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“No tardó en cubrir mi frente una nube de melancolía; era de aquellas melancolías de que sólo un liberal español en estas circunstancias puede formarse una idea aproximada.”
Mariano José de Larra, patrono de los periodistas patrios, sale de los polvos hemerotecos embozado en los seudónimos de “Fígaro”, “El duende satírico del día”, “El pobrecito hablador” o Ramón Arriala, hurtada su filiación a los esbirros de Fernando VII o los matones carlistas, ya que por aquel entonces la política emponzoñaba el trabajo de la prensa, casi como ahora, pero con la amenaza censora del patíbulo en lontananza.
El moralista afrancesado y liberal (de los de antes, es decir; de los de verdad), genio de lo satírico yi de la crítica de costumbres, azote de vicios administrativos y látigo de carcundias, escribía para la libertad, contra el fanatismo y la tiranía. Bajo un alias, claro. Hace no tantos años esto de firmar con un nombre supuesto era una cosa vetusta, propia de tiempos convulsos; hoy está de hidrófoba actualidad.
Mientras los avejentados periódicos impresos se deslizan por amañadas tolvas hacia una alucinada incineración, crecen en lo umbrío de las redes, como el moho, las webs y los blogs que los chelis dicen “cañeros”, especialmente en el mundo de la crítica literaria y artística, pero también en la crónica política y de actualidad. Ocultos sus autores bajo nicknames, apodos y sobrenombres, a veces ocultan, como en los tiempos de Larra, firmas de prestigio y buenos profesionales sacrificados en el altar de los ERES y de las limpiezas étnicas. Desde las periferias digitales toman como modelo a un Fígaro que escribía:
“No tratamos de redactar un periódico porque no nos creemos ni con facultad ni con ciencia para tan vasta empresa, porque no gustamos de aceptar sujeciones y mucho menos de imponérnoslas nosotros mismos.”
Para poder hablar, contar, escribir sin cortapisas empresariales o ideológicas se han refugiado en la penumbra del anonimato, en la oscuridad del éter. Saben bien que no conviene despreciar este Nuevo Mundo, una trinchera donde tampoco se hacen prisioneros. En las desconocidas tripas mecánicas de nuestros inocentes terminales habitan oídos y lenguas dispuestas al daño que jamás darán la cara analógica.
No solo la revelación de un escándalo, la publicación de una crítica o de una información que ha permanecida oculta por incómoda: una broma más o menos malévola, incluso un comentario despistado puede acarrear gravísimas consecuencias en la carrera profesional del indiscreto que sale a la arena sin embozar la identidad, más si es poseedor de un perfil público, granjeándose el odio anónimo y por ello mucho más mortífero. Antes o después, además de amenazas y trolleos, alguien en la sombra decidirá devolver el golpe buscando causar el mayor perjuicio en el inadvertido hablador. Se han dado casos.
El guante blanco de la censura hogaña hace que hayamos perdido el miedo al garrote vil, pero quizá haya aumentado exponencialmente el terror a los “unfollow” y más allá, los nombres apiñados en infinitas listas negras de corte macarthiano. El miedo a decir, a contar, a firmar en Facebook, Instagram o Twitter con nuestros nombres y apellidos, es inversamente proporcional al audaz decir diarréico de otra desatada jauría opinadora, desde el troll antropófago al político lenguaraz y a su doble, el firmante o tertuliano ubicuo. Contagiados todos por el estreteptococo de la verborrea, hablan sin cesar, mañana tarde y noche, en televisión, en radio, en medios escritos de toda condición. De pactos, de pitadas, de corruptelas, de himnos, de prohibiciones, de soviets madrileños, de Hitler en Álava, de alcaldesas y Bin Laden... De lo que sea. Ellos sí pueden.
El Pobrecito Hablador calló para siempre segándose la corta vida con una bala cargada de prurito romántico. Como en aquellos días no había redes sociales, tuvo que conformarse con una única pantalla informativa: la del espejo reflejando al escritor haciéndose un selfie con el cañón sobre la sien, fotografiándose con la posteridad.
“No tardó en cubrir mi frente una nube de melancolía; era de aquellas melancolías de que sólo un liberal español en estas circunstancias puede formarse una idea aproximada.”
Mariano José de Larra, patrono de los periodistas patrios, sale de los...
Autor >
Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es El cazador del mar (Roca, 2025).
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