El modo imperativo
Nicolás Maduro: el hombre que susurraba a los pajaritos
Manuel de Lorenzo 30/04/2015
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Lo reconozco. Siento una especial atracción por Nicolás Maduro. Me tiene fascinado desde el momento en que se presentó en mi vida afirmando que el difunto Hugo Chávez se le había aparecido en forma de pajarito chiquitico. "Se paró en una viga de madera y empezó a silbar -explicó en su programa de televisión mientras aleteaba con las manos y reproducía con asombrosa habilidad el sonido del ave-. Me lo quedé viendo y también le silbé, pues. El pajarito me vio raro, ¿no? Silbó un ratico, me dio una vuelta y se fue, y yo sentí el espíritu de él". Recuerdo que pensé que aquel sí era un mandatario bolivariano en condiciones.
Estos días ha regalado a sus espectadores una serie de lindezas que han sacado de quicio al ministro García-Margallo. Parecía inofensivo mientras hablaba con los pájaros o confesaba que a veces dormía en el Cuartel de la Montaña junto a los restos del Comandante Chávez. Incluso cuando tachaba de loco a Barack Obama o llamaba "rey de ladrones" a Alan García algún diputado en Madrid le reía la gracia. Pero ahora la ha tomado con Rajoy y, caramba, eso no puede ser. Todo tiene un límite.
Primero ensayó su puntería con Felipe González, diciendo de él que era "un lobbista al frente del eje Madrid-Bogotá que se ha incorporado abiertamente a apoyar el golpe contra Venezuela" al tiempo que Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, le hacía los coros acusando al expresidente socialista de "haber dirigido grupos paramilitares para asesinar personas que políticamente lo contrariaban a él". Aburrido de practicar con los veteranos, comenzó el fuego a discreción contra Mariano siguiendo una peculiar estrategia consistente en alternar acusaciones con demandas de respeto. Como si no le hubiese sentado bien la medicación contra alguna particular clase de trastorno bipolar.
De esta forma, las declaraciones en las que señalaba que Venezuela es lo que es porque Simón Bolívar expulsó a los españoles uno a uno, "que lo sepan, racistas de España, racistas de la élite corrupta" que desprecian "a los 'sudacas', a los africanos, a los asiáticos", encuentran su correspondencia en "a Venezuela se la respeta, que lo sepa España entera". Igualmente, la acusación de que el presidente del gobierno español lidera una "conjura internacional" contra su gobierno, que está detrás de "las intentonas de golpe de Estado" y que "apoya a los terroristas en Venezuela", viene acompañada de un "tengamos buenas relaciones, pero en base al respeto". Llama también la atención que delante de las cámaras de En Contacto Con Maduro opine que Rajoy es un racista que pertenece a una "banda de bandidos, corruptos y ladrones" y al mismo tiempo pida "que las Cortes (españolas) vayan a opinar de su madre, pero que no opinen de Venezuela". Del mismo modo que extraña que para reducir las hostilidades diga "aquí está mi mano, Rajoy, tómala, con respeto todo se puede" y añada "pronto nos vamos a ver en la Cumbre América Latina-Europa, Rajoy, espero no tener que llegar con las lanzas allá, a Europa, porque vas a ser derrotado, vas a quedar aislado frente a Venezuela, frente a América Latina y el Caribe". Se diría que es incapaz de controlar esa pulsión que le impide ser conciliador si no tensa otra vez la cuerda acto seguido. Su organismo no se lo permite. Es superior a él. Algo parecido a Jim Carrey en Mentiroso Compulsivo, pero menos sobreactuado.
Como era previsible, García-Margallo ha terminado llamando a consultas a su embajador en Caracas debido a los "calificativos intolerables" de las autoridades venezolanas y "el grado de irritación verbal de Maduro", señalando que el gobierno no estaba "dispuesto a tolerar afrentas serias que atentasen a nuestra dignidad nacional", lo que ha servido de acicate para que comiencen a alzarse algunas voces invocando límites más estrictos para la libertad de expresión. Y es ahí, justo en ese punto, precisamente en el instante en que a alguien se le ocurre defender una mayor restricción de libertades, cuando a mí se me ponen los pelos de punta.
