Óscar Hahn / Poeta
"Estuve a punto de ahogarme en el mar"
Hablamos con el escritor chileno de poesía, de males de amor tirano y de que te vayan a fusilar “mañana en la mañana”
Miguel Ángel Ortega Lucas 14/05/2015
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“Con vos quería hablar, hijo de la grandísima”, comienza un poema de Óscar Hahn (Chile, 1938) llamado Invocación al lenguaje, en el que el hijo de la grandísima es ése precisamente, el lenguaje. El esquivo de “látigo húmedo” que “tiraniza” el pensamiento del otro, el poeta, cuando éste pretende domarlo y atemperarlo para que esa bestia sin ojos pueda hablar de verdad, decir su verdadero nombre, contar su secreto.
Porque se trata de una alquimia feroz; de conseguir someter al daimon que custodia las claves del otro lado ante la puerta labrada con todos los signos del idioma. “Un combate cuerpo a cuerpo”, comienza diciendo Hahn, en el vestíbulo callado de un hotel de Granada (España, no el Caribe), cuando se le empieza preguntando por eso: hasta dónde pueden llegar las palabras. Pero incluso la frase combate cuerpo a cuerpo tiene una textura templada al pronunciarla este hombre de 77 años que pasó 35 dando clases en Estados Unidos (casi todos en la Universidad de Iowa), hasta que regresara a su tierra natal en 2008. Fue otro combate, mucho menos lírico, el que lo sacó de Chile: el golpe de Estado contra el gobierno de Salvador Allende en 1973, la cabalgata horrenda, que le costó varios días de cárcel y ver de cerca la dentadura postiza de la muerte, antes del exilio.
Para entonces ya había publicado sus primeros poemarios (Esta rosa negra -1961-; Agua final -1967-), a los que seguirían más de una decena de títulos en las siguientes décadas, entre poesía y ensayos; y el chorro súbito de galardones, sólo a partir del nuevo siglo (Altazor 2003, Casa de América 2006, Lezama Lima 2008, Pablo Neruda 2011...). Hahn nació en Iquique, localidad portuaria del Pacífico, y de ahí, quizás, su voz paciente, la mirada de despedida (mira como de lejos, Óscar Hahn: como al borde de decir adiós) y la cadencia marítima de sus versos, que suenan muchas veces a los muelles tristes donde leía su paisano Neruda en la juventud crepuscular de Valparaíso. (A Neruda lo conocería cuando él era muy joven y el otro ya el Cantor de América mellizo de Whitman: le pareció una persona “absolutamente sencilla”, “muy paternal conmigo”, a pesar de la supuesta soberbia que le atribuían sus paisanos: se dio cuenta entonces de que la gente –no sólo en el caso de Neruda– suele confundir “el ego de los poemas con la persona misma”.)
Sea con ego o descreimiento, melancolía o ironía, lo que intenta el poeta Hahn es “someter a presión al poema”, en frase de T. S. Eliot: para que revele el desnudo último de la realidad por detrás de los harapos o disfraces del lenguaje (hijo de la grandísima). Unas veces con el sortilegio de la misma detonación de los sonidos; otras por el juego cáustico de lo cotidiano; otras –quizá las más afortunadas en su obra– siguiendo el camino de una amargura que antes de vencerse del todo hace una mueca infantil y se escabulle ante el dolor inabordable ante esa calle que baja y que “no acaba nunca de bajar”.
Es el oficio pobre del artesano que trata de emerger una imagen de un trozo de madera: raras veces se consigue. Óscar Hahn lo consigue, por ejemplo, cuando
Pongo la punta de mi lengua golosa en el centro
mismo
del misterio gozoso que ocultas entre tus piernas
tostadas por un sol calientísimo el muy cabrón
ayúdame
a ser mejor amor mío limpia mis lacras libérame de
todas
mis culpas y arrásame de nuevo con puros pecados
originales, ya?
“...Es un combate cuerpo a cuerpo con el lenguaje, y es una lucha muy enconada porque el lenguaje mismo viene ya formalizado con una serie de estructuras, con la tradición que carga. El poeta tiene que ver entonces la forma de proponer un nuevo discurso que entra en conflicto con el lenguaje tal y como lo conoce desde que empieza a hablar. Aun así yo creo que la tradición no es algo de lo cual uno se pueda desprender fácilmente; como las vanguardias, que pretendían romper con la tradición y crear algo nuevo. Lo nuevo más bien sería no el acopio de materiales inéditos, sino una nueva cosmovisión, fundamentalmente. Cosmovisión que se puede reflejar aun con el lenguaje que uno ha heredado".
