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A medida que los estragos de la crisis económica se han hecho más visibles, la sociedad española ha ido revisando sus tradicionales convicciones europeístas. Los niveles de confianza en las instituciones europeas han caído espectacularmente. España era uno de los países más europeístas del continente y hoy es uno de los más críticos. Por ejemplo, según los datos del Eurobarómetro, la confianza en la Comisión está a un nivel parecido al del país euroescéptico por antonomasia, Gran Bretaña.
Curiosamente, las élites políticas e intelectuales de España no han seguido la misma evolución. Su europeísmo sigue siendo tan rocoso, incondicional y acrítico como en el pasado. La falta de confianza de las élites en su propio país les lleva a porfiar en la antigualla orteguiana de que “España es el problema, Europa la solución”. No parecen enterados de que las políticas impuestas por la Unión Europea (UE) para combatir la crisis han sido un doble fracaso, pues no han conseguido restablecer un crecimiento vigoroso después de más de cuatro años de ajustes fiscales y reformas estructurales, y han generado una desigualdad enorme, cargando la mayor parte del sacrificio sobre los más débiles.
La UE ha adquirido un protagonismo durante la crisis que nunca antes había tenido. Por primera vez, las decisiones de las instituciones europeas han tenido un impacto claro y profundo sobre el bienestar de los ciudadanos. Tanto la Comisión como el Banco Central Europeo (BCE) han establecido condiciones muy duras a los países del sur y a Irlanda. En este contexto, su naturaleza tecnocrática, no representativa, ha quedado en evidencia.
Ha sido en estos últimos años cuando hemos reparado en que el futuro de la eurozona no está en manos de sus ciudadanos ni de sus representantes políticos, sino en manos del Banco Central Europeo, una entidad independiente del poder político que no responde ante nadie por sus decisiones. La inacción del BCE fue la causante de que las primas de riesgo de los países más endeudados crecieran sin pausa (hasta motivar la intervención de la Troika en Grecia, Irlanda y Portugal); de la misma manera, a partir del verano de 2012, fue la acción del BCE lo que consiguió revertir la tendencia, propiciando con sus declaraciones de apoyo al euro que bajara el tipo de interés de la deuda pública.
¿Qué sentido tiene que los países fíen su destino a una institución “incontrolable” como el BCE? El Banco es independiente del poder político, pero no es políticamente neutral. El modelo de capitalismo que defiende es el ordoliberal germánico, cuya extensión al conjunto de la UE es probablemente inviable. Las cartas que envió el anterior gobernador, Jean-Claude Trichet, a Silvio Berlusconi y a José Luis Rodríguez Zapatero en el verano de 2011 son un testimonio incuestionable de la forma “a-democrática” en que está actuando la UE durante la presente crisis. El BCE, yendo mucho más allá de sus competencias en materia monetaria, entraba en cuestiones de gasto público y mercado de trabajo, exhortando a los Gobiernos de Italia y España a actuar al margen de sus mandatos electorales.
Después de una crisis tan duradera, muchos, incluso muchos de aquellos que abrazaron las políticas de austeridad en 2010 con alborozo, reconocen hoy que las cosas se han hecho rematadamente mal. Pero no acaban de sacar consecuencias al respecto: siguen pensando que tanto los problemas económicos como los políticos se arreglarán con “más Europa”, es decir, una unión fiscal, la mutualización de las deudas (eurobonos), un presupuesto europeo más potente (sesenta años después de su creación, el presupuesto de la UE sigue siendo el 1% del PIB europeo), etcétera. Pero no explican nunca de qué forma se harán realidad estos cambios.
¿Qué sucede si esos desarrollos que tantos anhelan no se materializan? ¿Cuánto podemos esperar en las circunstancias actuales hasta que se corrijan los fallos de diseño del área euro? ¿Tiene sentido que, en nombre del ideal europeísta, sacrifiquemos a varias generaciones de españoles, italianos, portugueses y griegos, con la esperanza de que en algún momento la unión monetaria se reforme en la dirección que nos conviene?
La principal limitación del europeísmo impasible de las élites españolas es que, paradójicamente, no contribuye a que la UE sea reformada, pues, en el fondo, este europeísmo no supone presión alguna y por tanto no logra mover a los actores con mayor poder (las instituciones de la UE y los países acreedores). Nuestros europeístas harían bien en leer a Fritz Scharpf, a mi juicio el investigador más sólido y original sobre asuntos europeos. Es alemán. Y socialdemócrata. Y un reputado académico. Scharpf defiende que el sesgo neoliberal de las políticas economistas está incrustado en las instituciones y reglas de la unión monetaria. La austeridad, en estos momentos, no es una opción, sino que es la única política posible teniendo en cuenta la arquitectura institucional y el reparto de poder del área euro. Por eso, defiende que la única posibilidad de reforma del sistema lleva implícita la amenaza unilateral de alguno de los Estados-miembro de romper la baraja. Solo entonces se abrirá una oportunidad de reforma, pues, ante el riesgo de un colapso de la eurozona inducido por la puesta en práctica de la amenaza, hasta los países más renuentes se sentarán a negociar para evitar dicho colapso.
La amenaza parece que ya está en camino. La posible victoria de Syriza ha disparado todas las alarmas. En esta ocasión, los Gobiernos europeos no tienen medios para cancelar las elecciones (sí los tuvieron ante el referéndum que Yorgos Papandreu quiso convocar en octubre de 2011). No obstante, están presionando todo lo posible para que los griegos no voten a Syriza; y, si los griegos desobedecen, pondrán todos los obstáculos que puedan para que Syriza no gobierne o gobierne con toda clase de limitaciones, de modo que no pueda alterar demasiado el statu quo.
Ante la inacción y falta de audacia de la socialdemocracia europea, la única esperanza de que la UE se reforme a sí misma es la victoria de algún partido radical en el sur de Europa. Si no sucede así, continuarán las buenas palabras sobre una unión monetaria cada vez más sólida mientras el BCE y los países acreedores mantienen las políticas que están asfixiando el desarrollo económico y social de los países más afectados por la austeridad.
El proyecto de integración europea se ha transformado en una pesadilla, por su ineficiencia, por el brutal desgaste que está produciendo en las democracias nacionales y por las injusticias que está amparando en nombre de una quimérica unidad futura de las naciones europeas. ¡Qué decepción!
Ignacio Sánchez-Cuenca ha publicado en 2014 los libros Atado y mal atado: el suicidio institucional del franquismo y el surgimiento de la democracia (Alianza Editorial) y La impotencia democrática: sobre la crisis política de España (Los Libros de la Catarata).
A medida que los estragos de la crisis económica se han hecho más visibles, la sociedad española ha ido revisando sus tradicionales convicciones europeístas. Los niveles de confianza en las instituciones europeas han caído espectacularmente. España era uno de los países más europeístas del continente y...
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Ignacio Sánchez-Cuenca
Es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid. Entre sus últimos libros, La desfachatez intelectual (Catarata 2016), La impotencia democrática (Catarata, 2014) y La izquierda, fin de un ciclo (2019).
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