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Nunca pensé que acabaría usando a Hayek para elegir el título de un artículo: La fatal arrogancia (The Fatal Conceit) es el último libro que escribió el economista austriaco, a la edad de 90 años. Su subtítulo es suficientemente elocuente, “los errores del socialismo”. A juicio de Hayek, el socialismo peca de arrogancia intelectual, de “hybris” teórica, pues considera que se puede crear un orden social diseñado desde arriba, desde la mente del planificador, pasando por encima del “orden espontáneo” (instituciones y normas descentralizadas, sin jerarquía, como el mercado o el lenguaje) que está en la base de nuestra civilización.
El ingeniero social se deja arrastrar por una “fatal arrogancia” cuando, en la persecución de su ideal, no se achanta ante los enormes costes sociales que la realización práctica de su proyecto implica. El fin deseado es tan altamente valorado que los sacrificios quedan justificados en nombre del ideal.
No sé si la tesis de Hayek es aplicable al socialismo o no, pero sí me parece que contiene una buena dosis de acierto si la aplicamos al proyecto europeo, especialmente al proyecto más ambicioso, el de la unión monetaria.
Cuando se creó la unión monetaria, ni los políticos ni los tecnócratas que negociaron las reglas quisieron hacerse cargo de las advertencias críticas que algunos economistas lanzaron. Se sabía que la unión monetaria era incompleta, que estaba mal diseñada, pero se pensó que mientras hubiera crecimiento económico esos defectos no se notarían demasiado. Sin embargo, en 2008 llegó una crisis profunda que casi nadie había anticipado. Y la crisis sacó a relucir todas aquellas insuficiencias del euro que los “agoreros” venían anticipando desde finales de los años noventa.
Ahora ya no hay duda: sabemos que sin unión fiscal y sin mutualización de la deuda, el euro no funciona adecuadamente. Y que los errores de su funcionamiento no afectan a todos los países por igual, a unos los golpea con más fuerza que a otros. Los países con peor saldo en su balanza de pagos, los más endeudados con el exterior, son los que más sufren en este proceso (España, Grecia, Irlanda, Italia y Portugal). Esos países se han visto obligados a realizar políticas brutales de ajuste para frenar en seco el déficit comercial y forzar una devaluación salarial (que está siendo más profunda entre quienes menos ganan) para recuperar algo de competitividad.
Lo sorprendente es que los países más afectados no solo no se han unido en una coalición para oponerse al sinsentido de las políticas de austeridad, sino que sus élites políticas no han revisado su europeísmo granítico y, con su fatal arrogancia, continúan comprometidas con el proyecto del euro al margen de, o más allá de, sus costes sociales. En nombre de una incuestionada integración económica y política de Europa, se acepta sin pestañear, como un mal menor, que amplias capas de la población queden en situación de exclusión.
Sabemos que sin unión fiscal y sin mutualización de la deuda, el euro no funciona adecuadamente
A pesar de los estragos de la crisis en sus países, los europeístas del sur de Europa siguen manteniendo que el objetivo de la unión monetaria es irrenunciable. Defienden su posición apelando a los altos fines a los que aspiran, una verdadera unión política que supere los Estados nacionales. En todo caso, afirman, la solución no estriba en desandar el camino, sino en proseguir y alcanzar de una vez la suficiente integración política que permita poner en práctica la unión fiscal. Hay que porfiar, hasta que se desbloquee la situación actual y demos un nuevo paso hacia una unión más estrecha entre países.
La gran pregunta es esta: ¿cuánto podemos aguantar antes de revisar la estrategia? O, por decirlo de forma más directa, ¿cuál es el plan b de nuestros europeístas si la unión fiscal finalmente no llega? ¿Seguimos esperando indefinidamente, mientras los ciudadanos en posición más vulnerable continúan sufriendo? ¿Cuál es el umbral de sacrifico a partir del cual el proyecto europeo deja de tener sentido? Que los europeístas del sur de Europa no tengan respuesta ante estas preguntas es la manifestación más diáfana de su fatal arrogancia.
Resulta extraordinariamente paradójico que el debate sobre la unión monetaria y la actual hegemonía de Alemania sea más vivo en la propia Alemania que en nuestro país. Mientras que en Alemania hay un grupo importante de intelectuales progresistas (Jurgen Habermas, Claus Offe, Fritz Schaprf, Wolfgang Streeck, Hans Magnus Enzensberger, entre otros) que cuestionan críticamente el estado presente de la UE y el papel que desempeña su propio país en la imposición de las políticas de austeridad, en los países del Sur y, especialmente en España, las élites intelectuales continúan aferradas a los mismos ideales de siempre, sin asimilar que la situación se ha vuelto insostenible.
El europeísmo acrítico de la inteligencia española es el más extremo del sur de la UE. Hunde sus raíces en la tradicional desconfianza de nuestras élites hacia su propio país, en la idea de que España no tiene otro remedio salvo aquel que pasa por Europa, según la célebre fórmula de Ortega que todavía se usa hoy de forma indiscriminada y fatigosa en nuestro debate público. En España, hasta el Partido Comunista fue rabiosamente europeísta en los albores de la democracia (a diferencia, por ejemplo, de su homólogo portugués).
La sociedad española también era intensamente europeísta, pero durante la crisis ha dejado de serlo. Hoy la actitud dominante que revelan las encuestas es de decepción y de crítica. Se ha consumado así un divorcio entre la sociedad y sus élites, que continúan siendo rocosamente europeístas.
Resulta desolador que las élites españolas se resistan a abrir un debate a fondo sobre las ventajas e inconvenientes de nuestra pertenencia a la unión monetaria. Revela no solo falta de confianza en el país, sino también una rigidez intelectual rayana en el dogmatismo. Y, conviene añadir, revela además indiferencia hacia aquellos que más están padeciendo en su vida diaria las consecuencias de un error político original que hoy tiene mal remedio.
Considerar que el ideal europeísta se debe mantener a pesar de los males sociales que genera es, sin duda, una manifestación de fatal arrogancia. Consolarse imaginando una unión fiscal de muy improbable realización tan solo sirve para adormecer la conciencia.
Nunca pensé que acabaría usando a Hayek para elegir el título de un artículo: La fatal arrogancia (The Fatal Conceit) es el último libro que escribió el economista austriaco, a la edad de 90 años. Su subtítulo es suficientemente elocuente, “los errores del socialismo”. A juicio de...
Autor >
Ignacio Sánchez-Cuenca
Es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid. Entre sus últimos libros, La desfachatez intelectual (Catarata 2016), La impotencia democrática (Catarata, 2014) y La izquierda, fin de un ciclo (2019).
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