Muy difícil deslindarse del cordón umbilical que uno trae. La fortuna de las vanguardias fue el apuntar más allá, pero en muchos casos también acabaron cayendo en juegos de niños, ¿no le parece?
Claro. Los surrealistas sí ofrecieron un lenguaje nuevo, una visión distinta; pero de pronto surge la pregunta: un lenguaje nuevo, ¿acarrea necesariamente calidad poética? Porque una vez que uno se hace cargo del lenguaje surrealista viene la valoración: ‘Sí, el lenguaje es nuevo, pero este poema es malísimo’... La calidad poética es lo que marca el camino.
Es un pleito viejo, la finalidad de la poesía más allá de sí misma; por ejemplo con el llamado compromiso del artista. Antes que nada, el poema tiene que ser un poema, ¿no?
Exactamente. Y además no puede ser un poema a priori, sino a posteriori. Porque los planes, proyectos, estéticas, eso está en el aire; pero es en el lenguaje cuando les puede ir bien, regular o mal.
¿Ha sentido alguna vez que la poesía le era insuficiente, inútil, a la hora de poder exorcizar o dar voz a lo que tenía que hablar por dentro?
Fíjate que no, porque creo que soy un poeta que escribe de alguna forma ciega. En el sentido de que no tengo un plan predeterminado; no sé si tengo algo o no que exorcizar, de modo que no trato de exorcizarlo. Simplemente sigo el llamado del poema. Yo lo comparé una vez con –sin ser yo una persona religiosa– ese llamado que sienten las personas de Dios. Yo siento, no el llamado de Dios, pero sí que, de alguna forma misteriosa, empiezo a trabajar el poema y al final lo que sale puede ser una sorpresa para mí mismo.
Leonard Cohen dijo alguna vez sobre eso que un poeta es como una monja porque está casado con el misterio. No sé si es para usted, a estas alturas, un tema trillado, delicado o superado, pero quería preguntarle por los días que pasó detenido por la policía de Pinochet. ¿Consiguió después llegar –no sé si tuvo la intención– a describir el terror, el horror?
Ahí la respuesta es muy parecida: yo tuve esa experiencia, pero en ningún momento me propuse escribir un poema acerca de eso; los escribí pero surgieron solos, espontáneamente. Podría estar haciendo algo trivial, y de repente, buh... De hecho el primer poema que me salió fue el mismo día en que salí de la cárcel. Llegué a mi casa, estaba muy mal de salud por lo que sucedió ahí, y de repente empezó a salir ese poema... Pero en ningún momento dije: ‘Acabo de salir de la cárcel, voy a escribir un poema’. De hecho se suponía que tenía que dormir, y escribí uno que se llama La muerte tiene un diente de oro, que no alude a eso directamente. De hecho, una persona que no conozca mi biografía no podría relacionarlo con la muerte inminente, como peligro, y al hecho de haberse salvado. Entonces, si pones en contexto el poema, claro, ahí tienes al hombre que van a fusilar, y que no fusilaron, y que acaba con una especie de final feliz.
Tengo que preguntarle cómo es eso. Cómo transita uno por ahí, por que le digan que lo van a fusilar
Me pasó algo muy raro. Estábamos en una celda muy grande, creo que cabrían 30 personas, pero había como 200. Así que imagínate que no podíamos ni sentarnos en el suelo, porque teníamos que estar parados. Ahí estuvimos varios días, y una noche fue un guardia y dijo: “Los que son católicos, que levanten la mano”. Bueno: todo el mundo levantó la mano, pensando que los iban a liberar. Y el tipo dijo: “Bien, pues ahora empiecen a rezar, porque mañana en la mañana los vamos a fusilar”. Y se fue.
Quedó un ambiente horrible, pero a mí me pasó algo muy raro: tenía una convicción de que no me iba a morir ahí, de que no era mi momento; no sé por qué, no lo podría explicar. Entonces, cuando salí y llegué a mi casa, en la cama ya, me salió ese poema.
[La muerte no tiene dientes: se ríe con la encía pelada.
Y cuando muere un rico, la muerte tiene un diente de oro.
