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Llevo unos días pensando sobre ese libro del que me hablaste, ese en el que se retrata a una empresa de Internet de esas estupendas, con chucherías y juguetes para los empleados, una imagen de marca que ni Disneyworld y unos objetivos declarados de transparencia y servicio al ciudadano que ocultan otros algo más perversos de control y conocimiento exhaustivo del ciudadano para eso de la venta de publicidad segmentada.
Según me contabas, El círculo, de Dave Eggers (Random House, 2014), es una ficción muy cercana a vuestra realidad o, al menos, a la que intentan construir las corporaciones tipo Google, Apple o Facebook, de las que la empresa protagonista es trasunto, y no sólo porque muestre las aviesas ambiciones del Capitalismo 2.0: también porque desnuda esa tendencia a la conexión permanente del personal que, según me dices, se ha convertido en una adicción peor que la que esconden los baños de los garitos a los que dices que ya no vas.
Y, la verdad, tengo que decirte que todo eso aquí, en Distopía, no tiene ningún sentido. Lo del libro, digo. Lo de leer uno. Lo de tratar de concentrarse en nada que esté escrito y que ocupe más allá de un párrafo. Aquí ya solo escribimos y leemos titulares y nada que no seas capaz de contar, de gritar más bien, en un par de frases llegará a nadie que no sea un inadaptado o, lo que es peor, un intelectual. Además, en el caso de que por motivos de trabajo, o por pura perversión, tengas que leer algo más extenso, si no paras a cada medio folio para compartirlo con tus seguidores sientes que tu biorritmo social se pone mustio y eso no lo cura ni un selfie con Cristiano Ronaldo.
Pero que hayamos dejado de leer libros por aquí no nos hace peores, que ya te veo venir. Vemos la tira de documentales, series y películas. De hecho, vemos películas, series y documentales a través de nuestras gafas especiales mientras estamos de cena romántica en pareja o en el teatro, que aquí se lleva mucho. Tenemos más información de la que nunca tuvimos y la sabemos manejar como nadie. Sobre todo porque no hay nadie ajeno a esa sobredosis. Y también porque eso es lo que nos repetimos para consolarnos.
Ya, ya sé lo que me vas a responder (¿ves como aquí somos muy listos?), que no es tan distinto lo que tenéis allí; que Twitter, Facebook, Instagram y todas esas redes sociales vuestras os tienen condenados a la dispersión y al dogma. Pero no, Mora. Allí todavía hay gente que escribe libros y algunos hasta son buenos, como Dave Eggers y muchos otros. Incluso los hay que hasta los leen, según me cuentas. También hay disidentes que no dicen nada en ninguna red social, o dicen solo lo justo, y hasta movimientos en contra de la idiotización del personal, como ese partido político suizo anti Power Point que culminó una serie de libros y declaraciones contra ese programa que convertía cada presentación en una colección de simplezas a base de imágenes con frasecitas. Allí donde tu moras, Mora, todavía tenéis campo para perderos, algunos peces vivos en el mar y hasta momentos de silencio para perderse en el paisaje en trenes y aviones sin cobertura. Y, en mi modesta y distópica opinión, deberíais pelear por conservar todo eso y concentraros en defender la capacidad de concentración. Recuerda que aquí, en Distopía, lo vuestro es utopía, aunque solo sea porque aún no ha llegado lo peor y, por eso, puede llegar algo bueno.
Llevo unos días pensando sobre ese libro del que me hablaste, ese en el que se retrata a una empresa de Internet de esas estupendas, con chucherías y juguetes para los empleados, una imagen de marca que ni Disneyworld y unos objetivos declarados de transparencia y servicio al ciudadano que ocultan otros...
Autor >
Pedro Bravo
Pedro Bravo es periodista. Ha publicado el ensayo 'Biciosos' (Debate, 2014), sobre la ciudad y la bicicleta, y la novela 'La opción B' (Temas de Hoy, 2012). En esta sección escribe cartas a nuestro director desde un lugar distópico que a veces se parece mucho a éste.
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