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Este año he escogido para mis vacaciones un destino arrebatado, cargado de aventuras inesperadas: Grecia. La idea era ir a la playa con la familia a estar tranquilos en una isla pero el proyecto vacaciones se transforma día a día al mismo ritmo que las noticias que escupe el telediario. Nunca he vivido un corralito y la verdad es que la idea de vivirlo como turista me resulta un poco obscena. Ellos no podrán sacar dinero del banco pero yo aterrizaré con un montón de efectivo en el bolsillo. Ellos no podrán utilizar tarjetas de crédito pero yo sí porque mi tarjeta es sinónimo de divisas. Ellos saldrán a manifestarse a diario a favor o en contra del Gobierno y yo pensaré en tomar sardinas en la playa. El turismo, así a priori, es un concepto que carece de empatía.
Desde hace unos días la gente habla de Grecia como del vecino del quinto: que si gastaba mucho y nadie le decía nada, que si luego se arruinó y le prestaron dinero, que si ahora se ha puesto chulito y no quiere devolverlo… Es una naturalidad extraña la que a veces inunda las conversaciones de la gente sobre cosas a menudo complejísimas que un día se convierten en noticia y todos tendemos a simplificar con la ayuda de los telediarios, que ponen en nuestra boca palabras como ‘quita’, ‘troika’ , o ‘prima de riesgo’ sin que las entendamos del todo.
Yo no hablo griego así que no tengo ni idea de cómo se dicen todas esas palabras en ese idioma. Pero me imagino que un ‘corralito’ en Grecia es igual de puñetero que en Argentina, y una manifestación contra la austeridad en la plaza Syntagma en Atenas se parece mucho a las que se vivieron en España durante los años más duros de la crisis, esa que dicen que se ha terminado sin que los españoles tengamos noticia de ello.
A menudo viajamos en busca de la diferencia pero en realidad las miserias y las alegrías humanas son bastante universales. De hecho, cuando nos metemos en nuestro papel de turistas, nos suele gustar mucho descubrir las cosas que ‘los otros’ tienen en común con ‘nosotros’. También es cierto que a menudo viajar nos sirve para abrir los ojos y el corazón y ver en directo realidades atroces que sólo vemos en la tele pero que después seguiremos identificando como ‘su realidad’, muy diferente a la ‘nuestra’. Claro que luego te vas a la playa a Túnez, sobrevives a un atentado como el de la semana pasada y seguro que el miedo se te instala dentro y piensas que ya no estás a salvo en ningún sitio.
Y es que hacer turismo parece que se ha convertido en un deporte de riesgo. No voy a comparar un corralito en Grecia con una masacre terrorista en el norte de África pero está claro que ya no todo es tan simple como cuando las fronteras de nuestro mundo vacacional se acababan en una playa de Gandía comiendo paella. Pero ese planeta en llamas que amenaza con cortocircuitar nuestra placidez vacacional es en realidad una bendición. Estamos deseando salir de la oficina y desconectar y que nadie nos moleste con problemas pero lo cierto es que lo mejor que le puede ocurrir a un turista es sentirse culpable mientras toma el sol. Sólo entonces el viaje habrá sido un éxito: te has encontrado con los problemas ‘del otro’ y sientes empatía. Y tomar el sol te parece demasiado frívolo mientras el mundo, ‘su mundo’ colapsa a tu alrededor.
Vaya sermón. No sé a quién intento engañar. Quisiera creer que cuando llegue a Grecia me solidarizaré con los griegos y hasta acudiré a sus manifestaciones a 35 grados a la sombra. La realidad es que muero por darme un baño en sus playas y comer su musaka. Y si vivo allí en directo su salida del euro encima lo contaré con ese tonillo petardo de todo turista que ‘estuvo allí’. Y aunque me carcoma la culpa sé que día tras día pecaré y tomaré el sol en la playa. ¿Es posible que la empatía no esté reñida con ‘mis’ vacaciones? Por favor, que nadie conteste.
Este año he escogido para mis vacaciones un destino arrebatado, cargado de aventuras inesperadas: Grecia. La idea era ir a la playa con la familia a estar tranquilos en una isla pero el proyecto vacaciones se transforma día a día al mismo ritmo que las noticias que escupe el telediario. Nunca he vivido...
Autor >
Barbara Celis
Vive en Roma, donde trabaja como consultora en comunicación. Ha sido corresponsal freelance en Nueva York, Londres y Taipei para Ctxt, El Pais, El Confidencial y otros. Es directora del documental Surviving Amina. Ha recibido cuatro premios de periodismo.Su pasión es la cultura, su nueva batalla el cambio climático..
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