Y cuando muere un pobre, no tiene ningún diente,
o le crece un diente picado. ¿Cachaí, ganso?
La muerte tiene la boca llena de muelas tristes,
de colmillos cariados,
llena de jugo gástrico en lugar de saliva.
Yo tuteo a la muerte.
"Hola, flaca, le digo. ¿Como estaí?"
Porque todavía soy un diente de leche.]
¿Por qué no les fusilaron, finalmente?
Porque en realidad no lo iban a hacer. Lo dijo el guardia para hacernos sufrir, por maldad pura, y nada más. Pero ninguno de los que estábamos fue luego fusilado.
Sospecho que aprendería mucho, en muy poco tiempo, sobre la condición humana.
Primero tú quedas como en blanco, con la mente totalmente en blanco, tu mente no sabe qué pensar; tú no sabes lidiar con eso. Porque si te dicen ‘te dejó el tren’, bueno; pero si te dicen “te vamos a fusilar mañana en la mañana”, cómo lidias tú con eso; no sabes qué hacer. Y tengo la impresión de que en ese momento no pasa nada fuera del terror; es poco a poco, con el tiempo, que te va trabajando lentamente, como una gota de agua que va cayendo... [Hace un gesto con la mano en el aire, como si algo arañara en el vacío.] ...Y en algún momento, claro, se junta bastante agua y vienen crisis. Pero ya han pasado más de cuarenta años, y yo siento que superé eso. De hecho puedo hablar sobre eso. Al principio no podía hablar.
Tenía una convicción de que no me iba a morir ahí, de que no era mi momento; no sé por qué, no lo podría explicar
¿Por qué le detuvieron?
Bueno, yo tenía una participación política con un grupo universitario de la Universidad de Chile, de profesores jóvenes que apoyábamos al gobierno de Allende. Se sabía quiénes apoyaban al gobierno de Allende y quiénes no. Los que se sabía fueron a parar instantáneamente a la cárcel.
El amor en los tiempos del golpe
Su libro Mal de amor (1981) se hizo muy célebre en esos años, precisamente por el prestigio que le dio la dictadura al censurarlo.
Claro, porque es cosa de ponerse en lugar del lector: te dicen ‘la dictadura prohibió tal libro’, y preguntas dónde conseguirlo...
Sin ir más lejos, en casa de su editor, que fue quien escondió todos los ejemplares, cuando lo prohibieron, y los siguió vendiendo.
Él arriesgaba muchísimo. Porque: qué tal si llegaba la policía a su casa, y allanaban (y allanaban siempre), y encontraban los libros... Se lo llevan y nadie sabe qué hubiera podido pasar con él... Actualmente tiene muchas ediciones, está traducido, le ha ido muy bien. Tiene muy buena llegada entre las mujeres. Tanto es así que mis detractores dicen que es un libro para mujeres.
Ah, como un insulto.
Sí; ‘niñas románticas que leen’... Sin embargo sé de varones de pelo en pecho que lo leen... De hecho, Nicanor Parra me dijo una vez que, tras un romance que tuvo y que terminó, Mal de amor había sido su libro de cabecera. ¡Nicanor Parra...!
Aquel poema suyo, de otro libro, que decía
“Desventurados los que divisaron / a una muchacha en el metro...
(...y se enamoraron de golpe
y la siguieron enloquecidos
y la perdieron para siempre entre la multitud...”)
también describía bien un fenómeno que se debe de repetir a mucho. ¿Vivimos de fantasmas en realidad? El espejismo inalcanzable, o el remordimiento de lo que dejamos atrás, o nos dejó; o el qué hubiera pasado si...
En otro poema, Los fantasmas de Lisboa, se habla de que la relación se terminó, se fue cada uno por su lado; pero en los lugares en donde estuvieron aparecen los fantasmas de ellos a pesar de que siguen vivos. No son fantasmas de muertos. Y otros amantes nuevos sienten que hay gente ahí, en la habitación del hotel, que antes fueron amantes y que ahora son fantasmas.
Quizás porque el tiempo es circular y no lineal, y lo que sucedió sigue sucediendo, de alguna forma... Hablando del tiempo: ¿está contento con cómo ha ido resolviendo su país la transición a la democracia? Teniendo en cuenta además que es mucho más reciente, de principios de los 90.