Suelo mencionar en estos casos un ejemplo curioso. Se refiere a una sentencia que en su momento cayó en mis manos relativa a una demanda de reclamación de cantidad en la que el célebre abogado ourensano José Antonio Pérez Fernández se expresa en términos mundanos que no gustaron a la jurisdicción social por considerarlos alejados del rigor del lenguaje jurídico. Mediante diligencia se requiere a su cliente para que subsane los defectos de la demanda y en concreto elimine "todas las expresiones coloquiales, superfluas e impropias", a lo que se contesta que el estilo y redacción del escrito "están dentro del ejercicio legítimo de libertad de expresión". El juzgado acuerda la inadmisión a trámite de la demanda y el archivo de las actuaciones mediante un auto en el que se indica que se podrían llegar a tolerar todas las expresiones menos una, que dice así: "La misiva (es decir, la carta de despido) se antoja artificial, insustancial y vacía de contenido, manda carallo, como diría el Carrabouxo (personaje ficticio creado por el dibujante y humorista Xosé Lois), si no se no se pone un toque de humor ni de ironía uno se colgaría en un arbusto ante el drama y la tragedia que supone todo despido". Contra el auto de inadmisión se interpuso un recurso de reposición que fue desestimado, por lo que se acudió al Tribunal Constitucional en busca de amparo, que fue concedido para proteger el derecho a la tutela judicial efectiva, señalándose además en cuanto a la libertad de expresión que el órgano judicial no puede inadmitir una demanda en razón del tipo de lenguaje utilizado.
Qué sencillo es todo cuando el manual está bien claro. La libertad de expresión encuentra sus límites en España especialmente en el derecho al honor, la intimidad y la propia imagen, tal y como se reconoce en el artículo 20.4 de la Constitución. Respetados estos, cada uno puede decir lo que le dé la gana. Y si a alguien le parece mal, siempre puede acudir a un juzgado.
Pero en el juego bilateral de las relaciones entre Venezuela y España, no hay una norma superior a ambas que haga las veces de reglamento al que acudir para ver qué se puede y qué no se puede decir. ¿Que el gobierno no está dispuesto a tolerar afrentas que atenten contra la dignidad nacional? Pues muy bien. ¿Y qué va a hacer? ¿Bombardear Caracas?
Nicolás Maduro puede decir lo que le dé la gana. Incluso puede seguir hablando con los pájaros si quiere. Y a Mariano Rajoy, así como a todos los que abogan por no permitir según qué cosas en función de cómo les vaya en la partida, no les queda más remedio que aguantarse. El único que puede tomar una decisión acerca de si lo que está haciendo el presidente de la República Bolivariana de Venezuela es admisible o no es su pueblo, que sí puede salir a la calle a manifestarse, a mostrar su disconformidad con la política exterior y las manifestaciones de su gobernante y a hacer campaña política para oponerse a Maduro y conseguir que no sea reelegido.
Si no terminan todos antes en la cárcel, claro. Dependerá del humor con que se despierte esa mañana el pajarito.
Lo reconozco. Siento una especial atracción por Nicolás Maduro. Me tiene fascinado desde el momento en que se presentó en mi vida afirmando que el difunto Hugo Chávez se le había aparecido en forma de pajarito chiquitico. "Se paró en una viga de madera y empezó a silbar -explicó en su programa de televisión...
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Manuel de Lorenzo
Jurista de formación, músico de vocación y prosista de profesión, Manuel de Lorenzo es columnista en Jot Down, CTXT, El Progreso y El Diario de Pontevedra, escribe guiones cuando le dejan y toca la guitarra en la banda BestLife UnderYourSeat.
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