Cádiz, la fiesta de los que esperan
La religión mayoritaria en Cádiz es el cadismo. El fútbol, junto al Carnaval, es la gran válvula de escape de una tierra antigua, castigada por un paro endémico
Vanesa Jiménez 3/06/2015
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Una hora después del final del partido, solo los niños —los niños chicos, como dicen en Cádiz— estaban tristes, seguramente porque aún desconocen que la alegría no siempre va unida a la victoria. El domingo, al equipo de la capital le pudo todo. Le pudo el recibimiento, con la avenida de entrada a la ciudad a rebosar, cinco policías a caballo escoltando el autobús y el ‘Sí se puede’ como himno marcial. Le pudo el estadio Carranza, más grande de la cuenta y un poco más ajeno tras la ampliación, y más amarillo y lleno que nunca. Y le pudo la prensa local, los diarios y las tertulias llamando a hacer Historia. Total, que empezó el partido, sobrevino el miedo escénico y se acabó la historia. Al cadista —entiéndase como sinónimo de gaditano— le bastó con la previa. En Cádiz se cantó, se bailó, se bebió y se comió el sábado. Y aún más el domingo. Se celebró por anticipado, como cuando pueden las ganas. Y se llegó al partido con la juerga corrida. Por si acaso.
A las cuatro de la tarde la ciudad empezó a vaciarse. El centro. La playa. Los bares. Un parón para vestirse de amarillo y coger la bolsita de plástico con los bocadillos. Y camino del Carranza. Allí se encontró todo Cádiz. O casi. Los que habían conseguido entradas —30 euros para el público general, un pico en la ciudad del paro— y los que no. Y entre la marea, Oliverio Jesús Álvarez González, Oli, ovetense, exjugador del Cádiz, y hombre triste en medio de la fiesta. “Hoy voy con el que pierda”.
El Carranza se abarrotó de amarillo. Un gran tifo llenó las gradas para dar la bienvenida al equipo. Cartulinas amarillas y azules y una gigantesca pancarta en el fondo sur: "Esto es Cádiz, la ilusión ni tocarla". Las bufandas clamaban "Yo soy del Cádiz", como diciendo, esto es lo que hay, pase lo que pase. El palco de autoridades se vistió de Corpus Christi. Allí estaban exjugadores. Periodistas de postín. El exconsejero del Cádiz Michael Robinson, que posó con otro genio, cadista y titiritero, José Guerrero Yuyu. No estuvo, ni se le esperaba, el mexicano Carlos Slim, uno de los hombres más ricos del mundo, que por dos millones de euros se compró la mayor parte del Oviedo. El último día y con un millón de diferencia, se lo quitó a Quique Pina, presidente del Granada CF, especie de asesor del presidente del Cádiz e hijo del presidente de honor del club amarillo. Pina estaba, claro, esperando el ascenso. El mundo parece un pañuelo.
Minutos antes de las seis, el dúo gaditano Andy y Lucas cantó el himno del centenario sobre el césped del Carranza. Se oía poco, pero ayudaron los aficionados. Poesía (sic) premonitoria: "Te prometo darte amor eterno aunque a veces me falles en mi corazón". Y empezó el partido, que no el fútbol. De eso no hubo ni rastro. Los equipos salieron a pelear el centro del campo y desde el principio ganó el Oviedo. El Cádiz, histérico, no encontró el libreto. Jugó en vertical, sin conseguir retener el balón apenas tres pases, con la mochila de los 26.000 aficionados que llenaban las gradas y las cinco temporadas consecutivas en Segunda B. Los visitantes venían de perdedores, pero impusieron experiencia y controlaron la pelota. Así pasó la primera parte en el campo. El estadio, mientras, seguía bailando.
A los siete minutos de la segunda mitad, el Mariscal David Fernández, 30 años, madrileño del barrio de Prosperidad, enganchó un cabezazo con más suerte que acierto y sentenció el partido. Y el ascenso directo. Y el sueño inmediato. Y así hasta el final. Un par de ocasiones para el Cádiz, dos clamores que debieron oírse al otro lado de la Bahía, y la fiesta azul en el césped del Carranza. Las aficiones acabaron hermanadas. La amarilla asistió en parte a la celebración. La carbayona terminó cantando: “¡El Cádiz es de Segunda!”.
La religión mayoritaria en Cádiz es el cadismo. El fútbol, junto al Carnaval, es la gran válvula de escape de una tierra antigua, castigada por un paro endémico, que tras el calvario de la crisis supera el 40% en la provincia y que en la capital llega hasta el 65% entre los más jóvenes. El 70% de los ingresos viene del turismo, trabajo mal pagado e insuficiente. Hablan los números: en los últimos 30 años la ciudad ha perdido 40.000 habitantes.
Cádiz vive mirando al mar. Se ve casi desde cualquier sitio. Y se huele y se siente en todos. Y el mar siempre promete. Por eso a este pueblo le gustan las previas, porque ha aprendido a esperar, y a disfrutar las esperas. Después viene la melancolía. Viven instalados en la tragicomedia, luchando entre lo que viene y lo que está. Han tenido a la misma alcaldesa durante 20 años, Teófila Martínez, del PP, natural de Santander. Aún está por ver si José María González, Kichi, profesor de Historia en un instituto, comparsista y candidato de Podemos, acaba con 35 años de bipartidismo.
Cayó el sol y los corrillos volvieron a las esquinas. La última caña para comentar. Las mismas conversaciones, todas de fútbol. Ningún reproche al Cádiz. Pero la noche fue de los aficionados del Oviedo. Merecieron la victoria y la merecían. A 900 kilómetros la marea era azul, el final de doce años en Segunda B. Los que se quedaron en la ciudad se hicieron fuertes en bares y chiringuitos. Y entonaron el Asturias, patria querida, un himno bucólico y hermoso. Un grupo de hombres, que apenas pasaba de los 30, cantaba aquello de “Tengo que subir al árbol, tengo que coger la flor, y dársela a mi morena, que la ponga en el balcón” cuando uno de ellos se apartó. A su lado caminaba ensimismada una pareja vestida de amarillo.
-El próximo os pongo una vela-, les dijo el asturiano en tono de chufla.
-Tú ponla, que falta nos hace.
El lunes Cádiz amaneció sin rastro de épica. El mar como un plato. La gente andando, deprisa, camino del trabajo y los niños empujando sus carritos. El fútbol era ya el fin de semana que viene, la liguilla de ascenso y el Hércules como el rival más temido. Soplaba viento de Poniente.
Una hora después del final del partido, solo los niños —los niños chicos, como dicen en Cádiz— estaban tristes, seguramente porque aún desconocen que la alegría no siempre va unida a la victoria. El domingo, al equipo de la capital le pudo todo. Le pudo el recibimiento, con la avenida de entrada a la ciudad a...
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Vanesa Jiménez
Periodista desde hace casi 25 años, cinturón negro de Tan-Gue (arte marcial gaditano) y experta en bricolajes varios. Es directora adjunta de CTXT. Antes, en El Mundo, El País y lainformacion.com.
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