Fue una situación muy difícil. Hubo muchas cosas que quedaron enquistadas, creo, en el inconsciente colectivo, que vienen de la arbitrariedad, el abuso... de las que la gente no se libera tan fácilmente. De modo que aunque el tirano se haya muerto y ya no sea un peligro, la gente queda contaminada. Y claro: yo pienso que eso ha interferido en la transición, pero no se dan cuenta de que es así. Algo que no cayó muy bien, pero que dije con buena intención, es que desgraciadamente la dictadura es una escuela, en el sentido de que la gente empieza a transformarse en pequeños dictadores, haciendo lo mismo a una escala menor, ciudadana. Pero uno lo puede percibir. Yo lo percibo mejor porque viví fuera de Chile 35 años, y uno estaba sometido a otro tipo de experiencias, sobre todo en un país como EE.UU. Y cuando uno vuelve a Chile lo ve con otro punto de vista absolutamente distinto. Pero no se dan cuenta. Como la cosa autoritaria. Yo la he visto muy metida. La mala escuela.
Se diría que eso sucede también en España de una manera muy clara; el fanático que uno puede llevar dentro, tras decenios de democracia pero siglos de Inquisición. Como si funcionásemos con una especie de policía simbólico custodio de las esencias, y la necesidad de agarrarnos al palo de una bandera para darle al otro en cuanto se desvía de lo nuestro. Pero en cualquier ámbito e ideología.
Hay una frase que dice “el miedo es cosa viva”: los padres se lo pasan a los hijos, y éstos a los suyos. Y el miedo pervive. Y muchas cosas malas que la gente hace son por miedo: qué tal si pierdo esto, si me hacen esto... Yo he notado una tendencia muy fuerte al lucro en mi país: a lucrarse con todo; con la educación, con la salud... Y es una especie de defensa contra el miedo a perderlo todo. Vamos acumulando. Tenemos más autos, televisores más grandes, más dinero... Toda esa búsqueda es más por el miedo a perder.
Yo he notado una tendencia muy fuerte al lucro en mi país: a lucrarse con todo; con la educación, con la salud...
Y, como decía Cortázar, “allá al fondo está la muerte”...
Además que la muerte ahí en la dictadura no era una metáfora, sino un hecho real que ocurrió miles de veces. Miles, literalmente... U otras cosas que son una muerte simbólica también... Gente que perdió un modo de vida de la noche a la mañana por relaciones amorosas que se arruinaron; porque una cosa es una pareja dentro de una democracia, que funciona de una cierta manera relajada, y otra la misma pareja en una dictadura. Esto puede hacer que la pareja se empiece a distanciar, a defender cada uno lo suyo, a perder la perspectiva... Mira: una cosa que llama mucho la atención es que muchas parejas chilenas que salieron al exilio terminaron afuera, se rompieron después de un año, dos años... La cantidad de divorcios, separaciones... Yo tengo muchos amigos que estuvieron en eso. Yo creo que si la democracia hubiera seguido, algunos se habrían separado, pero no en una cantidad tan masiva como se vio en el exilio.
Quizás porque al romperse uno por dentro se rompe también todo lo demás. Y se empiezan a mirar de manera distinta, demasiado en cueros tal vez...
Absolutamente. Se rompe también el contexto en que la relación amorosa surgió: ya no existe. Las relaciones amorosas no están flotando en el aire; están en cierta realidad: tú les quitas violentamente esa realidad y la pareja empieza a naufragar. Lo cual es muy distinto a que la pareja elija cambiar de realidad de forma positiva. Las personas actuamos de cierta manera en un contexto determinado. Pero si tú los sacas y los pones en otro contexto, empiezan a actuar de forma rara, y ahí empiezan los choques.
¿A usted le ha pasado algo parecido?
A mí me pasó también, sí. Y tuve otras parejas que eran de Estados Unidos, y ahí era más relajado, sin problemas.
El ‘Dalomismo’
Se tiene la sensación frecuente en España de que en el Cono Sur se están abordando de manera mucho más sana esas heridas. Respecto a los desaparecidos, por ejemplo: aquí se quitan de en medio a los jueces que se atreven a meter mano a eso de recoger muertos de las cunetas y enterrarlos...
