mismo de su Congreso de los Diputados en 1993 (“El parlamento y los diputados no están para desafiar al presidente ni  para hacer política”), poco antes de que sus tanques dispararan contra la sede parlamentaria. Lo de Rusia se sostuvo porque, en medio de todo aquel caos, la elite administrativa se recicló en clase propietaria mediante el asalto a los recursos del país propiciado por la privatización. En Estados Unidos la mezcla de los dos vectores, este interior combinado con el de su diplomacia enfocada a desestabilizar a todos los demás, podría producir un estrepitoso hundimiento. Los aliados despechados de Estados Unidos en Europa, como aquellos de Europa del Este a los que la perestroika de Gorbachov dejó huérfanos y confusos, podrían aliarse con la posible “crisis constitucional” interna en Estados Unidos, resultando en un buen quilombo. El desconcierto de finales de los ochenta acabó con el Pacto de Varsovia, ¿sobrevivirá la OTAN al actual cortocircuito?

“Trump tiene una agenda tan ambiciosa como difícil de aplicar. Y más en un solo mandato. Los jueces le replican, la inflación se resiste, los socios se enfadan ¿Le ofrecerá la historia una excusa para dar un salto adelante?”, se preguntaba Manel Perez en La Vanguardia en uno de los raros artículos bien enfocados de la prensa española, titulado ‘¿Necesitará Trump su incendio del Reichstag?’. No creo que Trump tenga una “agenda”, una verdadera estrategia. Lo que tiene es lo mismo que Yeltsin: una buena intuición. A Yeltsin le funcionó para hacerse con el poder, aunque fuera cargándose el país. Lo que vino luego está en los libros de historia: el incendio de la Casa Blanca de Moscú (sede del Gobierno y el Parlamento rusos) de octubre de 1993 y el establecimiento del sistema presidencialista / autocrático que dura hasta hoy en Rusia. Queriendo hacer América grande de nuevo, lo más probable es que Trump acelere el declive de Estados Unidos, como hizo Yeltsin, primero con la URSS y luego con Rusia.

Vuelven a pasar demasiadas cosas en pocos días y no parece prudente extraer grandes y claras conclusiones. La última vez que pasó algo así, en febrero de 2022, califiqué de “impensable” la invasión rusa de Ucrania, y cuando esta se produjo, ahora justo hace tres años, anuncié la “quiebra de Rusia”. A largo plazo...

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Autor >

Rafael Poch

Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona) fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania  de la eurocrisis.

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