Los olvidados
Yarmouk y el infierno de Dante
Mercedes Gallego Nueva York , 16/04/2015
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Hablar del horror en Siria suena a redundancia, pero dentro de él Yarmouk es “el círculo más profundo del infierno”, lapidó la semana pasada el secretario general de la ONU Ban Ki-moon. El campamento de refugiados palestinos creado en 1957 era, hasta antes de la guerra civil, un barrio hacinado con cerca de 160.000 personas a la afueras de Damasco. Hoy es el último círculo de Dante, ése donde aún deambulan 18.000 personas, las más débiles que no han podido huir, mientras Al-Qaeda y el Estado Islámico se alían para convertirlo en un caballo de Troya que les dé acceso a la capital. Algo que las fuerzas de Bashar al-Assad no van a permitir, aunque tengan que bombardear cada piedra que quede en sus dos kilómetros cuadrados.
“Este campamento de refugiados empieza a parecer un campamento de la muerte”, reconoció Ban. “La épica catástrofe humanitaria de Yarmouk representa una prueba épica de la determinación de la comunidad internacional. Todos podemos estar de acuerdo en que lo que está pasando en Yarmouk es inaceptable. Con seguridad podemos actuar para acabar con ese sufrimiento. Seguro que todos podemos rehusar a tolerar lo intolerable. Es hora de una acción concertada para salvar vidas y restaurar una medida de humanidad”.
Y mientras el secretario general de la ONU, poco dado a los titulares, lanzaba este grito desesperado de “no podemos quedarnos de pie mirando mientras se desarrolla esta masacre”, los últimos de Yarmouk, entre ellos unos 3.500 niños convertidos en escudos humanos, seguían contemplando a las huestes del Estado Islámico degollar a cuantos milicianos encontraban a su paso. Dante diría que esa violencia es la que equipara al hombre con las bestias, pero temo que la comparación sería ofensiva para las bestias. Cuando el poeta italiano describió el infierno no conocía Yarmouk ni a los enmascarados de la bandera negra. Tampoco la apatía de los hombres ante el sufrimiento ajeno.
Más de 200 palestinos de este campamento han muerto por la hambruna y el abandono. Cuando se acabó el pan rancio, el trigo seco, las briznas de hierba y hasta las raíces, una anciana contó a los trabajadores de la Agencia de Refugiados Palestinos de la ONU (Unwra, por sus siglas en inglés), que su hijo logró dar a caza a un perro escuálido que vio merodear por los alrededores. Al degollarlo se encontró con que no le quedaba carne entre los huesos y todavía vomitó de puro asco lo que consiguieron cocinar con él.
El horror de Yarmouk no tiene nombre. Antes de que Al Nusra y el Estado Islámico contra el régimen, la barbarie la perpetraban los Comités Populares o miembros de la Shabija, en árabe, y los cuerpos de inteligencia. Uno de esos renegados contó hace dos años a mi compañero Mikel Ayestaran cómo se encontró a un grupo de hombres armados frente a una pareja desnuda en un sofá. Los reconocieron de inmediato como un joven alauí del barrio de Tadamon al que estaban obligando a violar a su hermana a punta de pistola.
A veces me siento como una impertérrita observadora frente a ese sofá, contemplando los abusos de las bestias sin mover un dedo o levantar la voz. Desde que la triste primavera siria se convirtiera en invierno siberiano Yarmouk ha vivido en primera fila bajo la lluvia de los morteros y la barbarie de unos y otros. Uno de esos sitios en los que llueve sobre mojado, porque si lo sirios son refugiados indeseados en cualquier parte del mundo, los palestinos ya eran refugiados antes de empezar esta guerra.
Dicen que el Estado Islámico ha retirado estos días su bandera negra de entre los escombros de Yarmouk. Christopher Gunness no lo puede confirmar. “No tenemos ni idea de lo que pasa en Yarmouk. No hemos podido llegar desde el 28 de marzo”, dice el portavoz de la Unwra, que proporcionaba a los desposeídos palestinos una mínima ayuda humanitaria en la entrada norte del campamento, a la que sólo llegaban los que podían caminar.
Su voz tiene un deje de exasperación. Ya no sabe qué más puede decir para que el mundo intervenga y ponga presión “a quien les compran las armas y los machetes”. Todos sabemos quiénes son, pero es más fácil pasar de página cuando vemos otra noticia sobre Siria. Cuatro años leyendo de la misma guerra en la era de la instantaneidad y la impaciencia de las redes sociales es la receta perfecta para el hastío. #SaveYarmouk y acabemos por lo menos con el último circulo del infierno antes de que nos condenemos todos.
Mercedes Gallego (www.mercedesgallego.com) es autora del libro Más allá en la batalla y trabaja como periodista en Nueva York desde hace 16 años.
Hablar del horror en Siria suena a redundancia, pero dentro de él Yarmouk es “el círculo más profundo del infierno”, lapidó la semana pasada el secretario general de la ONU Ban Ki-moon. El campamento de refugiados palestinos creado en 1957 era, hasta antes de la guerra civil, un barrio hacinado con cerca de...
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Mercedes Gallego
Corresponsal del Grupo Vocento en Nueva York desde hace 16 años, autora del libro 'Mas allá de la batalla: Una corresponsal de guerra en Irak' (Temas de Hoy) y codirectora del documental 'Rape in the Ranks: The Enemy Within'.
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