Pero en Chile ahora están surgiendo una serie de casos de corrupción en el Gobierno, con el hijo de la presidenta [la socialdemócrata Michelle Bachelet] implicado. Lo cual ha contaminado a la presidenta; si ella sabía o no sabía... Y toda esa imagen de ella como alguien puro se vino estrepitosamente al suelo. Si miras las encuestas, antes tenía más del 60% de apoyo, y de repente bajó al veintitantos: mucha gente que la apoyó, y no de la derecha, que se desembarcaron... Es muy serio. Al principio había unas personas metidas, y después más, y senadores, y luego ministros... Está todo patas arriba en Chile. Y fuera del país no hay ninguna conciencia de lo que está pasando; tienen esta imagen prístina de la presidenta. Y la gente tiene una gran desconfianza en los políticos, con razón; los considera corruptos a todos.
Aquí, de un tiempo a esta parte, los escándalos de corrupción se han hecho tan normales como que salga el sol todos los días, y aun así las consecuencias rara vez están a la altura del escándalo... ¿Es cualquiera que llega al poder sospechoso hasta que se demuestre lo contrario? (La cantidad de cosas que hay que hacer o no hacer, decir o no decir...)
No lo sé. Si me lo preguntas antes te digo que no; después de lo que está pasando en Chile, por lo menos tengo dudas. No te lo puedo decir de forma rotunda, pero tengo dudas... Resulta que el hijo de la presidenta se aprovechó de su posición para hacer unos negocios muy oscuros, y es el ministro del Interior el que se supone que debe poner orden en esto... Y, ¿qué haces cuando se denuncia que el ministro también está metido en otro lío parecido...? Y ella misma dijo que este goteo [de escándalos] no era sano... Y resulta que no pasa, y sale uno, y otro, y otro... Muy desilusionante.
Las relaciones amorosas no están flotando en el aire; están en cierta realidad: tú les quitas violentamente esa realidad y la pareja empieza a naufragar
En Latinoamérica se ha sabido mucho mejor, durante mucho tiempo, el significado de la palabra crisis. Me gustaría saber cómo se ve todo esto desde su perspectiva.
Creo que hay dos posibilidades respecto a las crisis: o se sale más fuerte, o se hunde más y se llega a un retroceso en la práctica. Cómo se dice... Lo que no mata engorda. Yo creo que básicamente es eso. Pero cómo saber lo que va a pasar. Quizás lo que corresponde es analizar fríamente las causas, que siempre van a ser muy complejas. La crisis trae aparejada además una crisis en el inconsciente colectivo, la psique se afecta profundamente. El análisis tiene que ser frío y después de eso ver la forma práctica, realista sobre todo, no ilusa, de cómo salir. Pero de las crisis no se sale transformándose todo el mundo en críticos de los que supuestamente causaron la crisis, sino sintiéndose parte de eso también. Porque diciendo ‘los culpables son tales’, nosotros tomamos palco y sólo nos dedicamos a eso, y así no se consigue. Es una empresa común.
Y una empresa que debería suponer un salto de conciencia, ¿verdad? Que el dolor sirva para aprender algo: otra escuela ésta, pero en positivo. ¿No le parece cada vez más urgente que dejemos de ser niños mentales, delegando tanta responsabilidad siempre en el de arriba?
Ahí cumplen un papel muy importante los medios de comunicación, porque: de qué manera se comunica una sociedad. Cuando se transforman en medios de incomunicación, las posibilidades de salir son nulas. Yo tengo a veces la sensación de que...
Multiplican el miedo.
Exactamente: lo acentúan. Como si fueran testigos vírgenes que no tienen nada que ver, y algo tienen que ver también... Y respecto a lo que hablábamos del lenguaje: la palabra irregularidades por ejemplo. En Chile aparecían varios senadores diciendo que reconocían haber cometido “irregularidades”. A ver: si un ciudadano normal y corriente hace lo que hace usted, eso se llama delito, delito económico, no irregularidad. Entonces, cuando la prensa pone “El senador admitió que había cometido irregularidades”, el ciudadano corriente llega y dice: ‘Ah, no habrá sido tan terrible entonces’. Una senadora también utilizó la expresión “errores involuntarios”...
Como una falta de ortografía...
Claro... Pero yo creo que lo que ha cambiado muchísimo el mundo contemporáneo son las nuevas tecnologías. Yo soy un padre viejo para tener hijos que ahora tienen 25, 27 años; técnicamente tendrían que ser nietos por mi edad (77). Cuando converso con ellos no pueden entender que yo vivía a la edad de ellos sin televisión, sin internet... Como que les parece inconcebible. Entonces tú comparas ese tipo de cultura que yo tenía con la de mis hijos, y está sometida a otros factores. Yo realmente creo que se está produciendo una mutación en la raza humana. Realmente lo creo.
