La sangrienta aventura de dos curas guerrilleros
El escritor Walter J. Broderick reedita su biografía de Camilo Torres, militante del Ejército de Liberación Nacional en los años sesenta, y otro libro sobre el sacerdote español Manuel Pérez, comandante máximo del ELN
Camilo Sánchez Bogotá , 9/04/2015
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El próximo año se cumple medio siglo de la muerte del cura guerrillero Camilo Torres y aún se desconoce dónde está sepultado. Falleció de un balazo que le atravesó el pecho, durante su primer combate contra el Ejército en las tupidas montañas del norte de Colombia. Duró apenas cuatro meses en la filas del ELN (Ejército de Liberación Nacional). Casi cincuenta años después, el Estado y la guerrilla de ideología guevarista buscan vías para sentarse a negociar un acuerdo de paz. Entre tanto, la figura del sacerdote revolucionario se evapora en la bruma, a pesar de ser una pieza clave para reconstruir y comprender la historia del conflicto armado. Se trata del primer colombiano en hacer eco más allá de las fronteras. Antes, incluso, que su buen amigo Gabriel García Márquez. En su país el único monumento que se le ha erigido es una biografía de 300 páginas titulada Camilo, el cura guerrillero (Icono / El Labrador / Grijalbo). Su autor es Walter J. Broderick, un australiano afincado en Colombia desde finales de los 60. Un hombre de teatro, estudioso de James Joyce y antiguo sacerdote.
La primera edición de la biografía saltó precisamente hace cuatro décadas exactas a los estantes de las librerías neoyorquinas. Lo cuenta Broderick (Melbourne, 1935) en su austero piso del barrio La Macarena, un enclave central para la bohemia capitalina. El encargo del libro corrió a cargo del sello Doubleday de Nueva York, acaso el más prestigioso del mundo anglosajón en aquellos tiempos de agitación social. “Yo era un joven que había venido a América Latina para hacer la revolución. No tenía mayor experiencia en investigación. Pero aprendí sobre la marcha. Para mi trabajo no tuve que contactar a nadie del ELN porque de los 37 años de la vida de Camilo alcanzó a estar unos pocos meses en la guerrilla. Además, yo era muy mal visto por los guerrilleros. Me veían como a un sospechoso. Un ‘gringo’, de ojos azules, que andaba por ahí preguntando todo sobre su organización. Tenían razones suficientes para ‘quemarme’. Tiempo después supe que estaba en la mira. Pero yo era muy joven y muy inocente y no entendía los riesgos que estaba corriendo. Si no, tal vez no habría hecho lo que hice”.
La muerte de Camilo Torres (Bogotá, 1929-Santander, 1966) le dio una aureola especial. Fueron aquellos tiempos en que algunos sectores del catolicismo acogieron los postulados de la teología de la liberación. Y de los aires de la revolución cubana, que acababa de bajar triunfal de Sierra Maestra. “Camilo fue un tipo de acción. A pesar de haber sido también un estudioso, de haber fundado la primera facultad de sociología de Colombia (Universidad Nacional), de haber estudiado en la Universidad de Lovaina, no alcanzó a tener un cuerpo de pensamiento sólido o muy elaborado. Pero el hecho de haber muerto luchando dejó una semilla para que mucha gente de inspiración católica y cristiana empezara a llegar para enlistarse en las filas del ELN. Llegaron exseminaristas, monjas, curas, etcétera. Y muchos jóvenes de familias católicas que tenían los ideales cristianos vieron en la acción armada un canal para lograr la utopía socialista”.
Camilo Torres nació en medio de los privilegios de lo que Broderick etiqueta la “pseudoaristocracia bogotana”. Su padre, Calixto, fue uno de los precursores de la pediatría en el país. E Isabel, su madre, provenía de una familia acomodada. El futuro sacerdote revolucionario se educó en los mejores colegios privados de la capital y tuvo acceso a los clubes y los círculos sociales más cercanos al poder económico y político. La radicalización de Camilo fue lenta.
Primero fue la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional, donde conoció a García Márquez; luego vino el sacerdocio, influido por curas franceses que aterrizaron en el altiplano bogotano con acentuada vocación social; y finalmente fundaría un movimiento social bautizado el Frente Unido. Ninguna de estas experiencias le serviría para bajar a tierra las transformaciones que buscaba. Se convenció de que a través de las condiciones impuestas por una modesta democracia le iba a ser imposible romper con la larga historia de pobreza y marginalidad. Acabar con la fórmula bipartidista que administraba a su acomodo las riquezas del país. O dar voz de verdad a los estudiantes, a los campesinos y a los pequeños empresarios.
“Camilo fue de los primeros en Colombia en estudiar el fenómeno de la violencia”, cuenta Broderick apoltronado en un cómodo sillón rojo de tono salmón. “En el 64 dio una de las ponencias principales y presidió el primer Congreso de Sociología que se hizo en el país. Y dijo cosas bastante llamativas, por no decir escandalosas, para un cura de esa época. Empezó a analizar aspectos positivos de las organizaciones campesinas armadas que ya se iban configurando en el Tolima. Analizaba en términos sociológicos los denominados ‘canales de ascenso’, que era la forma como los campesinos se movían por distintas etapas de la jerarquía de estas comunas, llegando a cumplir funciones como líderes cívicos, administradores o comandantes ”.
