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Hace poco ha habido una elecciones en vuestro mundo y el resultado ha sido más o menos el de siempre. Y no me refiero al día de la marmota andaluza sino a las votaciones en Israel, donde volvió a ganar Netanyahu a pesar de tener el país hecho unos zorros. Parece que los candidatos de la oposición le pegaron duro en este tema, cargando los golpes en lo que pensaban que sería su punto débil. Pero está claro que se equivocaron. El tipo volvió a levantar los brazos.
Según el análisis de Shlomo Ben Ami, el error de los oponentes fue olvidarse del miedo. En un lugar como aquel que, más allá de los merecimientos que hayan hecho muchos para ello, vive rodeado de gentes que le desean lo peor -un poco como el Madrid de visita al campo de Osasuna-, saber gestionar el miedo es tener el control de las emociones de sus ciudadanos. Y, por tanto, manejar sus votos.
El miedo, esa inquietud tan pariente del odio, es el motor de lo mal que se lo monta muchas veces Israel. Y también el miedo es el hilo que maneja, casi siempre disfrazado de rencor, el comportamiento de sus vecinos. Lo que ocurre es que el miedo no es un desastre natural. El miedo sí se crea y sí se puede destruir. Pero sólo se hace lo primero porque así conviene a los que se alimentan de él. El conflicto, cualquier conflicto, es eso que ocurre cuando dos extremos tiran de una goma en vez de dejarla floja y tranquila. Esos extremos son los que engordan del mismo conflicto que están creando. Esos extremos tiran aunque hacerlo suponga destruir, existencial y emocionalmente, a los que están en medio, sean de su bando o no. De hecho, esos extremos, de tanto tirar, acaban saludándose y haciendo manitas.
El otro día contaba Foreign Policy la secreta historia de amor y negocios entre Israel y Arabia Saudí. Rivales con beneficios, titulaba Asher Okarby un texto en el que hablaba de esas curiosas relaciones desde los 60 a esta parte. Y para que quede claro que este no es otro texto sobre Israel, debo decir que Arabia Saudí es, posiblemente, el mayor maestro titiritero del miedo. Los príncipes petroleros de allí apuestan a todos los bandos en todas las partidas y siempre salen vencedores no porque en conflictos enquistados como esos haya ganadores sino porque esas inestabilidades subvencionadas ayudan a aposentar su poltrona y su libreta de ahorros.
Pero no, esto tampoco es un texto sobre los conflictos de Oriente. Esto es un texto sobre el miedo como forma de vida. O de no vida. El miedo es la base de cualquier distopía que se precie porque anula el pensamiento y el entendimiento. Y miedo es también cuando alguien dice que una cosa es ETA, que otra es Venezuela y que cualquier cambio es imposible. Miedo es virgencita que me quede como estoy y miedo es más vale malo conocido que bueno por conocer.
Vosotros veréis, pues, si queréis acabar distópicos perdidos o no. Si elegís la opción b, la única manera es destruir el miedo.
Hace poco ha habido una elecciones en vuestro mundo y el resultado ha sido más o menos el de siempre. Y no me refiero al día de la marmota andaluza sino a las votaciones en Israel, donde volvió a ganar Netanyahu a pesar de tener el país hecho unos zorros. Parece que los candidatos de la oposición le...
Autor >
Pedro Bravo
Pedro Bravo es periodista. Ha publicado el ensayo 'Biciosos' (Debate, 2014), sobre la ciudad y la bicicleta, y la novela 'La opción B' (Temas de Hoy, 2012). En esta sección escribe cartas a nuestro director desde un lugar distópico que a veces se parece mucho a éste.
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