¿Que no es a mejor?
Que parece que no es a mejor. Uno lo puede notar en la cantidad increíble de errores en la prensa, en la televisión; incluso errores tontos que denotan que quien está haciendo algo no está atento a lo que está haciendo... Nadie corrige, nadie mira... Es como que da lo mismo. Alguna vez dije que, igual que antes estaban de moda los ismos como el surrealismo, el dadaísmo... Ahora está de moda el ‘dalomismo’. ¿Que mueren 900 personas en una de esas embarcaciones que vienen a Europa? “Da lo mismo”. Por eso yo digo que se está produciendo una mutación en cosas muy importantes. Yo realmente creo que se está produciendo una mutación en la raza humana. Realmente lo creo.
Una especie de ataraxia, quizás: si todo sucede en una pantalla, todo tiende a parecer ficción...
Como los amigos de internet. Que jamás los ves en la vida real. Hay una ficcionalización... Las personas reales empiezan a desaparecer del radio óptico del otro; no tienen ningún valor, porque sólo existe lo que está dentro de la pantalla. Así que lo más simple sería que conversaran entre ellos, frente a frente, por las respectivas pantallas del móvil... Yo vi el primer viaje a la luna en la televisión. Pero una semana después había gente diciendo que era un montaje, una película. Ese mismo tipo de cosas están pasando ahora.
Yo realmente creo que se está produciendo una mutación en la raza humana. Realmente lo creo
Usted vivió el ataque a las Torres Gemelas allí, en Estados Unidos. La primera gran película colectiva de terror del siglo...
Sí. Ese día yo desperté porque sonó el teléfono: era mi hija mayor, llamándome desde Chile. Yo estaba en Iowa y ella en Santiago. Me dijo: “Papá, ¿estás mirando la televisión? Préndela”... ¿Sabes qué pensé? Golpe militar. De inmediato. Más aún: ese día era también 11 de septiembre. Me dije: ‘Estos canallas armaron otro golpe militar, otro 11 de septiembre en Chile’. Al prender la televisión, los comentaristas balbuceaban, literalmente: “Parece que viene otro avión...”. Y mostraron el segundo avión contra la otra torre... Pero fíjate, qué insólito: una persona que está en Chile me llama la atención sobre algo que sucede en el sitio en que estoy yo...
Su infancia, ¿cómo fue?
Yo nací en un puerto de Chile que se llama Iquique. Estuve sin salir de ahí hasta los 14 años. Un pueblo provinciano. Yo tengo buenos recuerdos de mi infancia, que asocio fundamentalmente con el juego. Mis hermanos, éramos tres, estábamos todo el tiempo jugando con los amigos del barrio. Había pasado algo dramático, y es que mi padre murió cuando yo tenía cuatro años, pero entonces no tenía mucha conciencia de mi padre ni de la muerte ni nada. Como era un lugar tranquilo (no había miedo a que los niños los mataran o los violaran o algo así), y tenía unas playas muy bonitas, pues estábamos ahí todo el día. Hacíamos excursiones. Siempre estábamos haciendo cosas. Y no teníamos nada de tecnología. Nada. Era echar de la imaginación. Nos fabricábamos los muñequitos nosotros tallándolos con un palo de escoba: el tronco y la cabeza, y luego le agregábamos manos y piernas con trocitos de madera.
Se aprendía a sobrevivir mucho antes.
A sobrevivir literalmente, porque yo estuve a punto de ahogarme en el mar. Me salvé de milagro, porque una ola me tiró para afuera, como me pudo haber tirado para adentro.
“Con vos quería hablar, hijo de la grandísima”, comienza un poema de Óscar Hahn (Chile, 1938) llamado Invocación al lenguaje, en el que el hijo de la grandísima es ése precisamente, el lenguaje. El esquivo de “látigo húmedo” que “tiraniza” el pensamiento del otro, el poeta, cuando éste pretende...
Autor >
Miguel Ángel Ortega Lucas
Escriba. Nómada. Experto aprendiz. Si no le gustan mis prejuicios, tengo otros en La vela y el vendaval (diario impúdico) y Pocavergüenza.
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