El biógrafo australiano cuenta que preparó, para el lanzamiento en la Feria del Libro de Bogotá, un prólogo a la reedición de un librito que rescata algunos textos políticos de Camilo Torres. Incluye la ponencia en la Universidad Nacional. También algunos mensajes a los estudiantes durante los tiempos del Frente Unido “tan contundentes como radicales”. Y, finalmente, su último escrito: la proclama armada que publicó en 1966, meses antes de decantarse por las armas y morir en una región de nombre tan hosco como podría ser Patio Cemento.
Camilo se fue al monte sin avisar. Su movimiento político desapareció en cuestión de días. Para Broderick todo esto forma parte de la epopeya trágica del ELN. De una guerrilla idealista pero llena de limitaciones. “El ELN le debe mucho a Camilo. En el sentido de que gracias a su decisión de enlistarse en sus filas y con su posterior muerte, le dio una visión romántica a una guerrilla que estaba en pañales. Una visión romántica, pero quizás también muy simplista. Esa ha sido hasta hoy la historia del ELN. Un grupo de idealistas, en general cristianos bastante utópicos, en el mejor sentido de la palabra, pero políticamente mucho menos hábiles que las FARC. El ELN no ha tenido la astucia del manejo político que siempre tuvo ‘Tiro fijo’, u otro histórico como Jacobo Arenas, ambos de las FARC. El ELN nunca tuvo en jaque al Gobierno como las FARC, que por eso están hoy en día sentados de ‘tú a tú’ con el Estado y sus generales en la misma mesa de negociación”.
¿Fue un error de Camilo haber renunciado a la política?: “Yo no juzgo esa decisión. Lo que sí puedo decir es que como buen cura era muy impaciente y quería lograr todo muy rápido. Cambios que aún hoy en día no se han dado. Era muy ingenuo. Y muy idealista, y la política es para pragmáticos. Pero involuntariamente dejó el camino abierto para otros curas que vendrían después, más recios y más radicales si se quiere. Los curas españoles Manuel Pérez, Domingo Laín y José Antonio Jiménez. Personajes también fundamentales en la historia de los ‘elenos’. Sobre todo el ‘cura Pérez’, un aragonés desconfiado y de pocas palabras, que tuvo mucho que ver con el resurgimiento del ELN en los años 80, época en la que llegó a ser su máximo líder e incluso tuvo algún protagonismo político”.
Fue el cura Pérez, quizás, quien convirtió la guerrilla del ELN en esa implacable máquina de sembrar terror, caracterizada por sus inclementes ejecuciones internas. Se dice que en un momento de su historia habrían muerto más combatientes por los fusilamientos internos que en los combates contra el Ejército. También hizo de sus constantes ataques a los oleoductos y extorsiones a compañías petroleras una triste marca registrada de la casa.
Broderick escribió una biografía del sacerdote español: El guerrillero invisible (Intermedio). Para eso viajó a su pueblo natal, Alfamén (Zaragoza): “Era un pueblo de 200 familias en tiempos de la infancia de Manuel. Muy pobre. En medio de unas llanuras inhóspitas, que tenían buenos suelos pero carecían de irrigación. Yo estuve varios días en casa de Paco, su hermano, que a la postre fue alcalde del pueblo. Cuanto entré en su casa le pregunté por la historia del pueblo, que a mí me sonaba con un nombre muy árabe. Me miró como a un loco y me dijo ‘¿Historia? Cómo se te ocurre, este pueblo no tiene historia!’ Yo insistí. Pero al final deduje que lo único que había pasado allí era que había nacido el ‘cura Pérez’ y que hace unos años hicieron un vino con su nombre. Con la imagen de la cara barbada en la etiqueta y todo”.
Manuel Pérez Martínez murió como comandante máximo del ELN en 1998 en algún paraje de las montañas del departamento de Santander, al igual que Camilo Torres. En 2007, el fallecido general Álvaro Valencia Tovar, amigo de Camilo y quien a la vez estuvo al frente de la brigada que lo dio de baja, confesó que los restos mortales del sacerdote bogotano habían permanecido durante 35 años en total secreto en un mausoleo del cementerio de Bucaramanga, capital del departamento de Santander.
En 2001 se apareció Fernando Torres por la casa del general para pedirle la ubicación de los despojos de su hermano. Cuenta Valencia Tovar que Fernando iba deprisa y tras recibir las coordenadas partió en busca de la urna donde el oficial había depositado los restos. Fernando murió ese mismo año en Minnesota prolongando de nuevo el misterio.
¿Qué aporta la vida de estos curas guerrilleros de cara a un proceso de reconciliación en el país? “El problema es que estos tipos no aportaron nada que sirva para el diálogo. Eran curas. Y un cura, por formación, o deformación, no es dialogante. Son dueños de la verdad eterna, de este mundo, y del otro. Y ni Camilo ni el cura Pérez terminaron siendo dialogantes. Mucho menos si el cura es aragonés. Creo que allí tienen una palabra para esa forma de ser: ‘baturros’. Los curas sirven para escuchar, que es distinto. Te dejan decir todas las barbaridades que quieras, pero no ceden un ápice. Por eso mismo para mí es muy difícil imaginar un escenario de negociación entre el ELN y el Gobierno. Esta guerrilla es hija de ese esquema cerrado y reticente al diálogo desde su formación”.
El próximo año se cumple medio siglo de la muerte del cura guerrillero Camilo Torres y aún se desconoce dónde está sepultado. Falleció de un balazo que le atravesó el pecho, durante su primer combate contra el Ejército en las tupidas montañas del norte de Colombia. Duró apenas cuatro meses en la filas...
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Camilo Sánchez
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